viernes, 28 de noviembre de 2008

Nocturna 2008

"Si jo pogués dir que em passa aquí dins: pintar el perfil de l'aire que ocupa el meu esperit. Mes solament tinc paraules, solament tinc sentiments... La font continua cantant i jo et continuo buscant."
Escrit trobat al llibre de signatures de l'ermita de Sant Bartomeu de Fraguerau

Pues si, ya ha pasado algo más de un año de aquella insólita aventura que nos parecía de lo más extravagante que habíamos hecho en mucho tiempo, y no hablo solo de la bicicleta.
La profunda y placentera sensación que nos dejó aquella noche de septiembre nos marcó una pauta que queríamos revivir al menos una vez al año, así que ya había llegado el momento de rendir honores nuevamente a la reina de la noche.

Toda la semana con un fresquito casi invernal a últimas horas de la tarde y hoy sale un ponientazo de mitad de agosto que “pa que”, con un medio resfriado decido ir de largo y pasar todo el calor que pueda para sudar virus y bacterias para todo el año, claro, no han faltado las risas y el cachondeito del bueno al verme llegar así, pero mientras escribo esta crónica la mejoría es considerable, lo que me recuerda aquel refrán que comenzaba: “ ande yo caliente…”
Apuramos los preparativos, cargamos las burricas en el remolque y salimos para Riba Roja. El cielo amenaza y antes de llegar al punto de partida una ligera llovizna empapa el cristal del coche. Cuando aparcamos en el P.I. la persistencia de esta fina película acuática nos aconseja esperar unos minutos y comentamos que las previsiones eran de algo de lluvia a eso de las 20h. y la verdad es que lo han clavado. Estamos pensando mientras esperamos en qué decir si pasa la policía y ve a 4 tíos vestidos de ciclista por la noche en un polígono solitario, cualquier explicación no resultaría muy convincente a quien no esté familiarizado con este mundo raro de la bici de montaña; vamos, intenta explicarle a alguien que haces bicicleta por la noche y además por la montaña, ya nos contarás.

Después de unas risas para pasar el rato, escampa el amago de tormenta y cesa casi por completo la lluvia, por lo que nos ponemos rápidamente en marcha, no sin antes estrenar la flamante y nueva compañera de R&P en forma de cámara digital que hará sin duda, las delicias de nuestro reportero gráfico y así facilitarle su inestimable labor documental.
Salimos pues en dirección al centro del pueblo todavía con las últimas gotas cayendo sobre nosotros y aclamándonos al cielo para que no siga con esa tónica, la fina lluvia a terminado por llevarse el bochornoso calor que hacía y ha dejado una temperatura ambiental muy agradable a estas horas de la noche, aunque no es ni de largo el fresco de estos días atrás. Rápido paso por el pueblo para llegar a la rotonda que nos mete en el camino de Cheste, aquí un automovilista con prisas nos pita cuando estamos cruzando la rotonda, aparte de no respetar que una vez entra el primer ciclista todo el grupo tiene preferencia, y que no podemos acelerar con la rapidez que lo hace un coche, no tiene en cuenta que él estaba en otra incorporación y ni siquiera ha respetado el ceda el paso, mencionar que por supuesto, llevamos luces en las máquinas y reflectantes en casco, zapatillas y atuendo, o sea, que se nos ve a la legua.
Por fin ya estamos en territorio biker y aquí la noche es noche. Sin la ayuda de farolas que iluminen el camino, los pequeños focos de nuestras bicis, cual espadas rasgando la negrura, apenas alcanzan una decena de metros en la que defendernos de lo que nos espera más allá. Volvemos a sentir aquella sensación de que la pendiente desaparece y el firme se allana, nos volvemos a enfrentar solo a lo que alumbran nuestros faros, el resto no cuenta sencillamente por que no se ve y por lo tanto, no existe, al menos todavía.

