sábado, 19 de septiembre de 2009

Crónica de Manises-Puig-Marjal dels Moros

"Todo se cura con agua salada: con sudor; con lágrimas o con el mar."
Isak Dinesen

Desde que estuvimos en La Albufera, la visita al otro gran humedal cercano a Valencia era una visita obligatoria. Es curioso superponer el mapa de esta ruta con la citada, sería igual pero a la inversa, es decir, viajando hacia el norte pegados a la línea de costa. Pero como siempre vamos por partes para no mezclar las cosas.

La semana pasada, planificando los próximos movimientos, estábamos por aplazar esta rodada para que Carlos, que iba a esta fuera, pudiera acompañarnos. Decidimos no esperarlo ya que parece que el carnet de socio está en el aire por no pagar la cuota de rutas mínimas, así que decidimos hacerla de todas formas y contárselo desde aquí.

Con la tregua que nos proporciona la meteorología, nos ponemos en marcha por el conocido camino del río hacia Valencia, este tramo va a ser nuevo para Salva que, desde que está abierto el tramo entre el plan sur y el parque de cabecera él no ha pasado todavía por aquí, nosotros dos esperamos con impaciencia saber si la última pasarela, la que salva la V-30, estará ya en funcionamiento. Pero nuestro gozo en un pozo, todo sigue igual. Lo que también sigue igual es el creciente número de bikers y corredores que transitan el camino del parque natural del Turia. Efectivamente, el éxito de este camino es incuestionable y demuestra las ganas que teníamos los valencianos de estar más en contacto con nuestro río. Así mismo disfrutamos también del tramo del cauce viejo que ese si que es realmente una gozada. También atestiguamos un hecho que en las últimas semanas y, precisamente a raíz de este incremento de bikers venimos observando; cada semana encontramos más gente en bicicleta sin casco y/o con auriculares. A lo primero, aunque no es obligatorio excepto en vías interurbanas (y con excepciones), si es altamente recomendable y por eso y desde aquí hacemos este inciso para animaros a todos a que lo lleveis siempre. Respecto a lo segundo decir que eso si está prohibido, no incido más en este tema que da por sí solo para una crónica. Llegados al puente de la Av. de Aragón dejamos el río y subimos a la propia avenida que no llevará hasta Blasco Ibáñez y desde allí hasta el cruce de la V-21 con el bulevar norte-universidad politécnica.

Todo esto sin dejar el carril bici o bien circulando con precaución por la acera cuando este desaparece en algún tramo. Allí mismo arranca el carril bici que lleva hasta Puçol. Es la “Vía verde Xurra” que discurre por el trazado del antiguo tren entre Valencia y Zaragoza. Es una ruta de contrastes: por un lado está la proximidad de las muchas poblaciones que atraviesa con el consiguiente “ritmo urbanita” que eso conlleva, tráfico, estrés, ruido, cruces del camino con multitud de carreteras y su cuota de peligro; y por otro lado está la calma y el rodar tranquilo por el mismo corazón de la huerta disfrutando del tapiz multicolor que despliegan los sembrados y con ellos, la visión de blancas alquerías y casas de labranza que llenan el horizonte. Lo de tranquilo, por lo que decía antes es casi una utopía, además está lógicamente el gran número de gente que se acerca a esta vía verde buscando un lugar donde practicar deporte. Además esta vía verde coincide hasta Meliana con el trazado de la vía Augusta (señalizada con unas marcas azules y una rueda de 8 radios), que atraviesa la península desde los Pirineos a Cádiz, también en Meliana o más concretamente desde Puçol, esta misma ruta coincide con el camino del Cid del cual también os dejamos información en el enlace adjunto, siendo esta coincidencia de caminos en el mismo trayecto lo que dota de historia y cultura a raudales este tramo de apenas 15km. entre Valencia y Meliana. http://www.caminodelcid.org/Camino.aspx?Rama=20&Eje=1&Tramo=15

