sábado, 11 de diciembre de 2010

Crónica Serra d´Espadán

“Cual si en suelo extranjero me hallase, tímida y hosca, contemplo desde lejos los bosques y alturas y los floridos senderos donde en cada rincón me aguardaba la esperanza sonriendo.” Rosalía De Castro

Ya hacía tiempo que le debíamos cumplida visita a La Serra d´Espadán. Muchas veces la hemos visto desde La Calderona o desde la carretera, de camino a otros lugares, pero se nos resistía de manera incomprensible. Es como pensar aquello de ... puedo ir cualquier día... y con ese pensamiento lo vas aplazando sin ponerle nunca una fecha fija, pero todo llega y por fin nos disponíamos a rodarla en lo que esperábamos sería una ruta memorable.
Habíamos encontrado muchos tracks de esta zona, pero no nos acabamos de decidir por ninguno de ellos. Finalmente encontramos una ruta en Wikiloc colgada por varios grupos que reunía algunas características que nos llamaban poderosamente la atención, así que, desde aquí, gracias a todos los que han compartido esta ruta, a partir de ahora habrá un track más de la zona con nuestra particular visión de la misma. Mis vacaciones obligaban al grupo a intensificar las salidas largas que hemos ido aplazando durante meses a estos fines de semana consecutivos, así que las salidas largas tenían que ser ahora o vete tú a saber cuando, es lo que tiene trabajar los fines de semana. Así que con los tracks cargados en las memorias de los GPS decidimos cambiar in extremis el orden de las rutas que habíamos programado para estos días. Al final, solo los veteranos somos de la partida en esta ruta por la cercana Serra d´Espadán. Como de costumbre, cargamos las bicis en el remolque con las primeras luces del alba asomando por encima de las fincas. El viaje por autopista hasta Azuébar nos deja impresiones imborrables de las primeras luces diurnas sobre la montaña, y nos sirve para ir poniéndonos al día en nuestro habitual repaso deportivo de la semana; los asuntos de trabajo ya hace tiempo que hemos decidido aparcarlos a no ser que necesitemos descargar tensiones fuertes.
Aparcamos en la salida del pueblo hacia la zona de recreo de Las Carboneras. Una fina y ligera capa de niebla aún vela los confines de la sierra, pero el día no es frío en absoluto y parece que promete. Tras los estiramientos de rigor nos metemos en el cuerpo un café calentito antes de empezar. La imposibilidad de meter el termo en la mochila nos obliga a dejarlo en el coche a la espera de nuestro regreso y sin más dilación nos ponemos en marcha bajando... esto empieza bien, mejor que nunca.

Junto a la zona de recreo cruzamos un pequeño barranco y entramos por un camino asfaltado entre el monte y los campos de cultivo. La alegría de la bajada dura poco y el camino se va rápidamente para arriba como no podía ser de otra forma. Los olivos están dando su fruto y los afanados trabajadores recolectan las preciadas joyas huesudas multicolor. El camino no deja de picar hacia arriba y pronto se adentra en una zona boscosa con una rampa de bienvenida merecedora de todo nuestro respeto. Conforme avance la ruta esta rampa la echaremos de menos por la bondad de sus desniveles, aunque ahora nos parezca algo salvaje. Llegamos al alto de la montaña con unas soberbias vistas del valle que venimos recorriendo.

Algo más allá tendremos visión directa de la segunda subida de la ruta. Llegamos prestos al lugar para encontrarnos con una bajada portentosa al mejor estilo Montdúver. Asfalto estriado que nos proporciona un buen agarre en esta pendiente increíble en la que la velocidad se multiplica de forma exponencial metro a metro. Pero cuando creíamos que estaba todo bajado nos encontramos una curva a la derecha que enlaza con una bajada aún más portentosa que la anterior, que los frenos nos protejan. Una vez abajo, nos damos de frente con la entrada a Almedíjar, luego giro a la izquierda y a continuar bajando hasta el barranco donde encontramos el acueducto romano y la balsa de Huerta Nueva.

Metido en la sombría cubierta de la montaña, el sol no se dejará ver por aquí en todo el invierno, y a pesar de la bondadosa temperatura de hoy, el sudor se nos enfría encima mientras fotografiamos el lugar, por lo que instamos al fotógrafo a aligerar los trabajos con cariñosas palabras… Continuamos por este bonito camino para subir hasta la carretera por la que iremos hasta Castellnovo. No tendríamos que haber llegado hasta allí de haber estado atentos a los GPS que nos gritaban a dúo que nos estábamos equivocando, pero nosotros, más pendientes de nuestra conversación que de las pantallas nos metemos un par de kilómetros de fuerte desnivel hasta llegar a la fuente de La Mina donde creíamos que íbamos a almorzar. Nada más lejos de la realidad. Llegados a este punto nos percatamos del error y debemos volver atrás en una subida que nos podríamos haber ahorrado. En fin, “desciclando” el camino y encontrado la entrada correcta, ahora es cuando empieza de verdad la subida, y el almuerzo pesando en la mochila.

