Si pudiera vivir nuevamente mi vida...
Correría más riesgos,
haría mas viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montanas,
nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
tendría más problemas reales
y menos IMAGINARIOS.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben,
de eso está hecha la vida,
solo de momentos...
JORGE LUIS BORGES
Correría más riesgos,
haría mas viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montanas,
nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
tendría más problemas reales
y menos IMAGINARIOS.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben,
de eso está hecha la vida,
solo de momentos...
JORGE LUIS BORGES
Por fin, misión cumplida. Hace casi 5 años y medio que esta hazaña quedó incompleta por la falta, en aquella ocasión, del benjamín del grupo; y no es que hoy no lo sea pero cualquiera se lo dice…jeje.
Aquel día
nació un mito: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2008/08/por-la-valldigna-al-montduver.html
La etapa reina de las subidas a
las montañas valencianas. Pero como reina ya teníamos en La Rodana, pues El
Montdúver lo bautizamos como el Rey, el Rey en mayúsculas, el Rey en lo que es
una subida superlativa, implacable de principio a fin aunque deje asomar un par
de descansillos como quien no quiere la cosa. Pero vamos al relato de hoy.
Salíamos
de la base a las 08.30h. por la autopista hacia Tabernes de Valldigna (Carlos
vuelve a casa en este año de “Master & Comander” en Gandía, seguro que a
partir de ahora se le escapará más de una mirada hacia el Montdúver al que ya
empezará a ver con otros ojos..), con las burras cargadas en el remolque y el
maletero lleno de trastos, cada vez llevamos más cosas “por si acaso”, uno
tiene los “es ques” y los otros los “por si acaso” algún día llevaremos una
bici “por si acaso” y una bikeresa por si falla alguno de nosotros “ por si
acaso” aunque este día estará, seguro, más lejano.
Como
siempre aprovechamos el camino de ida para ponernos al día de nuestras rutinas,
máxime cuando hace varias semanas que no nos veíamos todos, por aquello
del “es que” y del trabajo, los únicos
fijos son Salva y Luis, ajenos a los “es ques” y a los que por fortuna el
trabajo respeta los sábados. Así que aunque hacemos pocas salidas de lo que son
nuestros dominios, cuando la hacemos es
para dejar el pabellón bien alto, como tiene que ser. También es tiempo de ir
entonándose con alguna “tontá” que amenice el tiempo de espera para empezar a
pedalear, y como el día estaba fresquito y en el coche “estamos tan a gustito” pues no había ganas de
bajar en el punto elegido como inicio de ruta ante la tremenda humedad y el
consiguiente frio que se respiraba ahí afuera.
Pero
salimos, nos pertrechamos con los bártulos de rigor y empezamos a pedalear por
un camino mojado por el rocío nocturno y una humedad que aún se mantiene en las hojas de los
naranjos que inundan La Vall. El sol se cuela por los resquicios que dejan los
altos picos que nos custodian a nuestra izquierda y que ya forman parte del
macizo que vamos a subir.
La explosión de color es inevitable, y el contraste
de luces y sombras sobre los verdes naranjos tintados con las coloridas frutas,
los chopos, olmos y demás árboles caducifolios tintando las hojas que aún
resisten de colores ocres, los grises y marrones de las montañas, los dorados
reflejos de las cruces del alto de las cruces al otro lado del valle, la azul silueta del castillo de Marinyen o de
la reina mora en un total contraluz que hace que apenas lo podamos mirar,
sencillamente espléndido.
El camino de Gandía pasa por el Clot de la
Font, luego transcurre unos metros por una senda hasta la casa Mezquida y de
aquí se incorpora a otro camino que se dirige, hacia la derecha hasta Tabernes,
pero que tomamos el de la izquierda continuando hacia La Fontarda, otro magnífico
paraje de especial belleza. Antes de incorporarnos al camino, nos encontramos
con una puerta que lo cierra y nos
obliga a sortearlo trepando por un murete para poder salvar el obstáculo. Tras
la Fontarda el camino llega a la carretera CV-675 entre Simat y Gandía, que es
la que tenemos que seguir girando ahora a la izquierda y comenzando la primera
parte de la subida de hoy. Esta carretera tiene más tráfico ciclista que de
coches, por lo que desde aquí reclamamos esta como carretera-bici ¡Ya! (por
reclamar que no quede). Este aperitivo
nos regala 4 kilómetros al 6% de desnivel medio casi constante, pero será solo eso,
un aperitivo ante lo que nos espera y que ya conocemos de nuestra anterior ruta
arriba señalada.