http://www.cma.gva.es/areas/montes/viasverdes/vias/via_augusta/introduccion.htm

Es en esta última población donde dejamos la vía verde para internarnos en un laberinto de caminos que serpentean por la huerta y que nos vuelven a sumergir en un mosaico de cultivos, colores y olores, sobre todo a cebolla pues, no olvidemos que el Puig en tiempos del Cid se denominaba Cebolla; también algunas granjas dejan su impronta grabada en nuestras pituitarias. El entramado de acequias para el regadío es algo digno de admiración. Desde Valencia hasta aquí, serán miles de kilómetros de acequias y ramales cruzándose y dando servicio unas a otras. Este es parte del legado árabe que ha llegado en pleno uso hasta nuestros días.

En Albuixech tendremos una de las gratas sorpresas de la jornada, nuestra afición astronómica nos hará identificar con absoluta seguridad entre la nube de antenas y demás elementos típicos de los tejados urbanos las formas características de una cúpula astronómica, perteneciente al ayuntamiento del lugar, que como no puede ser de otra manera fotografiaremos para nuestra carpeta de curiosidades y alegrías varias.


Continuamos por carreteras secundarias escasamente transitadas llegando a Massalfassar y atravesándolo por las calles más exteriores hasta la CV 32, que cruzaremos al tiempo que la vía del tren que une Valencia con Barcelona, trazando sobre el mapa casi un nudo de corbata. Algo más adelante volveremos a cruzar otra carretera importante que va de la Pobla de Farnals a la playa, aquí ya estamos cerca de El Puig y los restaurantes y salones de banquetes se suceden en un alarde de grandiosidad rivalizando por los jardines y la arquitectura más vanguardista o bien la más clásica que pueda dar un toque de distinción a su clientela, lo cierto es que todos y cada uno de ellos tiene su encanto y su atractivo. El monasterio de El Puig que ya es visible desde que cruzamos la vía se agranda a ojos vista llenando todo el espacio. El edificio es grandioso, monumental, impresionante. Un poco a su izquierda se eleva la cota de la jornada de hoy. La muntanya de la Patá. El nombre de la Montaña de la Patá viene de la leyenda según la cual el caballo del rey Jaime I el conquistador, dando una coz en el suelo de la colina, hizo brotar agua. Leyendas aparte, la pincelada de colorido de la masa arbórea contrasta con el rojo edificio que hay a sus pies. Tras estos dos colosos se erige como marco incomparable la primera elevación de la Serra Calderona, el monte Picayo con sus antenas coronando su cima y su inconfundible color rojo rodeno empequeñece todo lo que se cruza en su campo de visión.

De frente al monasterio giramos a la izquierda para buscar una rotonda, allí a la derecha y también derecha en la otra rotonda, luego las señales de dirección de las calles nos llevarán al inicio de la subida. Esta se presenta de repente con todo lo que tiene, como ya lo intuíamos vamos preparados, tan solo es una rampita pero los 50 metros de desnivel en 500 metros suponen su buen porcentaje, sin embargo no presenta ningún problema que debamos destacar. Eso sí, una nueva cumbre adorna con una muesca nuestros sillines. En cuanto empezamos a subir entramos en un mundo desconocido en la ruta de hoy. Pinos. Estamos inmersos en un mar de pinos que nos rodean y nos cubren haciendo de esta subida un pequeño bosque de galería que, con las lluvias de esta semana, exhalan todo su aroma y renuevan su verdor. Ante tanta vegetación las vistas mueren unos metros más allá estrelladas contra las ramas. Es igual, el espectáculo es verdaderamente cautivador.

