jueves, 30 de agosto de 2007

¿Por qué haces bicicleta?

De nuevo es sábado y acaba de sonar el despertador. Lo ha hecho exactamente igual que las últimas cinco veces, pero te ha provocado sensaciones bien distintas. Y no es que entre semana te cueste desprenderte de las sábanas o que no te guste tu trabajo. Tampoco se debe a que hoy sea tu día favorito de la semana, ese día en el que gozas del tiempo libre como si te lo fueran a quitar de las manos. Lo que ocurre es que hoy es un día muy especial, ese día en el que disfrutas de tu salida semanal con los amigos en mountain bike.

Tras los primeros bostezos y estiramientos en la cama, ya comienzas a saborear mentalmente el paseo de hoy. Piensas en lo que te espera y sientes un agradable cosquilleo en el estómago, ese puntito de beneficiosa ansiedad que notas en momentos especiales y sin el cual la vida perdería su encanto.

A la hora convenida se produce el encuentro y el entrañable saludo con los compañeros. Tras los comentarios psicológicamente más urgentes, das los últimos toques a las máquinas y te enfundas el equipo de biker, que te otorga un aspecto algo ridículo pero que simultáneamente te proporciona una comodidad sin la cual el día podría ser sumamente irritante, especialmente para ciertas regiones de tu anatomía. Y ahora, como un Ulises sobre ruedas, estás preparado para partir hacia Ítaca.

En este instante eres consciente de que en el camino, como en la vida misma, puede haber problemas, como ya los hubo en el pasado. Cada salida en bicicleta es una nueva aventura en la que te expones a ciertas dosis de riesgo y peligro y en la que se pueden dar hechos poco apetecibles como pinchazos, caídas o discusiones con los amigos, cosas que muchas veces no puedes o no sabes evitar que sucedan. Sin embargo, sabes que lo que sí está en tus manos, o mejor dicho en tu psique, es la disposición mental que adoptas ante la realidad adversa que te toca vivir. De este modo puedes transformar las posibles experiencias traumáticas en auténticas oportunidades para aprender, superarte y crecer como persona.

Pero por supuesto, en cada ruta también experimentas un torrente de agradables sensaciones, en ocasiones incluso muy placenteras, las cuales puedes saborear antes, durante y después de cada paseo, para de ese modo amplificar el goce de lo vivido sobre las dos ruedas, convirtiendo la experiencia en algo maravilloso, casi milagroso, un fenómeno gozoso de integración con el tiempo y el espacio.
En cada marcha habitas con fuerza en el presente, entras “en flujo”, como dice la moderna psicología positiva y tienes la sensación de que el tiempo pasa volando, dejando de existir los lastres del pasado y las preocupaciones del futuro y provocando una inmensa e inefable sensación de bienestar en tu cuerpo, tu mente y tu espíritu.

Pedalear, fundirse con la máquina, montarla y dominarla siendo el motor, te concede una poderosa sensación de fuerza y control que justifica tu testosterona en un escenario de nula o muy escasa conflictividad. Tras los primeros kilómetros y esfuerzos rompes a sudar y notas el alivio que el bendito y húmedo frescor regala a cada poro de tu piel. Liberas tensiones, generas endorfinas, eliminas toxinas. Toda una avalancha de beneficiosas y reparadoras sensaciones psicosomáticas.

Durante la salida sólo te importa el camino y lo sentido, no hay metas ni premios, no hay competición, tan sólo kilómetros y tiempo para compartir la experiencia de existir durante unas horas montado en bicicleta. Período y distancia durante los cuales sólo te importa darle a los pedales y disfrutar de la máquina y la complicidad de los compañeros. Sentirte integrado en la naturaleza y dejarte penetrar por los paisajes de montes, ríos, campos o mares que te regalan sus dones en forma de bellas imágenes que impresionan tus retinas, embriagadores aromas que inundan tus pulmones y evocadores sonidos que agitan tus tímpanos. Tierra, rocas, agua, árboles, frutos, flores, insectos, pájaros y otros animales configuran los parajes que atraviesas una y mil veces, cambiantes con el paso de las semanas y las estaciones, en los que siempre descubres algo nuevo que te revitaliza con su energía.

