"Nuestro camino no es por fáciles prados de hierba, sino que es un sendero de montaña escarpado y lleno de dificultades. Pero siempre hacia adelante, hacia arriba, hacia el sol." Ruth Westheimer
Esta ha sido la última ruta del año, y para no desmerecer del resto del mes nos marcamos otra ruta nueva, otra ruta impresionante con el valor añadido de ser una ruta cercana, de esas que nos permiten rodarlas cualquier sábado por la mañana. En esta última salida, el sábado que es nuestro habitual día de pedaleo, coincidía con Navidad, así que tuvimos que aplazar la salida al domingo por la mañana.
Echamos mano de una ruta de bikepedalvalencia, jeje, y nos vamos con el remolque hasta la entrada de Olocau. La gasolinera abandonada ya nos tiene guardado el sitio para aparcar al grandote, ya son viejos conocidos de las muchas horas que han pasado esperando a que volviéramos. En esta ocasión añadimos una pequeñita modificación sobre la ruta original ya que si no es todo para arriba desde el inicio, así que para calentar un poco las piernas antes de meterles subida, hacemos una visita a la fuente de la Salud. Llegamos a ésta desde el interior del pueblo siguiendo las señales de "itinerario geológico", después de la última casa giramos a la izquierda en una subidita y enseguida vemos el camino a la derecha, pegado a la pared de la montaña y bordeado con una barandilla de madera. Es un tramo corto pero con un tremendo encanto. El suelo tapizado de pinocha se enciende bajo la luz del sol y la helada hojarasca, dando un efecto sublime al momento.
Sobre nosotros la peña Alí-Maimó, característica montaña de rodeno mellado y farallones de piedra que se elevan buscando un cielo, hoy azul, que sin embargo nunca alcanzarán. Paseamos bajo los pinos que definen el camino hasta la fuente, eso sí, con un frío que pela. Allí se abre una pequeña plaza con mesas donde poder parar a comer. Luego el camino se convierte en senda y continúa para rodear la peña. Desde aquí podemos ver parte del característico punto blanco pintado en la cara de esta montaña y visible desde muchos kilómetros de distancia. Visita rápida, casi de médico, y continuamos el camino, el frío, en esta zona sombría bajo los árboles es muy intenso y necesitamos calor. Deshacemos el camino y entramos hacia dentro del pueblo, giro a la derecha cuando nos obliga la pared de enfrente y todo recto para salir del pueblo por el caminito asfaltado hacia el castillo. La intensa subida se agradece ahora, nunca pensamos que agradeceríamos de tal manera una subida, pero el esfuerzo nos hace entrar en calor rápidamente.
Metemos todo el desarrollo de subida y buscamos una buena cadencia de pedaleo. La rampa es intensa pero no necesitamos ir haciendo "eses" por el camino. El solecito de este tramo se acabará casi con el asfalto; allí el camino gira a la derecha ante una bifurcación y también se suaviza la rampa. La sombra de la montaña deja el camino sin la caricia del sol y los charcos helados no ofrecen duda de la baja temperatura que tenemos hoy. La inmensa pinada también ayuda a refrescar el ambiente y mantener la humedad ambiental.
Poco después llegamos al desvío y tenemos la primera vista directa del castillo. Giramos a la izquierda para acercarnos hasta la base de la atalaya. Luego a la vuelta cogeremos el camino de la derecha para seguir la ruta. Vamos subiendo por un camino algo pedregoso. No está en muy malas condiciones pero lo tenemos en cuenta sobre todo para la bajada y aquello de que la velocidad es mala consejera. Salimos de la pinada para encontrar la peor rampa de este trozo. Llegamos a la base de la montaña y continuamos hasta encontrar aquel "mirador" justo enfrente. Encontramos aquí una buena vista de las piedras de la montaña en equilibrio y de los restos del castillo.
