sábado, 4 de abril de 2009

Crónica Olocau- Molino de la Ceja

"Se dice que un caminante debe detenerse de vez en cuando en su camino para echar una mirada al ya recorrido, y contemplándolo así, desde lejos, sin divisar sus asperezas y sí sus amenidades, cobrar bríos para proseguirlo". Miguel de Unamuno.

Después de las pésimas previsiones meteorológicas con las que contábamos la semana pasada, cuya causa directa nos obligó a aplazar la ruta programada, por fin hoy nos ponemos en camino, no sin haber estado toda la semana con un ojo puesto en el cielo esperando una tregua.
Salimos de Manises hacia Olocau cargados como de costumbre con el remolque. Desde Llíria iremos paralelos al increíble carril bici que nos acompañara hasta Olocau. Antes de llegar al pueblo, junto al camino del cementerio encontramos una explanada junto a una gasolinera abandonada que servirá de punto de inicio y fin de nuestra rodada. Tras los estiramientos oportunos y las comprobaciones del material, tenemos el gran susto de la jornada, así en frío: la “nikoleta” se niega a funcionar. Unos intentos de ponerla en marcha, unos rezos y unas maldiciones o al revés, finalmente se compadece de nosotros y decide acompañarnos en esta nueva ruta, uff, menos mal, ya que sin recuerdos ópticos que traernos a casa no somos nadie, lo que hace la costumbre.
Así pues nos ponemos en marcha y remontamos la cuesta por donde habíamos venido para iniciar una bajada que nos llevara hacia la urbanización Les Forquetes. Nos adentramos en este camino que pronto transitara junto al canal de riego del Camp de Turia. Vemos innumerables plantaciones que surgen a partir del agua del canal. Cruzamos la carretera de la base militar y continuamos hasta el camí del Mas de Moia. Antes nos habremos acercado hasta el albergue de montaña de Olocau, en el cual la cúpula del observatorio astronómico que forma parte del complejo, es visible desde el camino y como no podía ser de otra forma, nos ha atraído como un imán.
Nuestra afición por la astronomía no nos podía dejar indiferentes ante un edificio de tan característico aspecto como es el domo blanco que corona el edificio de planta cuadrangular. Retomamos el camino en dirección al Mas. Pronto el mar de naranjos que rodea esta masía se adueña del camino, lástima que los naranjos aún no estén en flor, pues el colocón que tendríamos de azahar sería de escándalo, o en su defecto si estuviesen las naranjas poblando las ramas tendríamos un colorido excepcional, en fin, otra vez será.
No obstante, la visión nos obliga a tomar algunas instantáneas de la vasta extensión de naranjos para poder creer lo que estamos viendo. Pasada la masía, el camino deja las tierras de cultivo para internarse de lleno en la montaña. Nada más iniciar el ascenso cruzamos la divisoria con la provincia de Castellón, como es normal en las rutas por la Calderona estaremos pasando el limite provincial constantemente. Cobramos altura rápidamente para obtener una panorámica del inmenso campo de naranjos. Más allá la bruma nos dificulta mucho la vista pero, perdidas en la distancia que parece inventarse la calima están nuestras montañas: La Rodana, Sant Miquèl y Santa Bárbara, La Muntanyeta, La Montieleta, todas quieren llamar nuestra atención. Lo que de verdad no se escapa a nuestra vista es la montaña que tenemos que subir. Vemos coronando varias montañas algunos mojones blancos que no sabemos que son. Ya los vimos en nuestra incursión por los montes de Alcublas. Llegamos a una zona de la montaña a salvo de todas las miradas, es una pequeña depresión junto al barranco de Escarihuela que nos protegerá del viento mientras almorzamos de cara al Alto del Romero, que con sus 820 metros de altitud cierra el valle en su parte noreste.
El barranco hace aquí un giro de 180º y el meandro depara unas vistas excepcionales de su tortuoso discurrir. Parando ahora a almorzar, haremos tiempo para comer a una hora prudencial sin juntar demasiado las dos comidas. La tranquilidad monacal de este lugar es increíble. Apacigua el alma tanto como el bocata el estomago. Después del ágape no es que tengamos muchas ganas de subir la montaña que tenemos delante, pero no hay más remedio. Como si nos leyeran el pensamiento y nos quisieran alentar a continuar, aparece a lo lejos un trío de ciclistas, al poco un par más, y otros y otros, hasta más de una veintena, este grupo baja por el camino que nosotros hemos de subir, ¿pero es que siempre hemos de encontrar bikers bajando? ¿es que nadie más que nosotros sube?, si es así nunca los vemos.
