Puebla de San Miguel - Amanaderos -Pico Calderón
"Las montañas nos han obsequiado con su belleza, y nosotros las hemos amado con la ingenuidad propia de un niño y reverenciado con la veneración que un monje siente por lo divino".
Maurize Herzog
"Las montañas nos han obsequiado con su belleza, y nosotros las hemos amado con la ingenuidad propia de un niño y reverenciado con la veneración que un monje siente por lo divino".
Maurize Herzog
Tras casi seis meses de por un motivo u otro, “abandono” y/o “impsibilidad”, volvemos a retomar nuestra bitácora para relatar lo acontecido en otro inolvidable “Finde Biker” que nos ha llevado, esta vez, al Rincón de Ademúz, para todo el fin de semana. La ruta biker comenzaba realmente en La Puebla de San Miguel, donde con la inestimable ayuda del grandote y el remolque que transporta las burricas, se establecía el inicio y final de ruta desde donde abordar la conquista de la mayor cota de la Comunidad Valenciana y techo, hasta el momento, de Roda i Pedal.
VIERNES
Día de partida en el que como de costumbre, quedamos en la base para salir hacia Ademúz a las 19.30h., un poco tarde para nuestro gusto, pero el insolente y siempre omnipresente “Murphy” tenía que hacer una de las suyas ahora que por fin nos acompañaba la climatología; un examen hacía que Luis sufriera un retraso esta tarde cuando ya teníamos reservado el hotel. Así que a su llegada a la base no hay más que enganchar el remolque, con las bicis ya preparadas al grandote y salir pitando tras los breves saludos y despedidas de Carlos que también le queda un examen pendiente y no puede venir, lo primero es lo primero.
La A3 hasta Utiel y de allí la N330 hacia Teruel sería el itinerario elegido. El camino nos regalaría bonitas imágenes de trigales zarandeados por el fuerte e insistente viento que nos pone una cierta inquietud en el cuerpo. También las amapolas (que al final se convertirán en una pieza importante de la ruta) nos acompañan y nos deleitan con su llamativa presencia.
Juanvi (el dueño de la casa) nos recibe con simpatía y cordialidad para acomodarnos raudo en nuestras habitaciones, de las que tras la descarga del equipaje bajamos rápidamente a hacernos un “fresquito” con la excusa de cenar. El aroma a exquisitas viandas inunda el comedor y las dos bandejas de pollo con champiñones y cebolla caen como por ensalmo. Los fresquitos ya han cogido velocidad de crucero y no aflojarán en todo el fin de semana. Tras la cena salimos a dar una vuelta por el pueblo para hacerle sitio a los cacharritos, complemento indispensable y de obligado cumplimiento en todo Finde Biker antes de irnos al sobre. En la tertulia acordamos los últimos detalles y nos vamos a dormir con la ilusión de la cercana ruta y con la esperanza de que el viento sea benévolo en la jornada de mañana.
SÁBADO: La ruta
A las 08.00h. desayunando. Luego volver a cargar el remolque y salir en dirección a La Puebla. Un desliz nos hace equivocarnos de carretera, lo que nos llevará a comenzar la ruta pasadas las 10 de la mañana desde la fuente situada a la entrada del pueblo.
Tras los estiramientos de rigor, un ligero descenso nos lleva a cruzar el barranco del Saladillo. Justo enfrente tenemos la ermita de San Roque y junto a ella, abandonamos la carretera por la que hemos venido y tomamos el camino que vemos de frente, y comienza la subida. Sin tiempo para calentar suficientemente la musculatura, la subida se adueña del plano y nos dice, de malas maneras, que ella se encargará del calentamiento casi todo el resto del día. De entrada no está nada mal pues la fresca mañana, unida a las fuertes rachas de viento, las nubes y la altitud a la que estamos, se combinan para hacer una mañana desapacible en la que apetece más acurrucarse en la cama que estar aquí mirando hacia arriba y pensando, ¡quien me mandará a mí meterme en estos fregados! , pero ya es tarde para “reflexiones”, solo los valientes obtendremos nuestro trofeo.