Las ocho curvas de herradura por un asfalto
liso y con buen agarre no nos engaña ante el peligro que encierran sus curvas,
sobre todo con el asfalto mojado como está y que tendremos muy en cuenta para
la bajada, pues intuimos que el sol no visitará algunas de estas curvas que
permanecerán mojadas todo el día o incluso ya buena parte del invierno. Nos
adelantan ciclistas de carretera con mucho menos peso que mover y fricción que
superar, aunque también nos damos el gusto de adelantar a uno de ellos y
sacarlo de rueda más de media subida, nos dará caza casi arriba del todo cuando
el porcentaje se suaviza un poco y el mejor rodar de su máquina será una
ventaja incontestable, pero el gusto es el gusto y eso no nos lo quita nadie,
es como adelantar a un Ferrari con un Opel corsa, por mucho que él esté
distraído en un semáforo. El valle va creciendo a nuestros ojos allá abajo a
nuestros pies.
Una Vall
digna. Durante la época andalusí y bajomedieval, la zona se denominaba valle de Alfándech, del árabe terreno pantanoso (pues en aquella época la marjal de Xeresa-Xeraco ocupaba
gran parte del valle). Según la leyenda, el valle se renombró a partir de unas
palabras dichas por el rey Jaume II de Aragón al abad
del monasterio
de Santes Creus cuando se
encontraba de camino por la zona: "Quina Vall més digna per a un monestir
de la nostra religió" (Que valle
más digno para un monasterio de nuestra religión), a lo que el abad le
respondió: "Vall digna senyor, vall digna" (Valle digno, señor, valle digno), tras lo que se construyó el monasterio de Santa María de la Valldigna. Esto es
lo que dice la Wikipedia y así lo contamos.
El monumental monasterio llena con su presencia el
valle y parece mentira que un solo edificio pueda ser el centro de todas las
miradas eclipsando casi por completo los pueblos de Simat y Benifairó. Seguimos
a ritmo, hoy estoy chupando poca rueda, bueno no es que chupe poca rueda, es
que los efectos del rebufo en subida son completamente inexistentes así que
incluso por momentos me permito marcar el ritmo e incluso no descender la
velocidad que llevamos, estoy sembrao. Voy cantándoles las curvas que quedan
para llegar arriba entre el “aire” pero ya no creen ni una palabra de lo que
les digo, cuanto mal les hizo la ruta a Pedralba a aquellos novatos, en fin....
Por fin el final de la subida me otorga una medalla que pasa desapercibida ante
el incremento del ritmo en el tramo llano antes de Barx. Cruzamos el pueblo y
nos acercamos a la urbanización “La Drova” que es donde comienza la subida de
verdad. Antes pasamos una granja supuestamente avícola con un hedor
insoportable que nos dedicamos a dejar atrás a base de subir el ritmo otra vez.
Ya vemos la cumbre y enseguida el desvío a la izquierda que marcará el ser o no
ser de esta ruta. La hora de la verdad, de la “umbria”, no eso ya lo hemos
dejado abajo y lo otro vamos a ver si lo somos de verdad. Paramos un instante,
unos a comer una barrita y yo a quitarme ropa que me sobra de tanto calor como
voy a generar en la subida. Nos ponemos pues en marcha por la calle que sube recta
primero de forma progresiva y luego, tras un ligerísimo giro a la derecha, un
paredón de vértigo que no permite ver desde el principio el final. Ahora es
otro ligerísimo giro, esta vez a la izquierda el que no permite ver que el muro
que aún continúa subiendo. Ya hacemos eses a lo ancho del camino intentando
restar aunque sean las décimas del porcentaje, pero ni por esas. Llegamos al
descansillo aquel donde me faltaba todo el aire del mundo hace cinco años y
medio.
Dos minutos después y con las pulsaciones y la capacidad pulmonar
recuperadas iniciamos la subida que ya no parecerá tan dura después de algunos
tramos del 26% que acabamos de dejar atrás. Atacamos en fila aunque enseguida formamos dos
dúos, los jóvenes por delante y los abuelos del grupo detrás, cerrando la
marcha. Vamos recordando cómo en nuestra anterior visita, tuvimos que hacer
innumerables paradas después del sofocón de esa primera subida, tan tocados nos
dejó que tanto la musculatura como las pulsaciones disparadas sufrieron para
todo el resto de la subida, amén del insolente calor que nos machacó y que nos
obligaba a reptar bajo las pocas y tísicas ramas que daban sombra al suelo y
que intentábamos aprovechar ante la falta de árboles allí donde los
necesitábamos.
