"En un bosque se bifurcaron dos caminos, y yo... Yo tomé el menos transitado. Eso marcó toda la diferencia". Robert Lee Frost
Seguimos desde aquí, brindando nuestro apoyo incondicional a este año internacional de los bosques y aún más después de haber disfrutado del impresionante bosque en el que nos hemos sumergido en esta magnifica zona de la comarca de Alcalatén.
No es que nos hubiéramos ido, es que estábamos en estado de letargo, al menos en lo que al blog se refiere, ya que las rutas no han fallado ninguna semana, pero han sido las rutas de siempre y esas ya están contadas y recontadas. Para más “INRI” las dos últimas salidas programadas las tuvimos que aplazar por culpa de las nefastas previsiones meteorológicas que se han cebado con nuestras ilusiones de recorrer nuevos parajes, y ya íbamos camino de una tercera anulación cuando alguien desde arriba se ha apiadado de nosotros y nos ha concedido una tregua que agradecemos no sabéis como. Y ya que estamos de agradecimientos esta ruta se la debemos al track que el amigo Alfonso Pitarque ha tenido a bien compartir con todos nosotros. No es la primera ruta suya que hacemos y como siempre de una fidelidad exquisita en cuanto a sus descripciones en lo que vamos a encontrar. Sin más preámbulos, comencemos pues en lo que ha sido la crónica de este nuestro 4º fin de semana biker. Viernes 20
Salíamos con algo de retraso según el horario previsto desde la base y con el remolque cargadito de bicis como es de suponer y un buen montón de ilusiones acumuladas hasta el último momento en que decidimos emprender esta ruta. Muchos kilómetros nos quedaban por delante hasta llegar a Vistabella del Maestrazgo, nuestro elegido lugar de destino.
Poco más que contar del viernes aparte de la anécdota que quedará para siempre en forma de “Bambi” cruzando la carretera delante de nuestros coches entre Xodos y Vistabella. Eso se lo contaremos a Carlos que este finde, por primera vez, no nos acompaña; pobret, “ya vorem què sopa huí”.
Sábado 21 La Ruta
Amanece tarde, muy tarde, sobre todo para alguno después de estar toda la noche sin pegar ojo por culpa de un inesperado malestar en el estómago. Por fin nos vemos para desayunar y estirar un poco la musculatura en una mañana fresca y radiante que nos dejaba ver un cielo azul y soleado con algo de viento de fuerza entre 3 y 4 que en las zonas sombrías sabíamos que nos iba a picar, cuestión que nos obliga por precaución a calzarnos una manguita de inicio.
(…biker precavido vale por dos…) La sorpresa agradable del día es que Xavier, el propietario del lugar donde nos alojamos, muy amablemente se ha ofrecido a acompañarnos hasta el inicio de la senda que hablábamos anoche y que nos llevará a enlazar con el camino de Sant Joan de Penyagolosa. De buena mañana ha preparado su bici para guiarnos de inicio por uno de esos caminos que tan bien conoce y encarrilar así nuestra ruta según lo previsto.
Y no es otro que el camino del cementerio que una vez pasado este se pega al barranc del Molí y curvea amable con la montaña hasta llegar a la carretera. Caen las primeras fotos pues el inicio promete, mientras nos indica por donde seguir y nos instruye sobre lo que tenemos ante nuestros ojos.
Es una senda que podríamos calificar de aérea por sus panorámicas y algo técnica en algunos tramos, en otros en cambio nos obligará a poner pie a tierra, cuestión que aunque no es nuestra máxima, aprovechamos para disfrutar de las espectaculares vistas que nos brinda a su paso.
Llegados a una masía perdida en medio de la nada, bajamos a la derecha en busca del asfalto y nos encontramos con el impresionante Plá D’Amunt. La mole del Penyagolosa es visible casi desde el inicio, así que nos deleitará con su infinita presencia en casi todo momento de la ruta.
Rodamos sin prisa, admirando cada metro recorrido y deleitándonos de los olores que desprenden multitud de especies que encontramos a nuestro paso. Un coqueto y vistoso valle se acurruca a los pies de la Serra de la Batalla. La carretera, desértica de tráfico rodado parece fundirse en la distancia con la propia montaña, allá vamos. Alucinamos de la zona boscosa que vamos atravesando. Pino negral y rodeno, rectos como agujas se elevan limpios de ramas hasta lo copa superior y dejan espacios abiertos entre ellos, como si no quisieran molestarse los unos a los otros, respetando su espacio vital. El suelo es una alfombra de hierba verde que nos sorprende por lo inusual que este paisaje es para nosotros. Al poco, encontramos el cauce seco del barranco que seguiremos a nuestra izquierda, hasta el desvío del camino también a la izquierda, llegados al punto donde se sitúa el puesto de control de entrada al parque natural.
