sábado, 7 de diciembre de 2013

Desde el Montdúver “con amor”

Si pudiera vivir nuevamente mi vida...

Correría más riesgos,
haría mas viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montanas,
nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
tendría más problemas reales
y menos IMAGINARIOS.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben,
de eso está hecha la vida,
solo de momentos...

JORGE LUIS BORGES


Por fin, misión cumplida.  Hace casi 5 años y medio que esta hazaña quedó incompleta por la falta, en aquella ocasión, del benjamín del grupo;  y no es que hoy no lo sea pero cualquiera se lo dice…jeje.
Aquel día nació un mito: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2008/08/por-la-valldigna-al-montduver.html  La etapa reina de las subidas a las montañas valencianas. Pero como reina ya teníamos en La Rodana, pues El Montdúver lo bautizamos como el Rey, el Rey en mayúsculas, el Rey en lo que es una subida superlativa, implacable de principio a fin aunque deje asomar un par de descansillos como quien no quiere la cosa. Pero vamos al relato de hoy.
Salíamos de la base a las 08.30h. por la autopista hacia Tabernes de Valldigna (Carlos vuelve a casa en este año de “Master & Comander” en Gandía, seguro que a partir de ahora se le escapará más de una mirada hacia el Montdúver al que ya empezará a ver con otros ojos..), con las burras cargadas en el remolque y el maletero lleno de trastos, cada vez llevamos más cosas “por si acaso”, uno tiene los “es ques” y los otros los “por si acaso” algún día llevaremos una bici “por si acaso” y una bikeresa por si falla alguno de nosotros “ por si acaso” aunque este día estará, seguro, más lejano.
Como siempre aprovechamos el camino de ida para ponernos al día de nuestras rutinas, máxime cuando hace varias semanas que no nos veíamos todos, por aquello del  “es que” y del trabajo, los únicos fijos son Salva y Luis, ajenos a los “es ques” y a los que por fortuna el trabajo respeta los sábados. Así que aunque hacemos pocas salidas de lo que son nuestros dominios,  cuando la hacemos es para dejar el pabellón bien alto, como tiene que ser. También es tiempo de ir entonándose con alguna “tontá” que amenice el tiempo de espera para empezar a pedalear, y como el día estaba fresquito y en el coche  “estamos tan a gustito” pues no había ganas de bajar en el punto elegido como inicio de ruta ante la tremenda humedad y el consiguiente frio que se respiraba ahí afuera.
Pero salimos, nos pertrechamos con los bártulos de rigor y empezamos a pedalear por un camino mojado por el rocío nocturno y una humedad  que aún se mantiene en las hojas de los naranjos que inundan La Vall. El sol se cuela por los resquicios que dejan los altos picos que nos custodian a nuestra izquierda y que ya forman parte del macizo que vamos a subir. 

La explosión de color es inevitable, y el contraste de luces y sombras sobre los verdes naranjos tintados con las coloridas frutas, los chopos, olmos y demás árboles caducifolios tintando las hojas que aún resisten de colores ocres, los grises y marrones de las montañas, los dorados reflejos de las cruces del alto de las cruces al otro lado del valle,  la azul silueta del castillo de Marinyen o de la reina mora en un total contraluz que hace que apenas lo podamos mirar, sencillamente espléndido.

El camino de Gandía pasa por el Clot de la Font, luego transcurre unos metros por una senda hasta la casa Mezquida y de aquí se incorpora a otro camino que se dirige, hacia la derecha hasta Tabernes, pero que tomamos el de la izquierda continuando hacia La Fontarda, otro magnífico paraje de especial belleza. Antes de incorporarnos al camino, nos encontramos con una puerta que lo cierra  y nos obliga a sortearlo trepando por un murete para poder salvar el obstáculo. Tras la Fontarda el camino llega a la carretera CV-675 entre Simat y Gandía, que es la que tenemos que seguir girando ahora a la izquierda y comenzando la primera parte de la subida de hoy. Esta carretera tiene más tráfico ciclista que de coches, por lo que desde aquí reclamamos esta como carretera-bici ¡Ya! (por reclamar que no quede).  Este aperitivo nos regala 4 kilómetros al 6% de desnivel medio casi constante, pero será solo eso, un aperitivo ante lo que nos espera y que ya conocemos de nuestra anterior ruta arriba señalada.
 Las ocho curvas de herradura por un asfalto liso y con buen agarre no nos engaña ante el peligro que encierran sus curvas, sobre todo con el asfalto mojado como está y que tendremos muy en cuenta para la bajada, pues intuimos que el sol no visitará algunas de estas curvas que permanecerán mojadas todo el día o incluso ya buena parte del invierno. Nos adelantan ciclistas de carretera con mucho menos peso que mover y fricción que superar, aunque también nos damos el gusto de adelantar a uno de ellos y sacarlo de rueda más de media subida, nos dará caza casi arriba del todo cuando el porcentaje se suaviza un poco y el mejor rodar de su máquina será una ventaja incontestable, pero el gusto es el gusto y eso no nos lo quita nadie, es como adelantar a un Ferrari con un Opel corsa, por mucho que él esté distraído en un semáforo. El valle va creciendo a nuestros ojos allá abajo a nuestros pies.

