martes, 31 de diciembre de 2013

Crónica fin de año (2013)

Pues como viene siendo costumbre desde hace ya  algunos años, vamos a tratar resumir con la presente crónica,  el año “ pedalístico” de Roda i Pedal que hoy cerramos,  es decir, sintetizar lo poco o lo mucho que han dado de sí las rutas cicladas tras el fugaz paso de los doce meses transcurridos.
El año ha sido, meteorológicamente hablando, un tanto complicado, ya que la lluvia y sobre todo el viento, se instaló en estas tierras durante los primeros meses y nos “tumbó” varias veces las salidas previstas en las rutas de gran recorrido, pero en fin, esto no ha sido impedimento para que hayamos rodado en 52 ocasiones, recorrido casi 3000 kilómetros y gozado como siempre, de cada pedalada en compañía de los compañeros de afición.
Pero a estas alturas del año y tal vez dejados llevar por la melancolía que estas entrañables fechas provocan sin quererlo, nos asalta el pensamiento no solo el recuerdo de todo lo ciclado durante este año que ya termina, sino de todo lo vivido hasta el momento en relación con ésta nuestra afición (o una de ellas..). Y es que al mirar atrás nos invaden los recuerdos, esas mismas evocaciones que avaladas por la ingente cantidad de imágenes capturadas a lo largo de estos años, dan fe de lo mucho compartido, de lo mucho ciclado, de lo mucho recorrido y en definitiva de lo realmente importante, lo mucho disfrutado.
Este pensamiento nos precipita sin remisión al pozo de los recuerdos, y al hacerlo,  nos damos cuenta de que la historia de Roda i Pedal ya ocupa un espacio considerable en nuestra memoria y que decir en “bits” en los discos duros de nuestros PC´s.
Por esta razón, vamos a permitirnos la licencia y con ella, el derecho a un cambio en el rumbo de lo que viene siendo la crónica habitual de fin de año, con la única finalidad de remarcar con el afecto que se merece, una pequeña parte de esas vivencias que se agolpan en nuestra memoria y que ya forman parte indisoluble de la historia de Roda i Pedal.  El resumen habitual lo dejaremos esta vez plasmado en "imágenes de archivo" y como es habitual en forma de “calendario”   para que presida nuestro particular RC  durante todo el año venidero.


Calendario Roda i Pedal 2014

Y es que desde aquella mítica primera foto del 26 de enero de 1995 (¡el pasado siglo!) en lo que podríamos denominar como nuestro primer paseo en bici, fue sin duda alguna toda “una experiencia religiosa” para los dos componentes que por aquel entonces iniciábamos andadura, experiencia que aquella mañana y sin saberlo,  estaba a punto de fraguar en aquello que años más tarde denominaríamos como   Roda i Pedal,  y que hasta hoy, viene siendo un estilo de vida que ocupa gran parte de nuestro tiempo libre cada fin de semana “sin excepción”, ahí es nada. 


Aquel día, solo uno de nosotros quedó plasmado en la instantánea (y fue Luis el retratado, custodiando orgulloso las dos flamantes bicis de aquella época ya tan lejana.…) ya que aquella mañana no recuerdo bien ni el como ni el porqué,  se nos ocurrió coger una cámara y hacer una foto, hecho que sin pensarlo, marcaría en un futuro otra de las rutinas del grupo ante cualquier nueva ruta, como es la de inmortalizar los lugares y los buenos momentos a través de la fotografía, costumbre que desafortunadamente, no implementamos de forma rutinaria hasta pasados unos cuantos años con la venida de la fotografía digital (la cosa tenía su lógica..).



La Cova 1995

La Cova 2013
Fue un 16 de junio de 2007 en el que nos hacíamos nuestras primeras fotos biker "en grupo" con aquella tan “maravillosa” como hoy precaria cámara digital ("sin pantalla", que solo nos permitía hacer 6 fotografías a una resolución decente y que además, uno no salía en la foto, claro...), desde entonces ha pasado mucho tiempo, pero si lo analizamos con detenimiento, habían tenido que  transcurrir 12 años antes de que se nos ocurriese que podíamos (y debíamos) inmortalizar la mayor parte de nuestras vivencias a lomos de nuestras bicis, y es que eran otros tiempos....

Roda i Pedal  - Pico de La Rodana -2007

Roda i Pedal  - Pico de La Rodana -2007
En fin, lo importante es que a día de hoy, son ya varias decenas de miles los kilómetros los recorridos y alguna que otra decena de millar las imágenes capturadas, imágenes que nos recordarán siempre y cuando así nos plazca, todos aquellos lugares por los que anduvimos, o mejor dicho, por los que ciclamos;  las montañas que conquistamos y sobre todo, nos traerán a la mente lo más valioso de todo, "los recuerdos",  esos recuerdos de todos los buenos momentos que hemos compartido a lo largo de los varios millares de horas de pedal con el que estos cuatro jinetes que formamos el Roda i Pedal, a saber, Carlos Kike, Luis y Salva,  (en orden ascendente de edad) comenzamos nuestra particular aventura biker que no ha hecho más que crecer y crecer hasta la fecha, (al igual que los años de sus componentes, je,je).

  Y a raíz de las fotografías, otro día se nos ocurrió tratar de guardar y plasmar igualmente lo vivido, pero ¿cómo?, pues haciendo uso de otra herramienta que había surgido por aquellos años, un blog, “nuestro blog”, nuestra particular bitácora digital de las principales aventuras que hemos querido compartir durante todos estos años con todo aquel compañero (o no) de afición que se haya acercado a nuestro diario electrónico.
http://rodaipedal.blogspot.com.es/


En la actualidad, son ya casi 50.000 las visitas recibidas desde que iniciamos su actividad el 23 de julio de 2007(http://rodaipedal.blogspot.com.es/2007_07_23_archive.html), más de 100 las rutas diferentes con casi otros tantos tracks de la mayor parte de los distintos recorridos que,  junto con algunos cientos de fotografías, plasman lo que hasta hoy ha sido "resumidamente" la actividad de Roda i Pedal en su conjunto, contenido que nos daría para editar un volumen de casi 800 páginas a tamaño folio si lo trasladásemos a papel, es decir … una barbaridad..., pero aún así,  ni en otras 800 páginas más,  podríamos describir todos los buenos recuerdos, los buenos momentos y las experiencias únicas que guardamos de todos estos años de pedaleo.

Multitud han sido los caminos recorridos y los horizontes divisados, multitud las cimas conquistadas y los lugares visitados, multitud las bajadas trepidantes y los riesgos admitidos, pero lo mejor de todo ha sido y sigue siendo, la amistad y la armonía, en definitiva, el buen “rollo” que durante tantos años hemos sabido administrar y conservar como un preciado tesoro, fiel aliado con el que contamos para seguir rodando mientras el cuerpo aguante y queden montañas que recorrer, caminos y lugares por descubrir los cuales esperamos puedan ir engrosando aún más, esta bitácora que algún día, (esperemos que todavía muy lejano), nos haga rememorar tiempos de aventura y afición, juventud y madurez cuyos recuerdos, avalados por las miles y miles de imágenes capturadas, se conviertan en la prueba irrefutable de no poder negar los hechos, de que todo sucedió realmente. 