Seguimos con el calentamiento pensando en los más de 6 kilos de peso extra que llevamos a la espalda como si fuéramos camellos. En la primera curva de herradura encontramos un depósito contra incendios, ya aquí hemos disgregado el grupo, Luis se ha tomado en serio lo del calentamiento y pone un ritmito acorde a sus pretensiones de no castigar demasiado las rodillas, Salva se ha parado en el primer campo tras la ermita a fotografiar las olas de verdes trigos con las bermellonas flores que lo manchan aquí y allá, el espectáculo está servido. Yo, que he inmortalizado el campo sobre la marcha, espero en la parte alta de la curva para no dejar solo a nuestro reportero gráfico y juntos hacer un pequeño sprint que nos reagrupe. Pero es solo una utopía, en la siguiente curva a la derecha vemos un solitario peirón que nos hace mirar alrededor en busca del calvario. No lo hay, es un monolito dedicado a La Santica. Seguimos avanzando, siempre cuesta arriba por un camino en excepcionales condiciones para rodar por él, es una bikerpista o autopista forestal, ya tenemos Luis y yo la primera controversia del día, que si rojo sangre o rojo amapola. No tardaremos en tener otra con respecto al siguiente hito que encontramos en el camino; ¿un navajo o un lavajo ?, ambas formas son admisibles para designar las charcas que se forman por acción de la lluvia, así que nuestro reportero se ocupa de inmortalizar tan bella estampa, pero seguro que aún habrá más controversias a lo largo del finde.
Antes disfrutamos, en plena subida, de las soberbias vistas que se abren a nuestra izquierda hacia el valle del Turia, para luego remontar por la otra ladera en busca de montañas y altitudes desconocidas para nosotros. Nos adelanta un coche de los servicios forestales y comprobamos la poca, por no decir ninguna…, sensibilidad de los conductores para con los ciclistas, la velocidad a la que nos pasa nos hace morder el polvo que levanta con sus enormes ruedas, amén de que pueda salir disparada una piedrecita y causarnos un moratón, aunque afortunadamente no es el caso. Lo vemos girar a la derecha hacia el alto del Gavilán y el Calderón, nosotros llegamos rápidamente a ese camino, que es el que descartamos por querer ampliar la ruta y llegar primero a uno de los platos fuertes de la ruta: Los Amanaderos. Unos metros después de pasar este camino llegamos al navajo; tras él el Mas del Balsón ya es solo un viejo corral que se desmorona fundiendo su desvencijado esqueleto con el entorno agreste y difícil que lo rodea. Allí sale un camino a la izquierda, el carril de Camarena, que descartamos para seguir por nuestra pista dirección a Riodeva y Amanaderos. Seguimos subiendo hacia el noreste, el camino ceñido a la montaña no nos permite ver su cumbre, pero es allí donde vamos a fin de cuentas, aunque dando un rodeo.
Llegamos a una bifurcación, a la derecha un camino que sigue ciñendo el contorno de la montaña y se adentra hacia la fuente de la Miel, haciendo la mitad del camino que haremos nosotros hasta allí.
Descartamos este camino y comenzamos la bajada, hacia la izquierda, en busca de Amanaderos. Qué bien sienta una bajada después de tantos kilómetros de subida. Adoptamos raudos la posición aerodinámica y soltamos hierros y suspensiones para curvear con el camino, dejándonos llevar por la pronunciada pendiente, azotados tanto por el viento como por la enorme sensación de satisfacción que encontramos en una bajada rápida y serpenteantes como esta. Una cerrada curva a la izquierda nos pone sobre un firme algo más complicado con buenos pedruscos sobresaliendo de la piel del camino. No es un tramo peligroso ni mucho menos, solo muy bacheado. En todo caso durará poco, pues unos metros más abajo llegamos al desvío de Riodeva y Amanaderos, izquierda y derecha respectivamente. Hacemos el giro de 180º a la derecha y recorremos este tramo casi aéreo sobre el barranco del río Deva contemplando las impresionantes y algo extravagantes formas que adopta la roca de las montañas. El artista del rodeno se ha llegado por estos lares al igual que por nuestra querida Serra Calderona. Enseguida llegamos a los carteles que anuncian la zona de Los Amanaderos. Unos paneles interpretativos nos explican las maravillas que allí vamos a ver y explica el recorrido de unos 6 kilómetros de longitud que baja hasta Riodeva y por el cual se puede disfrutar de los 13 saltos de agua que forman esta maravilla natural.