Nos encontramos con un camino de tierra en perfectas condiciones de rodaje. Las ligeras lluvias de estos días nos han dejado el firme limpio de polvo y sin barro, mejor imposible. Empezamos a subir y la rampa se recrudece por momentos. Después de cada descansillo vuelve la subida suave que luego se intensifica hasta convertirse en una rampa brutal. Y así una y otra vez. Nos cruzamos con un coche ("""""el abuelo ca….""""") que nos anima desde la comodidad del asiento del conductor y para él en bajada, diciendo que ya queda poco; pues no lo vamos a maldecir hasta que lleguemos arriba ni nada. Pero en honor a la verdad lo de que quedaba poco no ha dicho hasta donde, así que bien pensado razón tendría. Vamos pendientes de las pantallas en cada desvío ya que no queremos más equivocaciones. Hasta el depósito de incendios y refugio de Las Balsillas todo es una subida continua, sin tregua, solo aquí tendremos un momento de pausa antes de afrontar el insulto final de esta monumental cuesta. Ya casi estamos arriba, pero el último tramo vuelve a ser de asfalto estriado, (malo…) su sola visión nos pone los pelos de punta, pues sabemos lo que significa.
Nos aferramos fuerte al manillar y hundimos las bielas en cada pedalada exprimiendo cada diente de los piñones multiplicado por la rápida acción del plato pequeño. Las suspensiones, ya bloqueadas desde abajo para evitar vaivenes innecesarios nos hacen pensar que aprovechamos con limpieza toda nuestra energía en el avance, y por fortuna, el ancho del camino permite ir zigzagueando por él para restar algo de porcentaje. Por fin llegamos arriba, a la cresta de la montaña con vistas a las dos vertientes. Este es el lugar elegido, ahora sí, para llenar nuestros famélicos estómagos y además repartir algo del peso de la mochila.

La Serra Calderona con el pico del Águila en primer plano, se muestra esplendorosa al otro lado del valle del Palancia. La Sierra del Toro, el Peñaescabia o el pico Bellida son algunas de las alturas más significativas que podemos ver desde aquí. También tenemos una vista parcial del castillo de Vall de Almonacid y del pueblo "gota" como hemos bautizado a Algimia de Almonacid. Almorzamos unos al sol y otro a la sombra (como casi siempre), repartidos por el alto buscando la piedra que de mejor sustento a nuestras maltrechas posaderas. Hoy no habrá café que amenice la sobremesa. Devorado ya el bocata y con el estomago feliz, nos lanzamos hacia abajo para ir comiéndole kilómetros a la ruta. Volvemos a encontrarnos con una bajada imposible. Posiblemente sea lo que hemos subido por el otro lado, pero la vertiginosa bajada nos hace ver esta rampa aún más brutal que la que hemos subido. Curveamos con el corazón en un puño por el estrecho camino cementado, viendo a nuestro predecesor trazar con maestría, e intentando no perder esa trayectoria que de momento se muestra como la buena. El "frufrú" de los frenos trabajando nos tranquiliza "brakes at work" canto para mis adentros con un soniquete que le de ritmo, sacado de alguna canción maquinera de esas pegadizas. Solo pienso en que no se nos cruce en el camino algún trabajador de algún campo en el momento en que pasamos nosotros.


Dejamos la entrada al pueblo a nuestra izquierda y nos adentramos a la derecha por un caminito que pasa por la zona de recreo de la fuente de la Santísima Trinidad justo bajo el castillo, que desde la bajada nos ha mostrado la torre que no veíamos desde arriba, pero que en el fragor de la bajada no era aconsejable parar en medio de aquella locura para fotografiarla.
Pasamos por la capillita y la fuente disfrutando del agradable entorno que se ofrece para un paseo sereno y sin prisas. El camino sigue estrecho y sinuoso entre los campos que siguen entregando su fruto a las redes que las recogen en el suelo, vareadas, a mano o con las máquinas vibradoras que remueven las ramas para hacerlas caer y que son métodos menos agresivos que el de remover todo el olivo con los tractores. Algunos campos de caquis se intercalan con los olivos y me hacen recordar la ruta que hice la semana pasada junto al canal del Júcar. A los pies de Algimia de Almoacid el camino muere en la carretera.

