sábado, 18 de diciembre de 2010

Crónica Serra d´Irta

“Cuando el universo jugó a crear el mundo, mezcló en una coctelera el mar y la montaña… y salió La Serra D’Irta”. Roda i Pedal

"Si todo sobre la tierra fuera racional, no sucederia nada". Dostoyevsky

Estos días no salimos de una para meternos en otra, tanto de rutas como de crónicas. Y es que voy con retraso en esto de poner al día la bitácora con la que en los años venideros recordaremos estos alegres momentos de plácido y duro, pero siempre divertido pedaleo. Con la euforia aún no del todo digerida de la ruta por La Serra d'Espadán, nos metemos este sábado otro rutón de los que no decepcionan, que digo… sin más, la hemos denominado como la mejor ruta del año, y cuidadito con las mejores de otros años que igual le saca los colores a alguna que se lo tuviera muy creído.
La ruta inicialmente planificada se modificó esta última semana para incluir una visita que no podíamos dejar pasar por alto. Eso le dio un punto de emoción y una subida a la altura de la ruta que mejoró todo el conjunto hasta hacernos gozar de lo lindo. Pero vamos desde el principio.

Otro madrugón y salimos de casa calcando el proceso de la semana pasada. Misma hora, mismos componentes de la expedición, mismo camino hasta que en Sagunto continuamos por la AP 7 hacia Alcossebre. El día se va desperezando poco a poco de la oscuridad que nos acompañaba a la salida. Las nubes dispersas se van abriendo empujadas por un viento que no se deja notar a ras del suelo pero que en altitud se muestra poderoso. El camino sirve para ir poniéndonos al día de la semana. Ellos aún trabajando han utilizado los excelentes recuerdos del sábado para apoyarse en ellos como un “Ommmmmmmm” en los momentos difíciles de la jornada. Yo ni siquiera tengo tiempo de eso metido en otras aventuras que ya relataré en otro momento y lugar. También nos sirve el trayecto para ponernos al día de la última hora de mi padre que ayer nos dio un susto y que a estas horas está en el hospital. Pero el abuelo que está hecho un toro seguro que nos tiene que contar aún muchas historias. Así que esta ruta va por él.

Las precisas instrucciones de la “martita grande” nos llevan al punto de inicio en la playa de Alcossebre, donde el frío matinal a orilla del mar penetra hasta los aún dormidos huesos.
Empezamos a pedalear junto al mar. Vamos acercándonos al puerto y pasamos junto al pueblo de pescadores, que ahora parece una versión reducida de las urbanizaciones de Miami con su pequeño embarcadero delante de la terraza de casa, nada que ver con la antigua esencia de estos pueblos que se desperdigaban por toda la costa mediterránea. Alcanzamos el paseo marítimo y nos movemos por él admirando la playa, donde un grupo de gaviotas espera sobre la arena no sabemos bien qué.
Siempre en la misma dirección dejamos atrás las últimas casas en la urbanización y nos adentramos por un camino de tierra en plena sierra. Los arbustos típicos del monte bajo y los árboles enseguida nos guían a través del creciente bosque que delimita el camino. Esto se dirige hacia el camping Ribamar y luego sigue entre el tupido bosque. La montaña a nuestra izquierda va creciendo en perspectiva conforme nos acercamos a ella, a la derecha el mar le sirve de espejo donde poder mirarse mientras se adentra hasta los confines del horizonte. Esta visión no se prolonga mucho tiempo: los restos de un incendio ponen ante nuestros ojos una zona de bosque calcinado, la negrura del incendio contrasta sobre manera con la fuerza vital del verde que tiñe las pequeñas plantas que intentan ocultar tanta desolación, tanto daño, tanta infinita tristeza. El bosque parece querer pasar página y nosotros con él.
Pedaleamos rápido para pasar esta zona muerta y llegamos a cala archilaga para luego volver a adentrarnos en el bosque. A partir de aquí el camino empieza a picar hacia arriba de forma suave. Pasamos algunas umbrías que nos refrescan del calorcito que el sol pone sobre nuestras espaldas. Lo fresco del día y la humedad a orillas del mar han dejado una sensación térmica que invita a dar pedales para entrar en calor.
Iniciamos una larga subida con algunos tramos más propios de la ruta de la semana pasada por lo empinado de la pendiente. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? nos preguntamos ante el despliegue de cortesía por parte del camino, que de repente nos ha metido rampa. Además, las subidas no están en tan buen estado como la parte llana del camino, lo dicho… intolerable. Pasamos el corral de Denteta, restos de antiguos corrales refugios de piedra y llegamos arriba de esta primera subida. La bajada nos dejará trazos paisajísticos difíciles de olvidar. Y un poco más allá la Font d´en Canes. Un precioso paraje donde hacer un alto y disfrutar de la tranquilidad del lugar.