Hacemos algunas fotos y disfrutamos de este entorno privilegiado al que nos acercamos a lomos de nuestras bicicletas; sin ellas nos sería imposible acceder a esta inmensa colección de maravillas que venimos atesorando desde hace años.
Sobre el prado y con un hueco entre las nubes por donde se cuela el sol, decidimos parar a almorzar con el rumor de fondo del agua que se precipita.
Contemplamos la inacabada batalla entre el viento y la vegetación; árboles retorcidos muestran su fuerza y adaptabilidad contra un enemigo invisible pero tenaz que día tras día barre estas cumbres. Tras el ágape, hoy sin café, seguimos camino para afrontar la parte más dura de la ruta, la subida al techo de la Comunidad Valenciana. Este tramo de camino hasta la fuente Matahombres era la parte en que no seguíamos el track de Pitarque, así que estábamos algo inquietos por las sorpresas que pudiéramos encontrar en este camino. Pero nuestros temores se evaporaron rápidamente a la vista del perfecto sendero que nos encontramos y que comparte espacio, durante un trecho, con el GR-8. El firme, en perfecto estado, vadea una y otra vez el pequeño río que acompaña. A un lado y otro la montaña es un inmenso bosque de pinos y carrascas, de tomillos en flor que mecidos por el viento combinan su aroma con los pinos y saturan de fragancias exquisitas el aire que respiramos. La pendiente no afloja pero es llevadera, así que no nos castiga las piernas que siguen guardando unos gramos de energía para cuando sea realmente necesario. Poco a poco, por este paraje de ensueño, vamos llegando a la fuente Matahombres. Salimos del cañón del río Deva para llegar a una amplia planicie. El cruce de caminos nos indica a la izquierda a Camarena de la Sierra, a la derecha hacia La Puebla de San Miguel pasando por fuente la Miel y el Collado Buey.
Contemplamos la inacabada batalla entre el viento y la vegetación; árboles retorcidos muestran su fuerza y adaptabilidad contra un enemigo invisible pero tenaz que día tras día barre estas cumbres. Tras el ágape, hoy sin café, seguimos camino para afrontar la parte más dura de la ruta, la subida al techo de la Comunidad Valenciana. Este tramo de camino hasta la fuente Matahombres era la parte en que no seguíamos el track de Pitarque, así que estábamos algo inquietos por las sorpresas que pudiéramos encontrar en este camino. Pero nuestros temores se evaporaron rápidamente a la vista del perfecto sendero que nos encontramos y que comparte espacio, durante un trecho, con el GR-8. El firme, en perfecto estado, vadea una y otra vez el pequeño río que acompaña. A un lado y otro la montaña es un inmenso bosque de pinos y carrascas, de tomillos en flor que mecidos por el viento combinan su aroma con los pinos y saturan de fragancias exquisitas el aire que respiramos. La pendiente no afloja pero es llevadera, así que no nos castiga las piernas que siguen guardando unos gramos de energía para cuando sea realmente necesario. Poco a poco, por este paraje de ensueño, vamos llegando a la fuente Matahombres. Salimos del cañón del río Deva para llegar a una amplia planicie. El cruce de caminos nos indica a la izquierda a Camarena de la Sierra, a la derecha hacia La Puebla de San Miguel pasando por fuente la Miel y el Collado Buey.
Tomamos esta indicación para parar junto a la fuente y hacer otra foto de grupo de esas que marcan hitos importantes.
Este paraje es una amplia área de recreo con mesas, fuentes, refugio y hasta una piscina tomada al asalto por una colonia de musgos que verdean el fondo de la piscina. Hacemos una breve visita a este precioso entorno que da nombre a la mítica prueba BTT Matahombres y seguimos camino, siempre en continuado ascenso pero sin rampas importantes. Esto empieza a escamarnos, pues cada vez nos queda menos distancia hasta la cima y no creemos mucho en aquello de las subidas sostenidas, así que esperamos que de un momento a otro nos den un hachazo, ¡zas, en toda la boca! y nos dejen tiesos. Más aún después de que el camino trace una amplia curva a la izquierda para salvar la cabecera del barranco de la Colgada, con unas vistas son impresionantes hacia lo profundo del bosque. Luego pasamos por una fuente que confundimos con fuente la Miel, digo confundimos pues esta se sitúa menos de un kilómetro después y está perfectamente señalizada, y seguimos subiendo a tren.
