No estamos teniendo mucha suerte este año con las salidas de día completo de los sábados, pues las condiciones climáticas entre otros avatares, están marcando e incluso arruinando algunas de estas rutas a lo largo de este año.
Esta salida nos tuvo contra las cuerdas hasta bien entrado el viernes, sin embargo, a última hora y basándonos en nuestra experiencia meteorológica y en las previsiones, nos arriesgamos a realizar el viaje con la idea de que si salía mal, al menos aprovechar el viaje para almorzar bajo la lluvia en Ares. Pero finalmente no fue así y volvimos a acertar con la predicción, no sin haber tenido durante la noche una ardua e intensa negociación con el Dios de la lluvia en cualquiera de sus múltiples representaciones en cualquiera de las distintas mitologías (para que no se enfadase ninguno); y el sábado amaneció un día despejado pero con grandes cúmulos de nubes de evolución a lo lejos, cuyo aspecto no dejaba de ponernos el corazón con una dosis de intranquilidad durante el viaje, pero allá que íbamos.
Una vez más camino de Castellón, de La Pobla Tornesa (por tercera vez este año) y allí dirección a Ares del Maestrat. Antes de llegar localizamos la entrada al “Barranc del Horts” donde dejamos el coche y el remolque junto a la caseta del guarda y la puerta que cierra el paso a esta finca privada.
En este enlace encontrareis información del paraje que se nos presenta y de donde solicitar los permisos, cuestión del todo necesaria para que se permita la entrada a la finca a cualquier visitante:
http://www.senderosvalencianos.es/articulos/barranc_horts.php
A casi 700 metros de altitud una ligera brisa en un día en el que el Sol danza continuamente con las nubes nos hace, a los menos calurosos, buscar la protección de una manguita entre el viento y nuestra piel. Durante los estiramientos la caricia de los rayos solares y su rápida retirada nos reafirma en esta decisión, otros en cambio dan gracias por el fresquito mañanero que nos envuelve.
Tras entregar el permiso al vigilante de la entrada, se nos abre la puerta que nos conducirá a un mundo de fascinante belleza. Comenzamos a rodar por un camino en buen estado, vegetación de monte bajo tachonada, aquí y allá, de carrascas principalmente y algún roble.
Casi enseguida llegamos al cauce del Barranc dels Horts. Poco a poco nos vamos sumergiendo en un paisaje extraño para nosotros tan acostumbrados a la omnipresencia de los pinos allá en nuestro hábitat natural de pedaleo.
El paisaje, que ya había dejado alguna pincelada de su encanto, nos golpea de repente con todo el peso de su grandiosidad. Es el primer cambio drástico de paisaje. La vista se pierde entre una maraña de árboles de gran tamaño que identificamos como robles y carrascas. Al otro lado del barranco la línea de flotación de la montaña la compone una barrera de árboles que casi se corta a tijera a una determinada altura pero, que hacia abajo, se une, en el fondo del barranco, con la simetría que se dibuja en este lado del torrente.
Casi sin darnos cuenta nos adentramos en este enjambre de ramas retorcidas. Pasamos a formar parte integrante de esta vorágine de vegetación en constante crecimiento que esparce sus semillas bajo nuestras ruedas. El Sol, oculto tras el alto de Orenga que se yergue a nuestra derecha, envía una luz difusa que marca los contrastes de los infinitos tonos de verdes que nos rodean. El camino empieza a subir de forma más contundente que desde la entrada a la finca. Ahora la subida serpentea entre curvas de herradura y el cemento se pone bajo nuestras ruedas para hacernos recordar lo que eso significa. El calor pronto se apodera de nosotros por el esfuerzo, pero la sombra de la montaña aún no nos obliga a quitarnos la manga a los que decidimos agregarla a nuestra piel, pero sí a refrigerar un poco los brazos y abrir la cremallera del maillot, avanzamos con todo el desarrollo puesto y obligados a tirar de molinillo mientras sea posible, y cuando se acaba el fuelle a arrastrar la pedalada a cada vuelta de biela. Vamos controlando pulsaciones en la subida y aprovechado en cada parada fotográfica para ir recuperando el aliento. Cada árbol requiere nuestra atención y es que no es para menos, pues cada curva nos asoma más al precipicio que nace a nuestros pies. Enseguida llegamos a la fuente donde nace el sendero hacia el “Roure Gross”, hermoso ejemplar que nadie que pase por este lugar debe dejar de visitar y rendirle pleitesía.
