jueves, 4 de diciembre de 2008

Crónica Cullera

"Ensenyeu-me en tot el món qui coneix i estima les muntanyes millor que jo. O bé ensenyeu-me una cosa del món que sigui més bella que els núvols. Ells són el joc i la consolació dels ulls, benedicció i do de Déu, són també còlera i força assassina. Són delicats, tendres i pacífics com les ànimes dels nadons, són bells, rics i generosos com els àngels de la guarda, són obscurs, inevitables, inexorables com els missatgers de la mort."
Hermann Hesse. Peter Camenzind

Hoy hemos recorrido la cuasi isla de Cullera. Rodeada de agua por todos lados: el mar al Este, el río Xúquer al Oeste, la Bassa de Sant Llorençs al Norte y L´Estany al Sur, conforman un panorama isleño entre la Serra de Corbera y el Mediterráneo. Desplegando velas y dejándonos llevar por la fuerza del viento recorreremos estos parajes para deleitarnos con sus impresionantes panorámicas.
Magnífica rodada semi urbanita por asfalto la que nos hemos marcado hoy. La Serra de les Rabosses impone su altura sobre la ciudad de Cullera y sobre el mar, que enardecido por el viento se rizaba y ondulaba mostrando de lo que sería capaz.
Salimos de la base con un cielo encapotado que nos hace temernos un chaparrón, y más cuando nos dirigimos hacia el centro de la masa nubosa que crece cerca del mar.

Las ráfagas de viento cimbrean el coche como un muñeco, cuestión que se hará patente más tarde y ya en ruta, cuando en algún momento alguna racha estará cerca de tirarnos al suelo.
Transitamos como la semana pasada por la A-7, enfrente, la Serra de Corbera nos observa tan intensamente como nosotros a ella. Sus escarpadas cumbres y su accidentada orografía le confieren un aspecto amenazador y encantador a la vez. Sus cumbres nos llaman. Nos fascina su imponente figura alzándose en medio de este paisaje llano que es la ribera del Xúquer, ondulando entre campos de arroz y naranjos. Nos desviamos hacia Sueca y Cullera para llegar junto al parque acuático donde aparcamos el remolque y comenzaremos la ruta prevista.

Nos encontramos a escasos metros de la Ermita Dels Sants de Pedra, que a su vez es el museo del arroz y hacia allí nos dirigimos. Esta se halla en lo alto de una pequeña loma con vistas a los arrozales y la albufera. La pequeña loma encierra la trampa de unas rampas magnificas para su tamaño, no podíamos esperar que este alto nos exigiera tanto de entrada y más cuando todavía no hemos hecho nada más que empezar a estirar los músculos.
Sorteamos una cadena en el camino y tras poco más de 300 metros llegamos arriba entre jadeos de sorpresa por el peaje que acabamos de pagar. Muy buenas vistas las que disfrutamos entre las ráfagas de viento que sopla con fuerza y que parece que va a ser la tónica del día.
Es este elemento el que nos hace apresurarnos con las primeras fotos del día y nos obliga a darle de nuevo al pedal, por lo que volveremos hasta la carretera y giramos a la izquierda buscando el camí del primer Collao, lugar por el que nos dirigiremos hacia el faro de Cullera.
A mitad de este camino nos desviamos a la izquierda para bajar al pie de la Bassa de Sant Llorenç; esta pequeña laguna de agua dulce constituye un autentico paraíso para las aves acuáticas que, en un hábitat similar a la cercana Albufera, las vemos en gran número disfrutar, de estas aguas apacibles, al abrigo protector de la gran mole rocosa que es la Serra de les Rabosses.
Seguimos rodeando esta imponente muralla rocosa para llegar hasta el carril bici habilitado a orillas del canal que desagua la Bassa al mar. Un tranquilo paseo que a mitad de camino deja de estar flanqueado por la valla que nos protege del canal, por lo que hay que extremar la precaución a pesar de lo ancho de este carril. Así llegamos a una rotonda que a la derecha nos llevará hasta el faro. Subimos a la ancha acera de la izquierda para así poder disfrutar de la vista del mar y de paso no tener que estar pendientes de los coches. Vamos por arriba del acantilado que corona la playa del Dosel. Nos sorprende un grupo de…. surfistas esperando la cresta de la ola adecuada. Tan quietos estaban en el agua que a primera vista no hemos sido capaces de saber que eran.

