Ya hace días que hablamos de la bonita excursión que sería coronar el Montgó, como creíamos que no se podía subir en bici, decidimos hacerla a pie, esta será pues la primera de las rutas senderistas que a buen seguro realizaremos. La sorpresa de esta mañana será saber que no vamos solos ya que vienen Ana Consuelo y Laura, de haberlo sabido se lo habríamos dicho a Teba que como todos sabemos hubiera dicho que no, pero igual hubiera querido venir y quedarse en la playa disfrutando de la arena bajo los pies y la tumbona orientada al solecito.
Pero bien, con todo esto nos ponemos en camino hacia Denia; hoy voy de pasajero disfrutando del paisaje que siempre me pierdo. Disfrutaré de un pulso visual con el Mondúver que parece retarme a subirlo nuevamente, “ya se lo diré a mis amiguitos”. Comenzamos la ascensión dejando el coche en el parking habilitado a unos 400m. de la cadena que cierra el paso a vehículos a motor al camino de subida al parque. Este primer tramo es una carretera asfaltada que da acceso a los chalets de la zona. Junto a la cadena encontramos el panel interpretativo que tras estudiarlo nos deja con la espinita de no haber traído las burras pues, no está prohibido en contra de lo que creíamos.
Empezamos a andar por el carril mirando la mole de piedra que queda a nuestra izquierda. Estamos pensando el mejor lugar para almorzar y dejar un tiempo prudencial hasta la hora de la comida. Con este pensamiento buscamos acomodo junto a unas piedras al lado del camino y sacamos los bocadillos para aligerar la carga de la mochila. El reconfortante café nos dará el pitido de salida para iniciar la ascensión ya que apenas habíamos comenzado a andar.
Lo ancho del camino y el perfecto estado del firme nos facilita la marcha. Llegados al desvío tomamos el camino de la izquierda hacia la Cueva del Camello. En un momento dado el GPS nos indica que salgamos del camino para internarnos en la montaña y comenzar la ascensión de verdad. Unos 50 metros después de intentar pasar por donde la montaña no nos lo permite, tenemos que darle la razón e iniciar el retroceso hasta el camino. Esto nos dejará, de momento, sin track que seguir pues este se empecinaba en intentar conquistar la montaña.
Retrocedemos hasta el desvío y tomamos el camino que habíamos obviado a la derecha y que indicaba subida al “Cim”. Vamos encontrando innumerables especies de plantas tan floridas y tan coloridas como permite la recién estrenada primavera. Llegamos al final de la pista y esta deja ver un sendero que se interna en la montaña. Es hora de empezar a ascender.
La senda, en buen estado de conservación por el continuo trasiego de senderistas, zigzaguea entre arbustos y vegetación de monte bajo ya que los árboles escasean conforme seguimos ascendiendo. Vamos ganando altura y panorámica sobre el fondo del valle y la cercana costa.
El sendero se vuelve más abrupto y entra en una zona de paso sobre un despeñadero cubierto de piedras, por él asciende una senda que muestra todo el peligro que tiene el tránsito por este tipo de senderos; el peligro de avalanchas y de resbalones por este tipo de terreno es muy grande ya que el apoyo sobre una piedra ejerce toda la presión sobre la de abajo, y esta a su vez sobre otra, de esta manera no hay un apoyo estable en ningún momento.
El sendero se vuelve más abrupto y entra en una zona de paso sobre un despeñadero cubierto de piedras, por él asciende una senda que muestra todo el peligro que tiene el tránsito por este tipo de senderos; el peligro de avalanchas y de resbalones por este tipo de terreno es muy grande ya que el apoyo sobre una piedra ejerce toda la presión sobre la de abajo, y esta a su vez sobre otra, de esta manera no hay un apoyo estable en ningún momento.
Una vez cruzamos este paso, entramos en el desfiladero que bordea el barranco. Las increíbles vistas se magnifican por todos lados, pero no podemos mirar el paisaje mientras andamos pues, el peligro de caer al vacío es inminente si nos descuidamos, es la parte más peligrosa de esta subida.