Una Vall digna. Durante la época andalusí y bajomedieval, la zona se denominaba valle de Alfándech, del árabe terreno pantanoso (pues en aquella época la marjal de Xeresa-Xeraco ocupaba gran parte del valle). Según la leyenda, el valle se renombró a partir de unas palabras dichas por el rey Jaume II de Aragón al abad del monasterio de Santes Creus cuando se encontraba de camino por la zona: "Quina Vall més digna per a un monestir de la nostra religió" (Que valle más digno para un monasterio de nuestra religión), a lo que el abad le respondió: "Vall digna senyor, vall digna" (Valle digno, señor, valle digno), tras lo que se construyó el monasterio de Santa María de la Valldigna. Esto es lo que dice la Wikipedia y así lo contamos.
El monumental monasterio llena con su presencia el valle y parece mentira que un solo edificio pueda ser el centro de todas las miradas eclipsando casi por completo los pueblos de Simat y Benifairó. Seguimos a ritmo, hoy estoy chupando poca rueda, bueno no es que chupe poca rueda, es que los efectos del rebufo en subida son completamente inexistentes así que incluso por momentos me permito marcar el ritmo e incluso no descender la velocidad que llevamos, estoy sembrao. Voy cantándoles las curvas que quedan para llegar arriba entre el “aire” pero ya no creen ni una palabra de lo que les digo, cuanto mal les hizo la ruta a Pedralba a aquellos novatos, en fin.... Por fin el final de la subida me otorga una medalla que pasa desapercibida ante el incremento del ritmo en el tramo llano antes de Barx. Cruzamos el pueblo y nos acercamos a la urbanización “La Drova” que es donde comienza la subida de verdad. Antes pasamos una granja supuestamente avícola con un hedor insoportable que nos dedicamos a dejar atrás a base de subir el ritmo otra vez. Ya vemos la cumbre y enseguida el desvío a la izquierda que marcará el ser o no ser de esta ruta. La hora de la verdad, de la “umbria”, no eso ya lo hemos dejado abajo y lo otro vamos a ver si lo somos de verdad. Paramos un instante, unos a comer una barrita y yo a quitarme ropa que me sobra de tanto calor como voy a generar en la subida. Nos ponemos pues en marcha por la calle que sube recta primero de forma progresiva y luego, tras un ligerísimo giro a la derecha, un paredón de vértigo que no permite ver desde el principio el final. Ahora es otro ligerísimo giro, esta vez a la izquierda el que no permite ver que el muro que aún continúa subiendo. Ya hacemos eses a lo ancho del camino intentando restar aunque sean las décimas del porcentaje, pero ni por esas. Llegamos al descansillo aquel donde me faltaba todo el aire del mundo hace cinco años y medio. 