Y como muestra final, nuestros últimos "posados"  que cierran tanto está crónica como el calendario pedalístico de este año, y como no podía ser de otra forma, un par de instantáneas de nuestros sendos asaltos “al Rey” de nuestras montañas, el viejo Montdúver, cuya cima nos volvió a rendir pleitesía,  y esta vez "con todo el grupo al completo", 1995 días después, o lo que es lo mismo, 5 años, 5 meses, 2 semanas y 2 días desde aquella ya lejana primera conquista. 

Feliz año.

Roda i Pedal en el Montdúver  - 2007

Roda i Pedal en el Montdúver  - 2013

sábado, 7 de diciembre de 2013

Desde el Montdúver “con amor”

Si pudiera vivir nuevamente mi vida...

Correría más riesgos,
haría mas viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montanas,
nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
tendría más problemas reales
y menos IMAGINARIOS.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben,
de eso está hecha la vida,
solo de momentos...

JORGE LUIS BORGES


Por fin, misión cumplida.  Hace casi 5 años y medio que esta hazaña quedó incompleta por la falta, en aquella ocasión, del benjamín del grupo;  y no es que hoy no lo sea pero cualquiera se lo dice…jeje.
Aquel día nació un mito: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2008/08/por-la-valldigna-al-montduver.html  La etapa reina de las subidas a las montañas valencianas. Pero como reina ya teníamos en La Rodana, pues El Montdúver lo bautizamos como el Rey, el Rey en mayúsculas, el Rey en lo que es una subida superlativa, implacable de principio a fin aunque deje asomar un par de descansillos como quien no quiere la cosa. Pero vamos al relato de hoy.
Salíamos de la base a las 08.30h. por la autopista hacia Tabernes de Valldigna (Carlos vuelve a casa en este año de “Master & Comander” en Gandía, seguro que a partir de ahora se le escapará más de una mirada hacia el Montdúver al que ya empezará a ver con otros ojos..), con las burras cargadas en el remolque y el maletero lleno de trastos, cada vez llevamos más cosas “por si acaso”, uno tiene los “es ques” y los otros los “por si acaso” algún día llevaremos una bici “por si acaso” y una bikeresa por si falla alguno de nosotros “ por si acaso” aunque este día estará, seguro, más lejano.
Como siempre aprovechamos el camino de ida para ponernos al día de nuestras rutinas, máxime cuando hace varias semanas que no nos veíamos todos, por aquello del  “es que” y del trabajo, los únicos fijos son Salva y Luis, ajenos a los “es ques” y a los que por fortuna el trabajo respeta los sábados. Así que aunque hacemos pocas salidas de lo que son nuestros dominios,  cuando la hacemos es para dejar el pabellón bien alto, como tiene que ser. También es tiempo de ir entonándose con alguna “tontá” que amenice el tiempo de espera para empezar a pedalear, y como el día estaba fresquito y en el coche  “estamos tan a gustito” pues no había ganas de bajar en el punto elegido como inicio de ruta ante la tremenda humedad y el consiguiente frio que se respiraba ahí afuera.
Pero salimos, nos pertrechamos con los bártulos de rigor y empezamos a pedalear por un camino mojado por el rocío nocturno y una humedad  que aún se mantiene en las hojas de los naranjos que inundan La Vall. El sol se cuela por los resquicios que dejan los altos picos que nos custodian a nuestra izquierda y que ya forman parte del macizo que vamos a subir. 

La explosión de color es inevitable, y el contraste de luces y sombras sobre los verdes naranjos tintados con las coloridas frutas, los chopos, olmos y demás árboles caducifolios tintando las hojas que aún resisten de colores ocres, los grises y marrones de las montañas, los dorados reflejos de las cruces del alto de las cruces al otro lado del valle,  la azul silueta del castillo de Marinyen o de la reina mora en un total contraluz que hace que apenas lo podamos mirar, sencillamente espléndido.

El camino de Gandía pasa por el Clot de la Font, luego transcurre unos metros por una senda hasta la casa Mezquida y de aquí se incorpora a otro camino que se dirige, hacia la derecha hasta Tabernes, pero que tomamos el de la izquierda continuando hacia La Fontarda, otro magnífico paraje de especial belleza. Antes de incorporarnos al camino, nos encontramos con una puerta que lo cierra  y nos obliga a sortearlo trepando por un murete para poder salvar el obstáculo. Tras la Fontarda el camino llega a la carretera CV-675 entre Simat y Gandía, que es la que tenemos que seguir girando ahora a la izquierda y comenzando la primera parte de la subida de hoy. Esta carretera tiene más tráfico ciclista que de coches, por lo que desde aquí reclamamos esta como carretera-bici ¡Ya! (por reclamar que no quede).  Este aperitivo nos regala 4 kilómetros al 6% de desnivel medio casi constante, pero será solo eso, un aperitivo ante lo que nos espera y que ya conocemos de nuestra anterior ruta arriba señalada.
 Las ocho curvas de herradura por un asfalto liso y con buen agarre no nos engaña ante el peligro que encierran sus curvas, sobre todo con el asfalto mojado como está y que tendremos muy en cuenta para la bajada, pues intuimos que el sol no visitará algunas de estas curvas que permanecerán mojadas todo el día o incluso ya buena parte del invierno. Nos adelantan ciclistas de carretera con mucho menos peso que mover y fricción que superar, aunque también nos damos el gusto de adelantar a uno de ellos y sacarlo de rueda más de media subida, nos dará caza casi arriba del todo cuando el porcentaje se suaviza un poco y el mejor rodar de su máquina será una ventaja incontestable, pero el gusto es el gusto y eso no nos lo quita nadie, es como adelantar a un Ferrari con un Opel corsa, por mucho que él esté distraído en un semáforo. El valle va creciendo a nuestros ojos allá abajo a nuestros pies.

Una Vall digna. Durante la época andalusí y bajomedieval, la zona se denominaba valle de Alfándech, del árabe terreno pantanoso (pues en aquella época la marjal de Xeresa-Xeraco ocupaba gran parte del valle). Según la leyenda, el valle se renombró a partir de unas palabras dichas por el rey Jaume II de Aragón al abad del monasterio de Santes Creus cuando se encontraba de camino por la zona: "Quina Vall més digna per a un monestir de la nostra religió" (Que valle más digno para un monasterio de nuestra religión), a lo que el abad le respondió: "Vall digna senyor, vall digna" (Valle digno, señor, valle digno), tras lo que se construyó el monasterio de Santa María de la Valldigna. Esto es lo que dice la Wikipedia y así lo contamos.
El monumental monasterio llena con su presencia el valle y parece mentira que un solo edificio pueda ser el centro de todas las miradas eclipsando casi por completo los pueblos de Simat y Benifairó. Seguimos a ritmo, hoy estoy chupando poca rueda, bueno no es que chupe poca rueda, es que los efectos del rebufo en subida son completamente inexistentes así que incluso por momentos me permito marcar el ritmo e incluso no descender la velocidad que llevamos, estoy sembrao. Voy cantándoles las curvas que quedan para llegar arriba entre el “aire” pero ya no creen ni una palabra de lo que les digo, cuanto mal les hizo la ruta a Pedralba a aquellos novatos, en fin.... Por fin el final de la subida me otorga una medalla que pasa desapercibida ante el incremento del ritmo en el tramo llano antes de Barx. Cruzamos el pueblo y nos acercamos a la urbanización “La Drova” que es donde comienza la subida de verdad. Antes pasamos una granja supuestamente avícola con un hedor insoportable que nos dedicamos a dejar atrás a base de subir el ritmo otra vez. Ya vemos la cumbre y enseguida el desvío a la izquierda que marcará el ser o no ser de esta ruta. La hora de la verdad, de la “umbria”, no eso ya lo hemos dejado abajo y lo otro vamos a ver si lo somos de verdad. Paramos un instante, unos a comer una barrita y yo a quitarme ropa que me sobra de tanto calor como voy a generar en la subida. Nos ponemos pues en marcha por la calle que sube recta primero de forma progresiva y luego, tras un ligerísimo giro a la derecha, un paredón de vértigo que no permite ver desde el principio el final. Ahora es otro ligerísimo giro, esta vez a la izquierda el que no permite ver que el muro que aún continúa subiendo. Ya hacemos eses a lo ancho del camino intentando restar aunque sean las décimas del porcentaje, pero ni por esas. Llegamos al descansillo aquel donde me faltaba todo el aire del mundo hace cinco años y medio. 

