sábado, 19 de septiembre de 2009

Crónica de Manises-Puig-Marjal dels Moros

"Todo se cura con agua salada: con sudor; con lágrimas o con el mar."
Isak Dinesen

Desde que estuvimos en La Albufera, la visita al otro gran humedal cercano a Valencia era una visita obligatoria. Es curioso superponer el mapa de esta ruta con la citada, sería igual pero a la inversa, es decir, viajando hacia el norte pegados a la línea de costa. Pero como siempre vamos por partes para no mezclar las cosas.

La semana pasada, planificando los próximos movimientos, estábamos por aplazar esta rodada para que Carlos, que iba a esta fuera, pudiera acompañarnos. Decidimos no esperarlo ya que parece que el carnet de socio está en el aire por no pagar la cuota de rutas mínimas, así que decidimos hacerla de todas formas y contárselo desde aquí.

Con la tregua que nos proporciona la meteorología, nos ponemos en marcha por el conocido camino del río hacia Valencia, este tramo va a ser nuevo para Salva que, desde que está abierto el tramo entre el plan sur y el parque de cabecera él no ha pasado todavía por aquí, nosotros dos esperamos con impaciencia saber si la última pasarela, la que salva la V-30, estará ya en funcionamiento. Pero nuestro gozo en un pozo, todo sigue igual. Lo que también sigue igual es el creciente número de bikers y corredores que transitan el camino del parque natural del Turia. Efectivamente, el éxito de este camino es incuestionable y demuestra las ganas que teníamos los valencianos de estar más en contacto con nuestro río. Así mismo disfrutamos también del tramo del cauce viejo que ese si que es realmente una gozada. También atestiguamos un hecho que en las últimas semanas y, precisamente a raíz de este incremento de bikers venimos observando; cada semana encontramos más gente en bicicleta sin casco y/o con auriculares. A lo primero, aunque no es obligatorio excepto en vías interurbanas (y con excepciones), si es altamente recomendable y por eso y desde aquí hacemos este inciso para animaros a todos a que lo lleveis siempre. Respecto a lo segundo decir que eso si está prohibido, no incido más en este tema que da por sí solo para una crónica. Llegados al puente de la Av. de Aragón dejamos el río y subimos a la propia avenida que no llevará hasta Blasco Ibáñez y desde allí hasta el cruce de la V-21 con el bulevar norte-universidad politécnica.

Todo esto sin dejar el carril bici o bien circulando con precaución por la acera cuando este desaparece en algún tramo. Allí mismo arranca el carril bici que lleva hasta Puçol. Es la “Vía verde Xurra” que discurre por el trazado del antiguo tren entre Valencia y Zaragoza. Es una ruta de contrastes: por un lado está la proximidad de las muchas poblaciones que atraviesa con el consiguiente “ritmo urbanita” que eso conlleva, tráfico, estrés, ruido, cruces del camino con multitud de carreteras y su cuota de peligro; y por otro lado está la calma y el rodar tranquilo por el mismo corazón de la huerta disfrutando del tapiz multicolor que despliegan los sembrados y con ellos, la visión de blancas alquerías y casas de labranza que llenan el horizonte. Lo de tranquilo, por lo que decía antes es casi una utopía, además está lógicamente el gran número de gente que se acerca a esta vía verde buscando un lugar donde practicar deporte. Además esta vía verde coincide hasta Meliana con el trazado de la vía Augusta (señalizada con unas marcas azules y una rueda de 8 radios), que atraviesa la península desde los Pirineos a Cádiz, también en Meliana o más concretamente desde Puçol, esta misma ruta coincide con el camino del Cid del cual también os dejamos información en el enlace adjunto, siendo esta coincidencia de caminos en el mismo trayecto lo que dota de historia y cultura a raudales este tramo de apenas 15km. entre Valencia y Meliana. http://www.caminodelcid.org/Camino.aspx?Rama=20&Eje=1&Tramo=15

http://www.cma.gva.es/areas/montes/viasverdes/vias/via_augusta/introduccion.htm

Es en esta última población donde dejamos la vía verde para internarnos en un laberinto de caminos que serpentean por la huerta y que nos vuelven a sumergir en un mosaico de cultivos, colores y olores, sobre todo a cebolla pues, no olvidemos que el Puig en tiempos del Cid se denominaba Cebolla; también algunas granjas dejan su impronta grabada en nuestras pituitarias. El entramado de acequias para el regadío es algo digno de admiración. Desde Valencia hasta aquí, serán miles de kilómetros de acequias y ramales cruzándose y dando servicio unas a otras. Este es parte del legado árabe que ha llegado en pleno uso hasta nuestros días.

En Albuixech tendremos una de las gratas sorpresas de la jornada, nuestra afición astronómica nos hará identificar con absoluta seguridad entre la nube de antenas y demás elementos típicos de los tejados urbanos las formas características de una cúpula astronómica, perteneciente al ayuntamiento del lugar, que como no puede ser de otra manera fotografiaremos para nuestra carpeta de curiosidades y alegrías varias.


