sábado, 18 de octubre de 2014

Serranía de Cuenca (Villalba de la Sierra-Las Majadas-La Raya-Los Callejones)


Un año más acudimos puntuales a nuestra cita con el finde biker, ese pequeño espacio de tiempo que a lo largo del año compartimos con nuestras parejas y amigos, todos juntos en algún entrañable y desde este momento inolvidable rincón de la geografía valenciana y, en las últimas salidas, en provincias cercanas.

Venía este año el evento con más carga emocional que en otras ocasiones para quien escribe, y también para el resto del grupo por ser partícipes de dichas cargas, aunque por supuesto no se le hace ascos a este importante evento anual, si es cierto que lo afrontaba con una cierta pasividad y falta de la euforia de otros años. Pero vamos a lo que interesa que si no esto se enfría.
El añorado grandote y por primera vez en un finde biker ya no estaba con nosotros, por lo que  la logística del viaje nos ha obligado a alquilar un vehículo “ ad-hoc” que ha sido una de las principales distracciones, convirtiéndose en el tema de conversación y bromas, tanto en los días previos como a lo largo del finde.
  
El “10 metros”, como lo hemos bautizado, y nadie me convencerá de lo contrario, tenía cabida para las 3 parejas, las 3 burricas y todo el equipaje; la francesita entre las dos yanquis podía deparar una canadiense después de tantas horas de estar tan juntitas rueda con rueda e intercalar pedales… dejemos ahí el tema, no más charcos.  Pues allá que vamos todos contentos y felices en el monstruo al que voy domando poco a poco de camino a la Serranía de Cuenca. Menos animados en el viaje que en otras ocasiones, también contribuye un poco a ese amuermamiento que he ido sintiendo a lo largo de estos días, y me perdonaran los compañeros que vuelva una y otra vez a insinuar el tema para una mejor comprensión de las cosas.
Llegamos al estupendo hotel que tenemos reservado en Villalba de la Sierra y tras acomodarnos, se hace urgente meter combustible en el cuerpo antes de cenar y tener una primera ronda de cacharrito y cerveza a gogó, con las bromas pertinentes, antes de irnos a dormir con el gusanillo de “la ruta que nos espera”. Y aquí está el sábado por la mañana dispuesto a dictar sentencia.

La ruta

El día despejado, sin viento y con una temperatura que condensa el aire que exhalamos al hablar, eso lo dice todo. Por supuesto de largo. Iniciamos la ruta con una breve y tempranera discusión por las pilas del GPS y, tras cambiarlas, mantenemos todo el trayecto hasta Las Majadas con el “treki” apagado para ahorrar batería,  pues las pilas de la cámara también están muertas, vamos bien…,  ya solo falta que pinchemos mi rueda trasera que está sin tubeless y voy con cámara,  y aunque todos llevamos una de repuesto, con el tiempo que llevan ahí guardadas igual están pasadas o pinchadas o podridas, vete tú a saber.
Continuando con la ruta, al menos en este tramo no hay pérdida posible, carretera siempre hacia arriba, si no sube no es la correcta. 

El inicio pronto nos deja dos improntas: por una parte los preciosos paisajes de la vega del río con los chopos pintando en amarillo, y por otro el calor que se acrecienta a cada pedalada hacia arriba. La subida es constante y aburrida por asfalto, pero la falta de rampas fuertes nos hace coger un ritmito cuartelero que en algún momento nos hará pedir un poco de tregua para recuperar pulsaciones y algo de fuelle. La subida también va sirviendo de terapia anti estrés de esa que nos procuramos nosotros mismos a falta de alguien mejor con quien hablar, bueno, mejor dicho a falta de profesionales con los que hablar, mejor imposible. Así llegamos a la conclusión de la paradoja entre la vida y una ruta ciclista… en fin. Y es que nos conocemos tanto que tenemos hasta los mismos pensamientos, como en la cena de anoche con el temita de la fuente de migas que tanta gracia nos hizo a Luis y a mí.
Seguimos subiendo, seguimos sufriendo y sudando, aburridos de tanto negro asfalto hasta que los buitres irrumpen en nuestro campo de visión. 

