De nuevo es sábado y acaba de sonar el despertador. Lo ha hecho exactamente igual que las últimas cinco veces, pero te ha provocado sensaciones bien distintas. Y no es que entre semana te cueste desprenderte de las sábanas o que no te guste tu trabajo. Tampoco se debe a que hoy sea tu día favorito de la semana, ese día en el que gozas del tiempo libre como si te lo fueran a quitar de las manos. Lo que ocurre es que hoy es un día muy especial, ese día en el que disfrutas de tu salida semanal con los amigos en mountain bike.
Tras los primeros bostezos y estiramientos en la cama, ya comienzas a saborear mentalmente el paseo de hoy. Piensas en lo que te espera y sientes un agradable cosquilleo en el estómago, ese puntito de beneficiosa ansiedad que notas en momentos especiales y sin el cual la vida perdería su encanto.
A la hora convenida se produce el encuentro y el entrañable saludo con los compañeros. Tras los comentarios psicológicamente más urgentes, das los últimos toques a las máquinas y te enfundas el equipo de biker, que te otorga un aspecto algo ridículo pero que simultáneamente te proporciona una comodidad sin la cual el día podría ser sumamente irritante, especialmente para ciertas regiones de tu anatomía. Y ahora, como un Ulises sobre ruedas, estás preparado para partir hacia Ítaca.
En este instante eres consciente de que en el camino, como en la vida misma, puede haber problemas, como ya los hubo en el pasado. Cada salida en bicicleta es una nueva aventura en la que te expones a ciertas dosis de riesgo y peligro y en la que se pueden dar hechos poco apetecibles como pinchazos, caídas o discusiones con los amigos, cosas que muchas veces no puedes o no sabes evitar que sucedan. Sin embargo, sabes que lo que sí está en tus manos, o mejor dicho en tu psique, es la disposición mental que adoptas ante la realidad adversa que te toca vivir. De este modo puedes transformar las posibles experiencias traumáticas en auténticas oportunidades para aprender, superarte y crecer como persona.
Pero por supuesto, en cada ruta también experimentas un torrente de agradables sensaciones, en ocasiones incluso muy placenteras, las cuales puedes saborear antes, durante y después de cada paseo, para de ese modo amplificar el goce de lo vivido sobre las dos ruedas, convirtiendo la experiencia en algo maravilloso, casi milagroso, un fenómeno gozoso de integración con el tiempo y el espacio.
En cada marcha habitas con fuerza en el presente, entras “en flujo”, como dice la moderna psicología positiva y tienes la sensación de que el tiempo pasa volando, dejando de existir los lastres del pasado y las preocupaciones del futuro y provocando una inmensa e inefable sensación de bienestar en tu cuerpo, tu mente y tu espíritu.
Pedalear, fundirse con la máquina, montarla y dominarla siendo el motor, te concede una poderosa sensación de fuerza y control que justifica tu testosterona en un escenario de nula o muy escasa conflictividad. Tras los primeros kilómetros y esfuerzos rompes a sudar y notas el alivio que el bendito y húmedo frescor regala a cada poro de tu piel. Liberas tensiones, generas endorfinas, eliminas toxinas. Toda una avalancha de beneficiosas y reparadoras sensaciones psicosomáticas.
Durante la salida sólo te importa el camino y lo sentido, no hay metas ni premios, no hay competición, tan sólo kilómetros y tiempo para compartir la experiencia de existir durante unas horas montado en bicicleta. Período y distancia durante los cuales sólo te importa darle a los pedales y disfrutar de la máquina y la complicidad de los compañeros. Sentirte integrado en la naturaleza y dejarte penetrar por los paisajes de montes, ríos, campos o mares que te regalan sus dones en forma de bellas imágenes que impresionan tus retinas, embriagadores aromas que inundan tus pulmones y evocadores sonidos que agitan tus tímpanos. Tierra, rocas, agua, árboles, frutos, flores, insectos, pájaros y otros animales configuran los parajes que atraviesas una y mil veces, cambiantes con el paso de las semanas y las estaciones, en los que siempre descubres algo nuevo que te revitaliza con su energía.
En estos escenarios preciosos se desarrolla la humanidad de la aventura, las variopintas situaciones cómicas o dramáticas de cada salida. Compartes con los amigos las alegrías y tristezas de la semana, vitales al fin y al cabo, convirtiéndose la rodada en una auténtica terapia de grupo que te permite ahorrar una fortuna en psicólogos. La experiencia de expresar gozo, preocupación, satisfacción o dolor, resulta en una auténtica catarsis semanal de la que te conviertes en adicto con pasmosa facilidad.