Dos minutos después y con las pulsaciones y la capacidad pulmonar recuperadas iniciamos la subida que ya no parecerá tan dura después de algunos tramos del 26% que acabamos de dejar atrás.  Atacamos en fila aunque enseguida formamos dos dúos, los jóvenes por delante y los abuelos del grupo detrás, cerrando la marcha. Vamos recordando cómo en nuestra anterior visita, tuvimos que hacer innumerables paradas después del sofocón de esa primera subida, tan tocados nos dejó que tanto la musculatura como las pulsaciones disparadas sufrieron para todo el resto de la subida, amén del insolente calor que nos machacó y que nos obligaba a reptar bajo las pocas y tísicas ramas que daban sombra al suelo y que intentábamos aprovechar ante la falta de árboles allí donde los necesitábamos.
Volvemos a romper el grupo y esto ya es un sálvese quien pueda que yo te espero arriba si es que llego. La bruma ya sabemos a estas horas que no va a desaparecer y vemos como va cubriendo, con su blanco satén, las montañas que nos rodean y que vamos ganando en perspectiva casi en cada pedalada. El mar no es un mar sino un inmenso velado azul que crece hacia arriba de manera imposible ante la perspectiva y la profundidad que vamos alcanzando. La sierra de Aitana deja ver algunas manchas blancas que identificamos como nieve pero que no certificaremos hasta verlas con calma y en parado una vez arriba, el reto ahora es hacer la subida del tirón, sin paradas, venciendo a la montaña en un pulso de piedra contra carne. La curva de la sonrisa de goma marca la mitad de la subida, luego más de lo mismo: retorcerse y volcarse en el manillar, sentarse en la punta del sillín, hacer eses por el camino e intentar mover el molinillo que a estas alturas es pegar zapatazos casi en vano  pues nos movemos al límite de la verticalidad y con las burras intentando hacer caballitos ante lo empinado del terreno. Todo un reto. Nos cruzamos con senderistas que ante nuestro esfuerzo echan unas risas y unos comentarios, no sé si para animarnos o es que se están descojonando de nuestro sufrimiento, en cualquier caso más que animar las risitas se clavan como agujas ¡¡¡no es momento para risas, eh!!!  Una rampa durísima y casi recta marca el acercamiento al descansillo y la vaguada que da acceso a la cara norte y por tanto a la última parte de la subida. 

Pero mirar aquí hacia arriba es un mazazo en toda regla; las antenas están aún lejísimos perdidas en el brutal desnivel que nos queda por delante y la poca distancia que se intuye, por lo que aún queda sufrir un buen rato encima de la bici. El descenso hacia el fondo de la vaguada es vertiginoso y el cambio de rasante actúa sobre la velocidad como un choque contra un muro invisible que te detiene casi por completo sin darte inercia ni contribuir progresivamente a la aclimatación para volver a pedalear con energía. Este tramo además coincide con toda la umbría de la montaña y el firme está no solo mojado, sino que en algún tramo tiene un punto de escarcha que hiela la sangre pensando en la bajada. Si pensábamos que habíamos subido rampas duras,  las que estamos afrontando ahora son durísimas, pues a su brutal porcentaje se une el cansancio del continuado esfuerzo en los últimos casi 4 kilómetros que llevamos de ascenso continuado. Estamos llegando arriba y ya es una cuestión de orgullo más que de fuerza. Unos ciclistas con sus flacas nos adelantan en plena subida y los vemos tirar de unos desarrollos mucho menos multiplicadores que los nuestros por lo que el esfuerzo muscular para moverlos es mucho mayor;  por el contrario tienen, entre bicicleta y mochila, calculamos unos 11 kilos menos y un rozamiento sobre la carretera la mitad que el nuestro, la balanza se compensa pero no me cambio de deporte. El pensamiento de echar pie a tierra voluntariamente ya se quedo en una de las rampas pasadas, ahora la preocupación es que el cansancio o una mala elección de trayectoria no acabe con tu pie tocando el suelo y marcando una penalización injusta a todas luces tras el descomunal esfuerzo.

Ultima rampa, y con ella esta foto que ha tardado 5 años y medio en producirse. Esta llega tras una curva de herradura al más puro estilo Montieleta. Ya se ve la base de las antenas y la puerta del recinto de telecomunicaciones que marca el top de la subida de hoy, ya solo queda llegar allí descontando pedaladas y olvidando el sufrimiento en algunos tramos con la emoción a flor de piel y un grito de ¡¡¡Si, si, si!!! elevándose, silencioso, en la garganta. Llegamos en fila, juntamos nuestras manos y Roda i Pedal al completo conquista el Rey.  La repentina parada y fin del esfuerzo agolpan en mi cabeza más sangre de la necesaria en este momento, por lo que un amago de pájara aconseja buscar la cercanía del suelo antes de encontrármelo de pronto. Unos segundos de “siesta” y luego, con el color más recuperado buscamos un lugar al sol y a cubierto del viento para almorzar y disfrutar de las vistas, que aunque hoy algo deslucidas por la bruma, también dotan al paisaje de un encanto especial con ciertos contrastes de profundidad relativa y referencias aleatorias que no conviene intentar entender, tan solo disfrutar. 

Y así, intentando disfrutar y por supuesto entender, empezamos a desgranar todo un horizonte que va desde el Montgó a la izquierda, sobresaliendo de al menos dos mares: un mediterrani i un mar de nuvols, hasta la Serra Mariola a la derecha tímidamente dibujada en una bicromía de azules y blancos. 