La última rampa nos llevará al inicio de las escaleras que hay junto a los restos del castillo de origen musulmán, llamado por los árabes “Yubayla”. El castillo fue derruido por los propios árabes antes de retirarse para que no sirviera de base a las tropas cristianas para el ataque a Valencia. Los cristianos lo reconstruyeron, convirtiéndose en un elemento decisivo para la toma de la ciudad de Valencia por Jaume I en 1238. Hoy tan solo queda en pie un trozo de muralla sobre el cual se alza una cruz y aún más arriba, en la parte más alta de la muralla un vértice geodésico; que mira que nos gustan los vértices, no por su belleza intrínseca que no la tienen, sino por lo que representan, o mejor dicho por lo que representan los sitios en los que se encuentran, que auguran buenas vistas panorámicas. Pero hay que tener cuajo para colocar el tocho de cemento en los restos de un castillo por muy ruinoso que sea el resto.

Se supone que esto es patrimonio histórico y se supone que las autoridades competentes deben de legislar para su conservación al igual que otras autoridades en otro materia deciden donde se colocan las señales geodésicas, solo pedimos un poco de interacción entre unas y otras para poder disfrutar de lo que auguran unos sin renunciar a lo que ofrecen otros.

Pues este es el lugar elegido para almorzar, la hora es apropiada y el lugar invita a disfrutarlo. Lo hacemos con tanta fruición como del bocata que impaciente salta a nuestras manos. Lo de la cerveza ya son palabras mayores; que ansia por refrescar nuestras bocas y gaznates. En fin. Después del llantar tocan las fotos de rigor y disfrutar un agradable paseo por la cima de la montaña disfrutando de una mirada al monumental monasterio de El Puig de Santa María. Entre la pinada este se muestra furtivo y evocador.

Hacia el este se alza la otra atalaya del pueblo. En ella el blanco de la ermita de santa Bárbara brilla entre el oscuro verde pinar. Mientras paseamos buscamos alguna papelera para tirar los restos del almuerzo. Hay aseos, hay un mirador con bancos, pero papelera ni una, para que. Por suerte los contenedores del pueblo quedan justo al terminar la bajada. Llegamos a la rotonda de antes y vemos el puente que salva las vías del tren y una pasarela peatonal al lado. Vamos hacia allí por la acera, sin tocar la carretera para llegar a la Cartuja De Ara Christi reconvertida en centro hostelero y deportivo.

Esta es una de las cuatro cartujas existentes en la C.V. tres de ellas ya las hemos visitado: La Cartuja De Porta Coeli (Serra), La Cartuja De Santa María De Benifassà, (La Pobla de Benifassà), La Cartuja De Ara Christi (El Puig), esta hoy, y la última está pendiente en una ruta hacia Altura desde Gátova, La Cartuja De La Vall De Crist (Altura).
Como no sabemos donde está la entrada, cruzamos la carretera de La Pobla a Puçol y nos metemos en un camino sin salida que va pegado al muro del recinto hasta una torre defensiva pero sin posibilidad de entrar, como vamos con el tiempo muy justo para el resto de la jornada y la panorámica que tenemos es bonita, decidimos que, sin saber donde está la entrada, teniendo que circular por la carretera para buscarla y, desconociendo si se podrá o no entrar, damos por visitada la citada cartuja y volvemos sobre nuestros pasos hasta el monasterio de El Puig.

De vuelta nos queda a la izquierda algo más allá del cementerio la muntanya del Cabeço coronada con el santuario de la Virgen al pie de la Cruz, patrona de Puçol, aunque este promontorio se encuentra en el término municipal de El Puig. Llegamos al monasterio para admirar la mole de aspecto más militar que religioso, no alargamos mucho la visita aquí ya que como decía antes queda mucho camino por recorrer y tampoco vamos a entrar a verlo por dentro, así que unas cuantas fotos serán suficientes para inmortalizarlo y después nos ponemos en marcha callejeando por el pueblo en busca de la salida hacia Puçol.