Dejamos las bicis en el sendero y hacemos a pie los escasos 100 metros que nos separan de esta obra maestra de la naturaleza, de esta joya viviente de la arquitectura, de este árbol monumental que nos deja boquiabiertos y nos hace reverenciar su presencia. Nos acercamos a él con la precaución y el respeto de estar ante un anciano de más de 700 años y lo abrazamos con cariño. Su ajada piel no nos recibe con tanto interés y benevolencia como su sabia herencia del recuerdo, aquella que sabe que no estamos aquí para hacerle daño sino todo lo contrario. Durante casi media hora lo admiramos desde todas las perspectivas que se nos ocurren mientras, atentos, escuchamos su historia y nos perpetuamos alegres en forma de bits junto a su tronco. Pero hemos de seguir camino. Retornamos por el sendero hasta las bicis y hasta la fuente para seguir ascendiendo un tramo mucho más suave. Llegamos a la puerta de la masía, será la primera (pero no la última) de una larga serie de puertas y vallados que hay que cerrar después de pasar para evitar que se escape el abundante ganado vacuno que nos encontramos al paso. Vemos abajo la casa restaurada y seguimos adelante en otro tramo de subida dura. El paisaje vuelve a cambiar de forma radical. Ahora son las sabinas enanas las que llenan el paisaje con su característica forma de pequeños hombrecillos plantados en mitad del bosque, ladera arriba, hasta perderse de vista. Agradecemos la capa de asfalto bajo nuestras ruedas pues estos desniveles por terreno pedregoso serían de una dureza extrema. Llegamos arriba de la ladera para girar a la izquierda y llanear por la cumbre en dirección norte. A nuestra derecha un enorme precipicio se despeña casi 300 metros hacia el fondo del barranco de la Belluga que luego admiraremos en profundidad. Cresteamos por la planicie sin obtener vistas limpias en la lejanía debido a lo brumoso del día, que no acaba de decidirse, indecisión que de momento nos está beneficiando, pero a cambio la bruma nos ha robado unas magníficas vistas del mar, de la costa y de las Columbretes.
Pasamos otra puerta que nos indica que estamos en la reserva de caza la Marina. A nuestra izquierda el Mas de la Belladona. Con estas vistas y el inicio de la bajada ante nosotros, decidimos que es un buen lugar donde parar a almorzar. Las vacas pastan a lo lejos los últimos brotes tiernos que pueden encontrar tras tanto tiempo sin llover, hoy tampoco será un buen día para ellas, al contrario que para nosotros. Rebuscamos en nuestras mochilas para encontrar nuestros peculiares brotes tiernos regados con zumo de cebada enlatada y fresquita. El mejor sonido del mundo llena por tres veces nuestro particular paraíso ajeno al de las vacas, que porqué no decirlo, en estos momentos las vemos más que vacas como filetes de mayor o menos grosor según el hambre que cada uno atenaza. Almorzamos a la sombra de un pequeño grupo de árboles en un prado admirando a lo lejos las extrañas criaturas “pradas” que pastan en los prados. Cosas nuestras con las que amenizar tantas horas como pasamos al año delante de un bocata y su inseparable cerveza; es difícil entender lo uno sin lo otro, y no hago referencia solo al bocata y la cerveza, jeje. Terminado el ágape nos ponemos en marcha. En este momento oímos aquello de “Houston tenemos un problema” o mejor dicho, chicos tengo una avería… es la frase lapidaria que nos suelta Salva cuando volvemos a montar en las burras… pero que nos cunda el pánico, nos advierte para tranquilizarnos; por fortuna es la mejor avería que se podía presentar hoy. La palanca del desviador se ha quedado bloqueada y la cadena se empecina en no salir del plato pequeño: eso le permite subir cómodo y bajar bien, otra cuestión será llanear, pero como hoy de eso casi no vamos a tener no es para preocuparse, así que nos disponemos a iniciar la primera bajada. El camino ya no es asfalto, por lo ya estamos otra vez en nuestro terreno preferido. Buen camino que se dirige hacia la masía que teníamos enfrente en el almuerzo, casi cuando lleguemos a ella la dejaremos a la izquierda para adentrarnos por un sendero entre lindes de piedra hacia la bajada al barranco. El camino se torna senda y esta casi desaparece bajo nosotros como por arte de magia, aproximadamente entre el kilómetro 9 de recorrido y hasta llegar al 10. Los pedruscos y la afilada vegetación repleta de plantas con punzantes espinas, constriñen la senda hasta hacerla, no totalmente intransitable a lomos de la bici, pero sí más que complicada y técnica a lo largo de los próximos mil metros.