Un letrero indica el Ermitori y allá que vamos. Se acabó en relax y empieza la subida por un camino en perfectas condiciones. Rampas suaves pero constantes en la primera parte de subida para internarse, poco a poco, en mitad del bosque, dando paso a un notable cambio en cuanto al tipo de árboles, más bajos que los anteriores y más densos y tupidos, entremezclándose sabinas y pinos en perfecta armonía.Agradecemos la sombra que nos protege del sol pero al mismo tiempo el viento arranca unos cuantos grados al termómetro, por lo que en un momento dado alguno agradece ponerse de nuevo la manguita que casi en la primera pedalada al sol, nos habíamos quitado. Comienza el inevitable pique que nos acompañará todo el día sobre que si el sol, el viento, el calor, el frío, el orgullo, etc. Al final cada uno hace de su capa un sayo y “avant”. En un plis-plas llegamos al Plá de la Creu. De nuevo una parada fotográfica mientras decidimos si bajamos a Xodos o si declinamos la invitación de meternos casi 700 metros de desnivel en tan solo 15 kilómetros. Al final gana el sentido común y decidimos avanzar un poco más hasta tener vistas sobre el pueblo.
Solo unas pedaladas más allá llegamos a una especie de mirador sobre el barranco y ahí está, Xodos con las montañas como telón de fondo y más allá una línea que se nos antoja el mar, que según nos comentó Xavier es visible en días despejados, sin embargo, la calima de hoy impide ver las azules aguas mediterráneas.
Volvemos sobre nuestros pasos (o mejor dicho, sobre nuestras ruedas) hasta el cruce, y tomamos el camino del Ermitori donde se inicia la parte más dura de esta parte de la ruta. Nos topamos con algunas rampas realmente duras pero, por fortuna, el estado del firme nos proporciona una tracción perfecta y no hay que ir esquivando piedras ni baches. Bloqueamos las suspensiones para hacer el cuadro lo más rígido posible y evitar con ello que se encabrite la bici, y con ello, tener pérdidas de potencia innecesaria en cada pedalada. Los desarrollos continúan trabajando en la mínima multiplicación, transmitiendo cada vuelta de pedal directamente a la rueda.
Aquí no hay paisajes abiertos en los que distraer la vista, la postal son los propios árboles que se suceden uno a otro sin fin aparente, llenando un vasto espacio de terreno que crea un bosque infinito y soberbio. La pantalla de los GPS nos indican que esto se acaba, que estamos cerca del vértice que marca el inicio a la cumbre y por lo tanto la bajada hacia Sant Joan es inminente.
Es una senda que podríamos calificar de aérea por sus panorámicas y algo técnica en algunos tramos, en otros en cambio nos obligará a poner pie a tierra, cuestión que aunque no es nuestra máxima, aprovechamos para disfrutar de las espectaculares vistas que nos brinda a su paso.
Llegados a una masía perdida en medio de la nada, bajamos a la derecha en busca del asfalto y nos encontramos con el impresionante Plá D’Amunt. La mole del Penyagolosa es visible casi desde el inicio, así que nos deleitará con su infinita presencia en casi todo momento de la ruta.
Rodamos sin prisa, admirando cada metro recorrido y deleitándonos de los olores que desprenden multitud de especies que encontramos a nuestro paso. Un coqueto y vistoso valle se acurruca a los pies de la Serra de la Batalla. La carretera, desértica de tráfico rodado parece fundirse en la distancia con la propia montaña, allá vamos. Alucinamos de la zona boscosa que vamos atravesando. Pino negral y rodeno, rectos como agujas se elevan limpios de ramas hasta lo copa superior y dejan espacios abiertos entre ellos, como si no quisieran molestarse los unos a los otros, respetando su espacio vital. El suelo es una alfombra de hierba verde que nos sorprende por lo inusual que este paisaje es para nosotros. Al poco, encontramos el cauce seco del barranco que seguiremos a nuestra izquierda, hasta el desvío del camino también a la izquierda, llegados al punto donde se sitúa el puesto de control de entrada al parque natural.