En estos escenarios preciosos se desarrolla la humanidad de la aventura, las variopintas situaciones cómicas o dramáticas de cada salida. Compartes con los amigos las alegrías y tristezas de la semana, vitales al fin y al cabo, convirtiéndose la rodada en una auténtica terapia de grupo que te permite ahorrar una fortuna en psicólogos. La experiencia de expresar gozo, preocupación, satisfacción o dolor, resulta en una auténtica catarsis semanal de la que te conviertes en adicto con pasmosa facilidad.

Más allá de este plácido decorado están las subidas exigentes, en las que sientes cómo los músculos de tus piernas se endurecen hasta agarrotarse, cómo tu corazón se niega a bombear más rápido y cómo tus pulmones quieren estallar para liberarse del esfuerzo al que los estás sometiendo. En estos momentos la sensación de soledad y abandono es total. Sólo dependes de ti y lo sabes bien. Nadie vendrá a empujarte o a ayudarte a pedalear. Es la hora de la verdad, en la que entras en barrena en la crisis del camino. Pero sabes que si vences saldrás muy fortalecido. Y en este momento te sientes el responsable absoluto de ti mismo y tu circunstancia y aunque te preguntas quién te obliga a estar sufriendo de ese modo, eres consciente de que no cabe el autoengaño, las trampas mentales o mirar hacia otro lado, buscando culpables o tirando balones fuera. Te sientes instalado con auténtica rabia en el presente. Y resistes, porque sabes que te estás realizando y que arriba, cuando corones lo más alto, te sentirás grande y poderoso y aumentarás la confianza en ti mismo. Experimentas una sensación de autocontrol, de dominio de la situación, de aguantarte a ti mismo y a las dificultades del camino.

Pero íntimamente también sabes que la bajada es el premio a tu paciencia, constancia, sacrificio y esfuerzo extenuado. La adrenalina está lista para servir y se dispone a inundar todo tu cuerpo, proporcionándote una impagable sensación de loca diversión. Loca porque también sientes el riesgo e incluso llegas a pasar miedo. En la trazada que lees mal. En la frenada que apuras. Y es este curioso calidoscopio de sensaciones el que te lo hace pasar en grande. Y disfrutas enormemente, sobre todo cuando caes por gravedad, seguramente porque sabes lo grave que puede ser la caída.

Pero es de sabios el arte de administrar trabajo y descanso, pues es su contraste lo que te hace disfrutar de ambos, y a mitad del camino se impone reponer fuerzas. El primer trago de cerveza fría es un auténtico placer de dioses y esto sin tener en cuenta que se ha demostrado su beneficioso efecto cuando se toma “con moderación” en combinación con el deporte. La conversación durante el almuerzo sobre lo humano y lo divino es de las más relajadas y auténticas de la semana. Junto a los amigos y tras los kilómetros, han caído las máscaras que todos llevamos en cada papel que nos ha tocado en suerte representar en la vida y ha hecho su aparición la verdad, convirtiéndonos en simples bikers, amigos, personas, sin más.

Sin embargo, la vida también tiene sus claroscuros y hay que volver. Estás a gusto y relajado y debes enfrentarte a hacer parte de la digestión pedaleando. Y de nuevo cuesta ponerse en marcha. Pero sabes que la vuelta te regalará los sentidos con agradables sensaciones. Otra vez paisajes, aromas y sonidos se mezclarán con endorfinas, adrenalina y sudor. Otra vez el sonido de las ruedas en contacto con el suelo te anclará durante un tiempo en el presente y sólo importará el aquí y ahora, desconectando de pasado y futuro. El suave ronroneo del asfalto, el crepitar de las hojas secas, el chisporroteo de los caminos terrosos y los traqueteos de los pedregosos.