Preciosos bicharracos si es que algo así puede ser bonito, pero sí, lo son. Inmensos, impresionantes, majestuosos en su suave planear. Vamos tomando nota mental de la subida, de estos interminables 14 kilómetros de carretera que tendremos que repetir de bajada y en la que juramos no dar ni una sola pedalada, si podemos evitarlo.  Mientras tanto, vamos disfrutando de la conversación y de las enormes pinadas que nos rodean, las cuales aportan su característico aroma, más intenso bajo la sombra y la humedad que aún se destila de la noche recién disipada. Durante el ascenso, nos adelantan muchos coches que veremos parados más arriba en los caminos para buscar las preciadas setas, pero nosotros a lo nuestro que es dar pedales hasta una imponente bajada de poco más de un kilómetro que nos deja en el corazón del pueblo de Las Majadas.  Aquí entre el “Treki y la Martita” nos guiarán en el periplo por el interior de la serranía, por los bosques casi infinitos que aquí aún se conservan más o menos intactos.

Dejado el asfalto empezamos a ver los efectos de las últimas lluvias en esta zona, allí en Valencia no llueve ni con los grifos abiertos. Esto, además de algún charco en el camino y el consiguiente barro, deja unas postales inolvidables en las “retinas”, que almacenan terabytes de información para guardar cada una en sus respectivos discos duros. Y los aromas, deliciosas fragancias que saturan nuestros sentidos. Enormes pinos se elevan rectos hacia este cielo azul que hoy nos acompaña. Bordeamos la muela por la parte norte, y en nuestro lento periplo hacia el este y el sur, contemplaremos los extensos pinares y los verdes prados salpicados de miríadas de lágrimas de vida. 

En contraluz con el sol el espectáculo visual está garantizado y nos hará sacar la cámara para intentar capturar ese fugaz instante que la memoria, perezosa, no será capaz de retener intacta con el paso del tiempo.
Esperamos inminente la subida que nos lleve al cielo de nuestra ruta, pero ese instante se resiste más de lo esperado y hacemos, tardía, la parada del almuerzo en un prado al abrigo de la arboleda, donde no hay ni una piedra que nos pueda servir de asiento por raro que parezca. 

Cae el bocata y la cerveza como por ensalmo para dejar un poco mejor repartidos los pesos y los equilibrios, a la vez que también para saciar un hambre que ya hace rato iba insinuándose de forma más que insistente. Otra vez los buitres nos sobrevuelan viendo como nos cebamos y buscando la presa más fácil del grupo, seguro que por arriba nos esperarán otra vez. 

Nos ponemos nuevamente en marcha con el camino desdibujado en algunos tramos o completamente anegado y enfangado en otros, motivo que nos obliga a ciclar por encima del prado siguiendo un rumbo que no un camino. Poco a poco la subida va tomando forma hasta un pronunciado giro a la derecha que nos mete totalmente campo a través hacia una montaña que parece no tener salida. Si la tiene, bajo los árboles y por un viejo camino que alguna vez perteneció a un barranco. A mitad de la subida el insoportable calor me obliga a quitarme la chaqueta y seguir en manga corta, curiosa circunstancia que será aprovechada por mis compañeros para sacarle punta y tenerme en jaque el resto de la ruta y, por qué no decirlo, del viaje.  El “camino” roto nos obliga a tirar de potencia y de técnica salvando algunas pronunciadas roderas hechas por la fuerza del agua. Arriba otro giro a la izquierda y ya más o menos en llano encontramos otro viejo camino embarrado en ciertos tramos y con más ruido que nueces en la mayor parte de él. Todo el barro que nos amenazaba en algunos de estos tramos se ha quedado solo en eso, amenaza, pero por hablar, allí asoma “Murphy” para dictar su ley y condenarnos a pasar un tramo de 2 metros que haría la delicia de los amantes de este “soliquidoelemento” llamado barro, fango o “cagoenlaputacomomadejaolasruedas” que nos pone un puntito de agresividad y de mosqueo que no tiene precio.
Enlazamos con una pista en mucho mejor estado y la tomamos a la izquierda. Poco después aparece, en medio de una recta, una vigorosa y altiva figura en medio del camino. 

No, no es el hada esa que siempre esperamos encontrarnos en medio del bosque en una ruta, es un ciervo, parado en el camino y… sorpresa, otro más pequeño aparece para cruzar el camino y ambos desaparecen entre la frondosa protección vegetal. La estampa nos cautiva e impresiona sobremanera, hemos intentado capturar la furtiva imagen pero la distancia y un pequeño movimiento al final puede que nos haya arruinado el momento. Con esta alegría danzando en nuestro interior llegamos a un cruce de caminos para seguir casi recto, un izquierda derecha rapidísimo y otra vez nos vemos inmersos en medio de la pinada. 