Dos minutos después y con las pulsaciones y la capacidad pulmonar recuperadas iniciamos la subida que ya no parecerá tan dura después de algunos tramos del 26% que acabamos de dejar atrás.  Atacamos en fila aunque enseguida formamos dos dúos, los jóvenes por delante y los abuelos del grupo detrás, cerrando la marcha. Vamos recordando cómo en nuestra anterior visita, tuvimos que hacer innumerables paradas después del sofocón de esa primera subida, tan tocados nos dejó que tanto la musculatura como las pulsaciones disparadas sufrieron para todo el resto de la subida, amén del insolente calor que nos machacó y que nos obligaba a reptar bajo las pocas y tísicas ramas que daban sombra al suelo y que intentábamos aprovechar ante la falta de árboles allí donde los necesitábamos.
Volvemos a romper el grupo y esto ya es un sálvese quien pueda que yo te espero arriba si es que llego. La bruma ya sabemos a estas horas que no va a desaparecer y vemos como va cubriendo, con su blanco satén, las montañas que nos rodean y que vamos ganando en perspectiva casi en cada pedalada. El mar no es un mar sino un inmenso velado azul que crece hacia arriba de manera imposible ante la perspectiva y la profundidad que vamos alcanzando. La sierra de Aitana deja ver algunas manchas blancas que identificamos como nieve pero que no certificaremos hasta verlas con calma y en parado una vez arriba, el reto ahora es hacer la subida del tirón, sin paradas, venciendo a la montaña en un pulso de piedra contra carne. La curva de la sonrisa de goma marca la mitad de la subida, luego más de lo mismo: retorcerse y volcarse en el manillar, sentarse en la punta del sillín, hacer eses por el camino e intentar mover el molinillo que a estas alturas es pegar zapatazos casi en vano  pues nos movemos al límite de la verticalidad y con las burras intentando hacer caballitos ante lo empinado del terreno. Todo un reto. Nos cruzamos con senderistas que ante nuestro esfuerzo echan unas risas y unos comentarios, no sé si para animarnos o es que se están descojonando de nuestro sufrimiento, en cualquier caso más que animar las risitas se clavan como agujas ¡¡¡no es momento para risas, eh!!!  Una rampa durísima y casi recta marca el acercamiento al descansillo y la vaguada que da acceso a la cara norte y por tanto a la última parte de la subida. 

Pero mirar aquí hacia arriba es un mazazo en toda regla; las antenas están aún lejísimos perdidas en el brutal desnivel que nos queda por delante y la poca distancia que se intuye, por lo que aún queda sufrir un buen rato encima de la bici. El descenso hacia el fondo de la vaguada es vertiginoso y el cambio de rasante actúa sobre la velocidad como un choque contra un muro invisible que te detiene casi por completo sin darte inercia ni contribuir progresivamente a la aclimatación para volver a pedalear con energía. Este tramo además coincide con toda la umbría de la montaña y el firme está no solo mojado, sino que en algún tramo tiene un punto de escarcha que hiela la sangre pensando en la bajada. Si pensábamos que habíamos subido rampas duras,  las que estamos afrontando ahora son durísimas, pues a su brutal porcentaje se une el cansancio del continuado esfuerzo en los últimos casi 4 kilómetros que llevamos de ascenso continuado. Estamos llegando arriba y ya es una cuestión de orgullo más que de fuerza. Unos ciclistas con sus flacas nos adelantan en plena subida y los vemos tirar de unos desarrollos mucho menos multiplicadores que los nuestros por lo que el esfuerzo muscular para moverlos es mucho mayor;  por el contrario tienen, entre bicicleta y mochila, calculamos unos 11 kilos menos y un rozamiento sobre la carretera la mitad que el nuestro, la balanza se compensa pero no me cambio de deporte. El pensamiento de echar pie a tierra voluntariamente ya se quedo en una de las rampas pasadas, ahora la preocupación es que el cansancio o una mala elección de trayectoria no acabe con tu pie tocando el suelo y marcando una penalización injusta a todas luces tras el descomunal esfuerzo.

Ultima rampa, y con ella esta foto que ha tardado 5 años y medio en producirse. Esta llega tras una curva de herradura al más puro estilo Montieleta. Ya se ve la base de las antenas y la puerta del recinto de telecomunicaciones que marca el top de la subida de hoy, ya solo queda llegar allí descontando pedaladas y olvidando el sufrimiento en algunos tramos con la emoción a flor de piel y un grito de ¡¡¡Si, si, si!!! elevándose, silencioso, en la garganta. Llegamos en fila, juntamos nuestras manos y Roda i Pedal al completo conquista el Rey.  La repentina parada y fin del esfuerzo agolpan en mi cabeza más sangre de la necesaria en este momento, por lo que un amago de pájara aconseja buscar la cercanía del suelo antes de encontrármelo de pronto. Unos segundos de “siesta” y luego, con el color más recuperado buscamos un lugar al sol y a cubierto del viento para almorzar y disfrutar de las vistas, que aunque hoy algo deslucidas por la bruma, también dotan al paisaje de un encanto especial con ciertos contrastes de profundidad relativa y referencias aleatorias que no conviene intentar entender, tan solo disfrutar. 

Y así, intentando disfrutar y por supuesto entender, empezamos a desgranar todo un horizonte que va desde el Montgó a la izquierda, sobresaliendo de al menos dos mares: un mediterrani i un mar de nuvols, hasta la Serra Mariola a la derecha tímidamente dibujada en una bicromía de azules y blancos. 