En fin, nos ponemos en marcha pero ellos siguen llegando, ya hemos perdido la cuenta. Remontamos este barranco viendo las huellas dejadas en el fondo por las ruedas de motos que son las únicas que pueden transitar por allí, nos parece bien que así lo hagan y no transiten por los caminos para no degradarlos. La subida continua y la pendiente constante exigirá lo mejor de nuestro repertorio. El firme que no está excesivamente mal nos ayudará a encontrar la cadencia de pedaleo adecuado para no quemarnos, aunque cada vez que pensamos que estamos dominando la subida esta pone un puntito más de gravedad en nuestra contra. De todas formas se hace difícil encontrar un ritmo constante de pedaleo a la vista de los paisajes que se presentan a cada pedalada recorrida. Con el grupo roto, la subida la disfrutaremos cada cual a su manera. Carlos no tiene limite y se pasea por la subida para esperarnos sentado en una piedra arriba, controlando el camino. Luis que se va con él al principio aún lo tendremos a la vista desde atrás varios - minutos pedal - por delante de nosotros. Nuestro reportero, incapaz de controlar el ataque de actividad de la cámara estará continuamente dándole caprichos, la tiene muy mal acostumbrada. Y quien escribe, se quedará para no dejar solo al último del grupo en previsión de posibles problemas, además de disfrutar del paisaje en cada pedalada y cada parada. Ya que sale el tema, recordar la importancia de que el último del grupo no se quede solo, pues ante una avería o una caída siempre puede contar con una ayuda, por delante es distinto pues tarde o temprano se les alcanzará.

Vamos comentando la infatigable labor que hicieron las gentes de estas tierras para abancalar las laderas de las montañas que desde la dominación árabe se viene realizando en esta zona. En algunos lugares estos muros de piedra están bien conservados o incluso restaurados, en otros sitios han desaparecido ante el empuje inexorable de la naturaleza, pero el dibujo de su contorno a dejado surco y aún es visible en la piel de la montaña. Cruzamos al otro lado del barranco para dejarlo a nuestra izquierda perdido entre las laderas de las montañas, a partir de aquí seguiremos el curso del barranco del Rodeno. Transitamos ahora casi debajo del Alto del Romero, no son de extrañar estos nombre a juzgar por el terreno que ciclamos y la vegetación que nos rodea. El amarillo tan intenso de las aliagas semanas atrás, a dejado paso a un color más ocre cuando las observas de lejos, aunque en primer plano el intenso gualda satura nuestras pupilas. Seguimos la ascensión siempre en dirección norte.
Llegamos a la bifurcación de caminos. Estamos en el Collado del Lobo. La interminable ascensión ha terminado. A 750 metros de altitud según reza el altímetro del GPS, se abre ante nuestros ojos una basta llanura, un altiplano ondulante solo roto en la distancia por el Alto del Rejo y su gigantesca antena desafiando a la gravedad. Giro a la derecha por el camí de la Escarihuela hacia Gátova. Vamos junto al puntal de Albalat que nos tapa la visión directa del barranco que hemos ascendido, pero poco después de dejar atrás estas dos lomas encadenadas sale un camino a la derecha que en 150 metros nos acerca a la orilla del precipicio. Este ahonda más de 300 metros por debajo de nosotros hasta el lugar donde almorzamos. Las panorámicas que se nos presentan son colosales a pesar de la bruma y de lo desarbolado del terreno, solo el monte bajo y algún que otro pino tapizan las montañas en derredor. En un día despejado Stendhal no daría abasto a tantas emociones y miradas de asombro. Como no podía ser de otra manera la primera foto de grupo cae aquí mismo.
Volvemos al camino y seguimos llaneando por un camino de tierra rojiza jalonada de hoyuelos que atribuimos a avispas terreras tras descartar tantos y tantos hormigueros.
Abandonamos el camino de Escarihuela para seguir el camino junto al barranco ya que así gozamos de inmejorables paisajes. Frente a nosotros se yergue majestuoso el Pic del Águila dejando ver la silueta de su caseta de vigilancia forestal.
A la derecha la cuasi inexpugnable majestuosidad del Gorgo y el camino que se dibuja hasta la cima allá en los más de 900 metros. También vemos el molino de la Ceja, destino de nuestra ruta de hoy, bueno eso creemos, más tarde comprobaremos nuestro error, era el molino de Iranzo el que veníamos viendo ya que el de la Ceja queda unos ciento y pico de metros más abajo.
