John Lubbock
No se nos ocurre mejor regalo de cumpleaños; de ahí que le dediquemos esta crónica a modo de recordatorio de todo lo vivido hasta el momento a lomos de nuestras máquinas, y como no podía ser de otra forma que mejor que en otra jornada memorable, así pues, Felicidades Luis.
Como muy bien se dijo a lo largo de la ruta, ayer no quedaba más “remedio” que subir al Pico del Remedio… y vaya si subimos… lo que no está en los escritos, es por eso, que os lo vamos a relatar con todo lujo de detalles.
Un sábado más, casi entre dos luces nos ponemos en marcha. Las bicis están cargadas desde que las recogimos de su revisión y puesta a punto anual de los “3000” , así que nos hemos ahorrado el tiempo aconstumbrado de preparación.
Vamos en dirección a Calles, que será el principio y fin de la rodada de hoy. Estrenaremos la ampliación de la CV 35 y veremos lo rápido que resulta llegar a los pueblos de la serranía por esta autovía. De paso admiraremos el excelente carril bici que acompaña esta infraestructura y que dota a los ciclistas y peatones (nosotros no estamos reñidos con ellos), de una vía para desplazamientos lejos del peligro de las carreteras, magnifica iniciativa que debería extenderse a otras carreteras.
Llegamos a Calles y aparcamos en la vega del río Tuejar, iniciamos unos estiramientos al confortable aunque tímido calor que el Sol recién levantado, no consigue colar entre el gélido frescor invernal de estas latitudes, deben haber no más de 3º. La hierba escarchada, cuando no helada, así lo atestigua.
Vamos en dirección a Calles, que será el principio y fin de la rodada de hoy. Estrenaremos la ampliación de la CV 35 y veremos lo rápido que resulta llegar a los pueblos de la serranía por esta autovía. De paso admiraremos el excelente carril bici que acompaña esta infraestructura y que dota a los ciclistas y peatones (nosotros no estamos reñidos con ellos), de una vía para desplazamientos lejos del peligro de las carreteras, magnifica iniciativa que debería extenderse a otras carreteras.
Llegamos a Calles y aparcamos en la vega del río Tuejar, iniciamos unos estiramientos al confortable aunque tímido calor que el Sol recién levantado, no consigue colar entre el gélido frescor invernal de estas latitudes, deben haber no más de 3º. La hierba escarchada, cuando no helada, así lo atestigua.
Empezamos a pedalear en dirección al camino de Jarcesa, este camino pasa por la magnífica bodega de Vegamar y algunos de sus campos de cultivo. Vamos por un camino asfaltado, picando hacia arriba aunque sin grandes desniveles, lejos del tránsito a motor, aunque inevitablemente algún coche encontraremos. Poco a poco el camino va desnivelándose y alguna rampa de toque se cruzará ante nosotros, sin problemas las superaremos hasta llegar a la parte alta de este camino y gozar de unas buenas panorámicas del valle, en suave descenso hacia el Turia.
Giraremos con el camino a la derecha, para dejar atrás el conocido y respetado camino de Bercuta, nosotros seguimos por el camino del Pra, y poco después veremos el primer objetivo del día; la ermita de San Cristóbal, erguida en un cerro sobre el camino.
Nos desviamos a la derecha para iniciar ahora sí una dura rampa por camino de tierra, un pequeño esfuerzo bastará para conquistarla, solo el tramo desde el vértice geodésico hasta la propia ermita nos hará esforzarnos de verdad; prueba superada. Magnificas vistas a todo nuestro alrededor, el pico Rope al sur, el pico y la ermita del Remedio y Chelva al norte, serán algunos de nuestros intereses paisajísticos al amparo del viento suave pero fresco que amenaza con enfriarnos si nos descuidamos.
Nuestro reportero, como ya avisó la semana pasada, estaba como loco por darle al botoncito y no se ha podido esperar más, por lo que amenazamos con quitarle la cámara si no se pone en marcha.