Aunque no es muy habitual tomar el sol en esta época del año, no hemos podido resistirnos a hacerle compañía.

Proseguimos hacia el faro. Al llegar a él, el camino gira hacia la derecha internándose en la bahía de Cullera. Las vistas al frente son espectaculares.
El Montgó crece con un tamaño colosal desde el mar elevando su inconfundible contorno e invitándonos a alcanzarlo, tan cerca está. Hacia la derecha todo son montañas. Enlazándose unas con otras se dejan ver, por encima de todas, el Mondúver, y, por detrás las crestas del Circ de la Safor. Totalmente a nuestra derecha, la cima de la etapa de hoy, el observatorio meteorológico allá en lo alto.
Llegamos a la punta o illa del Pensaments, un pequeño promontorio rocoso que a fuerza de cemento se anexionó a tierra firme y que cierra la bahía por su lado norte. Los edificios que se elevan desde aquí dan la impresión de hundir sus cimientos en el mar para resurgir desde este hacia el cielo. Ya desde aquí iremos disfrutando del paseo marítimo en dirección sur con la imagen siempre presente del Montgó. Recorremos todo el paseo marítimo atesorando las imágenes que nos ofrece el entorno privilegiado de esta ciudad costera. Comentamos la magnifica ubicación de este paseo alejado de la carretera. Esto le da una calidad inigualable pues, en otras poblaciones, la cercanía de una carretera resta atractivo ya que se impone el ruido y el estrés que genera este tipo de vía en las cercanías. Llegamos al final del paseo, vemos no muy lejos al frente la desembocadura del Xúquer, las escolleras, balizadas con sus luces verdes y rojas indican la entrada al único puerto fluvial de la Comunitat pues, el Xúquer es navegable río arriba hasta el azud de la Marquesa. Nos dirigimos hacia el interior de la población, para buscar la subida hacia la estación meteorológica. La calle de acceso se eleva en la falda de la montaña, pero esta solo será un calentamiento de lo que nos espera. Un giro a la derecha y la rampa se pone dura de verdad. La facilidad de rodar por asfalto facilita la labor ya que no hay piedras, ni roderas, ni nada que nos distraiga del pedaleo… como echamos de menos nuestro territorio biker. Bueno, si que hay algo que nos distrae del lento pedaleo… las impresionantes vistas.
Los altísimos edificios que veíamos a orillas del mar van empequeñeciéndose a medida que ascendemos. La rampa, exigente, nos hace regular la marcha. Vemos el trazado sinuoso que asciende por la montaña y sabemos hasta donde tenemos que llegar. Si en algún momento flaqueas, la visión de lo que te espera será demoledora. Miramos alrededor en busca de “Monsieur Mazo”, no lo vemos, estará distraído contemplando el obnubilador panorama. Seguimos adelante deleitándonos en el casi irreal paisaje, tan espectacular que cuesta describirlo.
Por poner un pero: las brutales torres “aparca-personas” que salpican el litoral nos estorban para poder disfrutar al máximo de las vistas. Cullera no es una excepción a la bochornosa sobre explotación de la costa. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, no somos unos defensores de la construcción a granel de viviendas, pero si están hechas con gusto y respeto tira que te va, pero estos rascacielos a orillas del mar cortando toda visión del horizonte, con su lema “todo para mí” nos parece aberrante. Mismo trato merecen las construcciones en las montañas, que deberían ser patrimonio de todos. Seguimos a ritmo la ascensión, llegamos a la bifurcación y a la derecha seguimos hacia el observatorio, ya que el fuerte viento nos hace pensar que en el santuario del castillo estaremos más resguardados para almorzar. Notamos la fuerza del viento conforme vamos ascendiendo y dejando en ocasiones el abrigo de la montaña. Ya arriba vemos las ruinas de las edificaciones militares. Será a partir de aquí cuando el viento se imponga con total crudeza. Ráfagas que rondarán los 70-80km/h. estarán a punto de tirarnos de la bicicleta en más de una ocasión. Ya vemos la enorme bola del radar. Y con ella la empinada rampa que llega hasta allí. Otro pequeño Montdúver se alza ante nuestra mirada.
Abordamos la subida. Será una de estas ráfagas y no las rampas la que consiga que alguno de nosostros ponga pie a tierra. Me empuja con tal fuerza que está a punto de sacarme de la carretera, el cortado que hay allí no me gustaría verlo más de cerca, así que me bajo de la bici y subo casi toda la rampa a patita, viendo como mis compañeros que han tenido más suerte con el viento, me han pedido paso.
Ya arriba, nos agrupamos alrededor de la caseta del radar. Hoy pronosticaron viento y vaya si acertaron, jugando en casa no pueden fallar. Miramos extasiados a nuestro alrededor. Tenemos 360º de visión. Al norte podemos ver hasta el Desierto de las Palmas, enlazando con la Serra de Espadán y la Calderona, después Valencia y la Albufera, la dehesa del Saler y el inmenso arrozal hasta los pies de esta montaña.
Al sur el omnipresente Montgó, anclado eternamente a la pétrea meseta del cabo de Sant Antoni como una isla surgida del medio del mar, enlaza con la Serra de Mustalla, con la de Gallinera, con la de La Safor, con el Montdúver, que impone su altura dominando el horizonte, y más a nuestra derecha con la Serra de Corbera, tan cercana que casi la podemos tocar.
El mar se transforma, bajo los rayos solares en un espejo de plata liquida.
Foto rápida de grupo frente al vértice geodésico, con claros recuerdos “Carocheros” que nos obligan a partir más rápidamente de lo que hubiéramos deseado dada la magnitud del espectáculo paisajístico. Bajamos hasta los restos de las edificaciones defensivas y contemplamos el ruinoso estado de abandono en que se encuentran. En días como hoy, con este viento tan fuerte no sería de extrañar algún accidente por derribo de una de las paredes, los responsables de esto deberían hacer algo al respecto.