Y sabes que al terminar te espera otro de los mejores momentos de relax de la semana. Aunque vuelves extenuado, apenas acabas de bajar de la bicicleta y cuando todavía tus piernas no han recobrado el tono muscular que defiende tu verticalidad, ya estás disfrutando de los comentarios sobre la aventura hoy vivida, charla que aderezas con otro de los mejores tragos semanales, mientras sientes la agradable sensación de frescor que te regala el sudor que aun brota de toda tu piel. Y de nuevo ocurre ese milagro catártico en forma de conversación distendida, tanto como poco a poco lo van estando tus músculos. Y al despedirte de tus amigos piensas en esa ducha caliente que te espera, esa ducha estrella, la más reparadora y relajante desde hace siete días.

Y eres consciente de ese tesoro que tienes cada semana. De ese regalo que te hace la vida y que mimas con delicadeza, que abonas y riegas para que perdure.
Y te sientes feliz.

Y por eso, por todo eso, haces bicicleta.

Ruta de Aras de los Olmos (18/08/2007)

La historia de esta ruta comenzó hace unos 3 años cuando en uno de los viajes a Aras bajamos hasta el río en coche y esa bajada fue analizada con ojos de ciclista. Se puede decir que desde ese día un virus incubó dentro de esta inquieta alma ciclista y ha sido siempre un sueño recurrente hasta que con la compra del remolque se ha podido cumplir.
Así que nuevamente, tras dejar todo preparado el viernes noche, salimos el sábado prontito hacia la Serranía. Pretendemos subir a la Muela de Santa Catalina, después a La Travina y finalmente bajar al Río Turia. Esta vez somos tres pues nuestro querido "torito" está disfrutando de unas merecidas vacaciones.