Entre ellas toda una baraja de cumbres conocidas y algunas no identificadas, como el Circ de la Safor que teníamos enfrente y nos empeñábamos en confundir tozudamente. Unos senderistas nos preguntan si hemos subido con las bicis por la carretera y ante nuestra afirmación de  ¿por dónde íbamos a subir si no?  Un  ¡hostia puta!,  define perfectamente la machada que acabamos de marcarnos. Las fotos de rigor, las conmemorativas, las de payasadas, las diferentes… hasta que las pilas dicen basta y toca poner pies en polvorosa para iniciar la bajada.
Todos estamos avisados de los riesgos de este descenso tan formidable como descomunal. Bajamos para comprobar que esa zona de escarcha no está del todo desaparecida, aunque ante el conocimiento de ella íbamos sobre aviso. Llegamos al descansillo para reagruparnos y hacer una última observación del paisaje. Carlos también se ha dado cuenta que hay que retener la bici antes que sea demasiado tarde para frenarla. Y así nos dejamos caer para dibujar cada uno nuestra trazada con el viento chocando en nuestra cara y nuestro cuerpo, haciendo de freno cuando lo necesitamos o esquivándolo en posición aerodinámica para ganar algo de velocidad cuando lo consideramos. Pasamos la curva de la sonrisa de goma, esta vez sin incidentes,  y ganamos velocidad en las curvas abiertas de la primera parte de la subida, que ahora son la última parte de la bajada.  Llegamos al descansillo de la urbanización con un ¿ya estamos aquí? resonando en nuestras cabezas como si estuviéramos conectados y pudiéramos hablarnos telepáticamente. Bajamos hacia la carretera por la urbanización adelantando a un coche que no pone el ritmo que necesitamos para no tener que detener nuestro prodigioso avance. Nos reagrupamos todos otra vez antes de salir a la carretera. Las caras de felicidad lo dicen todo. Las sonrisas grabadas en la fina piel de invierno de nuestras caras son inamovibles. Un poco de impulso y llegamos a Barx que lo atravesamos de bajada en un periquete, luego un tramo de pedaleo ligero hasta las eses de la carretera y el bonito descenso que aún nos queda por delante. El sol tampoco ha tocado muchos tramos de esta carretera que siguen mojados y nos dictan un punto de precaución en las curvas con las inclinadas. La velocidad levanta gotitas de agua y barro que se incrustan en nuestra cara y en los cristales de las gafas creando un caleidoscopio de múltiples caminos equivocados y solo uno correcto. Apuramos el vértice en las curvas diestras y abrimos a la salida para acelerar cuanto antes, y ensanchamos las curvas a izquierdas ante el ímpetu de los coches que suben comiéndose parte de nuestro carril, lo que nos cuesta un susto que no queremos volver a repetir. 

La última curva da paso a una recta que nos enfila a la entrada de Simat donde volvemos a reagruparnos para llegar a la puerta del monasterio y así cumplir con el trazado original.  Siendo honestos diremos que la única variación con el trazado original es que esta vez no llegamos hasta la ermita de Santa Ana o de la Xara,  que la vemos desde el camino a 300 metros de nuestra posición. Seguimos adelante para culminar los últimos kilómetros de una rodada corta pero intensa, más intensa aún si tenemos en cuenta que todo el esfuerzo se hace en la primera mitad; la segunda, de puro descenso, es prácticamente gratis. Volvemos a pasar junto al molino del Pla que parece sustentarse sobre el cauce  de agua que lo alimentaba y  llegamos al coche sin novedad, dando por terminada una jornada de muesca en el sillín. Mientras Carlos hace la marca,  nosotros no nos resistimos a darnos, otra vez, ese gustazo.

El blog ha pasado a convertirse en el chivato mudo que todo lo cuenta, en la amenaza permanente cuando alguno mete la pata, de “al blog vas a ir “. En esta ocasión el título de la ruta tiene su explicación: Salva había llamado a un compañero de trabajo desde la mítica cumbre para decirle que estamos arriba, todo esto a colación de una conversación en el trabajo sobre el tema. Ya de camino a casa en el coche hace una llamada a su mujer  y por error marca rellamada al último número marcado, o sea,  su compañero. Al tener línea,  ni corto ni perezoso contesta con un “hola Amor” que le sale del alma. Hasta ahí todo normal, lo raro son las explicaciones que oímos segundos después sobre que no era a él a quien iba dirigido lo de “Amor”. Claro, la carcajada no se hace esperar y estalla en el coche como un petardo en fallas, y por supuesto aquí está la anécdota a menos que el susodicho quiera quitarlo de la crónica a condición de que pase por el filtro de tomas falsas del resumen de fin de año.

miércoles, 17 de julio de 2013

Nocturna verano de 2013


Nocturna verano de 2013

La noche sugiere, no enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón. 

Brassai

Se suele decir  que no hay dos sin tres, pero en nuestro caso deberíamos decir que no hay cinco sin seis, que con esta,  vienen a ser las nocturnas que ya se acumulan en el  “bikehistorial” de  Roda i Pedal.
Alguno se preguntará que tiene una nocturna de especial, y la respuesta es tan sencilla como obvia, la noche.  
La sensación de que el crepúsculo vespertino marque el final de la ruta de ida,  y ver como poco a poco y tras ocultarse el sol, aceleramos sin pensarlo nuestra marcha para tratar de llegar a al punto de destino elegido sin que las sombras nos devoren, es algo que no ocurre en las rutas habituales, y sobre todo, esa  sensación de soledad y silencio a media que la luz va lentamente desapareciendo, aderezada con los olores que desprende la montaña conforme el reloj avanza, es algo ciertamente único y tan especial, que quien no lo haya sentido alguna vez de este modo, nunca podrá saber de que estamos realmente hablando.

Estas sensaciones tan particulares son las que año tras año nos hacen planear, llegado el verano y como ya es costumbre, este tipo de ruta tan especial para nosotros.  Este año no nos acompañará Carlos,  hoy toca “que si….. estoy de viaje por Europa….”, bueno, otra vez será.

Rodamos con otro ánimo, sin el calor sofocante de la mañana y con ciertos bártulos que no son habituales tanto en nuestras bicis como en nuestras mochilas, utensilios que utilizaremos sobre todo al regreso y sin los cuales,  la vuelta se convertiría en un verdadero calvario al tener que rodar en completa oscuridad.

Tras los casi treinta kilómetros de ida, viene el primero de los premios,  la cena, que tras el primer esfuerzo que ha supuesto el llegar hasta aquí,  transcurre plácida mientras van apareciendo las primeras estrellas en el cielo,  ya cercano el crepúsculo civil, y amenizada como es habitual, por  la charla informal y las bromas que van surgiendo al ir compartiendo las sensaciones que cada uno puede apreciar. Este año echamos a faltar a “los Albertos..”, tal vez al no estar Carlos no han querido venir, en fin.. .

 El silencio del lugar,  solo roto por los grillos nocturnos  (y algún que otro maldito perro que a lo lejos ladra sin ton ni son), es algo único, casi diría que mágico, pues  en definitiva esa sensación de calma infinita a la luz de las estrellas y en ocasiones como en la noche de hoy, de nuestra fiel acompañante Luna, que como un faro cósmico nos alumbra llegando incluso a proyectar tenues  sombras, es ciertamente parte de lo que andamos buscando, y no tarda en hacer acto de presencia.

Tras la cena, un poco de reposo, un brindis por la próxima y como no, la foto para el recuerdo. 
Ahora solo queda volver, esta vez con las luces encendidas y a velocidad moderada de acuerdo con las condiciones de visibilidad que nos vamos encontrando a nuestro paso, y  prestando mayor atención si cabe al recorrido,  trazado que aunque lo podríamos rodar a ciegas, es al igual que las sensaciones, totalmente diferente y por lo tanto, no deberemos bajar la guardia.