No nos demoramos mucho en este lugar ya que era solo para tener una vista justo desde abajo. Luego volvemos hacia atrás descendiendo lo que hemos subido. Cogemos el camino, ahora a la izquierda, para continuar ruta. Primero en subida hasta divisar las piedras de color verduzco y plateadas de la montaña, luego en bajada hacia el corral y posterior cruce de caminos. Todo a la izquierda para iniciar, poco después, el tramo largo de subida de la ruta. Antes pasamos una zona baja a la sombra de los pinos y con un fresquito que invita a buscar aceleración y reencontrarse con el sol, que hoy será nuestro mejor aliado. Bueno, por ser totalmente sincero, el mejor aliado será la ausencia de viento, con esta temperatura un poco de viento hubiera sido mortal.
Obviamos el primer camino a izquierdas y seguimos hasta el próximo con cartel indicador de Tristán. Si la intención es llegar hasta allí hay que saber que este camino se convierte después en senda, o bien hay que subir hasta Gátova y dar un rodeo monumental, que nadie se lleve a engaño que el camino hasta Tritán no es del todo ciclable. Desde aquí vamos remontando la montaña, intercalando tramos de suave ascenso con otros de subidas bravas. Por fortuna el firme, aunque algo roto en ciertos puntos, no nos presenta una gran dificultad. El Gorgo se deja ver en la distancia frente a nosotros cuando las montañas y los giros del camino lo permiten, pero a nuestros pies va creciendo una ladera de profundo desnivel y cerrada vegetación. No hace falta levantar mucho la vista para observar el impresionante horizonte que se nos presenta, una colosal sucesión de todas las montañas conocidas.
El conjunto es tan grande como innombrable. Observamos ávidos de paisajes y novedades. De colores bajo el radiante azul celeste en un día despejado hasta lo inaudito. Recuperado el aliento tras la rampa y el pulso tras las emociones paisajísticas, continuamos subiendo. La subida sigue muy parecida al tramo anterior, algún repecho fuerte se interpone entre las rampas más suaves, pero no nos desfondamos y seguimos subiendo a tren.
Nos adelantan 3 moteros pertrechados con todo su equipo, ya nos venían anunciando su presencia desde hacía rato con el ruido de los motores rompiendo el silencio y la paz en muchos metros a la redonda de su posición. Nos adelantan con pocos miramientos y a una velocidad nada moderada, aunque tampoco vamos a decir que iban como locos...el susto nos lo darán después… Poco después del aljibe llegamos a la parte alta de la ruta. Nos desviamos a la izquierda y vamos al mirador improvisado al borde del acantilado. Este tramo de camino está reventado de piedras, abandonado y sin tránsito que lo mantenga abierto y cuidado, el camino se descompone ante el envite de los elementos y la fuerza de la naturaleza, lenta pero inexorable.
Aparcamos las bicis sobre las bochas, los romeros y lestiscos, y nos aventuramos entre las plantas; nuestro tránsito removiendo las matas, rozándolas y pisándolas, desplegará un sinfín de aromas exuberantes y tonificantes que nos harán husmear el ambiente para llenar las fosas nasales. Nos asomamos al abismo para ver, bajo nosotros, una preciosa pinada que crece inclinada subiendo la vertiente de la montaña. El poderoso verdor destella incluso a la luz de la sombra.
Y sobre este espectáculo de luz y color, el castillo erige su figura en la puntiaguda montaña, a modo de espada, mucho tiempo atrás olvidadas en este valle. Embellece aún más su figura enmarcado por las montañas que, detrás, difuminan su presencia ofreciendo un "modo retrato" natural. A la derecha, los restos del poblado morisco de L'Olla, siguen esperando, con inmutable paciencia, su nuevo e improbable reverdecer.