Una vez en Aras de los Olmos, concretamente en el aparcamiento de Aras Rural y tras pertrecharnos con todo lo necesario, iniciamos nuestra andadura hacia la Muela de Santa Catalina por la carretera de Losilla, una recta larga y en ascenso continuado con una pendiente superior a lo que recordábamos de haberla hecho innumerables veces andando. No parecía la misma pendiente y tras un par de km a buen ritmo nos vimos obligados a ralentizar la marcha, pues aún no habíamos comenzado la ascensión y queríamos reservarnos en la medida de lo posible.
Los primeros 5 kilómetros los hicimos acompañados de un nuevo amigo biker que se nos unió mientras calentábamos y se dirigía hacia Losilla. Un poco de conversación e intercambio de conocimientos sobre rutas hasta la despedida a pie de la muela.
Ahora si que comienza la subida y esta va enserio. Enseguida a jugar con el desarrollo para encontrar el ritmo y no ahogarse en las primeras rampas. El buen estado del asfalto no nos ponía más obstáculos a las ya duras rampas; cada uno intentando encontrar su ritmo de pedaleo, vamos subiendo y serpenteando con la carretera mientras el desvío que tomamos al principio se aleja de nosotros en el precipicio que cada vez más alto crece a nuestros pies. Las vistas magnificas en las que nos apoyamos para intentar que nuestra mente no se centre en la dureza de la subida no nos restan sin embargo ni un ápice de cansancio así que poco a poco nos volvemos a centrar en encontrar esa pedalada redonda y rítmica...1...2...1...2.
Y así, a ritmo, llegamos a la Ermita de Santa Catalina, un alto en el camino para recuperar fuerzas y cumplir con el primer obstáculo de la jornada. Fotos, beber agua, recuperar las pulsaciones y hacernos el ánimo de que nos queda la subida más fuerte del día... el ataque a la muela con parada en los Observatorios Astronómicos del CAAT y en los dos miradores situados en sendos extremos de la muela.
Nos ponemos en marcha con el reto de si seremos capaces de culminar la subida sin poner pie en tierra, pues conocemos la subida, comparable a nuestra sin par Rodana y que tantas veces nos a puesto al borde del abandono; veremos de lo que es capaz esta montaña. En la ermita y antes de salir nos acompaña la bendición de un senderista que nos dice que es la primera vez que ve a alguien subir en bici, así que ya orgullosos vamos desempolvando la bandera de Roda i Pedal para plantarla en la cima... En cambio, otros nos advierten de la dureza y sentencian que confiarían en nuestra victoria "si tuviéramos 18 años" ¿que hacemos con la bandera chicos? Esa es la pregunta que dejamos en el aire mientras comenzamos a pedalear por un terreno pedregoso, pues el asfalto ya quedó atrás y no lo encontraremos mas que en un pequeño tramo casi un km más arriba. Las primeras rampas son duras pero soportables, pues la subida a la ermita nos a hecho calentar motores y ahora nuestra pedalada está más acostumbrada al ritmo de subida que ya hemos encontrado. Así que rampa a rampa nos acercamos a los momentos más duros cuando encontramos el asfalto; aquí la pendiente es realmente terrible y zigzagueamos en todo el ancho de la calzada para poder seguir avanzando. Estamos esperando al "tío del mazo" de un momento a otro.
En ocasiones miras al compañero buscando en sus ojos el ánimo necesario para seguir y en otras le buscas la mirada para decirle que ya no puedes más, que hasta ahí has llegado y buscas el mejor lugar para pararte y echar pie a tierra..."sí, una pedalada más y me paro" y das otra, y otra, y otra más... ya se te ha pasado el mejor momento para pararte así que decides continuar, te vuelcas en el manillar, jadeas todo el aire que puedes llevar a tus pulmones y sin tiempo para procesarlo vuelves a jadear pues ya hace rato que dejaste de respirar, y entre estas y aquellas has logrado avanzar unos metros y ahora parece que la pendiente suaviza allí arriba adonde tarde o temprano llegarás. Cada pedalada es una tortura pero la das en persecución de tu compañero e intentando arrastrar al que te sigue. En algún momento todo se reduce a una cuestión de orgullo y de poder comentar más tarde que tú sí lo lograste. Estamos cerca de acabar la rampa asfaltada y las ganas de parar ya han pasado, y con ella la parte más temible de la subida que empieza a intuirse finiquitada.
Llegamos arriba para ir primero al mirador oeste, junto al vértice geodésico (es como una especie de colección que nos hacemos). Tras descansar un rato y beber agua, nos hacemos las fotos que demuestran nuestro triunfo sobre la montaña, la hemos vencido y queremos nuestra recompensa...el paisaje monumental que nos ofrece de las primeras estribaciones del Sistema Central y la Sierra de Javalambre con sus más de 2000m. de altitud en primer plano al fondo...simplemente magnifico. Recorremos la muela para ver los observatorios astronómicos (muchos recuerdos afloran en parte del grupo) y finalmente vamos al mirador este, desde el cual vemos con más claridad nuestro próximo objetivo, la subida a La Travina.
Tras hacer una nueva muesca (conmemorativa de nuestro triunfo) en nuestros sillines, afrontamos la bajada con todas las precauciones que merece este desafío, pues vamos a bajar los 300m. que antes subimos en apenas 4km, así que comenzamos a ganar velocidad a medida que descendemos. Con el primer vídeo de la jornada en marcha, enseguida observamos que la velocidad aumenta vertiginosamente y que tenemos que emplearnos a fondo para sujetar la bici que parece no tener bastante.