Luis que el año pasado buscaba como el que más, la luz larga, este año se haya equipado con otro foco extra, ahora si que cuenta con la luz de cruce y con la larga, por lo que le dejamos que sea él quien abra camino. Con menos esfuerzo aún que el año pasado llegamos arriba. Las innumerables montañas subidas a lo largo de esta temporada han dado sus frutos, el largo entrenamiento nos ha servido de algo.
Paramos a deleitarnos de la oscuridad y el silencio que nos envuelve. Apagamos las luces y quedamos inmersos en… la claridad que reflejan las nubes de la infame y feroz luz de las ciudades. A ver, no es queramos que las ciudades estén a oscuras, es que pensamos que los recursos podrían estar mejor repartidos y mejor enfocados, otro tipo de tecnología que nos diera igual o mejor iluminación con ahorro incluso de energía y con un impacto medio ambiental mucho menos invasivo y brutal. Hay que tener el cuenta que las aves migratorias se ven gravemente confundidas con la luminosidad reflejada al espacio, y la observación astronómica, de la que somos aficionados, tampoco resulta nada favorecida, y por supuesto este inútil derroche de luz hacia arriba no ayuda en nada a los ciudadanos que queremos tener iluminadas nuestras calles. Bueno, pues como de la oscuridad, (al menos de mucha) no podemos disfrutar de momento lo haremos del silencio y la calma de la noche en el campo. Pues tampoco. Se oye un castillo de fuegos artificiales muy a lo lejos que aún así, perturba nuestro ansiado deseo de soledad, silencio y oscuridad que buscamos en rutas especiales como la de hoy, al menos el olor a tierra mojada aún perdura, menos mal.
En vista del éxito obtenido nos lanzamos hacia abajo con precaución, tiramos de freno para retener la impetuosa bajada que con tanto placer recuerdan nuestras bicis, aún exponiéndonos a que nos digan de todo, menos mal que no hablan; sabemos que su mejor sentido no es el de la vista, pero nosotros sin él estamos perdidos.
De repente un haz de luz nos adelanta y después un golpe seguido de varios rebotes. Conseguimos parar con el susto en el cuerpo pensando que alguien se ha caído, pues no, afortunadamente era algo y no alguien; el faro de Salva ha salido volando impulsado por la rueda delantera lo ha despedido por los aires cual bengala voladora. Un poco más adelante mi faro se apaga y me deja a oscuras, lo desmontamos y conseguimos ponerlo otra vez en marcha. Continuamos recordando las jugadas hasta el pie de la primera rodana. Este camino se pone todo lo para arriba que nos permiten ver las luces, aunque nuestras piernas y la respiración digan lo contrario. El frescor de la noche y la fina película de agua caída acentúan más los aromas del monte, es un autentico placer respirarlos para calmar el cansancio. A mitad de camino otra sorpresa, ¡ un coche ! nos adelanta, esto si que es para no creérselo. Si, ya se que lo nuestro es raro, pero es que ni a estas horas puede uno ir a hacer deporte al medio del monte y librarse de los coches. Arriba paramos junto al mirador para hacernos unas fotos y ver el panorama de la noche rota por millones de luces que invaden el horizonte. Sin estrellas, ocultas hoy tras las nubes, todas nuestras miradas se dirigen hacia abajo. La Calderona se recorta en su negrura ante la tímida luminosidad que surge tras ella.