Continuamos por carreteras secundarias escasamente transitadas llegando a Massalfassar y atravesándolo por las calles más exteriores hasta la CV 32, que cruzaremos al tiempo que la vía del tren que une Valencia con Barcelona, trazando sobre el mapa casi un nudo de corbata. Algo más adelante volveremos a cruzar otra carretera importante que va de la Pobla de Farnals a la playa, aquí ya estamos cerca de El Puig y los restaurantes y salones de banquetes se suceden en un alarde de grandiosidad rivalizando por los jardines y la arquitectura más vanguardista o bien la más clásica que pueda dar un toque de distinción a su clientela, lo cierto es que todos y cada uno de ellos tiene su encanto y su atractivo. El monasterio de El Puig que ya es visible desde que cruzamos la vía se agranda a ojos vista llenando todo el espacio. El edificio es grandioso, monumental, impresionante. Un poco a su izquierda se eleva la cota de la jornada de hoy. La muntanya de la Patá. El nombre de la Montaña de la Patá viene de la leyenda según la cual el caballo del rey Jaime I el conquistador, dando una coz en el suelo de la colina, hizo brotar agua. Leyendas aparte, la pincelada de colorido de la masa arbórea contrasta con el rojo edificio que hay a sus pies. Tras estos dos colosos se erige como marco incomparable la primera elevación de la Serra Calderona, el monte Picayo con sus antenas coronando su cima y su inconfundible color rojo rodeno empequeñece todo lo que se cruza en su campo de visión.

De frente al monasterio giramos a la izquierda para buscar una rotonda, allí a la derecha y también derecha en la otra rotonda, luego las señales de dirección de las calles nos llevarán al inicio de la subida. Esta se presenta de repente con todo lo que tiene, como ya lo intuíamos vamos preparados, tan solo es una rampita pero los 50 metros de desnivel en 500 metros suponen su buen porcentaje, sin embargo no presenta ningún problema que debamos destacar. Eso sí, una nueva cumbre adorna con una muesca nuestros sillines. En cuanto empezamos a subir entramos en un mundo desconocido en la ruta de hoy. Pinos. Estamos inmersos en un mar de pinos que nos rodean y nos cubren haciendo de esta subida un pequeño bosque de galería que, con las lluvias de esta semana, exhalan todo su aroma y renuevan su verdor. Ante tanta vegetación las vistas mueren unos metros más allá estrelladas contra las ramas. Es igual, el espectáculo es verdaderamente cautivador.

La última rampa nos llevará al inicio de las escaleras que hay junto a los restos del castillo de origen musulmán, llamado por los árabes “Yubayla”. El castillo fue derruido por los propios árabes antes de retirarse para que no sirviera de base a las tropas cristianas para el ataque a Valencia. Los cristianos lo reconstruyeron, convirtiéndose en un elemento decisivo para la toma de la ciudad de Valencia por Jaume I en 1238. Hoy tan solo queda en pie un trozo de muralla sobre el cual se alza una cruz y aún más arriba, en la parte más alta de la muralla un vértice geodésico; que mira que nos gustan los vértices, no por su belleza intrínseca que no la tienen, sino por lo que representan, o mejor dicho por lo que representan los sitios en los que se encuentran, que auguran buenas vistas panorámicas. Pero hay que tener cuajo para colocar el tocho de cemento en los restos de un castillo por muy ruinoso que sea el resto.

Se supone que esto es patrimonio histórico y se supone que las autoridades competentes deben de legislar para su conservación al igual que otras autoridades en otro materia deciden donde se colocan las señales geodésicas, solo pedimos un poco de interacción entre unas y otras para poder disfrutar de lo que auguran unos sin renunciar a lo que ofrecen otros.

Pues este es el lugar elegido para almorzar, la hora es apropiada y el lugar invita a disfrutarlo. Lo hacemos con tanta fruición como del bocata que impaciente salta a nuestras manos. Lo de la cerveza ya son palabras mayores; que ansia por refrescar nuestras bocas y gaznates. En fin. Después del llantar tocan las fotos de rigor y disfrutar un agradable paseo por la cima de la montaña disfrutando de una mirada al monumental monasterio de El Puig de Santa María. Entre la pinada este se muestra furtivo y evocador.

Hacia el este se alza la otra atalaya del pueblo. En ella el blanco de la ermita de santa Bárbara brilla entre el oscuro verde pinar. Mientras paseamos buscamos alguna papelera para tirar los restos del almuerzo. Hay aseos, hay un mirador con bancos, pero papelera ni una, para que. Por suerte los contenedores del pueblo quedan justo al terminar la bajada. Llegamos a la rotonda de antes y vemos el puente que salva las vías del tren y una pasarela peatonal al lado. Vamos hacia allí por la acera, sin tocar la carretera para llegar a la Cartuja De Ara Christi reconvertida en centro hostelero y deportivo.

Esta es una de las cuatro cartujas existentes en la C.V. tres de ellas ya las hemos visitado: La Cartuja De Porta Coeli (Serra), La Cartuja De Santa María De Benifassà, (La Pobla de Benifassà), La Cartuja De Ara Christi (El Puig), esta hoy, y la última está pendiente en una ruta hacia Altura desde Gátova, La Cartuja De La Vall De Crist (Altura).
Como no sabemos donde está la entrada, cruzamos la carretera de La Pobla a Puçol y nos metemos en un camino sin salida que va pegado al muro del recinto hasta una torre defensiva pero sin posibilidad de entrar, como vamos con el tiempo muy justo para el resto de la jornada y la panorámica que tenemos es bonita, decidimos que, sin saber donde está la entrada, teniendo que circular por la carretera para buscarla y, desconociendo si se podrá o no entrar, damos por visitada la citada cartuja y volvemos sobre nuestros pasos hasta el monasterio de El Puig.

De vuelta nos queda a la izquierda algo más allá del cementerio la muntanya del Cabeço coronada con el santuario de la Virgen al pie de la Cruz, patrona de Puçol, aunque este promontorio se encuentra en el término municipal de El Puig. Llegamos al monasterio para admirar la mole de aspecto más militar que religioso, no alargamos mucho la visita aquí ya que como decía antes queda mucho camino por recorrer y tampoco vamos a entrar a verlo por dentro, así que unas cuantas fotos serán suficientes para inmortalizarlo y después nos ponemos en marcha callejeando por el pueblo en busca de la salida hacia Puçol.