Hablamos de aquellos primeros moradores de estas tierras, aquellos moriscos que fueron desplazados a cajas destempladas de sus tierras de labranza a estos recónditos lugares, de las difíciles condiciones de vida y del inmenso trabajo que dejaron hecho en estas montañas... y del pago que recibieron como agradecimiento, de la expulsión de territorio español hacia tierras africanas, al igual que en su día ocurriese con los judíos. El difícil y espinoso tema de la inmigración desde tiempos inmemoriales, de la intolerancia y el temor que despierta lo desconocido, de culturas enfrentadas en lugar de fundidas en una cultura global más rica y humana. No hablamos solo de cultura o color de la piel, de política o religión, hablamos de la necedad y la ceguera del ser humano. Nos volvemos para ver en la distancia las montañas mil veces nombradas y fotografiadas. Recitamos sus nombres, como la alineación de nuestro equipo, mientras las señalamos, mientras intentamos identificar algún nuevo pico, alguna cara nueva entre las ya familiares. Hoy creemos haber visto el Menejador y el Puig Campana. Subyugados por la fuerza de la representación paisajística que se ofrece ante nuestros ojos nos recreamos en la contemplación como hacía tiempo que no pasaba.
Es una alegría detectar nuevos objetivos sobre los que fijar nuestra vista en posteriores rutas al otear el horizonte. Volvemos hasta el camino y seguimos para iniciar la bajada al barranco de L'Olla, que recoge las aguas de la cara noreste del Gorgo para bajarlas hasta el Carraixet entre Gátova y Olocau. El descenso es rápido y divertido, el firme en perfecto estado nos permite un agarre optimo en el que encontramos seguridad. Llegamos al paso sobre el barranco, hay aquí una poza que esperaba mostrarles, digo esperaba porque la realidad supera todas las expectativas, ¡está helada!
La gélida noche ha mostrado su lado más crudo en este invierno que no ha hecho más que comenzar, pero la postal que nos ofrece no tiene desperdicio. Las piedras más pequeñas no pueden atravesar la gruesa capa de hielo que inmoviliza la charca en la parte superior, por abajo si que fluye el agua, pero el par de centímetros de hielo en la parte más gruesa no se los quita nadie. Una breve parada en la que disfrutamos del precioso paraje y nos ponemos en marcha para remontar el barranco. Será la última subida del día.
No es ni muy larga ni excesivamente cruel, pero sí dura. Inmediatamente después el Mas de L'Olla se alinea a ambos lados del camino. Un pequeño poblado con una docena de casas de las cuales solo una, al pie de la torre, conserva la puerta y parece que tiene algún tipo de uso, el resto son retazos de pasado. Piedras que difícilmente pueden ya contar su historia y que sin embargo guardan un sabor hogareño y entrañable incluso para los forasteros. Un lugar decadente y sin brillo que, sin embargo, enarbola toda su dignidad.
Continuamos hacia el lugar elegido para almorzar. La silueta del castillo se alza en medio del valle coronando la peña sobre la que se asienta. Aquí es donde las motos que comentábamos antes casi se nos llevan por delante al salir ellos de una curva en paralelo y ocupando todo el ancho del camino. Si no llega a ser porque al oírlos nos hemos parado como precaución, a estas horas estaríamos contando algo distinto a buen seguro. Un camino a la izquierda metido en medio de una pinada se convertirá durante el rato del almuerzo en el descanso del guerrero. Unas piedras montadas a modo de sillas improvisadas y mesa en un claro de los pinos al sol, nos servirán de lugar de reunión. Comemos mientras comentamos las situaciones de la ruta hasta el momento y hablamos de las posibles incorporaciones de los sobrinos menores que ya apuntan maneras y quieren el carnet familiar de Roda i Pedal.
Con el reconfortante café calentando las entrañas, nos ponemos en marcha para llegar, primero al aljibe que recoje las escasas precipitaciones en estas montañas en época veraniega y luego a la zona de las enormes carrascas que hay justo donde empieza la bajada.
Continuamos hacia el lugar elegido para almorzar. La silueta del castillo se alza en medio del valle coronando la peña sobre la que se asienta. Aquí es donde las motos que comentábamos antes casi se nos llevan por delante al salir ellos de una curva en paralelo y ocupando todo el ancho del camino. Si no llega a ser porque al oírlos nos hemos parado como precaución, a estas horas estaríamos contando algo distinto a buen seguro. Un camino a la izquierda metido en medio de una pinada se convertirá durante el rato del almuerzo en el descanso del guerrero. Unas piedras montadas a modo de sillas improvisadas y mesa en un claro de los pinos al sol, nos servirán de lugar de reunión. Comemos mientras comentamos las situaciones de la ruta hasta el momento y hablamos de las posibles incorporaciones de los sobrinos menores que ya apuntan maneras y quieren el carnet familiar de Roda i Pedal.