Entre ellas toda una baraja de cumbres conocidas y algunas no identificadas, como el Circ de la Safor que teníamos enfrente y nos empeñábamos en confundir tozudamente. Unos senderistas nos preguntan si hemos subido con las bicis por la carretera y ante nuestra afirmación de  ¿por dónde íbamos a subir si no?  Un  ¡hostia puta!,  define perfectamente la machada que acabamos de marcarnos. Las fotos de rigor, las conmemorativas, las de payasadas, las diferentes… hasta que las pilas dicen basta y toca poner pies en polvorosa para iniciar la bajada.
Todos estamos avisados de los riesgos de este descenso tan formidable como descomunal. Bajamos para comprobar que esa zona de escarcha no está del todo desaparecida, aunque ante el conocimiento de ella íbamos sobre aviso. Llegamos al descansillo para reagruparnos y hacer una última observación del paisaje. Carlos también se ha dado cuenta que hay que retener la bici antes que sea demasiado tarde para frenarla. Y así nos dejamos caer para dibujar cada uno nuestra trazada con el viento chocando en nuestra cara y nuestro cuerpo, haciendo de freno cuando lo necesitamos o esquivándolo en posición aerodinámica para ganar algo de velocidad cuando lo consideramos. Pasamos la curva de la sonrisa de goma, esta vez sin incidentes,  y ganamos velocidad en las curvas abiertas de la primera parte de la subida, que ahora son la última parte de la bajada.  Llegamos al descansillo de la urbanización con un ¿ya estamos aquí? resonando en nuestras cabezas como si estuviéramos conectados y pudiéramos hablarnos telepáticamente. Bajamos hacia la carretera por la urbanización adelantando a un coche que no pone el ritmo que necesitamos para no tener que detener nuestro prodigioso avance. Nos reagrupamos todos otra vez antes de salir a la carretera. Las caras de felicidad lo dicen todo. Las sonrisas grabadas en la fina piel de invierno de nuestras caras son inamovibles. Un poco de impulso y llegamos a Barx que lo atravesamos de bajada en un periquete, luego un tramo de pedaleo ligero hasta las eses de la carretera y el bonito descenso que aún nos queda por delante. El sol tampoco ha tocado muchos tramos de esta carretera que siguen mojados y nos dictan un punto de precaución en las curvas con las inclinadas. La velocidad levanta gotitas de agua y barro que se incrustan en nuestra cara y en los cristales de las gafas creando un caleidoscopio de múltiples caminos equivocados y solo uno correcto. Apuramos el vértice en las curvas diestras y abrimos a la salida para acelerar cuanto antes, y ensanchamos las curvas a izquierdas ante el ímpetu de los coches que suben comiéndose parte de nuestro carril, lo que nos cuesta un susto que no queremos volver a repetir. 

La última curva da paso a una recta que nos enfila a la entrada de Simat donde volvemos a reagruparnos para llegar a la puerta del monasterio y así cumplir con el trazado original.  Siendo honestos diremos que la única variación con el trazado original es que esta vez no llegamos hasta la ermita de Santa Ana o de la Xara,  que la vemos desde el camino a 300 metros de nuestra posición. Seguimos adelante para culminar los últimos kilómetros de una rodada corta pero intensa, más intensa aún si tenemos en cuenta que todo el esfuerzo se hace en la primera mitad; la segunda, de puro descenso, es prácticamente gratis. Volvemos a pasar junto al molino del Pla que parece sustentarse sobre el cauce  de agua que lo alimentaba y  llegamos al coche sin novedad, dando por terminada una jornada de muesca en el sillín. Mientras Carlos hace la marca,  nosotros no nos resistimos a darnos, otra vez, ese gustazo.

El blog ha pasado a convertirse en el chivato mudo que todo lo cuenta, en la amenaza permanente cuando alguno mete la pata, de “al blog vas a ir “. En esta ocasión el título de la ruta tiene su explicación: Salva había llamado a un compañero de trabajo desde la mítica cumbre para decirle que estamos arriba, todo esto a colación de una conversación en el trabajo sobre el tema. Ya de camino a casa en el coche hace una llamada a su mujer  y por error marca rellamada al último número marcado, o sea,  su compañero. Al tener línea,  ni corto ni perezoso contesta con un “hola Amor” que le sale del alma. Hasta ahí todo normal, lo raro son las explicaciones que oímos segundos después sobre que no era a él a quien iba dirigido lo de “Amor”. Claro, la carcajada no se hace esperar y estalla en el coche como un petardo en fallas, y por supuesto aquí está la anécdota a menos que el susodicho quiera quitarlo de la crónica a condición de que pase por el filtro de tomas falsas del resumen de fin de año.