Ya allí pasamos junto a la muralla del jardín botánico, que se dice que es el primero de carácter universitario en España, creado en 1567. A la salida del pueblo empezaremos a girar a la derecha para acercarnos a la marjal. Otro giro hacia el norte un poco más adelante nos dejará ante las puertas de la Marjal dels Moros. A unos 30 metros a la derecha un puente sobre la acequia nos permite pasar por encima de la cadena que cierra el paso a los coches.


Ya estamos dentro del espacio protegido. Las zonas de especial protección para las aves (ZEPA), son catalogadas por los estados miembros de la Unión Europea como zonas naturales de singular relevancia para la conservación de la avifauna amenazada de extinción. En las zonas de protección se prohíbe o limita la caza de aves, y los estados están obligados a actuar para conservar las condiciones medioambientales requeridas para el descanso, reproducción y alimentación de las aves. Por ejemplo, La Albufera también es un espacio ZEPA.


Antes de llegar al camino ya tenemos visión directa de la zona inundada y pequeñas aves zancudas se mueven con agilidad en las someras aguas. Pero lo realmente bonito nos espera unos metros más adelante. Un grupo de flamencos varados en mitad del agua con una sola pata parecen esperar a que saquemos la foto. A lo lejos las majestuosas garzas vuelan en círculos indecisas de donde posarse. Sin embargo, no serán muchas más las aves que veremos, pues la sequía de la zona parece que no invita a las aves a una estancia por estas tierras a caballo entre el mar y la montaña. Seguimos nuestro pedaleo por dentro de la zona, viendo como un grupo de caballos pasta en el seco humedal, hasta un mirador con panel interpretativo y que será otra “cota” a subir en el día de hoy. Desde aquí vemos que gran parte del acuífero está seco, la altitud de este mirador nos presenta vistas privilegiadas sobre la línea de mar que, a escasos metros en línea recta dibuja una increíble franja azul oscuro bajo la base del cielo.




Vamos en dirección a la playa para salir de la marjal por una pasarela de madera que nos recuerda aquellas que transitamos sobre el agua en la Dehesa del Saler.


Ya en el camino de la playa seguimos hacia el norte para llegar hasta el Grao Vell de Sagunto. Esta pedanía sigue teniendo un aire de tiempos pasados marineros. Las pequeñas casas blancas están desubicadas en el tiempo para quienes venimos de la gran ciudad. A pesar de tener casi enfrente la gasificadora y el puerto, el mar y las rompientes olas contra la pedregosa playa imprimen un sello de sosiego y ralentizan el ritmo vital. Pasamos junto a la pequeña ermita de camino a la torre vigía que data del siglo XV, el 14 de marzo de 1459, Juan II autorizó a este lugar como único punto de embarque en la costa de Morvedre; este lugar que aunque a día de hoy halla perdido su importancia no así su esplendor. Tal es la sensación de tranquilidad que decidimos parar en el bar junto a la ermita a disfrutar de una buena y fresca cerveza mientras contemplamos el hipnotizante mar en su eterno batir contra la orilla, redondeando las piedras hasta convertirlas en finísima arena. Por cierto, que la arena negra de esta playa, lejos de ser lava volcánica, no es más que escoria de la extinta siderurgia que vertía sus residuos al mar y este los arrastraba hasta depositarlos en la playa.


Toca emprender el camino de vuelta ya que estamos lo más lejos posible de la base, llevamos recorridos 50 kilómetros que habrá que deshacer y que según el trazado de vuelta dejarán la ruta en la nada despreciable distancia de los 100.000 metros, que suponen más de 30.000 golpes de pedal con la cadencia que llevamos, vamos unas buenas cifras por mucho que no haya desniveles significativos (y después me dicen que hago muchas fotos…, claro, en algo habrá que entretenerse ¿no?).

El track que seguimos, que es un compendio de otros mezclado en una coctelera, nos llevará todo el rato pegados al mar, así que comenzamos a rodar rapidito para encontrar un buen lugar donde hacer la parada de la comida. Dejamos atrás el camino pedregoso y bacheado que discurre junto a la marjal y cruzamos la gola del Estany que delimita el extremo sur de la marjal. Entramos en la playa de Puçol para rodar por el paseo marítimo entre el mar y las casas que exhiben a cada cual una terraza mayor y con mejores panorámicas. Aquí que podríamos rodar rápido, la contemplación y el imaginarnos en una de esas terrazas tomando una cerveza nos hace relajarnos en nuestro ímpetu de darle fuerte al pedal. Cruzamos el barranco del Puig no por el camino que más de frente nos viene según nuestro avance; al final de paseo marítimo nos desviamos a la derecha hasta pasar el camping y luego el siguiente camino a la izquierda para volver a la izquierda hacia la playa, una “u” un poco tonta si conoces el atajo que iba recto, pero si no lo sabes… Estamos en la playa de El Puig. Es curioso ver como en esta parte norte de las playas de Valencia hay espigones cada pocos metros que delimitan el mar dando sensación de playas privadas. Al sur de la capital, este tipo de construcción desaparece por completo en toda la costa.

Aún tendremos tiempo de otra parada junto a la torre vigía de Guaita. La rojiza piedra de rodeno se hace cada vez más irregular por el desgaste a que la somete el tiempo y las adversas condiciones marinas pues, se halla a escasos metros del mar.