Así pues y en honor al brindis realizado, ¡va por la séptima!  y hasta la próxima nocturna.

miércoles, 12 de junio de 2013

Puebla de San Miguel - Amanaderos -Pico Calderón  

"Las montañas nos han obsequiado con su belleza, y nosotros las hemos amado con la ingenuidad propia de un niño y reverenciado con la veneración que un monje siente por lo divino".

Maurize Herzog

Tras casi seis meses de por un motivo u otro, “abandono” y/o “impsibilidad”, volvemos a retomar nuestra bitácora para relatar lo acontecido en otro inolvidable “Finde Biker” que nos ha llevado, esta vez, al Rincón de Ademúz, para todo el fin de semana. La ruta biker comenzaba realmente en La Puebla de San Miguel, donde con la inestimable ayuda del grandote y el remolque que transporta las burricas, se establecía el inicio y final de ruta desde donde abordar la conquista de la mayor cota de la Comunidad Valenciana y techo, hasta el momento, de Roda i Pedal.


Aunque todo estaba planeado desde hacía meses, la ruta esperaba paciente en el congelador desde hacía años y cuando la descongelamos para el último análisis, decidimos que el track del siempre fiable Pitarque se nos quedaba corto, y la otra ruta que teníamos de la misma zona, tenía una bajada salvaje por trialeras y tramos excesivamente complicados y no ciclables, vamos, algo nada reconfortante para lo que entendemos nosotros por disfrutar de la bicicleta. Así que con un poco de imaginación combinamos lo que entendíamos mejor de ambas rutas para obtener este rutón que quedará para siempre en la imaginería biográfica de Roda i Pedal.


VIERNES

Día de partida en el que como de costumbre, quedamos en la base para salir hacia Ademúz a las 19.30h., un poco tarde para nuestro gusto, pero el insolente y siempre omnipresente “Murphy” tenía que hacer una de las suyas ahora que por fin nos acompañaba la climatología; un examen hacía que Luis sufriera un retraso esta tarde cuando ya teníamos reservado el hotel. Así que a su llegada a la base no hay más que enganchar el remolque, con las bicis ya preparadas al grandote y salir pitando tras los breves saludos y despedidas de Carlos que también le queda un examen pendiente y no puede venir, lo primero es lo primero.

La A3 hasta Utiel y de allí la N330 hacia Teruel sería el itinerario elegido. El camino nos regalaría bonitas imágenes de trigales zarandeados por el fuerte e insistente viento que nos pone una cierta inquietud en el cuerpo. También las amapolas (que al final se convertirán en una pieza importante de la ruta) nos acompañan y nos deleitan con su llamativa presencia.

 

Llegamos a Ademúz. Aparcamos en la plaza del ayuntamiento y a pocos metros de ésta encontramos la Casa Rural Garrido, lugar donde pernoctaremos durante estos días.
Juanvi (el dueño de la casa) nos recibe con simpatía y cordialidad para acomodarnos raudo en nuestras habitaciones, de las que tras la descarga del equipaje bajamos rápidamente a hacernos un “fresquito” con la excusa de cenar. El aroma a exquisitas viandas inunda el comedor y las dos bandejas de pollo con champiñones y cebolla caen como por ensalmo. Los fresquitos ya han cogido velocidad de crucero y no aflojarán en todo el fin de semana. Tras la cena salimos a dar una vuelta por el pueblo para hacerle sitio a los cacharritos, complemento indispensable y de obligado cumplimiento en todo Finde Biker antes de irnos al sobre. En la tertulia acordamos los últimos detalles y nos vamos a dormir con la ilusión de la cercana ruta y con la esperanza de que el viento sea benévolo en la jornada de mañana.



SÁBADO: La ruta

A las 08.00h. desayunando. Luego volver a cargar el remolque y salir en dirección a La Puebla. Un desliz nos hace equivocarnos de carretera, lo que nos llevará a comenzar la ruta pasadas las 10 de la mañana desde la fuente situada a la entrada del pueblo.

Tras los estiramientos de rigor, un ligero descenso nos lleva a cruzar el barranco del Saladillo. Justo enfrente tenemos la ermita de San Roque y junto a ella, abandonamos la carretera por la que hemos venido y tomamos el camino que vemos de frente, y comienza la subida. Sin tiempo para calentar suficientemente la musculatura, la subida se adueña del plano y nos dice, de malas maneras, que ella se encargará del calentamiento casi todo el resto del día. De entrada no está nada mal pues la fresca mañana, unida a las fuertes rachas de viento, las nubes y la altitud a la que estamos, se combinan para hacer una mañana desapacible en la que apetece más acurrucarse en la cama que estar aquí mirando hacia arriba y pensando, ¡quien me mandará a mí meterme en estos fregados! , pero ya es tarde para “reflexiones”, solo los valientes obtendremos nuestro trofeo.
Seguimos con el calentamiento pensando en los más de 6 kilos de peso extra que llevamos a la espalda como si fuéramos camellos. En la primera curva de herradura encontramos un depósito contra incendios, ya aquí hemos disgregado el grupo, Luis se ha tomado en serio lo del calentamiento y pone un ritmito acorde a sus pretensiones de no castigar demasiado las rodillas, Salva se ha parado en el primer campo tras la ermita a fotografiar las olas de verdes trigos con las bermellonas flores que lo manchan aquí y allá, el espectáculo está servido. Yo, que he inmortalizado el campo sobre la marcha, espero en la parte alta de la curva para no dejar solo a nuestro reportero gráfico y juntos hacer un pequeño sprint que nos reagrupe. Pero es solo una utopía, en la siguiente curva a la derecha vemos un solitario peirón que nos hace mirar alrededor en busca del calvario. No lo hay, es un monolito dedicado a La Santica. Seguimos avanzando, siempre cuesta arriba por un camino en excepcionales condiciones para rodar por él, es una bikerpista o autopista forestal, ya tenemos Luis y yo la primera controversia del día, que si rojo sangre o rojo amapola. No tardaremos en tener otra con respecto al siguiente hito que encontramos en el camino; ¿un navajo o un lavajo ?, ambas formas son admisibles para designar las charcas que se forman por acción de la lluvia, así que nuestro reportero se ocupa de inmortalizar tan bella estampa, pero seguro que aún habrá más controversias a lo largo del finde.


Antes disfrutamos, en plena subida, de las soberbias vistas que se abren a nuestra izquierda hacia el valle del Turia, para luego remontar por la otra ladera en busca de montañas y altitudes desconocidas para nosotros. Nos adelanta un coche de los servicios forestales y comprobamos la poca, por no decir ninguna…, sensibilidad de los conductores para con los ciclistas, la velocidad a la que nos pasa nos hace morder el polvo que levanta con sus enormes ruedas, amén de que pueda salir disparada una piedrecita y causarnos un moratón, aunque afortunadamente no es el caso. Lo vemos girar a la derecha hacia el alto del Gavilán y el Calderón, nosotros llegamos rápidamente a ese camino, que es el que descartamos por querer ampliar la ruta y llegar primero a uno de los platos fuertes de la ruta: Los Amanaderos. Unos metros después de pasar este camino llegamos al navajo; tras él el Mas del Balsón ya es solo un viejo corral que se desmorona fundiendo su desvencijado esqueleto con el entorno agreste y difícil que lo rodea. Allí sale un camino a la izquierda, el carril de Camarena, que descartamos para seguir por nuestra pista dirección a Riodeva y Amanaderos. Seguimos subiendo hacia el noreste, el camino ceñido a la montaña no nos permite ver su cumbre, pero es allí donde vamos a fin de cuentas, aunque dando un rodeo.