Seguimos para llegar poco después a otra área recreativa con un singular refugio de piedra parecido a los “catxirulos” de la zona de Benaguacil y Cheste. Es una zona de sube y baja pero sin la crudeza de la subida anterior. Ahora es un pozo con lo que nos topamos, el Pou del Moro es otra pequeña joya en medio de estas montañas que se mantienen “vírgenes” o casi, de la explotación urbanística que azota la costa mediterránea.
Es el último reducto de la montaña ante el asfalto. De los árboles ante las fincas, del bosque ante la ciudad, del silencio ante el ruido, la paz ante el estrés, la vida, ese momento intimo y personal de vida ante el atropello de la monotonía de siempre, ante el ya está bien, no puedo más… necesito un momento de tranquilidad. Y aquí que la tenemos también nos la queremos cargar.
Vamos alucinando con los paisajes que nos deja la ruta. Luego llegamos a una vasta extensión de cultivo de oliveras. Creemos que son olivos todo lo que hay plantado aquí, tantos que pueden contarse por millares.
Conforme avanzamos pasamos por otros campos con olivos más grandes y pensamos que puede ser un vivero para trasplantarlos, o bien a otros campos para cultivo o bien como elementos ornamentales para jardines. Es la finca del Mas del Senyor, justo aquí, a los pies del barranco hay otra preciosa área de recreo.
Afrontamos la subida que nos dejara en la vertiente con vistas a Peñiscola. Estamos a una altitud de 190 metros y el panorama es impresionante. A nuestra derecha se eleva la antena de radar del SIVE junto al V.G. del Coll d’Inberri que no pudimos visitar finalmente por falta de tiempo.

Iniciamos una bajada que creíamos más corta y menos intensa, pero los desnivele subidos por la otra cara de la montaña han sido más importantes de lo que pensábamos. El buen estado del firme, aunque con algo de gravilla suelta, nos permite lanzarnos rápido hacia abajo de la montaña. Encontramos unos badenes a modo de toboganes que nos impulsan hacia arriba y nos hacen saltar como canguros. Abajo las sonrisas colman nuestras caras y comentamos que esta bajada, conociéndola mejor y dejándonos llevar sería una verdadera locura. Encontramos a un biker con algún problemilla mecánico y paramos a ayudar. En el impas le preguntamos por la ciclabilidad del camino entre la ermita de Sant Antoni y el castillo de Pulpis. Nos dice que es una trialera y que es de subida. Como no queremos trialeras, y menos de subida, descartamos el poder llegar hasta el castillo, esto nos da la excusa de poder planear otra ruta por la sierra. Continuamos para adentrarnos por una urbanización a la izquierda e iniciar el camino de subida hacia la ermita.
Cogemos el camino de la izquierda del barranco y empezamos a subir, suavemente al principio pero con la cruel rampa delante de los ojos. Dejamos atrás los esqueletos de unas urbanizaciones que parecen estar terminadas y ser un fantasma a la vez. Ni un rastro de vida ni de estar habitadas, dinero colgado de ladrillos y deteriorándose día a día, y lo que es peor: adentrándose en la montaña.
El camino empieza a recrudecer la pendiente y pronto llega el asfalto. Bueno parece asfalto pero las ruedas expulsan una película de partículas a su paso, esto lo veremos más y mejor en la bajada, por lo que decidimos que tiene que ser tierra prensada. El caso es que; entre el ancho del camino y la perfecta superficie por la que nos movemos, nos permitimos, como la semana pasada, zigzaguear por el camino y restarle algo de porcentaje a base de hacer unos pocos metros más de subida. Sin llegar a sacarnos de punto si que nos dispara, sin embargo, las pulsaciones de forma automática y permanente en toda la subida; cosa que hace más que aconsejable algunas paradas para disfrutar del paisaje y recuperar un poco el aliento. Cada puesta en marcha es un auténtico suplicio hasta que encontramos nuevamente el ritmo de pedaleo y las piernas se acostumbran de nuevo al exigente esfuerzo. Con todo el desarrollo de subida metido, y el peso volcado en el manillar vamos chepeando y empujando la bici a golpe de riñón. Vemos bajar algún coche y pensamos que es una locura, que la pendiente lo va a levantar de detrás y que va a volcar. ¿Si bajar es una locura que será subir? seguimos adelante para buscar la respuesta a la pregunta Continuamos a lo nuestro haciendo paradas fotográficas que nos dejarán postales inolvidables. Vemos a un grupo de senderistas subir la montaña por la senda del PRV 194 El numeroso grupo (calculamos a groso modo unos 50), llena tres tramos del camino, pero incluso un grupo tan grande empequeñece ante la magnitud de la montaña.
Cada pocos metros paramos para sugerirle a nuestro reportero gráfico una foto, un encuadre de tal o cual cosa. Pero él nos lleva la delantera y para cuando queremos decirle que haga la foto ya lleva unas cuantas disparadas. A este paso la cámara se quedará sin capacidad de procesar tanta información. Por fin llegamos arriba, la ermita de Sant Antoni a 320 metros sobre el nivel del mar será otra muesca en la tija, otra cumbre que nos ha conquistado para siempre por la dureza de la subida y el reto de superarnos a nosotros mismos.





















