sábado, 2 de octubre de 2010

Crónica Manises-Cova Colomera

"Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios". Carlos Dossi

Por fin habíamos llegado a la Cova Colomera. Desde aquel lejano día en que fuimos a la cruz de Pedralba y que no pudimos completar la visita a esta sima, esta rodada había estado ahí en estado latente, aletargada, casi en coma y cerca de ser abandonada definitivamente. Pero el inicio del nuevo curso pedalístico con nuevos retos por intentar desentumecer los sentidos de tanto recorrer las cuatro o cinco rutas habituales, nos llevaron a recuperar esta ruta, pero esta vez íbamos a recorrerla desde Manises, nada de salir desde Vilamarxant, ahí es nada.

Si ya íbamos a Chiva con sus casi 70 kilómetros y una subida final en el calvario más que interesante, esta ruta de similar recorrido y sin la susodicha subida a su término tendría que ser incluso más asequible, y así fue, pero el continuo rompe piernas en la parte central de la ruta hizo que el desnivel acumulado positivo se disparara y acabara pasando factura al final de la jornada, todo ello bendecido con la elevada velocidad media que nos marcamos.
Estamos en la base con los últimos preparativos cuando, inesperadamente, se completa el equipo. Ahora si que empieza el curso de verdad. Por el camino vamos desgranando los acontecimientos de la semana, sobre todo damos un repaso en profundidad a la sección deportiva con especial hincapié a los positivos por doping que una vez más ponen un borrón en nuestro querido deporte de la bicicleta.
Esta zona ya es conocida por la flamante nueva integrante del grupo: una Zesty 914 con su carbono reluciente es la sustituta de la última lapierre que quedaba en el grupo.
El día del estreno que fuimos a Santa Bárbara eran las americanas las que miraban con recelo a la novata. Los días de estreno de bici parece que hay que ir a un sitio sagrado, las yankees las llevamos al monasterio del Puig, esta a Santa Bárbara, la de Carlos, cuando le toque igual se corona en Mont Sant Michel.
Llegamos sin mayores contratiempos al camino del monasterio Cisterciense, que como siempre nos evoca recuerdos- … había una vez…-, lo dejamos atrás y paralelos a la carretera de Vilamarchant nos acercamos hacia el cruce de Lliria.
Ya al otro lado de la carretera, nos dirigimos hacia el Mas del Riu y buscaremos el camino que cruza el río allá por la cantera. Las cañas que taponan los ojos del puente hacen que la corriente pase por encima y tengamos que meternos dentro de las aguas del Turia. Ruedas mojadas y a coger barro que nos irá salpicando las piernas en los siguientes kilómetros.
Subimos hacia la Pea. Esta subida era de aquellas que antiguamente nos ponía las pulsaciones a tope, metíamos todo el desarrollo y subíamos como buenamente podíamos, hoy con el plato mediano y a buen ritmo no nos quita el aliento y hasta vamos charlando. Luego una bajada con cambio de firme que nos da un toque de emoción en las curvas a las que le buscamos el peralte de la parte exterior y así poder lanzar la bicicleta a la salida de la misma. Llegamos al cruce de caminos y hacemos la parte nueva que nos hemos inventado. Antes girábamos completamente a la derecha y nos metíamos entre la valla de un chalet y la pinada, hoy cogeremos la calle del medio y remontaremos para evitar aquel camino roto y desvencijado de infausto recuerdo. El ensayo error de un buen número de rutas por esta zona ha dado como resultado un par de variantes para esquivar aquel camino y, un poco más adelante, la carretera. Llegamos al cruce de la garrofera donde nos unimos al camino de siempre, rápida bajada y antes de la carretera a la derecha para internarnos en la pinada que nos hará evitar los 200 metros de carretera. Una senda nos conducirá entre pinos hasta el camino de la presa. Seguimos recto y llegamos a pie de carretera, cruzamos junto al puente para continuar de frente hacia las montañas. El lugar de inicio de algunas de nuestras rutas nos ve pasar hoy con algunos kilómetros a las espaldas, esas mismas que hoy deberían estar estrenando mochilas, pero, fatalidades de la vida, no ha podido ser, paciencia.