Las apuradas de frenada se suceden una tras otra; intentas trazar mejor que tu compañero al que has visto hacer un extraño y resulta que te sales del camino trazado para meterte en la gravilla, esa si que es buena... y a la velocidad que vamos. Corriges el error y cambias la trazada, adelantas, eres adelantado, frenas y apuras más centímetros que en la curva anterior para ganar aún más velocidad, los brazos rígidos intentando sujetar la maquina que se lanza ciega hacia el abismo.
Llegamos a la bajada asfaltada después de la ermita y seguimos bajando lanzados, ahora con la suavidad del terreno disfrutando más si cabe de la velocidad. Nos acercamos rápidamente al final de la bajada, serpenteando y recortando metros en las curvas que tienen visibilidad y casi sin querer llegamos al cruce.




Entramos de nuevo en la carretera de Losilla sentido Aras en la cual no tendremos que dar pedales por espacio de 4km. pues la bajada en mucho mayor de lo que intuíamos en la subida, una recta larguisima en la que buscamos la aerodinámica para aumentar la velocidad; sencillamente impresionante.
Tras un buen almuerzo a la sombra de los pinos de Aras Rural, nos encaminamos hacia La Travina. La subida es toda por camino pedregoso y empinado desde el principio, menos acusadas las rampas que en el anterior "puerto" aunque sin un momento de tregua y con la dificultad de buscar siempre la rodada justo en medio del camino, pues los pasos de rueda de los coches hacen que esa marca esté llena de gravilla suelta y en los laterales más aún, con lo que es un peligro añadido para nuestra estabilidad. Esto se hará más patente en la bajada y con esa consideración a tener en cuenta seguimos subiendo a ritmo. La llegada arriba es acompañada con las colosales panorámicas de la serranía de Cuenca frente a nosotros, al otro lado del río Turia. Éste, encajonado entre las montañas cubiertas de pinos y encinas, transcurre con aguas rápidas y abundantes por lo accidentado del terreno y porque las zonas de regadío en esta zona aún no son todo lo abundantes que serán río abajo. Pero el Turia aquí arriba es más un deseo que una realidad pues se encuentra a más de 500 m de profundidad en el abismo que se abre ante nosotros y que en pocos momentos sortearemos para ir a su encuentro, ya que ese es el plato fuerte de la jornada. Pero seguimos en la cumbre y queremos disfrutar de su paisaje. Tras unas fotos junto a un nuevo vértice geodésico, con la muela de Santa Catalina en la distancia, nos sentamos bajo una sabina y sin proponérnoslo surge uno de esos momentos mágicos que permanecerá indeleble en muestras almas y que solo una palabra puede definir: “el sonido del silencio”. Cada uno, inmerso en sus pensamientos, en comunión con sus recuerdos disfrutando de lo que ve, siente y oye. Nadie habla y eso es precisamente lo que esperas que tus compañeros sientan y respeten. Y así durante algo más de 5 minutos: todo fue perfecto. Tras recuperar el aliento, hemos descansado, hemos plantado nuestra bandera en otra cumbre y nos disponemos a iniciar una bajada que se unirá directamente con la del río y que sumará en total más de 10 km de descenso con un desnivel a salvar de 550 m: va a ser trepidante.
Allá vamos, ponemos el video a grabar y nos lanzamos a devorar los kilómetros que discurren bajo nuestras ruedas a una velocidad endiablada, así que los frenos se tienen que volver a emplear a fondo al igual que las suspensiones, sobre todo la delantera que es la que nos mantiene sobre nuestras maquinas. Cuánto tenemos que agradecerle tanto a la suspensión como a los frenos el estar aquí contando esta crónica, pues con las bicis antiguas (a las que cariñosamente llamamos “hierros”), los momentos que vivimos en aquellas bajadas no hubieran sido posibles de la forma en la que los disfrutamos. Son sencillamente indescriptibles, ya que aparte de lo que podamos contar, las sensaciones que nos embargaban iban mucho más allá de lo que somos capaces de describir. Aun así, algo intentaremos.