Vamos de bajada hacia el río Tuejar. Lo que nos sorprende es la vertiginosa bajada que nos vamos a marcar, de haberlo sabido aquí tocaba vídeo, pero hemos llegado tarde, y en pleno descenso a ver quien se pone a buscar el botón de “play” en la cámara de vídeo. Curvas enlazadas en zigzag, muy juntas y con frenadas bestiales para no salirse de la carretera, nos harán probar los frenos nuevos. Llegamos al final de este tramo junto al puente del Reatillo, quedamos tan impresionados por la bajada como por el espectáculo visual que tenemos al frente. Tanto a derecha como a izquierda surgen, junto al río, senderos señalizados como ruta paisajística, es la denominada “Ruta del agua”.
Vamos de bajada hacia el río Tuejar. Lo que nos sorprende es la vertiginosa bajada que nos vamos a marcar, de haberlo sabido aquí tocaba vídeo, pero hemos llegado tarde, y en pleno descenso a ver quien se pone a buscar el botón de “play” en la cámara de vídeo. Curvas enlazadas en zigzag, muy juntas y con frenadas bestiales para no salirse de la carretera, nos harán probar los frenos nuevos. Llegamos al final de este tramo junto al puente del Reatillo, quedamos tan impresionados por la bajada como por el espectáculo visual que tenemos al frente. Tanto a derecha como a izquierda surgen, junto al río, senderos señalizados como ruta paisajística, es la denominada “Ruta del agua”.
Un espectacular recorrido por senderos paralelos al río que discurren bajo el abrigo de una imponente arboleda, árboles monumentales en su tamaño y que confieren un frescor y una luminosidad filtrada únicos. En el río, peces de gran tamaño se mueven contracorriente con la cautela de quien está atento a nuestros movimientos. Cruzamos bajo los arcos del puente para continuar con nuestra visita al segundo objetivo de la jornada.
Precioso enclave que nos está dejando sin adjetivos conforme lo vamos recorriendo, así que nos tocará repetirnos. Poco después encontramos otro puente a ras del agua para cruzar al otro lado, postes indicativos a la izquierda hacia la playeta y al puente donde hemos comenzado el itinerario, a la derecha hacia la luz. Buscamos la luz. El camino se hace senda y esto magnifica su belleza. Más de lo mismo, aunque tan intenso y tan bello que no se hace repetitivo ni pesado, sencillamente hermoso.
Llegamos a otro puente sobre la corriente, lo cruzamos para llegar a una empinada cuesta, la “martita” nos dice que a partir de aquí ya no tiene datos y que seguimos por nuestra cuenta, eso igual significa un sendero no ciclable, y nos queda demasiado camino por delante como para probaturas, así que fin de trayecto por esta parte, aunque algún valiente lo quiera probar.
Volvemos hasta el primer puente y vamos ahora hacia la izquierda, que en este caso es derecha puesto que volvemos por la otra parte del río. Esto es Molino-Puerto, una zona recreativa con mesas y paelleros. Nos adentramos por una valla a modo de corta caminos a los vehículos a motor, dejando paso a peatones y bicicletas, eso si, levantándolas del suelo, y adentrándose hacia el paraje de la playeta. Vamos pegados a una pared rocosa que recuerda nuestro camino de cuento de hadas allá en la Pea. Llegamos a una abertura del río, una playa fluvial después del encajonamiento al que el cañón venía sometiendo a las rápidas aguas.
Estamos en una especie de anfiteatro formado al abrigo de las altas montañas que nos rodean por tres lados, dejando abierta la escapatoria del río. Unos metros adentro del angosto cañón, vemos un salto de agua entre las piedras que entorpecen el discurrir del agua. No vemos motivo para no parar aquí a reponer fuerzas. Un almuerzo en un idílico entorno. Después de unas “cuantas” fotos y reanudamos el camino.