Las montañas van creciendo delante de nosotros a un ritmo vertiginoso, hoy no las tendremos que subir así que no nos asusta su tamaño. A la derecha, al otro lado del río la blanca cruz refulge sobre la rojiza y arcillosa montaña a la que corona. Un sábado más las nubes son nuestras aliadas y nos protegen del cálido Sol que sin ellas nos estaría achicharrando. Este camino asfaltado va ondulando e internándose hacia un cañón entre la montaña y el río. Más adelante gira a la izquierda en una amplia curva y el asfalto desaparece. Nos metemos entre la arboleda, primero pino, luego un campo de naranjos y por fin el camino desaparece en un campo de algarrobos. La piedra compactada por el paso nos permite seguir el “camino” sin problemas. Y de repente el abismo se abre justo delante de nosotros.
La cueva es un enorme agujero debido a un hundimiento del terreno. Calculamos sus buenos 30-40 metros de profundidad en su zona más alta. Abajo no podemos ver el fondo cubierto de árboles o arbustos de grandes proporciones.
Las paredes rotas nos devuelven el eco de nuestras voces. Admiramos por un momento el entorno antes de buscar acomodo en el “rocaje vivo” que nos dará descanso mientras almorzamos.
La pulida superficie de estas rocas será el lugar ideal para una pequeña siesta que nos traerá, mecido en la brisa, el extasiante aroma del té de monte que nos rodea del que daremos buena cuenta y engrosará las alforjas. Inmersos en la paz que emana el lugar lejos de cualquier ruido nos olvidamos por un momento que tenemos que volver.
No podíamos olvidar la foto de grupo en un lugar tan exquisito antes de ponernos a contar pedaladas otra vez. Nada más salir un pinchazo en la rueda delantera de Salva nos retrasará un poco. Por suerte el “pinchazo” lo podemos solucionar hinchando y esperando a que el líquido de la cámara actúe y tape el agujero. Vigilaremos esta rueda en todo el trayecto de vuelta. Hacemos un tramo de bajada bastante divertido. No es excesivamente rápido ya que hay que dar pedales en algunos lugares, pero las curvas, la gravilla y la velocidad le ponen un poco de aliciente. Sin el percance de la rueda hubiéramos podido exprimir más la velocidad, pero sin la seguridad de un buen agarre en la rueda directriz era un riesgo absurdo que hoy no hemos querido correr. Otro día será.
Cerramos el círculo y volvemos por la carretera conocida. El grandote y el remolque no están donde debería de estar. Así que nos queda una buena kilometrada hasta el R.C. Esta es parte fea de la ruta. Mucho asfalto que hace protestar los tacos de las ruedas y un buen tramo de carretera, la de Pedralba a Cheste que nos llevará hasta la carretera del Mas de Teulada. Esta carretera casi recta nos hará volar con la ayuda de una cadencia alta y con todo el desarrollo que somos capaces de mover. Nos vamos relevando para dar descanso al que va tirando y la velocidad no la dejamos bajar de 32km/h. No esta mal para los 2.2 de rueda con tacos y el peso de la bici y la mochila. Vamos cogiéndonos los rebufos para mantener la velocidad del que va delante y así poder salir rápido al relevo. Carlos parece que va reservándose para un último relevo demoledor, pensat i fet, esto no es un relevo es un demarraje en toda regla. Desde este momento le pedimos ¡por favorrrr! que no de más relevos o nos reventará. A partir de aquí la velocidad será la tónica en lo que resta de etapa. Solo tenemos ganas de llegar y reponer líquidos, ya que el sol hace rato que nos acompaña y empieza a molestar.
Con el paso de los kilómetros vamos notando como la musculatura se resiente y comienza a protestar en silencio. Afortunadamente no son calambres, ni rampas, ni dolor, es simplemente una tensión muscular que nos advierte de que estamos bajo mínimos. El bike-pass será el último escollo con el que nos encontremos. La subida que en las últimas semanas ha ido sufriendo diferentes cambios presenta un firme un tanto suelto para nuestro gusto, esto unido a un par de escalones por piedras y un tocón de árbol nos obliga a trazar con absoluta precisión para no quedarnos en el intento, pero no tendremos la suerte de acertar en la trazada entre tanto obstáculos, así que pie a tierra y a asumir la derrota con una mezcla de resignación y rabia por tener que bajar de la bici tan cerca de casa. Llegaremos con los 70 kilómetros tocados y augurando un desnivel positivo acumulado por encima de los mil metros, apostamos por un IBP de entre 85-90 a juzgar por la tensión muscular que sentimos al bajar de las bicis, ¡hagan sus apuestas! Seguiremos contando, como siempre, nuevas rutas que se están cocinando en el fogón de Roda i Pedal.