Más allá de este plácido decorado están las subidas exigentes, en las que sientes cómo los músculos de tus piernas se endurecen hasta agarrotarse, cómo tu corazón se niega a bombear más rápido y cómo tus pulmones quieren estallar para liberarse del esfuerzo al que los estás sometiendo. En estos momentos la sensación de soledad y abandono es total. Sólo dependes de ti y lo sabes bien. Nadie vendrá a empujarte o a ayudarte a pedalear. Es la hora de la verdad, en la que entras en barrena en la crisis del camino. Pero sabes que si vences saldrás muy fortalecido. Y en este momento te sientes el responsable absoluto de ti mismo y tu circunstancia y aunque te preguntas quién te obliga a estar sufriendo de ese modo, eres consciente de que no cabe el autoengaño, las trampas mentales o mirar hacia otro lado, buscando culpables o tirando balones fuera. Te sientes instalado con auténtica rabia en el presente. Y resistes, porque sabes que te estás realizando y que arriba, cuando corones lo más alto, te sentirás grande y poderoso y aumentarás la confianza en ti mismo. Experimentas una sensación de autocontrol, de dominio de la situación, de aguantarte a ti mismo y a las dificultades del camino.
Pero íntimamente también sabes que la bajada es el premio a tu paciencia, constancia, sacrificio y esfuerzo extenuado. La adrenalina está lista para servir y se dispone a inundar todo tu cuerpo, proporcionándote una impagable sensación de loca diversión. Loca porque también sientes el riesgo e incluso llegas a pasar miedo. En la trazada que lees mal. En la frenada que apuras. Y es este curioso calidoscopio de sensaciones el que te lo hace pasar en grande. Y disfrutas enormemente, sobre todo cuando caes por gravedad, seguramente porque sabes lo grave que puede ser la caída.
Pero es de sabios el arte de administrar trabajo y descanso, pues es su contraste lo que te hace disfrutar de ambos, y a mitad del camino se impone reponer fuerzas. El primer trago de cerveza fría es un auténtico placer de dioses y esto sin tener en cuenta que se ha demostrado su beneficioso efecto cuando se toma “con moderación” en combinación con el deporte. La conversación durante el almuerzo sobre lo humano y lo divino es de las más relajadas y auténticas de la semana. Junto a los amigos y tras los kilómetros, han caído las máscaras que todos llevamos en cada papel que nos ha tocado en suerte representar en la vida y ha hecho su aparición la verdad, convirtiéndonos en simples bikers, amigos, personas, sin más.
Sin embargo, la vida también tiene sus claroscuros y hay que volver. Estás a gusto y relajado y debes enfrentarte a hacer parte de la digestión pedaleando. Y de nuevo cuesta ponerse en marcha. Pero sabes que la vuelta te regalará los sentidos con agradables sensaciones. Otra vez paisajes, aromas y sonidos se mezclarán con endorfinas, adrenalina y sudor. Otra vez el sonido de las ruedas en contacto con el suelo te anclará durante un tiempo en el presente y sólo importará el aquí y ahora, desconectando de pasado y futuro. El suave ronroneo del asfalto, el crepitar de las hojas secas, el chisporroteo de los caminos terrosos y los traqueteos de los pedregosos.
Y sabes que al terminar te espera otro de los mejores momentos de relax de la semana. Aunque vuelves extenuado, apenas acabas de bajar de la bicicleta y cuando todavía tus piernas no han recobrado el tono muscular que defiende tu verticalidad, ya estás disfrutando de los comentarios sobre la aventura hoy vivida, charla que aderezas con otro de los mejores tragos semanales, mientras sientes la agradable sensación de frescor que te regala el sudor que aun brota de toda tu piel. Y de nuevo ocurre ese milagro catártico en forma de conversación distendida, tanto como poco a poco lo van estando tus músculos. Y al despedirte de tus amigos piensas en esa ducha caliente que te espera, esa ducha estrella, la más reparadora y relajante desde hace siete días.
Y eres consciente de ese tesoro que tienes cada semana. De ese regalo que te hace la vida y que mimas con delicadeza, que abonas y riegas para que perdure.
Y te sientes feliz.
Y por eso, por todo eso, haces bicicleta.