Llegamos a la partida de Los Cinglos que también da nombre al barranco al que nos asomamos desde el camino que discurre pegado a él. Atención con los descuidos, pues la inmensidad del panorama que divisamos nos puede hacer despistarnos y tener un buen susto ya que no hay ningún tipo de protección entre el camino y la caída al enorme abismo que allí comienza. Paramos en una antigua casa de piedra de la que solo queda un muro en pie. Abajo vemos el Camí de la Garrofera que sube por el barranco tan recto como el propio barranco y formando un casi perfecto eje norte-sur.
Este entramado de barrancos se unen abajo en el de la Escarihuela y más hacia el sur toman el nombre de Rambla Primera, esta fue una de las de mayor aporte de agua en la riada del 57, no es de extrañar una vez visto el relieve por el que discurren los barrancos que en ella desaguan.
Otra vez en marcha hacia la bajada a Gátova. Delante de nosotros el Alto de la Calera nos oculta nuestro destino. Un pronunciado giro a la izquierda del camino nos pone mirando hacia abajo en una bajada trepidante. Los badenes que cruzan el camino nos harán pegar unos botes descomunales, y la tremenda velocidad nos pondrá a prueba los nervios de acero que tendremos que templar si no queremos salir volando por encima de la montura en uno de estos saltos. A la izquierda del camino un pequeño campo de almendros en flor con las primeras hojas de un verde rabioso, pondrá un toque colorista a este tramo de descenso, pero la atención puesta en el camino no nos permitirá disfrutar como nos gustaría del espectáculo.
Enseguida llegamos a La Font Fría.
La parada no estaba prevista, pero lo pintoresco del lugar bien merece un alto en el camino. Disfrutamos del entorno y de la fresquísima agua que brota de su fuente, así como de un inmenso tronco que es lo único que queda de lo que sería un grandioso ejemplar de no sabemos que especie de árbol, aun así es precioso. Cuando estamos a punto de reanudar la marcha pasa un coche que debido a los badenes va muy lento, decidimos esperar para que no ralentice nuestro impetuoso descenso. Pasado un tiempo prudencial y antes de que reanudemos la marcha aparece otro coche pero este no nos detendrá, por lo que nos lanzamos los cuatro al unísono en persecución de nuestras sombras que se nos adelantan. El del coche habrá pensado “los lentos estos me van a molestar”, antes de los primeros 100 metros ya le llevamos 200 de ventaja, jeje. Vamos desmelenados, el camino asfaltado nos da un agarre que tranquiliza nuestra estabilidad en la bici, por otro lado, las frenadas se hacen algo más violentas ya que al no deslizarse la rueda sobre la tierra el tacto del freno es distinto y no estamos demasiado acostumbrados a este firme, lo nuestro es el camino de tierra, de piedra y “rocaje vivo...”. Espectacular el descenso que nos estamos marcando con picos de más de 50km/h. llegamos en un suspiro a la carretera CV 25 de Gátova a Altura, atravesamos el pueblo buscando la salida hacia Olocau, pasamos el cementerio y enseguida cogemos un camino asfaltado a la izquierda que pronto empieza a endurecerse. La rampa tendida no cesará en todo su recorrido hasta el molino de La Ceja.
A media subida pasamos por la fuente del Tormo, al igual que la anterior no estaba prevista pues también desconocíamos que el trayecto pasara por ella.
Ya que estamos y como suele ocurrir en todas las fuentes de la Calderona, la parada es obligada. Pequeño y coqueto lugar de descanso habilitado con dos curiosas mesas de piedra de rodeno y con un pequeño estanque con peces. En el proceso de construcción alguien saboteó los asientos dejando huella con dibujos, al menos tuvo buen gusto y los decoró con ejemplares de flores, al menos no desentonan del entorno, en fin, unos bárbaros con gusto, menos mal. Volvemos a pedalear hacia arriba. Es el tramo más duro de la subida, pero el final se ve en la curva de delante. Llegamos a la explanada donde está el molino y el vértice geodésico. Este molino a diferencia de los de Alcublas no tienen las aspas ni está techado pero está igualmente restaurado y abierto, por lo que se puede subir por una escalera hasta el mirador que lo corona arriba, donde nos inmortalizaremos con Gátova al fondo.
Mas allá se muestra altivo el Pic del Águila, a nuestra derecha asciende la montaña del Hontanar mostrando su molino que durante tanto tiempo nos tuvo confundidos, es ahora cuando caemos en nuestro error.