Sin solución de continuidad salimos de las urbanizaciones de la playa del Puig para entrar en las de La Pobla de Farnals. El hambre ya aprieta y empezamos a buscar un buen sitio para la parada técnica. Llegamos al final de paseo sin decidirnos a parar y continuamos adelante. Sin saberlo aún vamos a entrar en la parte más fea de la ruta. Nos alejamos del mar para rodar por una carretera pegada a la CV-21 y al cañaveral que es la marjal de La Pobla, hasta una rotonda, allí volveremos a estar junto al mar, pero también junto a la autopista. Encajonados en este espacio y sin vistas del mar por la altura del rompeolas, el tramo se hará “pestoso” y claustrofóbico, además, el estado del firme con muchos baches, y los innumerables charcos y barro, acabarán por desesperarnos un poco. Imposible parar aquí ya que, para adornar más el panorama, no hay ni una sombra y el ruido del tráfico es bastante molesto. No nos queda otra que seguir hasta Port Saplaya. Pasamos lo más rápido posible esta zona para entrar en la palmera que dibuja el puerto deportivo e ir buscando acomodo para la comida.

Lo encontramos en una gran escalera a la sombra que nos protege del inclemente sol que nos está castigando a base de bien. El sosiego del agua calma y el reflejo de las coloridas casas en el acuoso espejo marítimo nos proporciona un descanso extra, solo roto por el ruido del tráfico de la autopista rebotando en las paredes de las casas y de un avión de exhibición que, en el puerto de Valencia, como veremos después, hace sus piruetas y caídas libres en picado. No hay muchas ganas de seguir pedaleando después de comer, pero a la fuerza ahorcan.


Nos ponemos en marcha calculando la distancia que nos queda y sabiendo que por muy poco no llegaremos a la marca de los 100. El paseo por el puerto de Valencia hasta el faro en el dique del Este que teníamos previsto si íbamos bien de tiempo, lo posponemos para otro día, el tiempo se nos está echando encima y no queremos volver con las últimas luces. Desde aquí hasta la base todo es territorio conocido y muchas veces rodado y contado, por lo que sin más curiosidades destacables no entraremos en detalle. Al final serán 95 kilómetros los recorridos, en los que nos ha dado tiempo a ver muchas cosas, y exceptuando el tramo junto a la autopista, el resto, ha sido de un rodar bastante más tranquilo de lo que intuíamos podrían ser algunos tramos. Nos traemos otra piedra de vértice para la colección y muchas pero que muchas fotos, y sobre todo, casi seis horas de compartir amistad y buenos momentos, eso es lo nunca nos quitará nadie.






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domingo, 13 de septiembre de 2009

Crónica La Ruta de las Trincheras (…o lo que queda de ellas)

"Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa." Ghandi


Hacía tiempo que esta ruta estaba en el zurrón de las rodadas pendientes y por fin le tocaba el turno. Es curioso nuestro caso si hacemos memoria, antes salíamos de la base hacia arriba por el camino de Valencia la Vella, hasta allí había un par de variantes, pero anhelábamos poder rodar junto al río. Ahora que tenemos el camino del parque natural del Turia totalmente terminado con sus puentes y todo, parece que vayamos huyendo de él. En cierto modo es así, ya que por un lado está la cantidad de veces que aun sin querer lo transitamos (y lo seguiremos transitando), y por otro. el numeroso grupo de gente que encontramos cada día y que hace que en lugar de ser un paseo a nuestro particular modo de ver, agradable, vayamos pasándonos y repasándonos continuamente con los consiguientes y absurdos “piques” de algunos bikers que son como niños, cuestión por la que no nos termina de encajar en nuestra forma de rodar sin más preocupación que el estado del firme y la contemplación de la naturaleza; pero por encima de todo está el hecho de no querer comer polvo. Si, ya se aquello de que menos da una piedra y no es por criticar, pero puestos a pedir, ¿no podían haber hecho el firme con material menos polvoriento? o ¿quien lo diseñó ha pasado alguna vez por allí para ver como se comporta su obra y mejorarla si es posible o tenerlo en cuenta para la siguiente? Cuando utilizas este camino pocas veces es algo impresionante en todos los aspectos, pero cuando lo usas todas las semanas llega a convertirse en algo molesto de verdad. El antiguo cauce del río en Valencia no está de esta manera y aquello si que es un rodar agradable y placentero, pero el día de la nocturna, por ejemplo, casi brillábamos de tanto polvo blanco que llevábamos encima. Pues eso, que desde entonces hemos vuelto a las andadas y estamos recorriendo los caminos de antaño, máxime cuando ahora nuestra salida más natural es por la Muntanyeta.

Pero a lo que vamos. Para llegar a las primeras trincheras que íbamos a visitar entre Els Pouets y Valencia La Vella, bajamos hacia el by-pass por aquella cuesta que tanto respeto nos daba antes, lo que son las cosas y la experiencia acumulada. Eso sí, porquería bajo del puente toda la que quieras, que digo yo que, habiendo eco parques para poder tirar todo tipo de residuos y trastos viejos, hay que ser muy tonto para jugarte una multa, y muy cafre y muy guarro para no tirar la basura donde corresponde. En fin...., a esto también le llamamos civilización.

Más adelante nos adentramos en la pinada que queda detrás de aguas potables y seguimos hacia la urbanización, cruzamos el barranco de Cabrasa y llegamos a lo que denominábamos cariñosamente antaño “Atacama”. El polvo que levantábamos antes aquí, comparado con el río es jauja. Aquí es donde tenemos el primer tropiezo “la martita” y yo. El track que preparamos no sé por qué extraña razón no se cargó, así que tirando más de dos años de memoria, tras pasarnos el camino y volver atrás, me equivoco de camino y nos dejamos las primeras trincheras encima de un cerro, por no volver atrás decidimos que ya compensaremos con las otras. Iniciamos el sendero de bajada, este está casi cubierto por la vegetación que crece a orillas del mismo pero que invade el espacio, por el que tendríamos que estar pasando.