Las apariciones del sol entre las nubes son un agradable y reconfortante abrazo de calor y color a este día que, poco a poco, va despejándose pero que no acaba de abrirse. Llegamos a la fuente de la Cuadraleja, el agua baja desde la montaña y pocas cosas aquí creemos que puedan contaminar esta agua, pero vamos servidos con el peso de casi tres litros de agua en la joroba. Este es el punto en el que nos adentramos en la provincia de Teruel. Estamos a escasos metros de culminar la primera subida del día y decidimos parar a ponernos los chubasqueros. Con la intensa sudada que llevamos y el frio viento que nos empuja, no queremos arriesgarnos a coger un “pel de mamella”, así que mejor nos resguardamos tras la fina piel plastificada del chubasquero para mantener el calor corporal.

Llegamos a una bifurcación, a la derecha un camino que sigue ciñendo el contorno de la montaña y se adentra hacia la fuente de la Miel, haciendo la mitad del camino que haremos nosotros hasta allí.
Descartamos este camino y comenzamos la bajada, hacia la izquierda, en busca de Amanaderos. Qué bien sienta una bajada después de tantos kilómetros de subida. Adoptamos raudos la posición aerodinámica y soltamos hierros y suspensiones para curvear con el camino, dejándonos llevar por la pronunciada pendiente, azotados tanto por el viento como por la enorme sensación de satisfacción que encontramos en una bajada rápida y serpenteantes como esta. Una cerrada curva a la izquierda nos pone sobre un firme algo más complicado con buenos pedruscos sobresaliendo de la piel del camino. No es un tramo peligroso ni mucho menos, solo muy bacheado. En todo caso durará poco, pues unos metros más abajo llegamos al desvío de Riodeva y Amanaderos, izquierda y derecha respectivamente. Hacemos el giro de 180º a la derecha y recorremos este tramo casi aéreo sobre el barranco del río Deva contemplando las impresionantes y algo extravagantes formas que adopta la roca de las montañas. El artista del rodeno se ha llegado por estos lares al igual que por nuestra querida Serra Calderona. Enseguida llegamos a los carteles que anuncian la zona de Los Amanaderos. Unos paneles interpretativos nos explican las maravillas que allí vamos a ver y explica el recorrido de unos 6 kilómetros de longitud que baja hasta Riodeva y por el cual se puede disfrutar de los 13 saltos de agua que forman esta maravilla natural.

Evidentemente nosotros no vamos a hacer ese recorrido por no ser ni remotamente ciclable, tan solo nos acercaremos a la primera cascada pues aún nos queda mucho pescado por vender y, con lo visto en la primera catarata, si seguimos no pararemos; así que mejor dejarlo para mañana con la visita que haremos con las chicas para disfrutar todos juntos de este magnífico rincón.

Hacemos algunas fotos y disfrutamos de este entorno privilegiado al que nos acercamos a lomos de nuestras bicicletas; sin ellas nos sería imposible acceder a esta inmensa colección de maravillas que venimos atesorando desde hace años.
Sobre el prado y con un hueco entre las nubes por donde se cuela el sol, decidimos parar a almorzar con el rumor de fondo del agua que se precipita.

Contemplamos la inacabada batalla entre el viento y la vegetación; árboles retorcidos muestran su fuerza y adaptabilidad contra un enemigo invisible pero tenaz que día tras día barre estas cumbres. Tras el ágape, hoy sin café, seguimos camino para afrontar la parte más dura de la ruta, la subida al techo de la Comunidad Valenciana. Este tramo de camino hasta la fuente Matahombres era la parte en que no seguíamos el track de Pitarque, así que estábamos algo inquietos por las sorpresas que pudiéramos encontrar en este camino. Pero nuestros temores se evaporaron rápidamente a la vista del perfecto sendero que nos encontramos y que comparte espacio, durante un trecho, con el GR-8. El firme, en perfecto estado, vadea una y otra vez el pequeño río que acompaña. A un lado y otro la montaña es un inmenso bosque de pinos y carrascas, de tomillos en flor que mecidos por el viento combinan su aroma con los pinos y saturan de fragancias exquisitas el aire que respiramos. La pendiente no afloja pero es llevadera, así que no nos castiga las piernas que siguen guardando unos gramos de energía para cuando sea realmente necesario. Poco a poco, por este paraje de ensueño, vamos llegando a la fuente Matahombres. Salimos del cañón del río Deva para llegar a una amplia planicie. El cruce de caminos nos indica a la izquierda a Camarena de la Sierra, a la derecha hacia La Puebla de San Miguel pasando por fuente la Miel y el Collado Buey.

Tomamos esta indicación para parar junto a la fuente y hacer otra foto de grupo de esas que marcan hitos importantes.

Este paraje es una amplia área de recreo con mesas, fuentes, refugio y hasta una piscina tomada al asalto por una colonia de musgos que verdean el fondo de la piscina. Hacemos una breve visita a este precioso entorno que da nombre a la mítica prueba BTT Matahombres y seguimos camino, siempre en continuado ascenso pero sin rampas importantes. Esto empieza a escamarnos, pues cada vez nos queda menos distancia hasta la cima y no creemos mucho en aquello de las subidas sostenidas, así que esperamos que de un momento a otro nos den un hachazo, ¡zas, en toda la boca! y nos dejen tiesos. Más aún después de que el camino trace una amplia curva a la izquierda para salvar la cabecera del barranco de la Colgada, con unas vistas son impresionantes hacia lo profundo del bosque. Luego pasamos por una fuente que confundimos con fuente la Miel, digo confundimos pues esta se sitúa menos de un kilómetro después y está perfectamente señalizada, y seguimos subiendo a tren.

Otro cruce de caminos: por la derecha viene aquel camino que descartamos antes de iniciar el descenso hacia Amanaderos. Giramos a la izquierda siempre metidos bajo una impresionante arboleda que nos protege del viento y del sol que poco a poco va desperezándose. Encontramos en este tramo algunas rampas más duras pero solo son eso, rampas sueltas, el grueso de la subida es tendido. Y así, como quien no quiere la cosa llegamos al Collado del Buey. Salimos a plomo de la arboleda y a nuestro alrededor se esparcen las sabinas rastreras tan características de esta zona. Visto en el mapa resulta curioso que nada más cruzar la frontera de Teruel a Valencia se acaben los árboles, o quizá no es tan curioso y solo es pura y cruel estadística, aquí, desgraciadamente, ya lo hemos quemado todo o casi todo, y eso es lo que nos muestra el paisaje. Giramos a la derecha buscando las cumbres, pero el paisaje nos obliga a parar para contemplar la espectacular sensación de vacío y soledad que transmite este soberbio paisaje.
El camino cruza otra vez la frontera, otra vez la increíble pinada es nuestro cielo. Tras una breve subida, una bajada de órdago, corta, pero intensa y pronunciada, nos dice que hay que subirla dos veces, la primera al otro lado de este vado, la segunda ya a la vuelta para bajar al Collado Buey. Curveamos con el camino con los pinos muy cerca, lo que nos da mayor sensación de velocidad. Dejamos atrás el desvío a la izquierda hacia el Calderón y seguimos en busca del alto del Gavilán que es nuestro segundo destino de hoy.