Nos disponemos a enfrentar la parte más tediosa y aburrida de la ruta. Los tramos de carretera y asfalto, a parte de ser los más peligrosos, son los más pesados y monótonos. El rodar suave y tranquilo invita a aumentar la velocidad y nos cebamos sin darnos cuenta. Y es que la facilidad con que movemos la bici invita a usar desarrollos largos que machacan en pocos minutos la musculatura de las piernas.
Por suerte vamos metidos entre una increíble pinada que sube por las laderas a ambos lados de la carretera, cuestión que ameniza el paisaje y la mente para que no solo piense en dar pedales. El barranco, que recoge las aguas de las montañas a más de mil metros en la ladera norte y por encima de los 800 metros en el lado sur, se descuelga en dirección opuesta a nuestro avance, es el mismo que hemos cruzado más abajo en el pueblo. El intenso ritmo que habíamos marcado nos empieza a pasar factura y acordamos una parada para oxigenar tanto las piernas como la quemazón mental que nos estamos pegando en este tramo asfaltado. Algo repuestos mentalmente nos ponemos otra vez en marcha y seguimos subiendo, aunque eso no ha parado en ningún momento, en busca del ansiado camino que nos acerque al Pico Espadan. Las chaquetas abiertas nos permiten refrigerar algo el tremendo sudadón del ocho que nos estamos metiendo, mientras, el sol sigue su curso en lo más alto del estrecho cielo casi invernal. El desarrollo de subida no puede ser otro que el máximo, desarrollos cortos que nos hacen avanzar poco pero sin exigirle mucho a los músculos. Y la subida que no se acaba nunca. Por fin vemos el desvío a la derecha que se vuelve a internar en la montaña, en el camino de tierra. Una sonrisa se dibuja en nuestros rostros, al menos estamos de nuevo en nuestro territorio. En ese terreno es donde podemos sacar lo mejor de las bicicletas, y por que no decirlo, de nosotros mismos, es el lado salvaje, el lado oscuro.

Lo cogemos con la alegría de dejar el asfalto y giramos con el camino hacia la izquierda para ir dejando la parte norte y adentrarnos poco a poco en la cara oeste de la montaña. En este tramo tendremos una impresionante vista de la carretera por la que veníamos transitando, muchos metros por debajo de nuestro nivel actual que la hace parecer hundirse en la tierra. Es increíble que hayamos salvado este tremendo desnivel en los pocos kilómetros que hemos recorrido.
Conforme giramos hacia el sur, los barrancos se precipitan desde lo alto de la montaña casi en caída libre. Acantilados verticales se hunden en la profundidad de los bosques que crecen abajo. Un buen lugar donde "despeñarse" si no vamos con cuidado; eso lo comprobaremos al iniciar la fascinante bajada que nos espera. De momento el camino nos sigue sorprendiendo por el perfecto cuidado del firme, mucho mejor que el asfalto para rodar hacia arriba o bajando. Recortamos en silueta sobre el límite del barranco mientras paramos a observar la creciente extensión de "sureres", alcornoques que van intercalándose entre los altos pinos rodenos.
El Pico Espadan se perfila delante de nosotros y poco a poco lo dejamos a nuestra izquierda, tapado por el bosque que se interpone entre nosotros.
Este camino sigue subiendo sin tregua, pero la pendiente no es tan desproporcionada en ningún momento como lo fue en la subida de antes de almorzar. Con este ritmo controlado de pulsaciones vamos alcanzando la máxima altitud de la jornada. Incluso en las peores rampas hemos sido capaces, en todo momento, de imponer nosotros el ritmo y no salirnos de punto nunca. Es el grado que otorga la experiencia.
Llegamos finalmente al desvío que nos indica la subida al pico. Se impone una parada para consensuar el siguiente paso. Sin tiempo para hacerlo todo hay que decidirse entre subir o continuar. Sabemos que hasta arriba, hasta el vértice el camino no es ciclable del todo, y tampoco sabemos a ciencia cierta cuanto tramo ni en que estado estará, el trozo que tengamos que cargar con las bicis. Eso sí, las vistas desde la cumbre prometen impresiones fuertes, además de otra muesca en el sillín y una piedrecita más.
Por el contrario, continuar supone hacer la visita al barranco de La Falaguera, la masía Mosquera y el imponente bosque de alcornoques más grande y mejor conservado de la Comunitat Valenciana. Aportamos cada uno los pros y los contras y decidimos que lo de bajarnos de la bici y cargar con ella no nos convence, y por votación y mayoría simple, decidimos continuar, eso si, emplazando al Pico Espadan a un nuevo reto con todo el equipo al completo en otra ocasión. Nos preparamos, pues, para el descenso.