Llegamos abajo maldiciendo los arañazos y pinchazos que llevamos por las piernas y brazos, este camino es ideal para el invierno que la vestimenta es de largo y nos protege de los arbustos. Al volver al camino giro a la derecha y ante una bifurcación vuelvo a equivocarme y cojo a la izquierda en vez de derecha. Al final esto se convierte en senda y nos hace echar pié a tierra otra vez, vaya día que llevo, más que bajar de la bici me molesta estar equivocándome de caminos, eso si que me molesta de verdad. En fin, llegamos al final del camino justo en lo alto del mirador sobre la chopera junto al río. La vista desde aquí es espectacular. El río dibuja un recodo entre la arboleda y la montaña que se despeña casi a cuchillo sus buenos 30 ó 40 metros. Por encima de los verdes árboles asoma la oscura pinada de la Vallesa, y el río, como un hilo de plata, se deja caer sin prisas hacia un mar que nunca conocerá, dejando su vida en la fértil huerta valenciana cada vez más amenazada por la fuerza del cemento. La Nikoleta se pone de nuevo en acción y caen unas cuantas fotos para el recuerdo como no podía ser de otra forma.

Escudriñamos respetuosamente la zona viendo los restos de un tiempo pasado que nunca fue mejor. Zanjas tapadas con piedra de cantera como si quisieran ocultar el horror y la vergüenza de un pueblo enfrentado contra si mismo. Quedan los restos de un nido de ametralladoras, de lo que parece ser un polvorín, más trincheras y muchas, pero que muchas preguntas en el aire. A veces allí mismo no te das cuenta de lo que te afecta una cosa, aquí y ahora intentando contar una placida jornada de pedales cae sobre mí todo el peso de aquello que representa lo que vi.

Salimos de allí esta vez sin equivocarnos de caminos y vamos hacia la bajada del “cholo”. Antes de entrar en Masía de Traver hay una tubería que cruza el barranco de la pedrera y que creemos son aguas residuales que van a la depuradora de la Vallesa. En esa tubería, las primeras veces que pasamos por allí hace ya unos años, había una “simpática” pintada que rezaba “cuidado con el cholo”, que advertía que tenías que agacharte para pasar por debajo y no golpearte “el cholo”, o sea, la cabeza y de ahí el nombre con el que bautizamos a este tramo.

Hoy tomamos la bajada con más precaución que entonces ya que hay acceso al camino del parque y cuando lo estaban haciendo descuidaron mucho este camino y no sabemos lo que nos podemos encontrar. No está en muy malas condiciones pero cuando nos damos cuenta ya casi estamos al final y perdemos la inercia de la bajada. Cruzamos Traver y salimos al polígono hacia el pueblo. Nos desviamos a la izquierda para pasar el único paso inferior sobre la antigua vía del tren y dirigirnos hacia la pequeña montaña que alberga los repetidores de TV de Riba Roja. Esta pequeña cota engaña. Parece una mosquita muerta y cuando estás allí te exige casi todo lo que tienes. En apenas medio kilómetro tiene un par de rampas realmente duras que no lo parecen desde abajo. Una vez metidos en harina, buscas con urgencia algún piñón más porque lo que tienes puesto no es bastante. La cruda realidad como siempre te dice que ya lo llevas todo puesto y que ahora hay que tirar de gemelos. Llegamos arriba jadeando y con las pulsaciones que se salen de la pantalla del reloj.

Buenas vistas sobre el pueblo y las montañas delante de Les Rodanes, donde las sendas se dibujan con fuerza en la piel rojiza de estas montañas. También La Vallesa, La Calderona, El Montiel y Sant Miquèl tienen vistas privilegiadas desde aquí, pero, entre que no hay ni una sombra, y que tenemos otros objetivos, la visita se hace tan corta como nuestro tiempo en recuperar el resuello. Unas imágenes de la zona van directas al zurrón de la tarjeta digital.

Al bajar cruzaremos la carretera para entrar en el pueblo y por el paseo donde estaba la vía hasta llegar al polideportivo, luego continuamos paralelos al trazado del tren hasta Les Plantaes, desde donde dirigiremos a las burras hacia el interior del paraje natural municipal de Les Rodanes. Estamos a los pies de La Rodana del Pic. Un camino ascendente nos llevará entre chalets hasta la zona a la que nos dirigimos. Pase que llegar hasta aquí sea toda una cuestión de voluntad, pruebas un camino y si no es ese pues pruebas otro, ya que la señalización para llegar brilla por su ausencia tanto en Vilamarxant como en Riba Roja; igual ocurre con el asentamiento de origen visigodo en la citada Riba Roja, unos lo sitúan en el Pla de Nadal y otros en Valencia la Vella, el caso es que allí se llegaron a hacer prospecciones arqueológicas hasta finales de los 90, pero indicar donde está, eso es otro cantar, no sea que nos culturicemos demasiado. El caso es que llegamos al emplazamiento para encontrarnos con el surrealista espectáculo de un monte casi arado y unos árboles podados hasta una altura considerable.

Si esto lo incluimos dentro de unos trabajos de limpieza forestal para evitar incendios vale, pero si todas las ramas, grandes y pequeñas están esparcidas por el suelo a modo de “mecha” no alcanzo a ver que peligro representaban estando en el árbol y aquí no.