La bajada de La Travina, sin ser una bajada técnica, nos obliga a sacar lo mejor de cada uno en lo que se refiere a nuestra habilidad, pues como ya habíamos visto en la subida, solo había una trazada posible y al ir tan rápidos la distancia de seguridad se anulaba continuamente, por lo que en más de una ocasión nos veíamos obligados a adelantar saliendo de la rodera buena para rodar por encima de la gravilla, con lo que nos agarrábamos al manillar con fuerza para mantenerlo firme y dejar actuar la suspensión. Los kilómetros se sucedían a una velocidad colosal que nos estaba haciendo disfrutar como nunca y eso que aún no habíamos iniciado la última bajada. Por momentos nos invadía esa sensación de risa floja, que es una mezcla de emoción, diversión y un poco de miedo pues a veces casi nos sentimos incapaces de controlar las maquinas que nos arrastran hacia abajo inevitablemente.
Tras esta primera bajada, enlazamos con la del río con un tramo llaneando y con una pequeña pendiente que nos hace coger impulso para el desafío que llevábamos todo el día esperando. Esto es "el lado oscuro": ya hemos llegado y nos enfrentamos a él con ganas y con valor pues pensamos bajarla a "tumba abierta" y nunca mejor dicho. Así que sin darnos tregua, nos lanzamos pendiente abajo por un camino muy similar al de La Travina y enseguida vemos que esto no va a ser un paseo dominical, pues la tensión sale por cada poro de nuestra piel y nos hace estar atentos a todo de una forma increíble.
Las curvas se suceden y volvemos a tirar de freno, pero aun así es difícil mantenerse dentro del camino y en un par de ocasiones tenemos que corregir la trazada desde fuera de éste, aunque afortunadamente sin consecuencias. El paso por los badenes que cruzan el camino y las roderas hechas por las lluvias tampoco nos ayudan a mantenernos en él, por lo que desplegamos toda nuestra capacidad técnica y nuestros mejores nervios de acero, junto al ya mencionado agradecimiento al material que montan nuestras burras para seguir camino a la gloria. A mitad de bajada nuestras manos comienzan a sufrir el cansancio de tantas y tan violentas frenadas y el entumecimiento se acusa con la llegada de cada nueva curva, que nos obliga a una nueva frenada; curva y contra curva que a pesar del frenazo no parecen disminuir nuestra velocidad, pues en cuanto la rueda se ve libre del freno se lanza con potencia hacia abajo, y nosotros a perseguirla. El hecho de que no haya demasiados terraplenes nos da una falsa sensación de seguridad pues no ver el abismo ayuda de manera ostensible a lanzarnos en su busca, preferiblemente llegando al final del camino, y eso es lo que nos espera no mucho después, pues los kilómetros se han sucedido con tal rapidez que el descenso toca a su fin. El golpe de adrenalina mantenido durante todo este tiempo será difícil de igualar. Tras echar pie a tierra y procurar no tocar los frenos que “echan humo”, solo nos queda felicitarnos unos a otros y ver las caras de satisfacción en lo que va a ser un día épico, glorioso y largamente recordado por Roda i Pedal.
Durante la bajada ha sido imposible comentarlo, pues la velocidad y la distancia de seguridad que nos separaba lo hacían imposible, aunque todos gritamos “¿habéis visto eso?” al ver un par de “bambis” cruzar el camino a muy pocos metros de nosotros. Los cervatillos, asustados por el ruido provocado por nuestras bicis y por fortuna para nosotros, han vuelto a dirigirse de un espectacular salto montaña arriba. La visión de los animales unida a la velocidad de la bajada ha sido realmente espectacular. Tal vez salieron a saludarnos a nuestro paso por estos espléndidos bosques que son su morada. Esta particular y casual circunstancia de toparnos con tan bellos animales junto con la belleza del paisaje y el profundo aroma a bosque que lo envuelve todo, perdurará sin duda por mucho tiempo en nuestras mentes, habiendo sido la guinda del espectacular tramo de descenso que hemos realizado. ¿Se puede pedir algo más? Sinceramente creemos que no.