Otro cruce de caminos: por la derecha viene aquel camino que descartamos antes de iniciar el descenso hacia Amanaderos. Giramos a la izquierda siempre metidos bajo una impresionante arboleda que nos protege del viento y del sol que poco a poco va desperezándose. Encontramos en este tramo algunas rampas más duras pero solo son eso, rampas sueltas, el grueso de la subida es tendido. Y así, como quien no quiere la cosa llegamos al Collado del Buey. Salimos a plomo de la arboleda y a nuestro alrededor se esparcen las sabinas rastreras tan características de esta zona. Visto en el mapa resulta curioso que nada más cruzar la frontera de Teruel a Valencia se acaben los árboles, o quizá no es tan curioso y solo es pura y cruel estadística, aquí, desgraciadamente, ya lo hemos quemado todo o casi todo, y eso es lo que nos muestra el paisaje. Giramos a la derecha buscando las cumbres, pero el paisaje nos obliga a parar para contemplar la espectacular sensación de vacío y soledad que transmite este soberbio paisaje.
El camino cruza otra vez la frontera, otra vez la increíble pinada es nuestro cielo. Tras una breve subida, una bajada de órdago, corta, pero intensa y pronunciada, nos dice que hay que subirla dos veces, la primera al otro lado de este vado, la segunda ya a la vuelta para bajar al Collado Buey. Curveamos con el camino con los pinos muy cerca, lo que nos da mayor sensación de velocidad. Dejamos atrás el desvío a la izquierda hacia el Calderón y seguimos en busca del alto del Gavilán que es nuestro segundo destino de hoy.
Otro desvío a la izquierda y el Pino Vicente, que también queda para luego. Y el tercer camino a la izquierda es el track que subía desde La Puebla de San Miguel y nos pareció corto. A la derecha está nuestra primera cumbre con su caseta de vigilancia forestal junto a un curioso helipuerto. Las tremendas panorámicas, a pesar de la bruma en la distancia, nos permiten contemplar los aerogeneradores de la Muela de Santa Catalina, allá en Aras, y un poco más a su izquierda el pico del Buitre con su observatorio astrofísico. El pico Javalambre queda totalmente oculto por el Calderón. Unas fotos al zurrón y “desciclamos” el camino para dirigirnos al Pino Vicente o de las Tres Garras. El susodicho espécimen es impresionante. Este árbol centenario debe su nombre a D. Vicente Tortajada, un forestal que en los años 60 consiguió evitar que se talara este pino para leña y como homenaje, desde entonces el pino de las Tres Garras también se conoce como el pino Vicente.
Retrocedemos hasta el camino principal y volvemos sobre nuestros pasos hasta la señal del Calderón, ahora a la derecha. El camino se va perdiendo poco a poco al salir de la pinada, luego atravesamos un pequeño prado con hierba y algunas florecillas donde las sabinas rastreras nos acosan y nos rodean hasta llegar a un punto donde la piedra meteorizada y rota por doquier nos obliga a bajar de las bicis . Trescientos metros andando con dificultad entre el “rocaje vivo” nos separan de la cumbre, donde en unos minutos llegamos arriba para intentar abarcar todo el panorama que se nos ofrece. Llenamos a tope las retinas y un continuo ¡ clic, clic, clic ! resuena en las profundidades de nuestra mente con cada fotograma que, ávidamente, le pedimos prestado al paisaje
El camino cruza otra vez la frontera, otra vez la increíble pinada es nuestro cielo. Tras una breve subida, una bajada de órdago, corta, pero intensa y pronunciada, nos dice que hay que subirla dos veces, la primera al otro lado de este vado, la segunda ya a la vuelta para bajar al Collado Buey. Curveamos con el camino con los pinos muy cerca, lo que nos da mayor sensación de velocidad. Dejamos atrás el desvío a la izquierda hacia el Calderón y seguimos en busca del alto del Gavilán que es nuestro segundo destino de hoy.