El sitio es mágico. Las vistas privilegiadas. La apoteosis del mar y la montaña. La grandiosidad de no tener que elegir, de tener y disfrutarlo todo. El conjunto arquitectónico es de una blanca y sosegada belleza. Es una mole de aristas duras suavizadas por el sentimiento de paz que destila por la brisa marina, por la dureza de la montaña, por el contraste de olores de pino salado y monte marino, por un campanario sin campana, por un ciprés solitario que se eleva torcido empujado por el viento, por la simpleza del lugar, por la poesía del momento.
No estamos solos, la placita tiene actividad. Un grupo de gente nos dicen que son del grupo de senderistas, se prepara para una fiesta de navidad con glühwein, o lo que es lo mismo en cristiano “vino caliente” para combatir las bajas temperaturas, como no hay cerveza decidimos que mejor nuestro ágape que si que tiene el preciado elemento. Aprovechamos parte de su decoración para incluirla en nuestro deseo de una Feliz Navidad que se prolongue todo el año, hasta la próxima Feliz Navidad, y que esa felicidad no sea un momento efímero en nuestras vidas.
Tras las fotos de rigor nos disponemos a almorzar. El grueso de las instantáneas las haremos con el estomago lleno para poder apreciar la arquitectura del lugar y las magnificas vistas sobre la costa y sobre Peñiscola, que eleva su castillo en medio de la pequeña península que es el centro urbano. Fascinados por el paisaje no nos moveríamos de aquí, pero como siempre el tiempo apremia y tenemos que volver.
Así que nos ponemos en posición de descenso y echamos de menos la cámara de vídeo que una semana más está en la base manteniendo la forma de la caja para que esta no se deforme. Cogemos velocidad rápidamente y los ojos comienzan a lagrimear. Poco nos importa pues ya hemos aprendido a localizar el camino bueno entre las posibles alternativas que nos ofrecen las lágrimas. De pie sobre los pedales, con el manillar firmemente cogido y con el dedo corazón en las manetas de freno para quitarle caballos a la bici, que los exprime todos en cada bajada. Las piernas flexionadas y el cuerpo agachado para una mejor aerodinámica que nos permita penetrar el aire y no perder aceleración. Las cerradas curvas de herradura exigen un buen apriete de frenos, y en algunas, trazamos un poco más abierto de la cuenta para no tener que blocar, eso si, solo en las curvas que lo permiten. Vemos como la rueda trasera de quien nos precede proyecta partículas de tierra, casi una estela detrás de su cometa. La imagen bien valdría una foto pero creo que ni siquiera Salva se atrevería a ella en plena bajada a tumba abierta. Esperemos que no se le ocurra algún día. Llegamos abajo con la emoción dibujada en la cara, otra bajada épica. Comentamos la jugada mientras volvemos hacia la carreterita por la que hemos subido. Compartimos un tramo de la misma y nos desviamos a la izquierda junto a unos aljibes. Nos pegamos a la línea de costa y comenzamos una subida que nos llevará a la parte más alta del tramo de vuelta. Poco a poco la pendiente se encabrita y nos mete rampa de la buena. No contábamos con esta dureza ya que creíamos un camino más playero.