Ya allí pasamos junto a la muralla del jardín botánico, que se dice que es el primero de carácter universitario en España, creado en 1567. A la salida del pueblo empezaremos a girar a la derecha para acercarnos a la marjal. Otro giro hacia el norte un poco más adelante nos dejará ante las puertas de la Marjal dels Moros. A unos 30 metros a la derecha un puente sobre la acequia nos permite pasar por encima de la cadena que cierra el paso a los coches.


Ya estamos dentro del espacio protegido. Las zonas de especial protección para las aves (ZEPA), son catalogadas por los estados miembros de la Unión Europea como zonas naturales de singular relevancia para la conservación de la avifauna amenazada de extinción. En las zonas de protección se prohíbe o limita la caza de aves, y los estados están obligados a actuar para conservar las condiciones medioambientales requeridas para el descanso, reproducción y alimentación de las aves. Por ejemplo, La Albufera también es un espacio ZEPA.


Antes de llegar al camino ya tenemos visión directa de la zona inundada y pequeñas aves zancudas se mueven con agilidad en las someras aguas. Pero lo realmente bonito nos espera unos metros más adelante. Un grupo de flamencos varados en mitad del agua con una sola pata parecen esperar a que saquemos la foto. A lo lejos las majestuosas garzas vuelan en círculos indecisas de donde posarse. Sin embargo, no serán muchas más las aves que veremos, pues la sequía de la zona parece que no invita a las aves a una estancia por estas tierras a caballo entre el mar y la montaña. Seguimos nuestro pedaleo por dentro de la zona, viendo como un grupo de caballos pasta en el seco humedal, hasta un mirador con panel interpretativo y que será otra “cota” a subir en el día de hoy. Desde aquí vemos que gran parte del acuífero está seco, la altitud de este mirador nos presenta vistas privilegiadas sobre la línea de mar que, a escasos metros en línea recta dibuja una increíble franja azul oscuro bajo la base del cielo.




Vamos en dirección a la playa para salir de la marjal por una pasarela de madera que nos recuerda aquellas que transitamos sobre el agua en la Dehesa del Saler.


Ya en el camino de la playa seguimos hacia el norte para llegar hasta el Grao Vell de Sagunto. Esta pedanía sigue teniendo un aire de tiempos pasados marineros. Las pequeñas casas blancas están desubicadas en el tiempo para quienes venimos de la gran ciudad. A pesar de tener casi enfrente la gasificadora y el puerto, el mar y las rompientes olas contra la pedregosa playa imprimen un sello de sosiego y ralentizan el ritmo vital. Pasamos junto a la pequeña ermita de camino a la torre vigía que data del siglo XV, el 14 de marzo de 1459, Juan II autorizó a este lugar como único punto de embarque en la costa de Morvedre; este lugar que aunque a día de hoy halla perdido su importancia no así su esplendor. Tal es la sensación de tranquilidad que decidimos parar en el bar junto a la ermita a disfrutar de una buena y fresca cerveza mientras contemplamos el hipnotizante mar en su eterno batir contra la orilla, redondeando las piedras hasta convertirlas en finísima arena. Por cierto, que la arena negra de esta playa, lejos de ser lava volcánica, no es más que escoria de la extinta siderurgia que vertía sus residuos al mar y este los arrastraba hasta depositarlos en la playa.


Toca emprender el camino de vuelta ya que estamos lo más lejos posible de la base, llevamos recorridos 50 kilómetros que habrá que deshacer y que según el trazado de vuelta dejarán la ruta en la nada despreciable distancia de los 100.000 metros, que suponen más de 30.000 golpes de pedal con la cadencia que llevamos, vamos unas buenas cifras por mucho que no haya desniveles significativos (y después me dicen que hago muchas fotos…, claro, en algo habrá que entretenerse ¿no?).