El calor aprieta y es hora de deshacerse de la camiseta extra que nos protegía esta mañana. Como no somos muy de trialeras (aunque a esto no puede llamársele trialera, sobre todo por los tramos en los que el sendero es del todo inexistente) optamos por la solución más lógica a nuestra técnica y pocas ganas de arriesgarnos a una caída tonta, o a dejarnos literalmente la piel en las espinas de los arbustos. Así que decidimos bajarnos de las bicis y a empujarlas a una rueda delante de nosotros. Los más atrevidos y virtuosos seguro que podrán ciclar la mayor parte de esta senda (o mal llamada trialera) que, desde luego a nosotros no nos dejo buen sabor de boca, eso sí, al menos el paisaje es digno de admiración y no hay que ponerle ninguna pega.
Descendemos lentamente hacia el fondo del barranco entre un tupido bosque de carrascas. Los robles ya los dejamos atrás en su inmensa mayoría y nos encontramos con el tercer cambio radical de paisaje. Desde abajo la magnitud de las montañas impresiona y deja ver las franjas de color que alternan la piedra y la vegetación. Ya tenemos delante, arriba nuestro y sobre la muela, en lo más alto, el Más de la Belluga, encumbrado sobre la atalaya que parece inexpugnable. Nos toca remontar otra vez tras acabar el tedioso descenso, cruzar la rambla, que será complicado después de las lluvias, y ascender hasta la carreterita.
Ya de nuevo sobre el asfalto los porcentajes no engañan. La subida es brutal pero, por fortuna otra vez, el firme de alquitrán nos ayudará en su ataque, aunque nos obliga a volcar el cuerpo en la rueda delantera para intentar empujar las máquinas y con ellas nuestro cuerpo. Las pedaladas lentas pero constantes se suceden, y arrastrando toda la multiplicación de subida casi no son suficientes para darnos una digna velocidad de ascenso. Pero todo se acaba y este calvario no va a ser menos. Llegamos al desvío de la masía que dejamos a la derecha y entramos en una carretera con un firme en muchas mejores condiciones, aunque no representa ninguna diferencia para nosotros. El camino no ha terminado aún de subir, pero sí el brutal desnivel que presentaba hace un momento. Seguimos subiendo unas rampas que, sin quererlo, te ponen en tu sitio, aunque en estos momentos nos parecen unas vacaciones visto lo subido.
A la derecha, la montaña se precipita por una ladera empinada que muere en el valle que encauza, desde el inicio, al barranco de la Belluga. Los lindes de los campos se levantan en piedra. Kilómetros y kilómetros de muros de piedra de inimaginable trabajo decoran estas praderas a lo largo de todo el paisaje que alcanza nuestra visión. A nuestra izquierda esa misma ladera sigue ascendiendo hasta más allá de los 1200 metros de altitud. En esas laderas el otoño ya parece asomar y empieza a instalar de nuevo su carrusel de colores. Árboles compitiendo por mostrar los coloridos más llamativos captan nuestra atención. A sus pies las cabras y ovejas pastan ajenas a tanta belleza como nosotros descubrimos a cada pedalada. Acabada la rampa vemos que la carretera se adentra en el altiplano y otro radical cambio de paisaje está a punto de producirse. El alto es un terreno casi yermo, solo cubierto, aparentemente, con vegetación rala y “coixinet de monja”, tantos que se pierden en la distancia.
Nos preparamos para la bajada que intuimos tener ahí delante. Esta llega casi sin avisar y nos lanza en un suave curveo por la desierta carretera sin ningún vehiculo de ningún tipo que nos moleste. Espectacular bajada en el que el lejano paisaje permite obtener una visión de conjunto sin tener que centrarse en ningún elemento concreto que nos distraiga de buscar la trazada. Con la posición aerodinámica en cuanto cogemos la aspiración del compañero de delante, parece que salimos como cohetes. Pasamos la Font de la Pinella sin tiempo para detenernos… solo un breve vistazo sobre la marcha para ver que tampoco hay porqué cortar la bajada para esta visita. Ya abajo tenemos que reprimir la inercia de la bajada exigiéndole a los frenos que cumplan con su obligación, a fin de poder tomar un camino a la izquierda que nos llevará primero junto a la masía de Blay, luego junto a la masía de Planet, pasando tan cerca de las enormes vacas que incluso tendremos que esperar que se muevan del camino para poder pasar. Luego empezamos otra subida bastante rota hacia el abandonado Mas de Vidal, cuya plaza empedrada a modo de era y un alto muro de piedra dotan este lugar de cierto encanto y parecido con una plaza fuerte. Describimos después un giro con el camino para bordear las curvas de nivel que nos llevarán al otro lado del barranco de Vidal donde tendremos una bonita vista de este enclave culminando el zigzagueo del camino.