Cargamos el plato mediano y algún piñón intermedio para tener una mayor tensión en la cadena y evitar así que se salga y nos de un posible susto, que no sería la primera vez. Nos dejamos llevar por la inercia que la bicicleta encuentra en la pendiente del camino y la velocidad se incrementa por momentos. El viento se nos mete en los ojos haciéndonos lagrimear, cuestión que multiplica los caminos delante de nosotros. Creemos que vamos por el correcto a falta de un golpe que verifique la equivocación.
Curveamos dando golpes de cadera que tiren de la bicicleta hacia el lugar correcto mientras intentamos mantener el manillar rígido para evitar que la bici se descontrole. Los frenos siguen trabajando a destajo, hoy se van a ganar unas vacaciones de una semana en el mejor de los casos, en otro caso solo hasta el lunes. El único bache del camino hará un extraño en la rueda trasera de mi bici que se verá multiplicado por quienes lo observan unos metros por detrás y que parecerá mayor de lo que en realidad es. Los badenes que cortan el camino también quieren jugar y nos disparan hacia arriba para hacernos aterrizar unos centímetros más allá hundiendo las suspensiones que se comen el grueso del golpe. Frenamos con decisión pero sin apurar los frenos hasta el derrape. Esto no haría más que degradar el camino y hacernos perder estabilidad en la trazada. Vamos disfrutando de esta bajada con la euforia que da la increíble velocidad que no nos atrevemos a buscar en el marcador, pero que notamos en el rápido cambio de paisaje junto a nosotros. El final de la bajada llega súbitamente ante una abrupta subida de la que adivinamos su final arriba de la montaña, zigzagueando entre los árboles. Luego aparece otra vez el cemento estriado y esta vez pintado de rojo. Bajamos al plato pequeño y cargamos el piñón grande, otra vez el zigzagueo a través del ancho del camino suaviza mínimamente el porcentaje que se coge rápidamente a las piernas, volvemos a abrir la chaqueta para disipar el calor corporal y bloqueamos la amortiguación. Volcamos el peso sobre el manillar y adelantamos la posición en el sillín. No puede ser verdad que esta rampa esté aquí para amargarnos el final de la ruta. Con lo felices que nos la prometíamos al pie del Pico Espadan creyendo que ya era todo para abajo. Bueno, a decir verdad conocíamos la existencia de una subida, pero no de este martirio. Es un tramo corto pero intenso, que digo intenso… intensísimo. Una serie de 6 curvas en herradura nos acercan al final de la terrible subida que coronamos no sin maldecir en arameo por su extrema dureza. Llegados arriba está otra vez la carretera. Giro a la derecha y enlazamos con la continuación de la bajada. Antes vamos a la izquierda hasta la curva que se ve al otro lado del pasillo entre las rocas. Desde allí vemos un camino estrecho, una ruta senderista que se pierde entre las montañas. Abajo los restos de un castillo se van fundiendo con la montaña conforme su deterioro va engullendo su glorioso pasado.

La estrecha carretera se inclina entre las ramas de los alcornoques y los pinos, que crean una bóveda arbórea sobre el asfalto. La gravilla y la pinocha se agolpan a la orilla de la carretera que nos obliga a trazarla por la parte central. El escaso, mejor dicho inexistente tránsito, nos da un poco de seguridad, aun así no nos dejamos llevar por la euforia y estamos atentos a que cualquier coche pueda subir.
Sin perder la atención sobre las pantallas para no pasarnos el desvío, lo cantamos con anticipación para obtener confirmación y avisar a quien se aventura en la montaña sin un mapa que seguir; por fortuna Salva con su sentido de la orientación no necesita estos aparatitos tecnológicos. Vemos el desvío a la izquierda y enfilamos la subida. Ligera subida por un camino en peores condiciones que cualquiera de los que hemos transitado hoy. Estrecho y con piedras sueltas se adentra entre los retorcidos árboles que amenazan con engullir el camino.