Para colmo las trincheras, o lo que queda de ellas, ya no solo están medio tapadas con la tierra que de forma gradual y natural se va acumulando, no, están casi repletas de esta poda masiva y tapadas a conciencia en algunos puntos por piedra de cantera. No olvidemos que este tipo de parajes están considerados como patrimonio histórico por la Generalitat y que incluso se anunció no hace demasiado tiempo por televisión a bombo y platillo cuando se señalizaron algunos de estos parajes, pero claro, pasada la repercusión mediática del momento todo olvidado. Más asombrado aún quedo después de repasar las fotos para esta crónica, cito textualmente y acompaño la foto para que se vea que no inventamos nada:

“Por ello, el Ayuntamiento de Vilamarxant ha querido realizar una puesta en valor de la zona, realizando tareas de limpieza y mejora siendo respetuosos en todo momento con el entorno que rodea estas estructuras.”

Toma ya. Si si, aún estoy frotándome los ojos después de leer y releer el panel, pero por favor, que alguien me lo explique porque no entiendo donde está el respeto a tenor de las imagenes... o como diría un buen amigo nuestro “mentirusco atao con piedra”.

Recorremos con tristeza y asombro el asolado y desolado lugar con la incredulidad reflejada en el rostro. Hasta la nikoleta parece quejarse tras apretar el botón y enfocar la imagen. En fin, que lo de conocer algo de nuestra historia lo hacemos muy por encima, la jornada quedará solo en el paseo en bicicleta. Salimos apresuradamente intentando dejar atrás una plaga de mosquitos que quizá por este terreno removido están más activos y numerosos que en otras partes de este mismo bosque, lástima, pues el lugar invita a quedarse de no ser por los dichosos mosquitos, pero el sitio elegido para almorzar cerca de aquí será cambiado por nuestra querida Bassa Barreta. Así que volvemos a bajar hacia la carretera de Les Plantaes hacia Vilamarxant y tras cruzar el barranco de Muncholina, a la izquierda por el primer camino sin abandonar el asfalto. Este nos conduce entre chalets a una isleta que tomaremos a la izquierda y que ya tendrá un leve ascenso aunque el camino está bastante mejor que el año pasado que, con la gravilla suelta y en cantidad, era un peligro porque se clavaban las ruedas de las bicicletas.

Durante el almuerzo comentamos el lamentable estado de conservación del lugar que acabamos de dejar atrás. Las instituciones no pueden y no deben gastar dinero absurdamente en rehabilitar una zona para luego abandonarla y dejarla sin mantenimiento, así como tampoco pueden hacer una poda de árboles y dejar todo esparcido por el monte; aquí mismo en la Bassa Barreta se hizo una limpieza similar antes del verano, el resultado es el ejemplar estado de conservación en que está toda la zona. Siempre aplaudiremos este tipo de actuaciones y criticaremos las que traen como consecuencia lo que hemos visto.

Después del almuerzo hacemos la subida hacia la luz y bajamos rápido en una bajada que nunca nos defrauda por la velocidad que llegamos a alcanzar, hasta llegar a la urbanización Monte Horquera y el camino de la cantera y Mas del Pozalet. La denominación oficial de este camino es de Pedralba a Valencia pero con la vuelta que da será difícil ubicarse para quien conozca la zona pues, la nomenclatura oficial no corresponde al trazado “más lógico” que pudiéramos imaginar.

Parece que le estamos cogiendo el gusto a este camino, sobre todo la parte entre Pozalet y Loriguilla. Rodamos muy rápido este tramo. Parece que la cerveza quiera saltar de la nevera antes de tiempo. Ya hasta la base sin más curiosidades que reseñar, a no ser esa alta velocidad que nos hará llegar como un tiro a casa, donde después del verano nos volveremos a reunir los cuatro jinetes, en nuestro rincón de la cerveza, para comentar algún episodio veraniego con el más faltón del grupo que casi está a punto de perder la credencial de socio de nuestro particular club. Así que esto es todo de momento, pronto volveremos con más rodadas que ya están impacientes por saltar a los caminos delante de nuestras ruedas. Desde nuestro RC (rincón de la cerveza), hasta la próxima.





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jueves, 10 de septiembre de 2009

Crónica del asalto a las 5 cumbres o pareja de reinas

"Ascender una montaña es un esfuerzo duro, y para muchas personas, incluso un esfuerzo inútil. Pero yo siempre he salido ampliamente recompensado"

Josep de Tera


Como mano de póker no estaba mal, una pareja de reinas puede ser una buena mano ganadora: una reina por La Rodana, la otra por la etapa reina en que se iba a convertir esta rodada por los alrededores de la base, pero, puestos a subir la apuesta mejor buscar color, aunque con la altura que estaba tomando el envite esto iba de escalera, de color claro. Pero, en el último momento un repóker de damas que no de reinas, pues esa solo hay una, sería la mejor mano y la apuesta ganadora. Con el calor de la jornada y el desnivel a subir, esto solo podía acabar en jaque mate.