Un millar de fotos después reanudamos la marcha por el camino hacia Tristán, remontando este camino llegaremos a la cueva del Sacañé, otra visita que tampoco estaba prevista, parece que por el precio de una hayamos hecho más rutas con tan numerosas y gratas sorpresas.
Paramos a ver esta gruta que se adentra en las entrañas de la propia montaña creando a todo su alrededor grietas y agujeros que dan una sensación de inestabilidad al terreno que pisamos.
Estamos en una zona desde la que ya podemos ver hacia el sur el Castillo del Real o Ali Maimó, fortaleza musulmana en lo alto de la peña del mismo nombre y divisoria entre Olocau a donde pertenece y Gátova. Desde aquí nos meteremos de lleno en un inmenso bosque de alcornoques o “sureres” nombre en valenciano para referirse al árbol del cual se extrae el “suro”, vamos, para los castellano hablantes, el corcho para hacer tapones y que fue una de las tareas agrícolas más productivas de la zona en su día.
Aún hoy podemos ver como esta dedicación sigue en vigor con el aprovechamiento de este recurso natural. Pedalada a pedalada nos acercamos al camino de Tristán a Ferrer que ya ascendimos en la ruta a la Olivera Morruda:
http://rodaipedal.blogspot.com/2009/03/cronica-pla-de-lluc-olivera-morruda-por.html , una vez enlacemos este camino ya estamos prácticamente en lo alto de la montaña y por lo tanto ya se acabaron las ascensiones y el calvario del día. No nos demoramos más en el camino y vamos en busca de la zona de pic-nic de Tristán para calzarnos los bocatas que esperan impacientes su turno de trabajo.
Comemos bajo los árboles mientras comentamos las anécdotas de la jornada que han sido muchas y variadas, tampoco nos sustraemos a comentar las consecuencias de la crisis, ya que el 33% de los integrantes del grupo en activo se han quedado en el paro, esto hace que no sea la ruta más alegre de las que hemos hecho, pero tampoco nos regocijaremos mucho en este asunto, hoy toca desconectar el mundo laboral. El reconfortante café que sigue al bocata es el preludio de una costumbre que se está arraigando en el grupo: la siesta. Aberronchados sobre el suave colchón de pinocha que nos han preparado los pinos, nos tumbamos aprovechando los tímidos rayos de Sol que se filtran por el pinar para reposar unos minutos. Después nos pondremos en marcha buscando el camino de descenso hacia Pla de Lluc. Atentos a su triturado firme que conocemos de la ruta que arriba enlazamos, nos lanzamos con más miedo que vergüenza que se suele decir, aunque de miedo nada, más bien temeridad dado el estado del firme y la velocidad que estamos alcanzando, queremos poner un poco de pimienta a la ruta y confiando en las suspensiones que tanta seguridad nos aportan hagan bien su trabajo, desafiamos a los elementos en una bajada digna de competición.
A las monumentales roderas y piedras que saturan el destrozado y pedregoso camino de rodeno, hoy se unen pequeños cursos de agua que filtrándose por toda la montaña buscan la forma de llegar al barranco de la Villuela, inundando en su recorrido el ya de por si castigado camino. Vemos brotar la gota que da nombre a la Font de la Gota y que pocas veces hemos tenido oportunidad de ver caer de su caño. El barranco ruge en la pequeña catarata que controla la crecida de las aguas en la hondonada, y allí mismo nos presenta un paisaje reconfortante y cautivador. Seguimos descenso atentos al desvío a la derecha que pronto tomaremos y nos llevará en un tramo de sube y baja constate hasta Olocau pasando junto a una cantera abandonada, tramo en el que disfrutaremos de una bajada asfaltada muy divertida. Llegamos nuevamente al carril bici del principio para ascender y dejarnos caer hacia el coche que durante más de ocho horas ha esperado pacientemente nuestro regreso.
Como siempre el saludo del grupo al concluir otra entrañable ruta que ha vuelto a dejar muescas en nuestros sillines con la satisfacción de las nuevas cumbres conquistadas y que deja como no, otra piedra de vértice en nuestra particular colección de inertes trofeos, todo ello junto a mil y una fotos más que serán nuestro tesoro imborrable de esta etapa de pedaleo para los años venideros. Ha sido otro día de buenas sensaciones, uno más de los muchos que deseamos y esperamos sigan sucediendo sábado tras sábado en nuestro incansable deambular biker por las montañas de nuestra Comunidad Valenciana. Hasta el próximo reto.


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