El track que seguimos, que es un compendio de otros mezclado en una coctelera, nos llevará todo el rato pegados al mar, así que comenzamos a rodar rapidito para encontrar un buen lugar donde hacer la parada de la comida. Dejamos atrás el camino pedregoso y bacheado que discurre junto a la marjal y cruzamos la gola del Estany que delimita el extremo sur de la marjal. Entramos en la playa de Puçol para rodar por el paseo marítimo entre el mar y las casas que exhiben a cada cual una terraza mayor y con mejores panorámicas. Aquí que podríamos rodar rápido, la contemplación y el imaginarnos en una de esas terrazas tomando una cerveza nos hace relajarnos en nuestro ímpetu de darle fuerte al pedal. Cruzamos el barranco del Puig no por el camino que más de frente nos viene según nuestro avance; al final de paseo marítimo nos desviamos a la derecha hasta pasar el camping y luego el siguiente camino a la izquierda para volver a la izquierda hacia la playa, una “u” un poco tonta si conoces el atajo que iba recto, pero si no lo sabes… Estamos en la playa de El Puig. Es curioso ver como en esta parte norte de las playas de Valencia hay espigones cada pocos metros que delimitan el mar dando sensación de playas privadas. Al sur de la capital, este tipo de construcción desaparece por completo en toda la costa.

Aún tendremos tiempo de otra parada junto a la torre vigía de Guaita. La rojiza piedra de rodeno se hace cada vez más irregular por el desgaste a que la somete el tiempo y las adversas condiciones marinas pues, se halla a escasos metros del mar.


Sin solución de continuidad salimos de las urbanizaciones de la playa del Puig para entrar en las de La Pobla de Farnals. El hambre ya aprieta y empezamos a buscar un buen sitio para la parada técnica. Llegamos al final de paseo sin decidirnos a parar y continuamos adelante. Sin saberlo aún vamos a entrar en la parte más fea de la ruta. Nos alejamos del mar para rodar por una carretera pegada a la CV-21 y al cañaveral que es la marjal de La Pobla, hasta una rotonda, allí volveremos a estar junto al mar, pero también junto a la autopista. Encajonados en este espacio y sin vistas del mar por la altura del rompeolas, el tramo se hará “pestoso” y claustrofóbico, además, el estado del firme con muchos baches, y los innumerables charcos y barro, acabarán por desesperarnos un poco. Imposible parar aquí ya que, para adornar más el panorama, no hay ni una sombra y el ruido del tráfico es bastante molesto. No nos queda otra que seguir hasta Port Saplaya. Pasamos lo más rápido posible esta zona para entrar en la palmera que dibuja el puerto deportivo e ir buscando acomodo para la comida.

Lo encontramos en una gran escalera a la sombra que nos protege del inclemente sol que nos está castigando a base de bien. El sosiego del agua calma y el reflejo de las coloridas casas en el acuoso espejo marítimo nos proporciona un descanso extra, solo roto por el ruido del tráfico de la autopista rebotando en las paredes de las casas y de un avión de exhibición que, en el puerto de Valencia, como veremos después, hace sus piruetas y caídas libres en picado. No hay muchas ganas de seguir pedaleando después de comer, pero a la fuerza ahorcan.


Nos ponemos en marcha calculando la distancia que nos queda y sabiendo que por muy poco no llegaremos a la marca de los 100. El paseo por el puerto de Valencia hasta el faro en el dique del Este que teníamos previsto si íbamos bien de tiempo, lo posponemos para otro día, el tiempo se nos está echando encima y no queremos volver con las últimas luces. Desde aquí hasta la base todo es territorio conocido y muchas veces rodado y contado, por lo que sin más curiosidades destacables no entraremos en detalle. Al final serán 95 kilómetros los recorridos, en los que nos ha dado tiempo a ver muchas cosas, y exceptuando el tramo junto a la autopista, el resto, ha sido de un rodar bastante más tranquilo de lo que intuíamos podrían ser algunos tramos. Nos traemos otra piedra de vértice para la colección y muchas pero que muchas fotos, y sobre todo, casi seis horas de compartir amistad y buenos momentos, eso es lo nunca nos quitará nadie.






Track en Rutes de Roda i Pedal