La pregunta de porqué se sube esta crónica ahora, pues muy sencillo, entre preparar la crónica, conseguir las fotos y demás se plantó agosto llamando a la puerta y tal como lo calificamos este año "el loco agosto y sus locuras" (cada cual las suyas), esta crónica se había quedado en el tintero y ya ni me acordaba de que estaba por ahí pululando. Pero como más vale tarde que nunca, pues aquí está.
Desayuno frente a la ventana viendo como el día trae una claridad de las montañas de La Calderona que indican una visión preclara para todo el día, pues el ponientazo que hace ya marca a estas horas, las 09.00 de la mañana unos nada despreciables 30ºC. Como el calor no es algo que me afecte y menos el poniente, que lo prefiero al clima húmedo, me pongo en marcha más contento que unas pascuas, en dirección a mi primer destino, La Montieleta. Bajo hasta el camino del río inyectándome una dosis de velocidad para empezar la jornada, esto prometería si no supiese de antemano lo que me espera. Hoy no voy a descubrir ningún camino, todos están trillados de antemano, así que voy mentalizándome para ver si consigo o no mi objetivo. Como pudimos ver en la nocturna los puentes hacia arriba ya están abiertos y en algunos de ellos incluso ya se han desmantelado los tubos que hasta ahora hacían de puente. Llego hasta el desvío que me sube hasta el cruce del monasterio cisterciense y veo que las zanjas que abrían el camino están tapadas por fin. Giro a la izquierda junto a la balsa de riego. En la distancia, La Rodana me mira o se esconde según mi avance, a través de las almenas que coronan el muro de la balsa, y me voy hacia la urbanización Vilanova, de allí cruzaré la carretera para coger el primer camino, y dirigirme hacia La Montieleta que ya la veo enfrente, por la partida dels Cremats. Los restos de los antiguos “catxirulos” me observan impertérritos, como si la cosa no fuera con ellos. Llego al desvío de la urbanización valle del Turia y el camino se pone para arriba, que novedad. Hoy no habrá perros que salgan a importunar, hace demasiado calor incluso para ellos. Ni siquiera el polvo del camino se atreve a elevarse en el incendiario aire que estoy respirando, el chaparrón de ayer tarde a dejado el polvo apelmazado y pegado al camino, mejor que mejor. La parte de asfalto es en principio para abajo, si un novato me acompañara tendría una idea muy equivocada de a qué hemos venido hoy. Pero esta impresión pronto cambia cuando llego al desvío que me lleva a los pies de la montaña.

Estas rampas subidas mil veces no son de las más duras que conocemos pero se agarran con saña a las piernas, además por eso de la “poca dureza” tienen un nosequé especial que nos hace intentar subirlas a ritmo, así que llegado arriba estoy con los pulmones por fuera. Un rápido descanso en la sombra y para abajo que aún queda mucho por hacer. Carril bici hacia Llíria. Desvío a la izquierda a la altura del almacén de cebollas y la carretera se vuelve a empinar. Hoy encuentro mucho tráfico de coches, bueno mucho… para lo que estamos acostumbrados si. Me esfuerzo en llegar lo antes posible a las sombras que perlan el camino, una vez allí dentro intento ralentizar el ritmo para que dure el fresquito.
San Miquèl a la derecha, Santa Bárbara enfrente de mi avance son los dos siguientes objetivos, en ese orden.
Callejeo dentro del pueblo para llegar a la primera rampa junto a la curva. Si miras hacia delante es peor. Así que clavo la mirada en la rueda delantera como cuando era pequeño e intentaba aprender a ir en bici, y un pensamiento de “para traer aquí a alguien que quiera aprender a ir en bici” cruza mi mente con una pícara sonrisa. Vuelvo a pensar que esto es lo peor de la subida igual que ya hiciera la última vez que vinimos aquí, pero al llegar a la curva observo como vuelvo a estar equivocado. Zigzagueando a lo ancho del camino intento suavizar la crudeza del desnivel, apenas lo consigo. La siguiente curva parece darme un pequeño respiro, tan pequeño que no lo noto, o al menos eso creo. De todos modos gracias, esto, poco a poco se va acabando. Un par de curvas más y será mía. Agradezco no tener un pulsómetro pues de lo contrario en lugar de ir a mi siguiente objetivo me iría directo al hospital pues, este ritmo cardíaco no puede ser bueno.
Este descanso lo estiro más que el anterior, entre otras cosas porque las vistas se magnifican en todas direcciones de manera colosal. La Calderona es un cuadro cercano esperando el último toque de mano. Hacia poniente, la Sierra de los Bosques se muestra mayestática e imponente en su desnudez, los árboles hace tiempo que la abandonaron consumidos por las llamas, muy probablemente en un día calido y ventoso como hoy, aun así, a lo lejos se observan volutas de humo de la quema de rastrojos, no se como se autorizan esas quemas en días como hoy o como hay irresponsables que encienden fuego sin autorización. Ahora mismo mientras os cuento esta crónica La Calderona, por la parte de Segorbe, arde hasta los cimientos a juzgar por las columnas de humo que elevan el alma de los árboles hacia un cielo cansado de acogerlas.
Contemplo extasiado el paisaje montañoso a lo lejos; más cerca veo como nuevas carreteras que hace apenas dos años no existían acercan más los pueblos y preparan el desembarco de nuevas urbanizaciones y más cemento en la poca zona de huerta que queda entre aquí y Valencia allanando el terreno a la gran metrópoli. Me pongo en marcha nuevamente intentando ganar velocidad para dejar atrás las ideas cataclísmicas que estaban comenzando a aflorar en mi mente. Antes de quererlo ya estoy llegando a la altura de las primeras casas, y con ello exprimiendo a tope los frenos pues de lo contrario no conseguiré detener la bici a tiempo. Busco las calles que me llevarán al inicio de mi siguiente objetivo y lugar elegido para el almuerzo y descanso del guerrero.