Volvemos a romper el grupo y esto ya es un sálvese
quien pueda que yo te espero arriba si es que llego. La bruma ya sabemos a
estas horas que no va a desaparecer y vemos como va cubriendo, con su blanco
satén, las montañas que nos rodean y que vamos ganando en perspectiva casi en
cada pedalada. El mar no es un mar sino un inmenso velado azul que crece hacia
arriba de manera imposible ante la perspectiva y la profundidad que vamos
alcanzando. La sierra de Aitana deja ver algunas manchas blancas que
identificamos como nieve pero que no certificaremos hasta verlas con calma y en
parado una vez arriba, el reto ahora es hacer la subida del tirón, sin paradas,
venciendo a la montaña en un pulso de piedra contra carne. La curva de la sonrisa
de goma marca la mitad de la subida, luego más de lo mismo: retorcerse y
volcarse en el manillar, sentarse en la punta del sillín, hacer eses por el
camino e intentar mover el molinillo que a estas alturas es pegar zapatazos
casi en vano pues nos movemos al límite
de la verticalidad y con las burras intentando hacer caballitos ante lo
empinado del terreno. Todo un reto. Nos cruzamos con senderistas que ante
nuestro esfuerzo echan unas risas y unos comentarios, no sé si para animarnos o
es que se están descojonando de nuestro sufrimiento, en cualquier caso más que
animar las risitas se clavan como agujas ¡¡¡no es momento para risas, eh!!! Una rampa durísima y casi recta marca el
acercamiento al descansillo y la vaguada que da acceso a la cara norte y por
tanto a la última parte de la subida.
Pero mirar aquí hacia arriba es un mazazo
en toda regla; las antenas están aún lejísimos perdidas en el brutal desnivel
que nos queda por delante y la poca distancia que se intuye, por lo que aún
queda sufrir un buen rato encima de la bici. El descenso hacia el fondo de la
vaguada es vertiginoso y el cambio de rasante actúa sobre la velocidad como un
choque contra un muro invisible que te detiene casi por completo sin darte
inercia ni contribuir progresivamente a la aclimatación para volver a pedalear
con energía. Este tramo además coincide con toda la umbría de la montaña y el
firme está no solo mojado, sino que en algún tramo tiene un punto de escarcha
que hiela la sangre pensando en la bajada. Si pensábamos que habíamos subido
rampas duras, las que estamos afrontando
ahora son durísimas, pues a su brutal porcentaje se une el cansancio del
continuado esfuerzo en los últimos casi 4 kilómetros que llevamos de ascenso
continuado. Estamos llegando arriba y ya es una cuestión de orgullo más que de
fuerza. Unos ciclistas con sus flacas nos adelantan en plena subida y los vemos
tirar de unos desarrollos mucho menos multiplicadores que los nuestros por lo
que el esfuerzo muscular para moverlos es mucho mayor; por el contrario tienen, entre bicicleta y
mochila, calculamos unos 11 kilos menos y un rozamiento sobre la carretera la
mitad que el nuestro, la balanza se compensa pero no me cambio de deporte. El
pensamiento de echar pie a tierra voluntariamente ya se quedo en una de las
rampas pasadas, ahora la preocupación es que el cansancio o una mala elección
de trayectoria no acabe con tu pie tocando el suelo y marcando una penalización
injusta a todas luces tras el descomunal esfuerzo.
Ultima rampa, y con ella esta foto que ha tardado 5 años y medio en producirse. Esta llega tras una curva de
herradura al más puro estilo Montieleta. Ya se ve la base de las antenas y la
puerta del recinto de telecomunicaciones que marca el top de la subida de hoy,
ya solo queda llegar allí descontando pedaladas y olvidando el sufrimiento en
algunos tramos con la emoción a flor de piel y un grito de ¡¡¡Si, si, si!!!
elevándose, silencioso, en la garganta. Llegamos en fila, juntamos nuestras
manos y Roda i Pedal al completo
conquista el Rey. La repentina parada y
fin del esfuerzo agolpan en mi cabeza más sangre de la necesaria en este
momento, por lo que un amago de pájara aconseja buscar la cercanía del suelo
antes de encontrármelo de pronto. Unos segundos de “siesta” y luego, con el
color más recuperado buscamos un lugar al sol y a cubierto del viento para
almorzar y disfrutar de las vistas, que aunque hoy algo deslucidas por la bruma,
también dotan al paisaje de un encanto especial con ciertos contrastes de
profundidad relativa y referencias aleatorias que no conviene intentar
entender, tan solo disfrutar.
Y así, intentando disfrutar y por supuesto
entender, empezamos a desgranar todo un horizonte que va desde el Montgó a la
izquierda, sobresaliendo de al menos dos mares: un mediterrani i un mar de
nuvols, hasta la Serra Mariola a la derecha tímidamente dibujada en una
bicromía de azules y blancos.