Un letrero indica el Ermitori y allá que vamos. Se acabó en relax y empieza la subida por un camino en perfectas condiciones. Rampas suaves pero constantes en la primera parte de subida para internarse, poco a poco, en mitad del bosque, dando paso a un notable cambio en cuanto al tipo de árboles, más bajos que los anteriores y más densos y tupidos, entremezclándose sabinas y pinos en perfecta armonía.Agradecemos la sombra que nos protege del sol pero al mismo tiempo el viento arranca unos cuantos grados al termómetro, por lo que en un momento dado alguno agradece ponerse de nuevo la manguita que casi en la primera pedalada al sol, nos habíamos quitado. Comienza el inevitable pique que nos acompañará todo el día sobre que si el sol, el viento, el calor, el frío, el orgullo, etc. Al final cada uno hace de su capa un sayo y “avant”. En un plis-plas llegamos al Plá de la Creu. De nuevo una parada fotográfica mientras decidimos si bajamos a Xodos o si declinamos la invitación de meternos casi 700 metros de desnivel en tan solo 15 kilómetros. Al final gana el sentido común y decidimos avanzar un poco más hasta tener vistas sobre el pueblo.
Solo unas pedaladas más allá llegamos a una especie de mirador sobre el barranco y ahí está, Xodos con las montañas como telón de fondo y más allá una línea que se nos antoja el mar, que según nos comentó Xavier es visible en días despejados, sin embargo, la calima de hoy impide ver las azules aguas mediterráneas.
Volvemos sobre nuestros pasos (o mejor dicho, sobre nuestras ruedas) hasta el cruce, y tomamos el camino del Ermitori donde se inicia la parte más dura de esta parte de la ruta. Nos topamos con algunas rampas realmente duras pero, por fortuna, el estado del firme nos proporciona una tracción perfecta y no hay que ir esquivando piedras ni baches. Bloqueamos las suspensiones para hacer el cuadro lo más rígido posible y evitar con ello que se encabrite la bici, y con ello, tener pérdidas de potencia innecesaria en cada pedalada. Los desarrollos continúan trabajando en la mínima multiplicación, transmitiendo cada vuelta de pedal directamente a la rueda.
Aquí no hay paisajes abiertos en los que distraer la vista, la postal son los propios árboles que se suceden uno a otro sin fin aparente, llenando un vasto espacio de terreno que crea un bosque infinito y soberbio. La pantalla de los GPS nos indican que esto se acaba, que estamos cerca del vértice que marca el inicio a la cumbre y por lo tanto la bajada hacia Sant Joan es inminente.
Encontramos un pequeño prado; un balcón con vistas a “la montaña mágica”, lugar que elegimos para acomodarnos y almorzar absortos en la contemplación de esta mole colosal que rasga el cielo a más de 1800 metros de altitud y que tan solo dista 40 kilómetros del mar.
Hoy no habrá café para encender nuevamente el motor y con esa pena en el cuerpo nos pertrechamos con todo el equipo para iniciar una bajada tan trepidante como divertida pero sin apurar demasiado ya que observamos que hay un buen transito de excursionistas e incluso podría subir algún coche. Aun así la bajada es divertida y nos pone ese brillo tan familiar en los ojos… ¿o serán lágrimas arrancadas por el viento y la velocidad? Unos kilómetros más allá, acaba la bajada en el parking del Ermitori de Sant Joan. Recorremos el lugar intentando sumergirnos en el misticismo y la historia que cuentan estos edificios de piedra sin encontrar ese encanto por ningún lado, el vil metal de los coches aparcados bajo los mismos arcos del edificio resta todo ápice de historia, de naturalidad y originalidad, sumergiéndolo casi en la vulgaridad de una gran ciudad.
Lástima, pues resultaría fácil restringir el acceso de los coches hasta aquí en bien de todos los visitantes, pero no, los llevamos hasta la misma puerta, y dentro no porque no caben. Lamentaciones aparte, intentamos extraer la parte más visual de la visita, es decir, la que menos nos recuerda a una gran ciudad, si quisiéramos ciudad nos habríamos quedado en Valencia.