La subida a las ruinas de Santa Bárbara es un vía crucis en el sentido más estricto. La rampa es llevadera en todo momento, pero curva a curva estás deseando que se acabe y con cada nuevo tramo los ánimos por acabar se dinamitan junto con tus fuerzas. Llego arriba con el alivio del que encuentra una buena sombra al final de este suplicio. Me quito la mochila de la espalda para comprobar que esta zona resguardada del sol y el aire caliente es la única que está chorreando, el resto del sudor se seca al mínimo contacto con el aire, por lo que es importante beber en todo momento. Admiro el nuevo retrato en azulejos de la santa en el óvalo de encima de la puerta, las otras veces que hemos venido no estaba, por lo que deduzco que es algo reciente, igual que el haber limpiado las pintadas que había en las paredes y la cruz.
Almuerzo a la sombra de los pinos en un banco de la plazoleta con el continuo e inagotable cantar de las chicharras más fuerte cuanto más calor hace. Un momento después este sonido se hace tan natural como respirar y me centro en el silencio de la soledad que me envuelve. Solo la compañía del almuerzo y la cerveza serán testigos de este encantador momento. Teléfono en mano estoy tentado de enviar un mensaje a los esforzados currantes que no pueden disfrutar de este momento, pero el temor a una réplica contundente en plan “cabronaso” me hace desistir, ya se lo contaré de viva voz y les podré ver las caras. Un pequeño descanso después de las viandas marcará el toque de arrebato, es hora de continuar; la reina me espera. Bajo por la senda de detrás, esta vez en lugar de bajar la parte de piedra que es más técnica y peligrosa (el costalazo del lunes me ha vuelto más prudente), encuentro otra vía de salida sin desmerecer este tramo técnico pero quitándole todo el riesgo de caídas, mucho mejor así. Rodeo la pirotecnia y enlazo con la bajada hacia el carril bici; esta bajada muy rápida y divertida se verá interrumpida por unos coches que me preceden y que me harán frenar completamente. Una vez abajo es cuando el viento de poniente impondrá su fuerza y me acompañará en el resto de la etapa. Llegar hasta Vilamarxant se tornará penoso en ocasiones por la fuerza del viento de costado pero algo en contra. Desde la pasarela nueva sobre el Turia, la figura del campanario y cúpula de la iglesia y muros del castillo enmarcados por La Rodaneta Parda, ponen una pincela artística rematada por la grandiosa figura de La Rodana. Subo hacia el pueblo y lo cruzo en busca de mi objetivo. La plaza arde bajo el inclemente sol de mediodía. Camino del polígono industrial el calor aprieta sobre el tramo de asfalto pero, esto no será nada en comparación con las bolsas de calor que encontraré subiendo la montaña, pero sobre todo bajándola camino de la Bassa Barreta. Llevaba casi dos años sin subir la montaña por este lado y en una semana la he subido tres veces, lo que son las cosas. Que contar de esta subida que no sepamos ya. Efectivamente una cadena cruza el camino de subida allá en la luz, tal y como nos dijo Carlos el día de la nocturna. Eso contribuye a que el camino no esté tan deteriorado. Antes de iniciar la subida hago un alto en la sombra y me cruzo con un retén de bomberos que me miran con un interrogante en los ojos.

Ataco la primera rampa, la más dura para mí, agradeciendo el estado del firme, que como en la anterior ascensión sigue en perfecto estado. Superado este tramo todo se vuelve más fácil, ya solo es cuestión de dar pedales, eso sí volcado en el manillar. Los vierte aguas de la última rampa, a fuerza de experiencia hemos aprendido a atacarlos de lado para matar el encabritamiento de la bici, eso siempre que tengamos un poquito de fuerza aquí arriba que nos permita trazar por donde queremos nosotros y no por donde quiera el cansancio. Llego arriba agotado. No es para menos, la temperatura rozará los 40º, pero además es que llevo subidas 4 cumbres que por sí solas son final de etapa. La sombra del vértice me acoge intentando protegerme del implacable sol que se desploma desde el cielo, no así del viento árido y abrasador que en rachas cercanas a los 80km/h sopla aquí arriba, un voluntario de vigilancia forestal me lo confirma. Charlamos un rato sobre el peligro de incendio en días como hoy y vemos como entre Chiva y Calicanto unas torres de humo indican la presencia de algún fuego, esperemos que controlado pues según su emisora no hay en estos momentos ningún conato de incendio declarado. Me despido de él con los mejores deseos de buena salud para nuestras queridísimas montañas y me lanzo hacia abajo. Con la velocidad del descenso es cuando notaré más el paso por esas bolsas de calor. En algunos puntos la falta de viento hace que la temperatura suba de forma brutal, y al entrar en ellas notas que el aire quema en los pulmones y abrasa la piel. Bajo rápido, bastante más que el otro día por la noche pero con precaución, no sea que me encuentre otro camión de bomberos a la salida de una curva. Paso la laguna sin parar, hoy que no hay nadie, y llego enseguida a la carretera de Les Plantaes o camino del trinquet para nosotros. Solo me queda una cota más y habré cumplido el reto. Eso si. Voy a cambiar la muntanyeta por el alto de las antenas de Riba Roja.

La subida es más corta pero con rampas más intensas, y como hoy he cambiado la base de salida también voy a cambiar estas dos cotas, ¿algún problema? Si alguien duda de la dureza de esta atalaya que la suba y después hablamos. De Les Plantaes hacia el polideportivo de Riba Roja la carretera de asfalto permite un rodar rápido y constante con el viento ahora sí, de cola. Por toda la antigua vía hasta el colegio de la asunción, derecha y toda la calle hasta el final y entonces un camino de cemento que tira para arriba a la izquierda, al final sale una senda que nos lleva a otro camino a la derecha y luego a la izquierda hasta que vemos la rotonda. Ahora cuidado, hay que cruzar la carretera para llegar al objetivo que ya lo vemos ahí enfrente. Por el camino del seminari iniciamos la subida por asfalto nuevo y reciente que se agarra como una lapa. Tal vez no halla más de 300 metros de subida, pero las rampas son durísimas para una cota de tan poca consideración, sobre todo justo a mitad de recorrido. Ya arriba solo queda saborear la victoria sobre los elementos tanto atmosféricos como geográficos, y sobre todo, la victoria sobre uno mismo alcanzando un nuevo reto que antes de empezarlo no esta completamente convencido de su éxito final.




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