miércoles, 9 de septiembre de 2009

Crónica del “loco agosto” y sus locuras

El camino de la montaña, como el de la vida, no se recorre con las piernas, sino con el corazón."

Andrés Nadal


Bien, pues con eso del veranito y que este año tocaba quedarse en casa en vacaciones, pues lo mejor era tratar de no abandonar ni la mente ni el cuerpo y rodar aunque solo fuera un poco a fin de evitar la pérdida de ritmo y mantener las piernas, siempre pensando que en cuanto pase el calor y con los otros dos compañeros que no han dejado de dar pedales como de costumbre cada sábado, a pesar de la que cae sobre todo a la vuelta, hay que estar en forma o de lo contrario, la inactividad podría pasar factura.

Así pues, Carlos y yo nos propusimos rodar cuatro días a la semana por nuestra conocida ruta del Mirasol, una rodada cómoda de tan solo 27 kilómetros en total que como yo digo, hecha a “rueda ligera” desde la salida y con el esfuerzo final de la subida cercana al vértice, te da ese puntito que hace falta para mantenerse, al menos para los que ya tenemos una edad….


Por aquello de huir del sol como si de unos vampiros ser tratase, nos propusimos levantarnos a las 07:00 o´clock para estar saliendo de las base máximo a las 07:20. Esta sencilla fórmula nos permitiría aprovechar el fresquito de la mañana con el único y obsesivo objetivo de estar arriba antes de las 08:00, con el sol a poco más de diez grados sobre el horizonte y de vuelta como máximo a las 08:45, todo esto para que Lorenzo no pudiese atacarnos y por lo tanto, evitar nuestras particulares ralladuras con el astro rey.

Bien, los tres primeros días me acompaño “el torito”, que sin decir ni esta boca es mía casi hasta la vuelta, rodó ¿¿placenteramente?? en mi compañía marcando ritmo como es su estilo, pero con el paso de los días pudo más la cama que su padre, y a la cuarta mañana me mando al cuerno sin más, así de simple.

A pesar del contratiempo y muy lejos de cejar en mi empeño por esta circunstancia, he continuado el plan trazado hasta el final y en solitario, “con dos c…. “, por lo que ésta vendría a ser la crónica resumida de lo vivido una y otra vez durante los veintitrés días de mis ya olvidadas vacaciones estivales.

Un día cualquiera de este mes de agosto salgo de la base con una temperatura entre los 20-22º aprovechando el fresco de la mañana, sencillamente un placer. Las calles todavía están recién puestas y muestran escasa actividad, cosa que particularmente me agrada y me permite rodar rapidito. Mientras me despierto del todo a mi paso por la Cova, voy ajustando mis pulsaciones a una constante entre 140-150 ppm y empiezo a rodar ligero en dirección al polígono. Lo peor del recorrido es lo que viene ahora, tener que bajar de la bici y apartar la valla llegado a las obras del metro, en fin…., no hay otra.

Una vez pasado el polígono, un golpe de aire fresco me golpea el rostro cuando enfilo la carretera del Mas del Oli y me anima a acelerar un poco más. Los olores a hierba y tierra húmeda se agudizan y el aire fresco de la recién finiquitada noche ventila mis pulmones que ganan fuerza por doquier.

Ruedo muy ligero, como quien tiene prisa y paso la Mallá como un suspiro, silencioso y veloz como un galgo tras su presa. Al poco, la visión lejana a mi izquierda del Montdúver y la Serra Perenxisa en primer plano me animan a dar pedales, trayéndome a la mente agradables recuerdos vividos con el grupo, pero mi objetivo de hoy se alza desafiante a mi derecha recordándome que es ahí donde me dirijo y me llama a gritos, desafiante.

Mientras pedaleo, voy esquivando mis propios fantasmas mentales que trato de apartar aprovechando el esfuerzo, y paso junto a un precioso cercado de cipreses con unas iniciales dibujadas en el seto y un cartel que reza en la entrada “SUEÑOS”, y me digo, porqué no, que mejor que hacer esto cuando uno quiera, ese sería verdaderamente mi sueño y sigo soñando sin parar de darle a los pedales.