Con el reconfortante café calentando las entrañas, nos ponemos en marcha para llegar, primero al aljibe que recoje las escasas precipitaciones en estas montañas en época veraniega y luego a la zona de las enormes carrascas que hay justo donde empieza la bajada.
Es un prado abierto en una vaguada donde estos grandes árboles reinan en un territorio repleto de pinos.
En la ladera de la montaña, la fusión de estas dos especies pone un toque de color y distinción al paisaje. El inicio de la bajada nos hace parar por última vez en este tramo de camino, ya que en la bajada no tendremos tiempo para observar el paisaje. Al frente el Gorgo muestra su fisonomía irregular entre las enormes piedras de rodeno que sobresalen de su piel y entre los árboles. Vemos también la senda a nuestra izquierda que baja hacia Marines, y al frente, el camino que luego se convertirá en senda y que sube hacia el molino de Gátova.
Y ahora sí, la perla de la jornada. Nos dejamos caer por el camino en fila, cargamos el plato mediano y un piñón intermedio, posición aerodinámica, los dedos sobre las manetas de freno, el cuerpo vencido sobre el manillar y las rodillas aferradas a la punta del sillín. No ha hecho falta pedalear para coger velocidad. El oído atento a lo que pueda venir de frente, toque de freno para reducir la inercia a la entrada de la curva, el firme en perfectas condiciones nos ofrece seguridad. Observamos que está duro por la helada y la humedad de la noche que junto con el frío han helado el piso que se compacta y endurece pero que no patina. No es un camino es “una autopista”, que además, en ausencia de grandes piedras y roderas aún la hace más perfecta para rodar.
Curveamos con el camino a un lado y otro, pegados al barranco pero sin tener sensación de peligro en ningún momento. Una buena velocidad de descenso que pone un toque de emoción y diversión sin tener que llegar al límite. Nos cruzamos con unos jinetes que nos observan desde sus grandes monturas, la anticipación ha hecho que los oyéramos incluso antes de verlos y así reducir el posible riesgo. El frío viento de la parte sombreada de la montaña nos golpea en la cara dejándola entumecida. Cuando el tramo recto lo permite un rápido vistazo hacia atrás para asegurarse de que vamos todos, que nadie por detrás ha tenido un percance. Los badenes que cruzan el camino nos hacen saltar y sentimos, por un precioso momento, que podemos volar. Y así, antes de lo deseado, llegamos a la carretera y acabamos con la diversión sin límite de este descenso. Comentamos las sensaciones y nos lanzamos en esta bajada por asfalto que requerirá, en más ocasiones de las que hubiéramos deseado, un empujón de pedal para pasar los tramos llanos. Son unas pedaladas que no requieren gran esfuerzo ya que la inercia invita a dar pedales, pero lamentamos la falta de un puntito más de desnivel que nos bajara gratis total hasta Olocau.
En este trayecto pararemos aún un par de veces a orilla de la carretera a observar el profundo y gran barranco del Carraixet o de Gátova, como también se conoce en este tramo alto, y que fue responsable de la crecida que en la riada del 57 se llevó por delante parte de Marines, motivo por el cual se construyó el nuevo Marines en la plana del Camp del Turia bajando hacia Llíria.
Llegamos a Olocau, lo atravesamos por dentro para evitar el tramo de carretera que circunvala el pueblo y gozar así de un ambiente más tranquilo y sosegado, antes de tomar el carril bici que nos suba hasta el lugar donde hemos aparcado.
Ponemos punto final a la ruta y al año pedalistico con el consabido juntar las manos y gritar Roda i Pedal, y con el deseo de que el 2011 sea como mínimo tan bueno como ha sido el 2010 pues superarlo va a ser muy difícil. Pero intentarlo, lo que se dice intentarlo, lo vamos a intentar.