La subida se recrudece una vez más para acercarnos al alto de esta loma que conecta a la derecha con la subida a la mola de Ares, a la izquierda hacia lo alto de toda la cordillera que hemos ido bordeando, y que todo recto nos bajara por el camino hacia Ares. De haberlo sabido hubiéramos iniciado la subida a la mola, pero como no estaba prevista esta visita, no la habíamos estudiado en profundidad, pero la hora en que nos encontramos además del estómago nos hace desistir por democrática mayoría de su ascenso.Pasamos por la fuente de Regatxolls con su refugio, lavadero y mesas de picnic. Un precioso enclave con unas vistas magnificas del pueblo y del barranc dels Molins, un sobrecogedor paisaje que llena la vista tanto como el corazón. Inacabable en su rotunda belleza.
http://www.3x4.info/el-maestrat/10394-el-barranc-dels-molins-de-ares-se-convierte-en-el-primer-bic-en-la-categoria-de-espacio-etnologico Sobresale, por encima de todo la inexpugnable Mola del Castillo empequeñeciendo todo el pueblo a sus pies. Nos planteamos nuevamente la conveniencia o no de subir a la muela de Ares por el camino que tenemos en los mapas una vez pasado el pueblo, así que decidimos no parar aquí a comer y seguir adelante. Antes de marcharnos unas cabras montesas se asoman desde lo alto y nos brindan la oportunidad de conocer algo mejor la fauna salvaje de la zona. Entramos al pueblo por este camino que se dirige hacia la plaza de la iglesia. Ya aquí la visita hasta la Mola es inevitable y esto nos plantea el dilema definitivo sobre la conveniencia o no de invertir más tiempo en llegar arriba y comer a las tantas. Al final la votación se impone y con toda nuestra pena se nos escapa un V.G. que no completará nuestro panel de fotos y piedras verticiales. Rodeamos toda la Mola decidiendo finalmente comer con vistas al barranco y los molinos que se apiñan más abajo. El silencio ha sido hasta el momento nuestro cuarto acompañante en toda la ruta, pues hasta el pueblo donde nos encontramos parece estar vacío ante la notoria ausencia de sonidos.
Tras reponer fuerzas y aprovechando la coyuntura, el café de hoy toca tomárselo en el bar de la plaza, mientras rebuscamos en algún rincón secreto las ganas de ponernos nuevamente en marcha. Menos mal que todo lo que queda es cuesta abajo, excepto los dos últimos kilómetros de llaneo que esperamos hacer aún con algo de inercia. A regañadientes, por lo bien que se está aquí después de comer, salimos del pueblo para buscar la última instantánea antes de encontrarnos de lleno con los más de 600 metros de desnivel que nos esperan y que nos merendaremos en un plis plas. Lo malo es que la bajada es pura y dura carretera. La cuestión es que no cabe otra alternativa, así que para adelante sin excusas y aunque con precaución, la diversión parece asegurada.
Empieza la fiesta y el asfalto se agarra a las ruedas que da gusto, cuestión que nos permite lanzarnos con mayor seguridad. Las curvas en herradura se suceden y nos obligan a exprimir frenos a la entrada de las mismas. Tan rápido vamos que llevamos detrás un coche que no puede adelantarnos, también hay que decir que en ningún momento intentó un adelantamiento forzado y prefirió esperar una situación clara de adelantamiento; un hurra por el conductor que demuestra que aún queda gente con la cabeza bien puesta.
Ya abajo, la parte de llaneo se hace cuesta arriba como era de esperar para Salva, que parece un ventilador más que un ciclista. El plato pequeño está que echa chispas, por lo que le instamos a que se ponga a rueda y minimizar así el esfuerzo de pedaleo manteniendo una buena velocidad, aún así la clase de spinning está servida. Finalmente llegamos al desvío donde nos aguarda el coche 42 kilómetros después y otro buen montón de recuerdos, más de 200 imágenes y un sinfín de anécdotas que recordar. Otra ruta inolvidable descansa ya en el abultado zurrón de Roda i Pedal.
Hasta la otra.