Llegado al primer desvío a la derecha que marca el inicio de la subida, solo queda poco más de kilómetro y medio para hacer cumbre, pero ahora toca apretar los dientes y pedalear con fuerza. Poco después, tras una subida no demasiado exigente y llegado al depósito de agua circular en la izquierda del camino, el asfalto toca a su fin y da paso a la verdadera pendiente cuyo complicado trazado por su irregular firme lleno de piedras y socavones dificulta sobremanera su ataque, pero juego con una ventaja, conocer cada curva, cada rodera, cada piedra, cada metro de gravilla; esta circunstancia vale su peso en oro y dará su fruto realmente pasados unos días en los que su ascenso parece requerir menor esfuerzo, cosa que no es realmente cierta, visto el ritmo cardíaco de mi Polar un día tras otro que bordean las 168 ppm próximo a las dos últimas curvas, para bajar suavemente hasta las 158 al llegar a su cumbre, eso sí, aún con el fresco de la mañana, el sudadón del 8 no me lo quita nadie.


Llegado a mi objetivo, apoyo a mi Raquel en su “Quercus coccifera” preferida (o lo que sería lo mismo, su coscoja preferida) y me dispongo a dar otro trago de agua para reponer fuerzas, a la par que abandono mi vista que rauda se pierde en la lejanía, dejando que la paz que reina en lo alto de esta montaña se apodere por un instante del resto de mis sentidos.

Dos o tres minutos serán suficientes para calmar mi agitada respiración y bajar pulsaciones, otear el horizonte y ponerme otra vez en marcha; no hay tiempo para más, por lo que doy la vuelta para deshacer el camino y cumplir con lo marcado, todo para poder estar en la base a la hora prevista.

La vuelta resulta fácil si exceptuamos la bajada, que vertiginosa, implica destreza y habilidad por lo complicado del terreno y aún más por el ritmo que aplico. Una vez abajo y ya sobre el asfalto, la pendiente continúa y es aquí donde se coge el primer pico de velocidad punta, hoy han sido 51 km/h. hasta la primera curva que obliga a tocar ligeramente el freno. Sigo bajando a un ritmo endiablado cuando unos perros, apostados tras la valla de un chalet, se percatan de mi presencia e intuyo sus ladridos que me parece escuchar con efecto doppler incorporado, y es que voy como un tiro.

Me impongo una exigente cadencia de pedaleo a un alto nivel de desarrollo y recorro el mismo camino rodado minutos antes pero todavía más rápido, vigilante del sol que sigue su ascenso, pero tanto él como yo sabemos que hoy tampoco me va a pillar, vista la hora y el fuerte del pedaleo que aplico a la máquina.

El día poco a poco despierta y me cruzo con algún biker todavía bostezando y que a mi veloz paso pensará en el mejor de los casos, que estoy compitiendo, y así es, compito conmigo mismo y sobre todo contra el sol; es mi particular juego de verano que me he propuesto mantener mientras duren mis días vacacionales.

Llegado a la Cova, me cruzo con la usual pareja de simpáticos caminantes que me saludan cada día, y enfilo raudo los últimos dos kilómetros que me separan de la base. Aquí toca el último esfuerzo, por lo que ajusto el máximo desarrollo y exprimo los músculos de las piernas al límite, mi pulso, igualmente al máximo me dice que no va a poder mantener mucho más este ritmo, pero se que me queda la suficiente gasolina como para aguantar el tirón, llegar sin problemas y cumplir con mi objetivo de hoy, que era algo así como una “contra-reloj” en el camino de vuelta. Objetivo conseguido. Los poco más de 26 minutos han sido mi particular reto en este trayecto, unidos al tiempo que el otro día que empleé en el recorrido de ida en el que invertí poco más de 38, son el resultado de este particular e intransferible juego veraniego aprovechando nuestra conocida ruta a la que denominamos cariñosamente entre nosotros “Ruta de la Muntanyeta”, (http://rodaipedal.blogspot.com/2007/10/la-muntanyeta-atalaya.html) la cual parece estar hecha ad-hoc para el mantenimiento biker, y que me ha servido como entrenamiento intensivo este verano antes de acometer las grandes salidas con el Roda i Pedal al completo, momento el cual espero con impaciencia su retorno y que será cuando la temperatura ambiente me permita rodar sin mayor problema que el único disfrute de cada una de las rutas que solemos trazar por esas montañas que tanto amamos.

Nuevos caminos, nuevas emociones nos esperan y sobre todo, el disfrute de compartir de nuevo grandes dosis de esfuerzo y tesón a ritmo de pedal en compañia del resto del grupo ¿se puede pedir más?