Tras la foto para el recuerdo proseguimos ruta para empezar una nueva subida que nos coronará en lo más alto pedaleado jamás en una ruta de Roda i Pedal, la cota de hoy sobrepasa los 1600 metros, “ahí es ná”. El camino se torna más pedregoso en esta larga subida con un porcentaje interesante en todo momento, amén de algunos rampones que iremos encontrando dispersos aquí y allá. La Serra de la Batalla se alza a nuestra derecha y es la que vamos a subir, “el picacho”, como hemos bautizado a la mole del Penyagolosa queda a nuestras espaldas. Conforme empezamos a subir perdemos la protección de las montañas sobre los vientos y estos nos azotan suavemente de nuevo. Las montañas empiezan a perfilarse y se suceden unas a otras con la perspectiva de la altitud. Innumerables, infinitas, inmensas y pequeñas al mismo tiempo hundidas en la distancia. Localizamos, previo estudio en el mapa, los picos de Espadan, el Gorgo y la sierra del Toro. Lo demás es un mar de picos y montañas fundidos en la bruma. No hay pueblos, y los que hay, se empequeñecen en el espacio abierto e infinito. No hay ruidos, no hay gente, no hay problemas, y si los hay empequeñecen aún más dentro de las personas que hay en los “no pueblos” de ahí abajo. Desde aquí arriba todo se ve distinto, todo es diferente por unas horas para nosotros. Ahora toca olvidarse del mundo, para eso entre otras muchas cosas subimos montañas, o al menos para algo parecido, tal vez sea para tratar hacer un paréntesis en nuestras vidas, para intentar volver mañana a nuestras rutinas con una parte de ese paréntesis.
Tales son los pensamientos que nos abordan mientras tiramos de pedal hacia arriba, mientras paramos a contemplar y ha hacer fotos antes de volver a arrancar. Las cuestas se suceden y los esfuerzos también.
Volvemos a entrar en el bosque cuando giramos hacia el norte y pasamos a tierras turolenses. Será aquí, cuando el camino abovedado de árboles llegue a su cota máxima, 1616 metros que nos harán estar “a un pas del cel” de entre todas las rutas recorridas por el grupo.
Se inicia en ese mismo punto la bajada larga del día. Al principio el camino baja y luego llanea por la cresta de la montaña. Lástima es que las vistas hacia la parte aragonesa han sido escasas y entre la pinada, no teniendo una visión despejada en ningún momento. Luego ya metidos en tierras propias, el camino se inclina hacia la vertiente este y se pierden esas panorámicas. En todo caso disfrutamos de un bosque distinto y poco visto y disfrutado por nosotros.
Diferentes especies de sabinas se suceden para colorear y vestir el paisaje de frondosa vegetación. Poco a poco el camino va ganando en inclinación y nos acelera en busca del valle.
El piso compactado que habíamos vuelto a pisar en la parte alta de la montaña se torna ahora un camino románico por lo empedrado que poco a poco va empeorando, tornándose las piedras sueltas en la tónica general; menos mal que no hemos hecho este camino de subida. La velocidad y los baches hacen que las amortiguaciones trabajen a destajo. Los 140 mm. están a punto de hacer tope en varias ocasiones pero siguen infatigables comiéndose pedruscos del 7 a una velocidad nada moderada que invita a dejarse llevar, no viéndose comprometida al extremo la seguridad en ningún momento, cuestión por la que está resultando un buen entrenamiento para la venganza del Mampedroso allá en tierra serranas, ¿do you remember…? La seguridad no, pero los brazos, y sobre todo las muñecas, comienzan a resentirse de tanto traqueteo, aún así, no aflojamos ni lo más mínimo el ritmo aunque sin volvernos locos.
El piso compactado que habíamos vuelto a pisar en la parte alta de la montaña se torna ahora un camino románico por lo empedrado que poco a poco va empeorando, tornándose las piedras sueltas en la tónica general; menos mal que no hemos hecho este camino de subida. La velocidad y los baches hacen que las amortiguaciones trabajen a destajo. Los 140 mm. están a punto de hacer tope en varias ocasiones pero siguen infatigables comiéndose pedruscos del 7 a una velocidad nada moderada que invita a dejarse llevar, no viéndose comprometida al extremo la seguridad en ningún momento, cuestión por la que está resultando un buen entrenamiento para la venganza del Mampedroso allá en tierra serranas, ¿do you remember…? La seguridad no, pero los brazos, y sobre todo las muñecas, comienzan a resentirse de tanto traqueteo, aún así, no aflojamos ni lo más mínimo el ritmo aunque sin volvernos locos.
A lo lejos vemos el fértil e inmenso valle que antecede Vistabella que se encarama en la montaña. La ermita del calvario se erige como un faro en la distancia y nos llama poderoso, cuestión por la decidimos llegar hasta allí para reponer fuerzas de nuevo y hacer la parada para comer.
Realizamos el último tramo de bajada flanqueados por un muro de piedra que, al igual que los bancales de la zona, trasmite la dureza del paisaje y de la zona.
Llegando a la Ermita el calor aprieta de lo lindo y, mis energías después de una noche en blanco sumados a los problemas estomacales, casi me hacen desistir, pero solo eso, casi.