Otro desvío a la izquierda y el Pino Vicente, que también queda para luego. Y el tercer camino a la izquierda es el track que subía desde La Puebla de San Miguel y nos pareció corto. A la derecha está nuestra primera cumbre con su caseta de vigilancia forestal junto a un curioso helipuerto. Las tremendas panorámicas, a pesar de la bruma en la distancia, nos permiten contemplar los aerogeneradores de la Muela de Santa Catalina, allá en Aras, y un poco más a su izquierda el pico del Buitre con su observatorio astrofísico. El pico Javalambre queda totalmente oculto por el Calderón. Unas fotos al zurrón y “desciclamos” el camino para dirigirnos al Pino Vicente o de las Tres Garras. El susodicho espécimen es impresionante. Este árbol centenario debe su nombre a D. Vicente Tortajada, un forestal que en los años 60 consiguió evitar que se talara este pino para leña y como homenaje, desde entonces el pino de las Tres Garras también se conoce como el pino Vicente.
Retrocedemos hasta el camino principal y volvemos sobre nuestros pasos hasta la señal del Calderón, ahora a la derecha. El camino se va perdiendo poco a poco al salir de la pinada, luego atravesamos un pequeño prado con hierba y algunas florecillas donde las sabinas rastreras nos acosan y nos rodean hasta llegar a un punto donde la piedra meteorizada y rota por doquier nos obliga a bajar de las bicis . Trescientos metros andando con dificultad entre el “rocaje vivo” nos separan de la cumbre, donde en unos minutos llegamos arriba para intentar abarcar todo el panorama que se nos ofrece. Llenamos a tope las retinas y un continuo ¡ clic, clic, clic ! resuena en las profundidades de nuestra mente con cada fotograma que, ávidamente, le pedimos prestado al paisaje

Junto al vértice geodésico una señal nos indica que estamos en el Alto de las Barracas, nombre oficial de esta cumbre, aunque es más conocido como cerro Calderón, a 1.839m. snm. Las consabidas fotos de grupo junto al monolito de hormigón, el admirar el paisaje, buscar nuestro trofeo en forma de piedra verticial como conmemoración del triunfo… y al final se nos olvida juntar las manos y dejar nuestro grito de guerra resonando en la mayor altura jamás conquistada por el grupo. Esto nos obligará a volver, pero hoy no.. .

La cuestión es que estamos metidos de lleno en un paisaje tan bello como extraño y solitario, que en ocasiones resulta incluso un tanto inquietante por la peculiaridad y la rareza que representa para nosotros, que lo veíamos desde arriba. Ahora formamos parte de él.

 Aquí arriba se nos plantea otra disyuntiva: bajar a comer a las Blancas como teníamos previsto o hacerlo en el Collado Buey una vez remontemos la brutal cuesta que se interpone entre nosotros y la bajada. La hora, el cansancio y el hambre canína que crece por minutos aconsejan no demorar más de lo estrictamente necesario la ansiada parada de la comida. Así que sintiéndolo por las Blancas, que nos esperaban a comer, la parada se hará junto al refugio del Collado. Deshacemos el tramo andado entre las piedras, el prado, la pinada y la bajada que nos lleva a la subida, para toparnos de bruces con la brutal rampa que se esconde aquí arriba, donde parece que no hay sitio para ello. Miramos a un lado y otro para ver si está por aquí “Monsieur Mazó” del que hace tanto tiempo que no sabemos nada. No es una subida larga pero la dureza de la rampa nos está exprimiendo más allá de aquellos gramos de energía que hace tanto rato habíamos guardado. Ya no queda nada de eso y tenemos que tirar de orgullo para superar los últimos metros que nos separan del bocata y la cerveza.
Superada la angustiosa subida nos acomodamos bajo un pino, entre sol y sombra frente al refugio cerrado. Así tanto da que haya refugio como no. El bocata nos sabe a gloria y no solo porque esté bueno, a estas alturas lloraríamos por unos pastelitos de la pantera rosa… pura energía para los vacíos depósitos musculares. Con la panza llena, nos aberronchamos “entre flores raras”, esta vez sin danzar, pero sí deslizándonos entre los brazos de Morfeo con un leve pero reparador sueñecito de montaña a ras del suelo, sin sufrir el rigor del viento y con el cálido abrazo del Lorenzo pre veraniego calentándonos la cara.


Nos relamemos ante los casi 18 kilómetros “to pabajo” que tenemos por delante, pero por el camino nos encontraremos con dos repechos que nos harán pensar que esta subida no se acaba nunca, y claro, un servidor será el blanco de todas las miradas y alguna blasfemia soslayada por lo bajini, como si yo hubiera hecho el camino… , que cab......es,  en fin.... .

Seguimos bajando pero encontrando repechos que parecen querer retenernos y seguimos siempre la pista principal descartando un par de caminos que se adentran en la montaña, dejamos atrás un corral a nuestra derecha y afrontamos un tramo de bajada (ya era hora..) bastante pronunciado. Este desemboca en un cruce de caminos, enfrente un pequeño prado con un pino monumental en el centro; no paramos a escuadriñarlo ya que tiene una visita de grupo con vehículos y nosotros queremos seguir disfrutando un poco más de la bajada, así que tomamos el camino a la izquierda y ya no dejamos la pendiente, por lo que habrá que estar atento al GPS para no pasarse el camino a la derecha que nos llevará a las Blancas, nuestro último punto de destino de la ruta de hoy.
Junto a un depósito contra incendios y un panel interpretativo dejamos las bicis para llegar, unos metros más allá, hasta las impresionantes sabinas casi milenarias que nos contemplan, o quizá no, cansadas de ver tanta tontería en sus largas vidas. Por nuestra parte nosotros sí las contemplamos, con avidez y reverencia.
Nos acercamos despacio, con respeto, casi con mimo y cariño, con las manos abiertas para abrazar esas cortezas gruesas y ásperas arrugas que guardan el saber de un tiempo pasado que, en ciertos aspectos, fue mejor. Las abrazamos y hasta nos metemos, literalmente, dentro de una ellas, intentando conectar en perfecta comunión con su naturaleza en estado puro.

Pasado un buen rato, nos inmortalizamos junto a la mayor de ellas que deja patente nuestra insignificante pequeñez tanto en edad como en tamaño, y acto seguido abandonamos tan bello lugar con pena por tener que marcharnos, pero la hora manda y no podemos descuidarnos.
Ya en el camino, la bajada que nos queda por delante es pura adrenalina hasta la carretera. La pista forestal es ancha y segura , a pesar de tener algo de gravilla y la estela del compañero que nos precede queda suspendida en el aire a través del polvo que levantan sus ruedas, lo que parece ralentizar los 60Km/h del ala que nos sacamos de la manga. Las apuradas de frenada nos lanzan hacia delante debido a la potente deceleración que imprimen los frenos al morder el disco. No hay que pedalear para coger velocidad nuevamente y solo con soltar los frenos, las bicis se lanzan frenéticas buscando la cota más baja de la ruta. La altísima velocidad de la que disfrutamos a lomos de las bici sno son fáciles de olvidar ni de gestionar, con lo que la atención está a flor de piel. Solo nos hace guardar algo de distancia con quien nos precede el hecho de estar mordiendo el polvo que él levanta, así que dejamos algo de hueco para poder ver y, sobre todo, poder respirar.