Las vistas similares a las de antes, aunque aquí tenemos visión directa del serpenteante discurrir del Xúquer por la ribera. Los campos sembrados de arroz en crecimiento, se tiñen dorados bajo la luz de un Sol que se muestra tímido en salir. En medio de este inmenso arrozal dorado, los campos de naranjos aparecen como archipiélagos verdes que contrastan el paisaje.
Más allá de la desembocadura vemos L´Estany. La laguna es muy aprovechada por los pescadores debido a la calidad de sus aguas. Intentamos divisar la torre vigía del Marenyet. No lo conseguimos, pues hay tanto a donde mirar que al poco te olvidas de lo que estabas buscando.

Disfrutamos de estas instantáneas antes de emprender la trepidante bajada que nos llevará al desvío que dejamos antes en la subida, y que nos llevará hasta el santuario del castillo, lugar en el que tenemos previsto reponer fuerzas al abrigo del que sopla.
Ponemos vídeo en marcha y nos lanzamos vertiginosamente hacia abajo. El asfalto nos da una buena sensación de seguridad por lo que aunque con precacución, bajamos a gran velocidad, lastima de las curvas estén tan juntas que nos obligan a frenar con más frecuencia de la deseada.
Llegamos al desvío y a la derecha otra vez hacia arriba, hacia el santuario. La rampa, más suave esta vez nos hace llegar a buen ritmo.

Las vistas desde aquí son más limitadas pues, estamos orientados hacia el mar y las montañas del sur. El resto nos queda tapado por la montaña. Solo desde la puerta del santuario tendremos visión, aunque algo limitada, de la ribera del río y la Serra Corbera.
Esto no será impedimento para hacer mil y una fotos, la nikoleta llama, y nuestro reportero aun con el bocata en la mano corre a ver que le pasa, no es nada grave, con apretar el botoncito se le pasará. Desde aquí arriba vemos los restos de la zona amurallada que rodeaba el castillo. Todavía queda en pie y en bastante buen estado de conservación algunas torres de origen árabe.
Miramos la hora para ver si tenemos tiempo de llegar hasta L´Estany. No tenemos esa suerte, la hora se nos hecha encima y toca volver. Otra ruta cercenada porque nos quedamos sin tiempo para completarla. Esto nos dará la excusa para volver otro día.
Nos ponemos otra vez en marcha para dirigirnos hacia el río, callejearemos hasta llegar a la carretera que va hacia el parque acuático. En este camino de vuelta la montaña nos muestra su característica más singular; el nombre de CULLERA en letras blancas sobre la ladera rocosa se deja ver desde muchos kilómetros de distancia. Ya a pie de remolque, la felicitación del grupo no se hace esperar, mientras manifestamos las ganas de regresar a completar la ruta, casi sin tiempo de haber terminado esta.