Finalmente, llegamos abajo para incorporarnos a la carretera que llega hasta el pueblo atravesando este llano que veíamos desde arriba y que es una zona de cultivos. A nuestro paso se levantan multitud de “catxirulos” o casetas en piedra seca como los llaman aquí, que salpican el paisaje aquí y allá.
Llegamos a la subida hacia el pueblo y preguntamos a un lugareño por la subida al calvario, el cual nos responde tan perplejo como sorprendido… ¿en bicicleta?, en bicicleta no se puede subir, pero bueno, se va por allí.
Reímos en nuestros adentros ante el comentario y la cara que ha puesto el señor, pensando que muy mal o muy duro debe ser si no se puede subir, pero sabe Dios que vamos a intentarlo, faltaría…, y puestos en harina, claro que se puede, aunque las rampas y sobre todo la estrechez del camino sobre todo en las curvas, compliquen mucho la labor, pero con un poco de pericia y un mucho de piernas la cosa está hecha.Llegando a la Ermita el calor aprieta de lo lindo y, mis energías después de una noche en blanco sumados a los problemas estomacales, casi me hacen desistir, pero solo eso, casi.
Ya en la cima, los 1309 metros de altitud no defraudan, y disfrutamos de unas vistas colosales y de una regalito que no esperábamos “el vértice Calvario” como no podría llamarse de otra forma que nos premiará con una nueva piedra verticial que nos acompañara para ir aumentando la colección.
Exhaustos, nos refugiamos como podemos de las inclemencias solares mientras la cerveza aún fresquita nos hidrata el cuerpo durante la comida, unas fotos y luego solo quedará bajar para cerrar el círculo y dar por finalizada una ruta corta pero intensamente rodada.
Llegamos a casa para juntar las manos aunando el grito acostumbrado de Roda i Pedal con las vivencias y las imágenes que empiezan a atropellarse en nuestra mente antes que en nuestra boca, mientras tratamos de contárselas a las chicas y como no, a la nueva cerveza fresquita que nos esperaba a nuestro regreso y que ya reposa en nuestras manos antes de quitarnos la piel de guerreros y volver a la vida normal.
Exhaustos, nos refugiamos como podemos de las inclemencias solares mientras la cerveza aún fresquita nos hidrata el cuerpo durante la comida, unas fotos y luego solo quedará bajar para cerrar el círculo y dar por finalizada una ruta corta pero intensamente rodada.
Llegamos a casa para juntar las manos aunando el grito acostumbrado de Roda i Pedal con las vivencias y las imágenes que empiezan a atropellarse en nuestra mente antes que en nuestra boca, mientras tratamos de contárselas a las chicas y como no, a la nueva cerveza fresquita que nos esperaba a nuestro regreso y que ya reposa en nuestras manos antes de quitarnos la piel de guerreros y volver a la vida normal.
Hoy por la mañana y muy a nuestro pesar, toca despedida de toda la familia que nos ha acogido en tan envidiable enclave denominado “a un pas del cel” y nunca mejor dicho, lugar que desde aquí aconsejamos a todo aquel que transite por estos lares.
Gracias de nuevo a Xavier a Patricia y a Viçentica por habernos hecho sentir como en casa a tenor del exquisito trato y amabilidad recibidos y un hurra más por la cocinera que ha deleitado nuestros paladares con tan estupendos como típicos guisos.
Ponemos pues rumbo al Ermitori de Sant Joan de Penyagolosa donde pasaremos la jornada antes de volver a casa y reanudar una rutina que después de estos “findes”, siempre cuesta volver a enganchar.
Ponemos pues rumbo al Ermitori de Sant Joan de Penyagolosa donde pasaremos la jornada antes de volver a casa y reanudar una rutina que después de estos “findes”, siempre cuesta volver a enganchar.
De camino volvemos a recorrer una parte de la ruta de ayer, y no dejaremos pasar la oportunidad para explicarles a las chicas cada uno de los pensamientos y recuerdos del día anterior. Hoy recorreremos con más tiempo todo el conjunto arquitectónico del santuario y la hospedería, aprovechando la calma para pasear y fotografiar detenidamente los alrededores de la pinada que alberga una magnífica y cuidada zona de acampada que ofrece unas bonitas vistas sobre la gran montaña y sobre el conjunto arquitectónico.
La comida en el restaurante pondrá el punto final a este finde biker que ya empieza a dejar ideas para el siguiente. Por supuesto las seguiremos contando desde aquí, aunque esperamos aparecer más a menudo hasta entonces.