El acantilado de Abadum se forma a nuestra izquierda adquiriendo verticalidad. El mar escarpa la costa en base de una batalla sin fin, sin tregua, sin alto el fuego que otorgue descanso a ninguno de los contendientes. Una costa rota y desgarrada, tan desigual como agreste.
Nos acercamos a la Torre Badum, una torre costera de vigía de planta circular que data del 1544 y que se encuentra en un buen estado de conservación. Desde este lugar se controlaban los ataques de los piratas berberiscos a Peñíscola desde la costa sur.
Un escudo heráldico de piedra del Reino de Valencia todavía muestra altivo su águila bicéfala y sus corroídas leyendas por la acción del viento, y en lo alto en su parte norte, observamos otro detalle curioso: un “cagador al Vol” o retrete, un saliente a modo de trono usado por la tropa durante la guardia, asiento que no por más escatológico, deja de ser privilegiado en sus vistas a los que en él apoyaban sus posaderas.






















A pie de acantilado las vistas son grandiosas. El mar se ilumina de gala para ofrecernos la foto perfecta.
Las islas Columbretes se perfilan en la distancia del horizonte marino. Luego el camino baja. Un tramo de asfalto que por momentos parece querer llevarnos al abismo marino. Lo sorteamos en curvas de herradura y llegamos a nivel de playa.
Iremos pasando por distintas calas. De piedra, de arena, de cantos rodados. Con el incomparable marco de la pinada que en ocasiones se acerca a besar la playa.
Las montañas detrás, protegiendo de los vientos del interior o desviando hacia arriba la brisa marina. El mar sigue luchando con la costa. Nosotros seguimos pedaleando. Encontramos a nuestro paso un edificio el cual pensábamos que era un centro de interpretación de la Serra y la zona marina de influencia, pero tan solo es un caserón cerrado en estado de ruina, aunque los alrededores estén cuidados. Desgranamos los últimos kilómetros hacia cala Archilaga, lugar elegido para comer. La proximidad del almuerzo augura que comeremos sin mucha hambre, pero la rapidez con que sacamos los bocatas desmiente dicho pensamiento. Entramos en la arena, en los cantos rodados, y buscamos acomodo desperdigados por la cala según creemos más conveniente. Me siento a escasos centímetros de donde rompen las olas. Es un lugar diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora en las rutas.
El sonido del mar, hipnótico hasta el extremo, me mece en un estado de calma total. Salgo del trance por el sonido adictivo de algo más bebible, mis compañeros ya me llevan ventaja. Comemos mientras la mano libre busca piedras o singulares conchas marinas. Hoy tampoco hay piedra verticial, pero el souvenir marino no se escapa de ir a la mochila.
Las olas intentan atraparme subiendo por la playa, pero mueren a escasos centímetros de su objetivo tragadas por las piedras.
La foto de grupo no podía faltar en este excepcional lugar que recordaremos para siempre. Nos ponemos en marcha para buscar el último tramo de la ruta y disfrutar de un merecido café calentito a pie de coche. Volvemos a pasar el tramo quemado y volvemos otra vez a la línea de costa. Allí encontramos un sendero estrecho, algunas piedras a modo de escalón nos obliga a bajar de la bici. Luego el camino atraviesa el bosque. No es un tramo muy rápido pero metido entre la arboleda tiene un toque exótico que nos cautiva. La luminosidad de la nublada tarde que amenaza con dejarnos sin luz diurna también ayuda a tal efecto. Llegamos a una torre, una especie de faro.

Aquí nos salimos de track y nos volvemos por el precioso paseo marítimo hacia la parte conocida.
Son los últimos metros de una ruta impresionante en la que hemos tocado todos los palos: subidas, bajadas, monte, playa, asfalto, tierra, paisajes, monumentos, cerveza, diversión, amistad, sensaciones, felicidad. ¿Qué más podemos pedir? Pues disfrutar de estas rutas siempre que podamos. Es lo que intentamos y buscamos, y casi siempre encontramos, en cada una de ellas. Ya os contaremos la siguiente.



Track de la ruta en RUTES DE RODA I PEDAL