Encontramos algunas curiosas formaciones rocosas que nos anticipa el espectáculo de Los Callejones de Las Majadas y que nos servirán de marco para alguna foto de grupo. Tras la foto estamos ansiosos por iniciar la rápida bajada que intuimos hacia los precipicios que dominan Uña y la preciosa laguna que hay junto al pueblo.  

Así  pues,  iniciamos poco a poco la bajada, pero de rápida no tiene nada. Al poco nos damos cuenta de lo que nos espera y rezamos para que el tramo sea corto, pero ni lo uno ni lo otro, nos acabamos de meter en una trampa. El “camino” comparte espacio con un barranco, y ya sabemos que es lo que estaba antes. Las piedras alfombran el firme y aunque sea de “bajada” no paramos de tirar de potencia para salvar los pedruscos o los badenes que forma el paso de agua cuando la hay, menos mal que está todo seco.
Aún así, el control sobre la bicicleta es el justo para dirigirla hacia donde queremos, luego es la suerte quien decide la trazada, el que cojas una piedra o la de al lado, y que la que pilles se mueva menos que la otra para tener una mejor estabilidad y un mejor punto de apoyo para asaltar el siguiente obstáculo. Solo los innumerables ciervos que corren junto a nosotros por las laderas, y que cruzan el camino frente a nuestra atónita mirada, nos hacen apartar los ojos del camino en un acto reflejo por captar esos momentos tan efímeros que la naturaleza en contadas ocasiones nos ofrece, aunque son momentos que una vez volvemos la vista al suelo no sabemos con qué nos vamos a encontrar… o sí, y es que la vida, a veces, es una puta mierda. 

Cada parada para una foto o cualquier otra circunstancia es un respiro que tomamos como una bendición y con una mirada interrogante a los compañeros preguntando si falta mucho. Esta nueva modalidad de "bike-ranquismo" que estamos probando hoy no nos está gustando demasiado, pero ya que estamos metidos vamos a llegar hasta el final.

Los improperios y demás maldiciones, tacos y juramentos ya hace rato que los hemos agotado. Este tramo de unos 7 kilómetros entendemos que es “ciclable” si tienes una experiencia encima de la bici, una técnica razonable y una buena forma física para afrontar el duro esfuerzo al que este tramo nos somete, si no es así es un pequeño suicidio pues el tramo no da, no solo ni un segundo de respiro sino que además consume más energía que la propia subida. En fin, cada uno que juzgue la dificultad sobre sus propias piernas y brazos, pero visto lo visto casi nos habría convenido iniciar la subida en Uña y hacer un tramo de unos 400 metros no ciclables hasta arriba del Escalerón y allí enlazar con el camino, dar la vuelta hacia Las Majadas y en la cara este de la muela bajar por asfalto hasta la presa, que era una de las variantes estudiadas, pero al final descartada por el tramo de empujar la bici cuesta arriba.
En este caso las siempre fiables rutas de Pitarque no nos han convencido del todo, por no decir que en este caso “nos la ha clavado hasta el fondo”.

Salimos del barranco para toparnos de frente con una de las postales más espectaculares que hemos visto en todas nuestras rutas. La laguna de Uña con su cinturón de árboles amarillos tomados al asalto por el inminente otoño que no deja de anunciarse pero que se retrasa semana tras semana. Este centro fotográfico está perfectamente enmarcado por la grandiosidad que otorgan los tremendos cortados a un lado y otro, caídas verticales de más de un centenar de metros y que, perfiladas en las rocas desnudas, muestran una intensidad apabullante cincelada a golpe de viento, agua y tiempo.
Aunque hacia arriba el espectáculo sigue: los buitres sobrevuelan todo y se adueñan de un paisaje cada vez más grandioso conforme más detalles somos capaces de captar. Nos emborrachamos de paisaje, de sensaciones, de emociones encajadas en los resquicios que el cansancio va dejando conforme vamos recuperando las pulsaciones y destensando los músculos. Miramos con avidez y fotografiamos todo a nuestro alrededor. 