De repente el camino vira a la izquierda y nos deja ver el valle, cubierto de un inmenso alcornocal a ambos lados del barranco. El espectáculo es tan grandioso como sorprendente por su extensión. Las cortezas de los alcornoques, cercenadas a diferentes niveles, cuyos anillos permiten ver el grosor que tendrían los árboles de no haber sido por la explotación agrícola ha la que han sido sometidos y que hasta hace poco tiempo, eran una gran fuente de ingresos para la zona, al mismo tiempo que una garantía de protección para estos bosques.
Aquel estilo de vida suponía un mantenimiento continuo del bosque, una interacción del hombre con el entorno del que se aprovechaba mientras lo cuidaba. Desgraciadamente hoy en día el corcho, sustituido por otros materiales sintéticos más baratos y rápidos de producir, está en franco retroceso. Admiramos boquiabiertos la vasta extensión de alcornocal que se alza ante nosotros. El oscuro verdor de sus hojas puntiagudas en la sombría ladera de la montaña ayuda a crear un ambiente misterioso en este silencioso valle, que se diluye en la decadente tarde que engulle al mortecino sol que se hunde a marchas forzadas en un horizonte que parece alzarse para atraparlo.
Llegamos al desvío por el que saldremos del valle y continuamos hasta la casa que se levanta casi fantasmagórica en un claro del precioso bosque. Los ojos de las ventanas nos miran sin vida, carentes de marcos y de cualquier elemento que la humanice, son huecos directos al corazón del tiempo, nos sentimos apabullados ante la inmensidad del bosque en este silencioso paraje.

Es más, la casa parece absorbida por la fuerza de la arboleda, a pesar del contraste se mimetiza con el entorno, no es algo artificial, tras la primera vista parece algo propio del bosque. Es difícil de explicar pero la magia del bosque la adopta como propia.

Volvemos al cruce y nos acomodamos al sol, al amparo del tronco de los árboles que nos acogen con el respeto que ven reflejado en nuestros rostros. El desnivel acumulado en nuestras piernas exige el alimento con mayor vehemencia de la que cabría esperar tras el tardío almuerzo. Las fotos se suceden mientras admiramos extasiados los cambiantes colores de la hojarasca con el contraluz solar.

No podía faltar una foto de grupo como recuerdo del lugar, y a falta de piedra verticial una corteza de "suro" de tan especial lugar se ha ganado una cajita con nombre y DNI.

El tiempo se nos ha echado encima irremisiblemente y dudamos entre seguir el track o volver a la carretera y bajar rápido hacia el coche. No sabemos que será más rápido. Al final optamos por seguir el track. Menos mal porque si no lo hubiésemos lamentado de por vida, ya que nos habríamos perdido la mayor sensación de la ruta y tal vez del año. Empezamos a bajar por unas curvas de herradura que pronto desembocan en un camino estrecho por el fondo del barranco de La Falaguera.


El ligero pero constante desnivel nos ayuda a bajar rápido aunque invita a dar pedales. Con esta combinación alcanzamos una velocidad de crucero que nos permite entrar en las curvas rápido sin la apremiante necesidad de frenar. Las ramas se adentran en el camino haciéndonos esquivarlas más con el cuerpo que con cambios bruscos de trayectoria. Agacharnos y movernos sobre la bici mientras mantenemos la alta velocidad se convierte rápidamente en un juego divertido. Bailamos sobre la bici y sobre el camino. Lo que creíamos un pequeño tramo se alarga en el tiempo y la distancia, dibujando y luego pintando con mayor intensidad una sonrisa que se expande hasta llenarnos de gozo. Impresionante. El subidón es tremendo, brutal. Seguimos en esta espiral de emociones, de movimientos sobre la bici, de estirones al manillar para meter la rueda por donde queremos... y de una sonrisa que nos va estallar en la cara de tanto forzarla y no poder compartirla, de momento, con los compañeros. Pero esto sigue, es de aquellas bajadas que parecen no tener fin. No tanto por la altísima velocidad sino más bien por la emoción de que las cosas pasan a nuestro lado, rozándonos a toda pastilla. Por fin se acaba, y digo por fin porque estábamos deseosos de poder ponernos en paralelo y comentar las sensaciones. En un atropello de palabras y de emociones llegamos a la carreterita de inicio para cerrar el círculo y llegar sin una pedalada más al grandote, que espera con una paciencia sin límite nuestro regreso para llevarnos a la base. Antes los estiramientos, la merienda a base de naranjas del "abuelo" y un cafelito que sienta como Dios mientras aún revivimos los últimos instantes de la ruta.

Aún no salimos de nuestro asombro de este tramo que calificamos, sin ninguna reserva, como el mejor del año hasta ahora. Nuestras caras lo dicen todo. Volvemos notando como poco a poco el cansancio va comiendo terreno a la euforia y el IBP se deja sentir en la musculatura. La próxima semana La Serra d´Irta nos espera, le hemos puesto el listón muy, muy alto, pero seguro que también sabrá sorprendernos.

Track de la ruta en RUTES DE RODA I PEDAL