En un suspiro estamos en la carretera que nos deja en la entrada del pueblo desde este lado. La ermita de la Purísima es la primera en bendecir nuestro triunfal regreso.
Unos metros más allá están el coche y el remolque que nos devolverán a Ademúz donde poder contar nuestra batallita de hoy a las chicas frente a un par de buenas cervezas fresquitas como mandan los cánones.

En el camino de regreso hacia el hotel ya vamos notando el cansancio acumulado en las piernas y haciendo un cálculo a bote pronto del IBP de la ruta, lo ciframos en un buen notable con sus 120 y unos 1500 de desnivel acumulado y unas 5000 calorías consumidas a lo largo de la ruta, seguro que no nos desviaremos mucho de esas cotas, pero el verdadero cansancio que tenemos no aparecerá en ningún índice: el viento, sobre todo en el primer tercio de la ruta, nos ha molido a palos, y aún hay que agradecer que al final no haya sido tan brutal y constante como las previsiones indicaban.
Llegamos al hotel para reunirnos con las chicas e ir desgranando, mientras nos hidratamos a conciencia, los pormenores de la ruta, contando como de costumbre, las batallitas y anécdotas que se dan en una ruta tan monumental como esta. Ellas también tienen sus cosas que contarnos, pero este es el Finde Biker y el blog de Roda i Pedal, así que, que nos perdonen por llenar más blanco con nuestras cosas, jeje.



DOMINGO


Ayer, después de la ruta y la ducha, se hizo difícil, después de probar la cama “solo un minuto”, levantarse para bajar a cenar. Si ya en el coche notábamos el cansancio aún en caliente, durante la cena y ya con la musculatura fría, el bajón y la fatiga nos golpearon como pocas veces habíamos notado. Y menos mal que no salió el sol y no fue una ruta de calor, ya que de haber sido así al menos uno de nosotros seguro que no hubiera vuelto; “el calores” se nos hubiera quedado por la montaña. Aún hubo tiempo, después de la deliciosa cena, de salir a dar un ligero paseíto para bajar la cena hasta la ermita de La Huerta, y volver a nuestro lugar de descanso entre charla y bromas por las estrechas callejuelas cuyo techo, tachonado de estrellas nos acompaña a su paso, toda una delicia, todo ello con el pensamiento de enfrentarnos a los cacharritos de rigor en ese magnífico rincón junto a la chimenea que Ana y Juanvi tienen en su maravillosa casa y que darán fin a tan agradable velada.

El domingo es el día que dedicamos a las actividades conjuntas. La de hoy no podía ser otra que Amanaderos. Vamos por Riodeva y seguimos la pista hacia arriba para enlazar con el camino de ayer. Nos sorprenden y abruman los campos de amapolas que hay a la vera del camino. Luego a la vuelta nos compraremos de ello…. .

Ya arriba, dejamos el coche en el pequeño parking y bajamos hacia el río fijándonos en las caras de las chicas cuando vean esta maravilla de la naturaleza. Su reacción es parecida a la nuestra de ayer, pero como aún no hemos dejado de sorprendernos ante el despliegue de grandiosa visualidad del paraje, nos damos cuenta, al menos yo, que lo que mayormente estoy juzgando es mi propia reacción, así que a disfrutar toca.
Las cámaras de fotos se nos salen de las manos locas ante el olor a naturaleza y paisaje que van a devorar por triplicado. No hay ángulo que uno u otro no hayamos cogido, es literalmente imposible esconderse de la mirada “objetiva” que tenemos en este momento. Los saltos de las Yeguas, las Ninfas o la Virgen Blanca se suceden en espacio de pocos metros de longitud, no así de desnivel, para crear un espacio de enorme y potente belleza. El adormecedor sonido del agua golpeando la roca y la poza en la que descansará instantes antes de volver a precipitarse al vacio para encontrar lo mismo de antes. Atesoramos este momento respirando el penetrante olor del agua dulce al ser liberado de su líquido envoltorio en cada caída. Fotos de agua, de plantas, de rocas, de grupo, solos, de pareja… cientos de fotos que luego serán incapaces de hacernos sentir lo que aquí estamos viviendo ahora, pero que nos recordarán cada instante de lo que ahora estamos viendo y les dirán a los demás, lo que un día, nosotros vimos.



Tras la visita, que prolongamos todo lo que podemos, volvemos al coche para bajar hacia Riodeva. Poco antes de llegar decidimos hacer una incursión, que no una excursión, al asalto, de un campo de “roselles”. Tres tíos, tres cámaras y 10 minutos por delante. No ha habido carreras y tortas porque el campo era grande que si no… , nos sumergimos en el rojo; en el verde en que se sumerge el rojo, para captar colores saturados de una luz y una armonía imposibles ante el caos y la compleja mezcla de colores, formas y texturas, que el campo ofrece. Es imposible describir tanta y tan frágil belleza. Acabada la vorágine fotográfica volvemos al coche con la sonrisa difícilmente disimulada, de la “tontá” que acabamos de protagonizar. “Enga, que ya viene el tonto las flores” “Eres más de pueblo que las amapolas”, y como estos unas cuantas decenas más de comentarios que llenan de risas el fresquito interior del coche.


De vuelta a Ademúz subimos al mirador del cementerio para contemplar una panorámica del pueblo y hacer algunas de las últimas fotos del viaje; las últimas las guardamos para las ermitas que visitaremos esta tarde, después de comer para hacer un poco de hueco antes de la vuelta a casa.

Ya de vuelta en el hotel donde hemos pernoctado y tenemos reservada la comida, nos hacemos “un fresquito” para ir abriendo el apetito. Si las dos cenas de estos días han sido buenas, lo de la comida de hoy no tiene nombre. El cocido que nos ha preparado Ana es una oda a la potente gastronomía de la zona. La apuesta era que si nos lo terminábamos todo nos salía gratis la comida. Ana jugaba con ventaja, pero doy fe de que en el intento estuvimos. El ansia no era por la ganar la apuesta, pues pagando el doble no se hace honor al disfrute, era por el placer de comer, de saborear la exquisita y mágica combinación que hace que sencillos ingredientes sueltos, puedan combinarse de tan magestuosa forma como para saturar los sentidos del paladar.



Solo podemos agradecer el modo en que nos han tratado en Casa Garrido y entonar al unísono un ¡¡ bravo !! por la cocinera. Recogemos los bartulos y tras la foto en la entrada como visitantes del lugar, nos despedimos citándonos para una nueva experiencia culinaria delante de un buen rabo de toro. Ya solo nos queda estirar un poco las piernas hasta la ermita y hacer la última foto del 6º Finde Biker, que una vez más ha sido todo un exitazo, volviendo a elevar el listón un año más.  Nuestro tope es el cielo.

Y con esta imagen de grupo "casi" al completo (falta el benjamín del grupo) en tan singular como hermoso paraje,  os emplazamos a todos para contaros la próxima aventura de Roda i  Pedal, por alguna otra de esas montañas de nuestra geografía.