Nos vamos acercando a la cima, la vemos encima nuestro, bueno eso creemos pues este lado del alto del Montgó no es donde está la cima, es realmente la parte más baja del altiplano.
Llegamos a la cumbre que veníamos divisando todo el tiempo para alucinar con las vistas que se nos ofrecen, lo hacemos mientras rebuscamos en la mochila algo con que protegernos del intenso y frío viento que nos azota aquí arriba. Sacamos unas fotos de este magnífico lugar y proseguimos antes de quedarnos helados.
Un mar de plantas de estepa o “xara”, ofrecen sus hojas y flores al viento para mecerse en el oleaje y crear un hipnótico movimiento por encima del mar que, 500 metros más abajo, se mece en su propia e impetuosa turbulencia. El espectáculo es magnífico. Nos llama la atención la gran cantidad de caracoles que se aberronchan en los huecos de las piedras. Aparte de ellos y alguna rapaz sobrevolándonos no hemos visto más fauna.
Un pequeño trayecto nos llevará hacia el Este para rodear el barranc de Runar que cae hacia el interior, hacia Gata de Gorgos.
Un mar de plantas de estepa o “xara”, ofrecen sus hojas y flores al viento para mecerse en el oleaje y crear un hipnótico movimiento por encima del mar que, 500 metros más abajo, se mece en su propia e impetuosa turbulencia. El espectáculo es magnífico. Nos llama la atención la gran cantidad de caracoles que se aberronchan en los huecos de las piedras. Aparte de ellos y alguna rapaz sobrevolándonos no hemos visto más fauna.
Un pequeño trayecto nos llevará hacia el Este para rodear el barranc de Runar que cae hacia el interior, hacia Gata de Gorgos.
A partir de aquí abandonamos toda esperanza, lástima que eso lo sabremos después de terminar pues de haberlo sabido en ese momento donde íbamos a meternos, igual nos lo hubiéramos pensado dos veces. La senda desaparece casi de repente bajo una trampa de piedras puntiagudas y rotas, agujereadas y moldeadas por la inexorable erosión que con su peculiar microclima crea esta impenetrable montaña que eleva sus 752 metros junto al mar. La humedad, el viento y el sol conforman junto con el calor de estas latitudes la peculiar bruma que cubre la cumbre y rompe la roca en formas imposibles. Pero ya es tarde para dar marcha atrás, solo nos queda contar lo sucedido.
El avance se hace lento y tedioso pues no sabemos dónde ni cómo poner los pies entre tanta piedra. No podemos disfrutar del paisaje mientras andamos, estamos más ocupados en estudiar el “camino”, esto es peor que la peor de las bajadas a las que nos hemos enfrentado con nuestras burras. Ya a estas alturas sabemos que este terreno nos pasará factura en rodillas y tobillos. Solo esperamos no tener un percance en forma de esguince o algo similar, pues el camino de vuelta sería terrible.
Pasados ya a la vertiente Suroeste no volveremos a ver el mar hasta mediado la bajada pues, la bruma está a punto de engullirnos. La vemos ascender dibujando la silueta de la montaña empujada por el viento. Poco después en longitud recorrida, que no en tiempo transcurrido, nos encontramos en el desvío de ascensión a la cruz, decidimos dejar este hito y abordar el vértice y cumbre dada la dificultad y cansancio de algunos miembros de la partida. A estas alturas ya hace rato que usando un término ciclista, veo a Ana al borde de la pájara.
Miramos al frente de nuestra marcha para otear a lo lejos lo que parece el macizo de cumbre, pero aquello queda muy pero que muy lejos y muy arriba de nuestra posición. Ya vemos, justo sobre nosotros, a nuestra izquierda, la enorme cruz que preside esta parte de la montaña. Nos alejamos dejándola a nuestra espalda, quedará perfectamente capturada en la “nikoleta grande”. Salva hoy la ha sacado a pasear, no sé porque a Roda i Pedal le da un trato de menor rango y solo juega con la hermana pequeña de esta “nikoleta”.