Nos ponemos otra vez en marcha para iniciar una dura subida a la izquierda del merendero ya en la otra parte del río. A media subida del camino de Tuéjar nos damos cuenta que la visita al monasterio franciscano no es por este camino; cónclave en medio de la cuesta para decidir si volvemos atrás al camino correcto o si continuamos. Visto lo que nos queda por delante, el límite de tiempo de la ruta marcado por la época del año y lo pronto que se hace de noche, decidimos continuar, quedará para otra ocasión. Esta corta pero dura rampa después del almuerzo es una canallada. Llegamos arriba para transitar pegados a un inmenso abismo que queda justo encima de donde hemos almorzado. La vista del cañón es fascinante.
Nos ponemos otra vez en marcha para iniciar una dura subida a la izquierda del merendero ya en la otra parte del río. A media subida del camino de Tuéjar nos damos cuenta que la visita al monasterio franciscano no es por este camino; cónclave en medio de la cuesta para decidir si volvemos atrás al camino correcto o si continuamos. Visto lo que nos queda por delante, el límite de tiempo de la ruta marcado por la época del año y lo pronto que se hace de noche, decidimos continuar, quedará para otra ocasión. Esta corta pero dura rampa después del almuerzo es una canallada. Llegamos arriba para transitar pegados a un inmenso abismo que queda justo encima de donde hemos almorzado. La vista del cañón es fascinante.
Al otro lado, en la montaña, vemos ascender penosamente un sendero que cruza un túnel excavado en la roca, y continuar ascensión por unas escaleras que a buen seguro gozarán de magnificas vistas. Vamos por este camino encaramado en la ladera hacia el puente medieval de la Mozaira que unía las casas labriegas de esta parida con Chelva.
El puente salva el profundo obstáculo del cañón del río Tuéjar con sus imponentes cortados y su considerable altura, dejando en el paisaje una postal de indiscutible belleza. Este puente es una parte del GR 7, los PR´s son tantos en esta zona que resultaría aburrido de relatar, y sobre todo, de leer.
Ya al otro lado nos enfrentamos a una senda en considerable ascenso y a todas luces no ciclable, también por consenso decidimos cruzar el puente y seguir el trayecto marcado de inicio, el cual nos llevaba por esta senda que no creíamos tal hasta llegar aquí. Ya en lo alto de la colina el relieve se aplana y podemos pedalear otra vez hasta llegar al camino que baja hacia el río y lo cruza por un puente a ras de la corriente; luego volvemos a subir a lo alto del cañón y enlazamos con el PR 93 en dirección a la ermita de San Cristóbal de Tuéjar, nosotros seguiremos camino adentrándonos en el pequeño poblado de Tuéjar y siguiendo indicaciones de PR´s para llegar a la fuente del Saz, una preciosa zona de recreo a orillas del río, con pequeños saltos de agua entre las piedras que pueblan el curso de la danzarina corriente.
Ya al otro lado nos enfrentamos a una senda en considerable ascenso y a todas luces no ciclable, también por consenso decidimos cruzar el puente y seguir el trayecto marcado de inicio, el cual nos llevaba por esta senda que no creíamos tal hasta llegar aquí. Ya en lo alto de la colina el relieve se aplana y podemos pedalear otra vez hasta llegar al camino que baja hacia el río y lo cruza por un puente a ras de la corriente; luego volvemos a subir a lo alto del cañón y enlazamos con el PR 93 en dirección a la ermita de San Cristóbal de Tuéjar, nosotros seguiremos camino adentrándonos en el pequeño poblado de Tuéjar y siguiendo indicaciones de PR´s para llegar a la fuente del Saz, una preciosa zona de recreo a orillas del río, con pequeños saltos de agua entre las piedras que pueblan el curso de la danzarina corriente.
También hay mesas y paelleros en esta zona, os recordamos la importancia de no hacer fuego en zonas que no estén habilitadas para ello, incluso en estos merenderos preparados para este fin, en ciertas épocas de mucho riesgo de incendios, se restringe el uso de los paelleros dado el peligro; ya tenemos bastante escasez de zonas arboladas como para poner en riesgo las existentes, insistimos en este punto por el bien de todos.