No podía faltar una foto de grupo en un lugar tan grandioso como este, nos hubiera gustado que estuviera aquí Carlos para hacer de este sitio algo aún más especial con todo el grupo al completo. Bordeamos el acantilado por el camino de la Raya y vamos asomándonos a distintos miradores para obtener nuevas panorámicas que nos impresionan tanto como las anteriores. Los toboganes del camino por los que pasamos también nos los llevaremos de recuerdo. 

Llegamos por fin a un mirador que nos ofrece la última vista de la laguna y el pueblo, a partir de aquí el giro hacia el norte nos alejará de la laguna y nos hará transitar junto al barranco de la Madera y luego junto al del Molinillo formando un inmenso cortado que delimita la vertiente oeste de la muela. Este tránsito nos dejará alguna postal lejana del Júcar al encuentro del Ventano del Diablo, que no veremos por bien poco pero que situamos en las montañas lejanas que cierran el valle. En algunos momentos el cielo es una nube negra de tantos buitres como nos sobrevuelan. Y así afrontamos la última subida del día, aunque decir esto siempre es aventurado.
Junto al camino que se adentra a uno de los miradores, y bajo unos hermosos árboles, decidimos hacer la parada para comer el segundo de los bocatas que llevamos en el zurrón. El cansancio es tal que las fuerzas flaquean y gritan con ganas la necesidad de algo de gasolina. Tras la comida, que es lo más inminente, y viendo la hora que es, decidimos pasar de este mirador y seguir hasta el siguiente que está junto al camino y no hay que desviarse, en él podremos apreciar con la misma claridad la profundidad del cañón y el soberbio espectáculo visual que se abre ante nosotros. Siguiente objetivo Los Callejones de Las Majadas. Una especie de ciudad encantada al más puro estilo conquense. Llegamos junto con otro gran grupo de personas que se disponen a pasear por esta ciudad de piedra. Este hecho hace que el moverse con las bicis entre tanta gente sea complicado y algo molesto para todos, como además no vamos muy bien de tiempo, pues aún nos quedan por bajar los 14 kilómetros de carretera, decidimos hacernos un par de fotos con las rocas quizá más representativas del entorno y que están más próximas a la zona de aparcamiento y acceso al lugar. 

De aquí nos dirigimos otra vez al pueblo para cerrar el círculo e iniciar la subida de la carretera que nos dejará la pista libre para un descenso épico. Este sí rápido, divertido y seguro por asfalto. Velocidades punta de 60 kilómetros por hora, nos hacen tener todos los sentidos alerta y tocar con tacto de seda las manetas de los frenos lo justo para quitarle la aceleración de sobra a la bici sin matarle la alegría con la que toma cada curva. Llegamos al hotel con la tensión en el cuello de aguantar en una posición aerodinámica y en las manos de tanto frenar, pero con un subidón de adrenalina que nos pinta la cara de los colores y olores de la felicidad que hemos sentido en estos largos e inolvidables 80 kilómetros de maravillosa ruta, una gozada.

Tras la ruta el encuentro con las chicas. A falta de un espacio mejor, utilizamos la enorme furgoneta como lugar de reunión y allí desmenuzamos los pormenores de las rutas, la nuestra y la de ellas bajo los atentos cuidados que nos brindan las cervezas fresquitas que salen casi sin descanso de la neverita rodapedalera.
Un poco más tarde y tras la reconfortante ducha, la cena sigue siendo un aluvión de anécdotas en el que seguimos desgranando detalles y situaciones que ponen más de una risa en la mesa antes de retirarnos para seguir haciendo agujero en la nevera.

Domingo

Desayunamos con la tristeza de tener que dejar el hotel e iniciar la última parte de este finde, y nos dirigimos al Ventano del Diablo que nos viene de camino hacia Uña.

El Ventano es un gran balcón abierto al cañón del Júcar y con unas vistas soberbias sobre él y sobre las cuevas al otro lado del río. Es toda una sensación asomarse a este impresionante mirador que nos dejará hipnotizados ante su curiosa ubicación. 

Luego llegamos a Uña para disfrutar de un recorrido junto a la bella laguna que ayer veíamos a vista de buitre y que hoy gozaremos a ras del suelo. El espectacular colorido de La Otoñada que pasea su manto de color por todos los rincones de este espacio natural de tan singular belleza nos hará deleitarnos en estas horas finales de otro magnífico fin de semana en la mejor compañía posible. 

En fin, este es el breve relato de lo mucho y bueno que ha dado este inolvidable Finde Biker 2014. Hasta pronto.



Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8189225