Abordamos la bajada hacia el parque de Les Rodanes con precaución, la última vez que vinimos este tramo de camino estaba muy roto, hoy parece estar en mejores condiciones. Llegamos sin incidentes al camino de subida y vamos para arriba. A mitad de camino paramos para intentar saborear aquí un poco de naturaleza antes de llegar arriba y tener delante la urbanización de Horquera. En este lugar si que disfrutamos de la calma que buscábamos. La luminosidad de las ciudades no es tan fuerte en mitad de estas montañas y el valle en el que estamos ayuda a amortiguar los sonidos que nos llegan. Estamos más lejos de grandes núcleos urbanos y por fortuna el pueblo más cercano no es tan grande todavía. Bromeamos sobre el hecho de venir aquí una noche algo más desapacible en pleno invierno y solos, menos mal que no nos vemos las caras. Seguimos subiendo el tramo que nos resta hasta el poste de la luz, punto de parada y descanso cuando llegamos arriba. Miramos el camino que se adentra entre los árboles hacia nuestra “Reina” y nos preguntamos si hay.... c... digo narices para subirla, mejor otro día que hoy tengo hambre, es la excusa más repetida. Disfrutando de nuestro momento de paz nos lanzamos hacia abajo, hoy el camino está sembrado de ramitas de pino, parece ser que han hecho una limpieza de bosque y algo se ha quedado por el camino. Las luces que solo nos permiten ver algo más allá nos advierten del peligro casi sin tiempo de reaccionar, la pericia para esquivar los obstáculos y frenar a tiempo y porqué no decirlo, algo de suerte evitarán el percance. Hemos bajado bastante deprisa para ser de noche, y es que el conocimiento del camino nos da mucha seguridad, cuestión que no evita que aconsejemos que si alguien lo intenta, tenga más precaución de la que a priori y por sentido común se haya traído de casa.
Enlazamos rápido con la carretera asfaltada que llega al comienzo de la urbanización, en este punto si que apetece dar un buen golpe de gemelos y poner las máquinas rozando los 60 kilómetros por hora, la buena visibilidad y el perfecto firme nos hacen volar durante unos instantes hasta llegar al final de la recta.
Giro a la izquierda para coger el camino de la cantera y por ella, hasta el camino de Cheste que no abandonaremos hasta Riba Roja, será en este camino donde los aromas cobren su máxima expresión al mezclarse en poco espacio una autentica ensalada olfativa en donde el olor de la uva madura, a mosto dorado, escapando de las uvas más maduras espera paciente la cosecha y predomina por encima de todo incluso de los hinojos que nos han acompañado durante buena parte del camino.

Poco después otra parada para disfrutar de la noche que es lo que hemos venido a buscar; su paz, su silencio, su frescura, su oscuridad, sus aromas, su fascinante atracción y el mágico embrujo que ejerce sobre todos nosotros. Aunque a veces resulte temible, como comentábamos en medio del bosque. La tememos tanto que hemos inventado ciudades con luces tan potentes que semejan siempre la luz del día. Vemos en la distancia las luces de la antena de Cumbres de Calicanto, nuestra ruta del sábado pasado.
Seguimos adelante, pasamos el camino del campo de tiro y llegamos al tramo de bajada suave, ya casi al final otra vez sale volando el faro de Salva, menuda castaña se ha dado el animalico, como siga funcionando después de haberse desmontado en siete partes no me lo creo. Pues si, aunque parezca mentira las encontramos todas y tras montarlo de nuevo ¡funciona!, lo dicho, aún no me creo que no se haya roto alguna pieza o la bombilla; esto nos enseñará a asegurar mejor la próxima vez este tipo de elementos.
Abordamos la última subida casi sin enterarnos y nos lanzamos esta vez, por que no decirlo, sin miramientos cuesta abajo, el camino que conocemos sobradamente lo hemos recorrido hace apenas una hora y además de saberlo hemos podido comprobar en la subida que no había ningún peligro, así que nos lanzamos con ganas como si fuera a plena luz del día. Los pequeños baches a esta velocidad hacen que mi luz se vuelva a apagar, de todas maneras a la velocidad es tal que vamos, si hay algo en medio del camino cuando venga a verlo ya será tarde, siguiendo la estela de mis compañeros y aprovechando que conozco mucho mejor esta cuesta, me voy en su persecución y cuando puedo le doy unos golpecitos al faro a ver si consigo que vuelva a funcionar, lo hace de mutuo propio casi al final de la bajada. Ya solo nos resta cruzar el pueblo otra vez y llegar hasta el coche para felicitarnos por lo que ha sido otra noche excepcional.
Hubiéramos querido disfrutar mucho más de aquello que buscábamos pero sabemos que eso es cada día más difícil, aun así no nos ha defraudado en absoluto y hemos disfrutado como enanos de esta experiencia que es única, pues a diferencia de muchos bikers, nosotros podemos salir al monte por la noche. Solo nos queda regresar a la base y dar por cerrada la ruta con las anécdotas acaecidas entre risas y bromas durante la cena de sobaquillo que nos espera junto con las inseparables cervezas fresquitas que nos devuelven parte del líquido perdido.
Hasta el año que viene.