Aquí el camino se difumina, por lo que nos toca volver atrás, hasta la carretera que cruza el pueblo para empalmar con el track, casi en la CV 35. Un poco de confusión y finalmente damos con el camino correcto, ¿o no?, llegamos bajo el viaducto de la CV 35 y vemos que el camino tampoco está, lo buscamos y al fin damos con él, intuimos que el problema está en el desuso de este camino, que al igual que el anterior se han desdibujado bajo las hierbas que han acabado por colonizar los caminos y dejarlos mimetizados con el entorno, hasta el punto de pensar que han desaparecido. Subimos hasta la carretera y cruzamos el viaducto por el arcén tan rápido como podemos, ya sabéis de nuestra fobia a las carreteras, que no al asfalto.
Subimos hacia el camping de Tuéjar. El enclave, entre el río y la montaña es impresionante. Dejamos atrás la subida hacia la zona de acampada y nos dirigimos junto al río hacia el azud. Nos detenemos un momento junto al azud y el puente de madera, a fin de contemplar la zona de recreo e imaginarnos una jornada de descanso en este lugar.
Aquí el camino se difumina, por lo que nos toca volver atrás, hasta la carretera que cruza el pueblo para empalmar con el track, casi en la CV 35. Un poco de confusión y finalmente damos con el camino correcto, ¿o no?, llegamos bajo el viaducto de la CV 35 y vemos que el camino tampoco está, lo buscamos y al fin damos con él, intuimos que el problema está en el desuso de este camino, que al igual que el anterior se han desdibujado bajo las hierbas que han acabado por colonizar los caminos y dejarlos mimetizados con el entorno, hasta el punto de pensar que han desaparecido. Subimos hasta la carretera y cruzamos el viaducto por el arcén tan rápido como podemos, ya sabéis de nuestra fobia a las carreteras, que no al asfalto.
Subimos hacia el camping de Tuéjar. El enclave, entre el río y la montaña es impresionante. Dejamos atrás la subida hacia la zona de acampada y nos dirigimos junto al río hacia el azud. Nos detenemos un momento junto al azud y el puente de madera, a fin de contemplar la zona de recreo e imaginarnos una jornada de descanso en este lugar.
Una foto de grupo sobre el agua y continuamos. Pasamos el restaurante y nos percatamos del primer pinchazo del año, Carlos ha pinchado la rueda trasera, por lo que paramos a reparar al principio del camino de las Ramblas.
Seguimos avanzando paralelos al río, a lo largo de este tramo lo cruzaremos en varias ocasiones, a veces casi mojándonos los pies, comenzamos a ver carámbanos de hielo flotando en el curso de la corriente, nos extraña, dada la hora del mediodía y el Sol que nos acompaña durante toda la jornada, pero por otro lado, nos imaginamos las temperaturas, y hasta donde descenderá el mercurio aquí por la noche, y ya no nos extraña tanto. El hielo y algo de nieve helada nos acompañarán hasta arriba del pico Remedio. Pasamos junto a los abrigos donde hay pinturas rupestres, poco después junto al nevero, que con el impresionante paraje que estamos transitando se nos ha ido de la cabeza y ni siquiera hemos reparado en él, otro objetivo perdido. El buen estado del camino es síntoma de que por algún lado nos la tiene que jugar la ruta de hoy. No puede ser todo tan bueno. Llegamos a la bifurcación de caminos, a la izquierda el camino del Fraile se aleja hacia no sabemos donde en medio de estas agrestes montañas, nosotros vamos a la derecha por el camino de Arquelillas.
Frente a nosotros las montañas nos muestran cuan pequeños somos: unas imponentes columnas rocosas se aprietan contra la montaña intentando encajar en su espacio mimetizandose con el petreo entorno, las lineas de estratificación se observan perfectamente como cinceladas por un gigante escultor que les da forma, y así es, el gigante es el tiempo y la escultora la naturaleza.