Otro desvío a la izquierda y el Pino Vicente, que también queda para luego. Y el tercer camino a la izquierda es el track que subía desde La Puebla de San Miguel y nos pareció corto. A la derecha está nuestra primera cumbre con su caseta de vigilancia forestal junto a un curioso helipuerto. Las tremendas panorámicas, a pesar de la bruma en la distancia, nos permiten contemplar los aerogeneradores de la Muela de Santa Catalina, allá en Aras, y un poco más a su izquierda el pico del Buitre con su observatorio astrofísico. El pico Javalambre queda totalmente oculto por el Calderón. Unas fotos al zurrón y “desciclamos” el camino para dirigirnos al Pino Vicente o de las Tres Garras. El susodicho espécimen es impresionante. Este árbol centenario debe su nombre a D. Vicente Tortajada, un forestal que en los años 60 consiguió evitar que se talara este pino para leña y como homenaje, desde entonces el pino de las Tres Garras también se conoce como el pino Vicente.
Retrocedemos hasta el camino principal y volvemos sobre nuestros pasos hasta la señal del Calderón, ahora a la derecha. El camino se va perdiendo poco a poco al salir de la pinada, luego atravesamos un pequeño prado con hierba y algunas florecillas donde las sabinas rastreras nos acosan y nos rodean hasta llegar a un punto donde la piedra meteorizada y rota por doquier nos obliga a bajar de las bicis . Trescientos metros andando con dificultad entre el “rocaje vivo” nos separan de la cumbre, donde en unos minutos llegamos arriba para intentar abarcar todo el panorama que se nos ofrece. Llenamos a tope las retinas y un continuo ¡ clic, clic, clic ! resuena en las profundidades de nuestra mente con cada fotograma que, ávidamente, le pedimos prestado al paisaje
La cuestión es que estamos metidos de lleno en un paisaje tan bello como extraño y solitario, que en ocasiones resulta incluso un tanto inquietante por la peculiaridad y la rareza que representa para nosotros, que lo veíamos desde arriba. Ahora formamos parte de él.
Aquí arriba se nos plantea otra disyuntiva: bajar a comer a las Blancas como teníamos previsto o hacerlo en el Collado Buey una vez remontemos la brutal cuesta que se interpone entre nosotros y la bajada. La hora, el cansancio y el hambre canína que crece por minutos aconsejan no demorar más de lo estrictamente necesario la ansiada parada de la comida. Así que sintiéndolo por las Blancas, que nos esperaban a comer, la parada se hará junto al refugio del Collado. Deshacemos el tramo andado entre las piedras, el prado, la pinada y la bajada que nos lleva a la subida, para toparnos de bruces con la brutal rampa que se esconde aquí arriba, donde parece que no hay sitio para ello. Miramos a un lado y otro para ver si está por aquí “Monsieur Mazó” del que hace tanto tiempo que no sabemos nada. No es una subida larga pero la dureza de la rampa nos está exprimiendo más allá de aquellos gramos de energía que hace tanto rato habíamos guardado. Ya no queda nada de eso y tenemos que tirar de orgullo para superar los últimos metros que nos separan del bocata y la cerveza.
Superada la angustiosa subida nos acomodamos bajo un pino, entre sol y sombra frente al refugio cerrado. Así tanto da que haya refugio como no. El bocata nos sabe a gloria y no solo porque esté bueno, a estas alturas lloraríamos por unos pastelitos de la pantera rosa… pura energía para los vacíos depósitos musculares. Con la panza llena, nos aberronchamos “entre flores raras”, esta vez sin danzar, pero sí deslizándonos entre los brazos de Morfeo con un leve pero reparador sueñecito de montaña a ras del suelo, sin sufrir el rigor del viento y con el cálido abrazo del Lorenzo pre veraniego calentándonos la cara.