Nos acercamos hasta el único pino, y en definitiva el único árbol de esta parte alta de la montaña, que es como el guardián del paso a la cumbre. El viento aquí es demoledor. Empuja con tanta fuerza que tenemos que asegurarnos bien antes de aventurarnos a echar un vistazo alrededor si no queremos acabar tirados encima de alguna roca.
Por fin vemos ante nosotros el vértice geodésico y la señal de “Cim del Montgó”.
Tanto como las fotos, urge encontrar un sitio al abrigo del viento. Lo encontramos mirando la caída hacia el mar que intuimos inmenso delante de nosotros, pero que no vemos. Unas rocas a nuestra espalda nos taparan de la violencia del viento siempre que nos demos prisa en comer. Lo hacemos rápido para poder sacar el café calentito y sentir a través del vaso su calor en las entumecidas manos.
Iniciamos el descenso hacia el Sureste. El paso entre rocas asemeja una escalera gigante de la que nos tenemos que servir de las manos para agarrarnos y poder bajar. En ciertos tramos bajamos arrastras. La bajada nos trae, con el rápido desnivel que estamos salvando, unas vistas espectaculares. El cabo San Antonio al Este, el cabo La Nao al Sur.
Al Oeste la puntiaguda silueta pétrea del Penyal D´Ifach erigiéndose de la mar entre bruma, a su derecha el Puig Campana no es capaz de mostrarnos su cima envuelta en la espesa niebla que lo rodea. Más a su derecha Aitana, La Serrella y L´Aixortá, nuestro destino biker de aquí a 3 semanas, están tan tapados que somos incapaces de distinguirlos. Con este panorama, nos centramos en observar lo que nos queda más cerca y por tanto a la vista.
La bahía de Xàbia entre los cabos, se posiciona para enmarcar unas fotos de grupo, aunque como hoy no traemos el trípode no podremos estar todos a la vez. A vista de pájaro, la senda de bajada se dibuja entre la maleza muchos metros en caída libre por debajo. Después están los caminos y pistas de tierra que nos invitan a ciclarlos, el dibujo es como un track sobre G.E. que nos “pone burros”. Los campos de prácticas de swing (golf), también centran nuestra mirada ya que están justo a los pies de la montaña, y su media circunferencia llama nuestra atención hasta que identificamos de qué se trata.
Pero el zigzagueo de la senda por la falda de la montaña internándose por los barrancos que arrastran un glaciar de piedras, propone una mirada de perplejidad por lo sinuoso e increíble del trayecto que nos queda por delante. Atraídos por ese serpenteo, centramos nuestra mirada en la senda siempre que podemos, pues, lo más importante es asegurar el paso. El castigo sobre rodillas y tobillos empieza ya a pasar factura y notamos doloridas las articulaciones por los continuos impactos. Consuelo es la que más lo ha sufrido ya que se ha torcido varias veces el tobillo y la cosa apunta a esguince, aunque de momento puede seguir caminando.
Llegados a un punto de la bajada, la zona de piedra viva deja paso a un caminito también de piedra pero ni mucho menos como la tortura a la que estábamos sometidos. Este andar se hace mucho más cómodo. Vamos descendiendo ahora a un ritmo constante que nos hará elevar la media de velocidad mientras seguimos disfrutando del paisaje.
Ya vemos la salida de la parte de montaña y tomamos un imaginario sendero entre la maleza. El track que retomamos antes de la cumbre, y que veníamos siguiendo, se mete por aquí aunque nosotros no veamos camino. La altura de las plantas que nos rodean nos impide ver donde pisamos, y el terreno es, debido a las piedras, totalmente inestable, eso por no mencionar los arañazos que nos estamos llevando por la frondosidad de la maleza. Tan solo serán unos 300 metros, pero la dificultad hará que parezcan muchos más, aparte del tiempo que invertiremos en este tramo.