Poco después, sale un camino a la derecha en giro pronunciado, es el camino de Andariel “ande andarás” que diría aquel, o “ande nos vamos a meter” decimos nosotros visto lo visto. Veníamos hablando que las rampas que estamos subiendo, en otro tiempo hubieran sido definitivas, para volverse atrás, pero que la experiencia y la forma física que hemos conseguido nos permite ahora subir por aquí sin demasiados agobios. A quien se le ocurrió abrir la boca. Pronto comienza un camino o mejor dicho un “calvario” de saeta “semanasantera”. Una rampa impresionante aparece ante nosotros como si el camino quisiera comprobar de primera mano lo que acabamos de decir. Nos ponemos a pedalear volcando el peso en el manillar y buscando más desarrollo; no hay, ya hace tiempo que lo pusimos para poder regular la respiración y así oxigenar las piernas. La experiencia nos decía que lo íbamos a necesitar. Y vaya si lo necesitamos ahora. Como si no fuera con él, el “torito” va abriendo camino, creemos que ha encontrado una trazada sin rampa pues, sube a un ritmo que no es normal. Intentamos seguir la trazada que no el ritmo, pero en nuestro camino sí que hay rampas, y como.
Vemos una curva allá arriba que parece el final de este suplicio, nos acercamos con sigilo a ver si engañamos a la subida, pues no, no se acaba aún, sigue subiendo con empecinada maldad. Ahora vemos un pequeño descansillo antes del resto de la subida, tan breve que para el caso ni existe. Seguimos subiendo cuando vemos al final de la rampa a Carlos esperando bajo la sombra de un árbol, eso solo puedo significar una cosa, el final. Poco a poco nos vamos acercando cada uno a su ritmo, en una procesión interminable. Bajamos de la bici para poder oxigenar mejor andando un poco y bebiendo agua. Las magnificas vistas de las montañas que nos rodean aplacarán un poco el tremendo cansancio. Nos ponemos otra vez en marcha en otra subida pues, esto no se ha terminado todavía, hay quien se pregunta si se terminará. Por si todo esto fuera poco, ahora se une al desnivel el barro. Lo que en el camino de abajo era tierra helada, aquí es una suerte de tierra blanda por el Sol, que derrite el agua del terreno embebido. Donde no llega a haber barro, el terreno está tan blando que la rueda se frena en él, no llega a clavarse pero deja un buen surco en la piel del camino. Con un esfuerzo agotador vamos avanzando metro a metro, a patadas que no a pedaladas alcanzamos el siguiente “descansillo”, para continuar en esta ascensión implacable. Otro alto en la subida para reponer fuerzas. La continuación nos hará echar pie a tierra para comprobar que la montaña nos la tenía jurada ante nuestras palabras de hace un rato. Por primera vez desde hace mucho tiempo, hoy pensaremos conscientemente en echar pie a tierra ante una subida, solo la vergüenza torera nos hará desistir de esta idea al principio, pero finalmente la dureza de la subida unida al estado del terreno, nos obligará, finalmente y muy a nuestro pesar, a bajar la cabeza tanto como el pie. Por fin llegamos arriba andando, arrastrando la bici, y con las ruedas llenas de barro, estamos exhaustos. Nos preguntamos por qué no hemos parado antes a tomar unas barritas que esperan tranquilamente en la mochila, no se han ganado ni el peso que nos aportan. Otro descanso. Al norte tenemos visión directa sobre la nevada sierra de Javalambre, ante ella la muela del cabezo con sus casi 1300 m snm. Junto a ella la población de Alpuente, con su peculiar cortado y asomándose al barranco pone una excepcional visión a la estampa paisajística que contemplamos.
Una vez arriba emprendemos un ligero descenso, más bien un paseo por el altiplano que nos lleva en dirección a la aldea o casas de labranza medievales del Mozul, recientemente restauradas y con un encanto propio, no exento de misterio dada su excepcional arquitectura.