Nos relamemos ante los casi 18 kilómetros “to pabajo” que tenemos por delante, pero por el camino nos encontraremos con dos repechos que nos harán pensar que esta subida no se acaba nunca, y claro, un servidor será el blanco de todas las miradas y alguna blasfemia soslayada por lo bajini, como si yo hubiera hecho el camino… , que cab......es, en fin.... .
Seguimos bajando pero encontrando repechos que parecen querer retenernos y seguimos siempre la pista principal descartando un par de caminos que se adentran en la montaña, dejamos atrás un corral a nuestra derecha y afrontamos un tramo de bajada (ya era hora..) bastante pronunciado. Este desemboca en un cruce de caminos, enfrente un pequeño prado con un pino monumental en el centro; no paramos a escuadriñarlo ya que tiene una visita de grupo con vehículos y nosotros queremos seguir disfrutando un poco más de la bajada, así que tomamos el camino a la izquierda y ya no dejamos la pendiente, por lo que habrá que estar atento al GPS para no pasarse el camino a la derecha que nos llevará a las Blancas, nuestro último punto de destino de la ruta de hoy.
Junto a un depósito contra incendios y un panel interpretativo dejamos las bicis para llegar, unos metros más allá, hasta las impresionantes sabinas casi milenarias que nos contemplan, o quizá no, cansadas de ver tanta tontería en sus largas vidas. Por nuestra parte nosotros sí las contemplamos, con avidez y reverencia.
Nos acercamos despacio, con respeto, casi con mimo y cariño, con las manos abiertas para abrazar esas cortezas gruesas y ásperas arrugas que guardan el saber de un tiempo pasado que, en ciertos aspectos, fue mejor. Las abrazamos y hasta nos metemos, literalmente, dentro de una ellas, intentando conectar en perfecta comunión con su naturaleza en estado puro.
Pasado un buen rato, nos inmortalizamos junto a la mayor de ellas que deja patente nuestra insignificante pequeñez tanto en edad como en tamaño, y acto seguido abandonamos tan bello lugar con pena por tener que marcharnos, pero la hora manda y no podemos descuidarnos.
Ya en el camino, la bajada que nos queda por delante es pura adrenalina hasta la carretera. La pista forestal es ancha y segura , a pesar de tener algo de gravilla y la estela del compañero que nos precede queda suspendida en el aire a través del polvo que levantan sus ruedas, lo que parece ralentizar los 60Km/h del ala que nos sacamos de la manga. Las apuradas de frenada nos lanzan hacia delante debido a la potente deceleración que imprimen los frenos al morder el disco. No hay que pedalear para coger velocidad nuevamente y solo con soltar los frenos, las bicis se lanzan frenéticas buscando la cota más baja de la ruta. La altísima velocidad de la que disfrutamos a lomos de las bici sno son fáciles de olvidar ni de gestionar, con lo que la atención está a flor de piel. Solo nos hace guardar algo de distancia con quien nos precede el hecho de estar mordiendo el polvo que él levanta, así que dejamos algo de hueco para poder ver y, sobre todo, poder respirar.
En un suspiro estamos en la carretera que nos deja en la entrada del pueblo desde este lado. La ermita de la Purísima es la primera en bendecir nuestro triunfal regreso.
Unos metros más allá están el coche y el remolque que nos devolverán a Ademúz donde poder contar nuestra batallita de hoy a las chicas frente a un par de buenas cervezas fresquitas como mandan los cánones.
Llegamos al hotel para reunirnos con las chicas e ir desgranando, mientras nos hidratamos a conciencia, los pormenores de la ruta, contando como de costumbre, las batallitas y anécdotas que se dan en una ruta tan monumental como esta. Ellas también tienen sus cosas que contarnos, pero este es el Finde Biker y el blog de Roda i Pedal, así que, que nos perdonen por llenar más blanco con nuestras cosas, jeje.
DOMINGO
El domingo es el día que dedicamos a las actividades conjuntas. La de hoy no podía ser otra que Amanaderos. Vamos por Riodeva y seguimos la pista hacia arriba para enlazar con el camino de ayer. Nos sorprenden y abruman los campos de amapolas que hay a la vera del camino. Luego a la vuelta nos compraremos de ello…. .