Por fin llegamos al sendero justo en la bajada hacia el barranco que alberga la Cueva del Camello. Bajamos unas piedras y, justo allí se abre la cavidad a ambos lados del camino, esta pasa como un puente entre las dos bocas que se adentran en la tierra.
Desde aquí la vista hacia arriba es impresionante. Nos topamos con una pared rocosa vertical que llena todo nuestro campo de visión. Tan gris, tan impenetrable, tan poderosa, tan abrumadora que sobrecoge. Por fin se acabaron las penurias del camino, hasta el coche todo volverá a ser pista forestal de primer orden.
Las vistas sobre el mar serán las predominantes ya que, la montaña por encima de nosotros nos obligará a mirar hacia arriba para poder contemplarla.
Nos afanamos en buscar en el horizonte una finísima línea de costa que nos pondría mirando las isleñas tierras Ibicencas, pero ni rastro de ellas. Lo que si vemos hacia el Norte, siguiendo la línea de costa, es la imponente Serra D´Irta entre Peñíscola y Alcoceber. Las nubes oscurecen la superficie del mar. La Serra D´Irta se queda parcialmente cubierta por la lluvia que cae entre nosotros y tiñe el mar de negro, el espectáculo visual es grandioso.
La parte Norte del Montgó nos oculta la borrasca que viene directa hacia nosotros, cuando la veamos bordear el vértice de la montaña ya será tarde.
La parte Norte del Montgó nos oculta la borrasca que viene directa hacia nosotros, cuando la veamos bordear el vértice de la montaña ya será tarde.
Comienzan a caer goterones como garbanzos. Quien más y quien menos lanza un rezo para que esto sea solo un amago de tormenta. Así la mantenemos a raya por unos escasos momentos, pero de repente grita allá voy en forma de lluvia a discreción. Esto no hay quien lo pare. Maldigo mi suerte porque el chubasquero está todo sequito en el maletero del coche. La mala uva que me pone la ropa mojada pegada a la piel, se disipa oyendo la risa de mi hermana, que no parará hasta llegar al coche, y para eso quedan un buen par de kilómetros. Como porfiando si la cosa puede ir a peor, comienza a granizar. Ahora ya no es mala uva, ahora es un “nosequequequeseyo” de preocupación pues ya vemos que Murphy no anda muy lejos y esto puede empeorar. Las pequeñas pedradas heladas que por dos ocasiones se han divertido a nuestra costa nos dan un respiro. Ya no vale la pena apretar el paso, estamos calados hasta los huesos. Sigo oyendo a mi hermana reírse por detrás de mí y no puedo menos que esbozar una sonrisa que se tornará en risa también, nos viene de familia.
Con todo esto ya ni miramos al mar ni a la montaña ni a la Serra ni a…., solo miramos al suelo con una resignación aplastante, mientras maldecimos nuestra suerte por tercer año consecutivo mojándonos en la caminata de Semana Santa, mientras entonamos nuestra particular saeta. El vía crucis llega a su fin. Por fin estamos en el camino junto a la cadena del inicio. Llegamos al coche deseando quitarnos la ropa mojada y ponernos lo más cómodos y calentitos posible porque ropa seca tampoco llevamos. Justo al llegar al coche, cae un relámpago como hacía tiempo que no veíamos, la “rompida” del trueno no se hará esperar, por lo que nos hacemos idea de lo cerca que ha caído, ¿quien dijo que no podía empeorar? Ya en los coches, la calefacción a todo trapo y a dejar que se seque la ropa sobre nosotros, la hora y media hasta casa no será muy animada que digamos. Después de más de nueve horas andando la ducha anticipada no nos ha sentado muy bien, con esta ya van tres salidas este invierno que nos mojamos, y mañana con la bici más de lo mismo, en fin, que estamos locos, pero la verdad es que ha valido la pena. Hasta la próxima mojada.