En esta parte del camino, saldrá a nuestro encuentro un perro de caza que nos acompañara unos kilómetros. El paso cansino que llevamos hará que el pobre animal, aburrido de nuestro paso, decida adelantarnos y dejarnos atrás, para poco después volver a adelantarnos señalándonos el camino correcto de subida al pico Remedio, después de abandonar el camino de tierra y entrar en la carretera de Ahillas.
Por fin ya se va acercando nuestro destino allá arriba en la montaña, la gran altura y la poca distancia que intuimos nos resta para llegar, nos da una idea del desnivel que nos vamos a encontrar.
En esta parte del camino, saldrá a nuestro encuentro un perro de caza que nos acompañara unos kilómetros. El paso cansino que llevamos hará que el pobre animal, aburrido de nuestro paso, decida adelantarnos y dejarnos atrás, para poco después volver a adelantarnos señalándonos el camino correcto de subida al pico Remedio, después de abandonar el camino de tierra y entrar en la carretera de Ahillas.
Por fin ya se va acercando nuestro destino allá arriba en la montaña, la gran altura y la poca distancia que intuimos nos resta para llegar, nos da una idea del desnivel que nos vamos a encontrar.
Esto es siempre bueno pues, nos hace prepararnos mentalmente para lo que se avecina, y esto, aunque parezca mentira, es una ventaja. Emprendemos la subida sabiendo que esta será, sin lugar a dudas la última subida de la interminable jornada. Vamos avanzando con más voluntad que fuerza. Cada pedalada es un tremendo esfuerzo y solo nos impulsa la fuerza de voluntad. Pensamos en más de una ocasión en echar pie a tierra, quizás no por la dureza de la pendiente, pero el castigo psicológico que llevamos por el estado del camino, está haciendo mella en nuestras piernas que, vacías de cualquier gramo de fuerza, aúllan su dolor, su agotamiento está por encima de cualquier duda. Continuamos nuestro ascenso pensando en más de una ocasión en tirar la toalla, pero, el poco trayecto que nos queda hace que pese más la vergüenza del abandono que el cansancio, y así, en un alarde de guardar las apariencias, más que de demostración de fuerzas, continuamos hacia adelante. Por fin vemos nuestro objetivo delante de nosotros y nos lanzamos ciegos hacia nuestro bocadillo que espera pacientemente en la mochila a nuestra espalda. Solo pensamos en eso…. comida.
Dejamos las bicis con el mayor cuidado que podemos, y vamos en busca de un lugar soleado donde poder comer por fin… tranquila y relajadamente. Lo encontramos en la parte sur de la torre musulmana del pico del Remedio.
Dejamos las bicis con el mayor cuidado que podemos, y vamos en busca de un lugar soleado donde poder comer por fin… tranquila y relajadamente. Lo encontramos en la parte sur de la torre musulmana del pico del Remedio.
Con unas vista soberbias a pesar de la neblina existente, podemos ver, que no contemplar una extensión abrumadora. Nos zampamos los bocatas con ansia.
Una vez terminada la comida unos optan por unos minutos de relax tumbados al sol, otros nos dedicamos a contemplar el espectáculo paisajístico que se postra a nuestros pies, lejos de la bruma. Foto de grupo, una más, y nos ponemos en camino hacia el punto más alto de la cima donde reposa el vértice geodésico. Una vez allí, la visión será tan amplia como el propio horizonte. 360º de visión ininterrumpida. Impresionante. Lástima que la bruma no nos permita ver todo lo que alcanzan nuestros ojos; a pesar de eso, disfrutamos de nuestro premio.