Ya arriba, dejamos el coche en el pequeño parking y bajamos hacia el río fijándonos en las caras de las chicas cuando vean esta maravilla de la naturaleza. Su reacción es parecida a la nuestra de ayer, pero como aún no hemos dejado de sorprendernos ante el despliegue de grandiosa visualidad del paraje, nos damos cuenta, al menos yo, que lo que mayormente estoy juzgando es mi propia reacción, así que a disfrutar toca.
Las cámaras de fotos se nos salen de las manos locas ante el olor a naturaleza y paisaje que van a devorar por triplicado. No hay ángulo que uno u otro no hayamos cogido, es literalmente imposible esconderse de la mirada “objetiva” que tenemos en este momento. Los saltos de las Yeguas, las Ninfas o la Virgen Blanca se suceden en espacio de pocos metros de longitud, no así de desnivel, para crear un espacio de enorme y potente belleza. El adormecedor sonido del agua golpeando la roca y la poza en la que descansará instantes antes de volver a precipitarse al vacio para encontrar lo mismo de antes. Atesoramos este momento respirando el penetrante olor del agua dulce al ser liberado de su líquido envoltorio en cada caída. Fotos de agua, de plantas, de rocas, de grupo, solos, de pareja… cientos de fotos que luego serán incapaces de hacernos sentir lo que aquí estamos viviendo ahora, pero que nos recordarán cada instante de lo que ahora estamos viendo y les dirán a los demás, lo que un día, nosotros vimos.
Tras la visita, que prolongamos todo lo que podemos, volvemos al coche para bajar hacia Riodeva. Poco antes de llegar decidimos hacer una incursión, que no una excursión, al asalto, de un campo de “roselles”. Tres tíos, tres cámaras y 10 minutos por delante. No ha habido carreras y tortas porque el campo era grande que si no… , nos sumergimos en el rojo; en el verde en que se sumerge el rojo, para captar colores saturados de una luz y una armonía imposibles ante el caos y la compleja mezcla de colores, formas y texturas, que el campo ofrece. Es imposible describir tanta y tan frágil belleza. Acabada la vorágine fotográfica volvemos al coche con la sonrisa difícilmente disimulada, de la “tontá” que acabamos de protagonizar. “Enga, que ya viene el tonto las flores” “Eres más de pueblo que las amapolas”, y como estos unas cuantas decenas más de comentarios que llenan de risas el fresquito interior del coche.
De vuelta a Ademúz subimos al mirador del cementerio para contemplar una panorámica del pueblo y hacer algunas de las últimas fotos del viaje; las últimas las guardamos para las ermitas que visitaremos esta tarde, después de comer para hacer un poco de hueco antes de la vuelta a casa.
Ya de vuelta en el hotel donde hemos pernoctado y tenemos reservada la comida, nos hacemos “un fresquito” para ir abriendo el apetito. Si las dos cenas de estos días han sido buenas, lo de la comida de hoy no tiene nombre. El cocido que nos ha preparado Ana es una oda a la potente gastronomía de la zona. La apuesta era que si nos lo terminábamos todo nos salía gratis la comida. Ana jugaba con ventaja, pero doy fe de que en el intento estuvimos. El ansia no era por la ganar la apuesta, pues pagando el doble no se hace honor al disfrute, era por el placer de comer, de saborear la exquisita y mágica combinación que hace que sencillos ingredientes sueltos, puedan combinarse de tan magestuosa forma como para saturar los sentidos del paladar.
Solo podemos agradecer el modo en que nos han tratado en Casa Garrido y entonar al unísono un ¡¡ bravo !! por la cocinera. Recogemos los bartulos y tras la foto en la entrada como visitantes del lugar, nos despedimos citándonos para una nueva experiencia culinaria delante de un buen rabo de toro. Ya solo nos queda estirar un poco las piernas hasta la ermita y hacer la última foto del 6º Finde Biker, que una vez más ha sido todo un exitazo, volviendo a elevar el listón un año más. Nuestro tope es el cielo.
Y con esta imagen de grupo "casi" al completo (falta el benjamín del grupo) en tan singular como hermoso paraje, os emplazamos a todos para contaros la próxima aventura de Roda i Pedal, por alguna otra de esas montañas de nuestra geografía.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=4634924