Entre ellas toda una baraja de cumbres conocidas
y algunas no identificadas, como el Circ de la Safor que teníamos enfrente y
nos empeñábamos en confundir tozudamente. Unos senderistas nos preguntan si
hemos subido con las bicis por la carretera y ante nuestra afirmación de ¿por dónde íbamos a subir si no? Un ¡hostia
puta!, define perfectamente la machada
que acabamos de marcarnos. Las fotos de rigor, las conmemorativas, las de
payasadas, las diferentes… hasta que las pilas dicen basta y toca poner pies en
polvorosa para iniciar la bajada.
Todos estamos avisados de los riesgos de este
descenso tan formidable como descomunal. Bajamos para comprobar que esa zona de
escarcha no está del todo desaparecida, aunque ante el conocimiento de ella
íbamos sobre aviso. Llegamos al descansillo para reagruparnos y hacer una última
observación del paisaje. Carlos también se ha dado cuenta que hay que retener
la bici antes que sea demasiado tarde para frenarla. Y así nos dejamos caer
para dibujar cada uno nuestra trazada con el viento chocando en nuestra cara y
nuestro cuerpo, haciendo de freno cuando lo necesitamos o esquivándolo en
posición aerodinámica para ganar algo de velocidad cuando lo consideramos.
Pasamos la curva de la sonrisa de goma, esta vez sin incidentes, y ganamos velocidad en las curvas abiertas de
la primera parte de la subida, que ahora son la última parte de la bajada. Llegamos al descansillo de la urbanización con
un ¿ya estamos aquí? resonando en nuestras cabezas como si estuviéramos
conectados y pudiéramos hablarnos telepáticamente. Bajamos hacia la carretera
por la urbanización adelantando a un coche que no pone el ritmo que necesitamos
para no tener que detener nuestro prodigioso avance. Nos reagrupamos todos otra
vez antes de salir a la carretera. Las caras de felicidad lo dicen todo. Las
sonrisas grabadas en la fina piel de invierno de nuestras caras son
inamovibles. Un poco de impulso y llegamos a Barx que lo atravesamos de bajada
en un periquete, luego un tramo de pedaleo ligero hasta las eses de la carretera
y el bonito descenso que aún nos queda por delante. El sol tampoco ha tocado
muchos tramos de esta carretera que siguen mojados y nos dictan un punto de
precaución en las curvas con las inclinadas. La velocidad levanta gotitas de
agua y barro que se incrustan en nuestra cara y en los cristales de las gafas creando
un caleidoscopio de múltiples caminos equivocados y solo uno correcto. Apuramos
el vértice en las curvas diestras y abrimos a la salida para acelerar cuanto
antes, y ensanchamos las curvas a izquierdas ante el ímpetu de los coches que
suben comiéndose parte de nuestro carril, lo que nos cuesta un susto que no
queremos volver a repetir.
La última curva da paso a una recta que nos enfila a
la entrada de Simat donde volvemos a reagruparnos para llegar a la puerta del
monasterio y así cumplir con el trazado original. Siendo honestos diremos que la única variación
con el trazado original es que esta vez no llegamos hasta la ermita de Santa
Ana o de la Xara, que la vemos desde el
camino a 300 metros de nuestra posición. Seguimos adelante para culminar los
últimos kilómetros de una rodada corta pero intensa, más intensa aún si tenemos
en cuenta que todo el esfuerzo se hace en la primera mitad; la segunda, de puro
descenso, es prácticamente gratis. Volvemos a pasar junto al molino del Pla que
parece sustentarse sobre el cauce de
agua que lo alimentaba y llegamos al
coche sin novedad, dando por terminada una jornada de muesca en el sillín.
Mientras Carlos hace la marca, nosotros
no nos resistimos a darnos, otra vez, ese gustazo.
El blog ha pasado a convertirse en el chivato mudo
que todo lo cuenta, en la amenaza permanente cuando alguno mete la pata, de “al
blog vas a ir “. En esta ocasión el título de la ruta tiene su explicación:
Salva había llamado a un compañero de trabajo desde la mítica cumbre para
decirle que estamos arriba, todo esto a colación de una conversación en el
trabajo sobre el tema. Ya de camino a casa en el coche hace una llamada a su
mujer y por error marca rellamada al
último número marcado, o sea, su
compañero. Al tener línea, ni corto ni
perezoso contesta con un “hola Amor” que le sale del alma. Hasta ahí todo
normal, lo raro son las explicaciones que oímos segundos después sobre que no
era a él a quien iba dirigido lo de “Amor”. Claro, la carcajada no se hace
esperar y estalla en el coche como un petardo en fallas, y por supuesto aquí
está la anécdota a menos que el susodicho quiera quitarlo de la crónica a
condición de que pase por el filtro de tomas falsas del resumen de fin de año.
Track de la ruta:http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=5748498