Nos ponemos en marcha con la presión de la hora pegada al trasero. El vídeo será testigo de nuestra prisa. Nos lanzamos por el camino de tierra hacia abajo en busca de la carretera que baja hacia la Ermita del Remedio. Volveremos a encontrar a nuestro cánido amigo antes del final del camino con el susto correspondiente dada la velocidad a la que bajamos. Si supiéramos leer las señales ocultas…
Ya en la carretera, la velocidad será un aliciente a la propia sensación de saber que no quedan subidas. Visita rápida a la Ermita que se verá deslucida por el incesante chirriar de los columpios, pensamos que en un lugar de recogimiento y en que se viene a buscar tranquilidad, un poco de aceite (aunque fuese de oliva) en los columpios evitaría este tortuoso ruido. Tal vez es todo a propósito y sea una forma de redención, curiosa, pero quizá efectiva. A nosotros desde luego no nos parece nada tranquilo ni mentalmente saludable.
Ya en la carretera, la velocidad será un aliciente a la propia sensación de saber que no quedan subidas. Visita rápida a la Ermita que se verá deslucida por el incesante chirriar de los columpios, pensamos que en un lugar de recogimiento y en que se viene a buscar tranquilidad, un poco de aceite (aunque fuese de oliva) en los columpios evitaría este tortuoso ruido. Tal vez es todo a propósito y sea una forma de redención, curiosa, pero quizá efectiva. A nosotros desde luego no nos parece nada tranquilo ni mentalmente saludable.
Tiramos para abajo. Video nuevamente en marcha que atestiguará lo vertiginoso de la bajada. Curveamos con maestría a una considerable velocidad. Estamos quemando adrenalina como si se tratara de las mismísimas hogueras de Sant Antoni. Disfrutamos en cada apurada de frenada hasta que un toque ligeramente más potente de lo esperado produce un efecto dominó en los perseguidores. Carlos bloca frenos por un cálculo inadecuado, Salva responde a esa frenada exprimiendo los frenos hasta dibujar en el asfalto el relieve de sus neumáticos; Kike, que va detrás, deja la impronta tan rápidamente como sus antecesores. Todo esto en una pequeña fracción de segundo, lo que da idea de la tremenda atención que llevamos encima de las máquinas. Los sentidos a flor de piel, atentos al más sutil cambio en el ambiente, que pueda indicar peligro. Luis, por delante sigue a lo suyo, ajeno al tremendo toque de atención que hemos pasado los de atrás. Tendremos que alcanzarle. Curva a curva, y acelerón a acelerón, vamos desgranando los metros hacia Chelva. Hemos comenzado en el km. 5 y estamos a punto de llegar al final. El subidón está garantizado.
Ya estamos en las calles de Chelva, vemos que las hogueras de Sant Antoni están en plena preparación. Estoy a punto de parar el vídeo, esperando llegar a un lugar de menos velocidad para poder buscar el botón de paro. En ese momento de una calle a la izquierda sale un perro seguido de su dueño. Pasa Luis, Salva (quien si no), se encuentra con el perro delante de las ruedas. Terrorífica frenada que sin embargo parece no ser bastante para esquivar lo inevitable. Milisegundos después, continúa hacia adelante con el perro a escasos milímetros de las ruedas, chillando y corriendo con el rabo entre las patas; por el canto de un duro lo ha conseguido evitar, Carlos y yo, desde detrás hemos sido testigos excepcionales de esta extraordinaria maniobra de escape. Sin embargo, el vídeo será quien cuente la verdad exenta de sentimientos y connotaciones personales. Nosotros también hemos exprimido nuestros frenos a fondo, de otro modo hubiéramos hecho una montonera descomunal. Unos cuantos improperios después continuamos con un susto tremendo en el cuerpo pero sanos y salvos, ya entendemos por qué se llama “Salvador”, no podía ser de otra manera. O quizás ha sido el patrón de los animales quien ha salido en defensa de su pupilo.
Llegamos a la CV 35; lo tardío de la hora nos hace decidirnos a recorrer los pocos kilómetros que nos separan de Calles por esta carretera, ya que, entre otras cosas es todo cuesta abajo y el arcén es bastante ancho. La velocidad que alcanzamos en este terreno es tan alta que pocos coches nos adelantarán en este corto trayecto. Con rapidez llegamos hasta el parking donde dejamos el coche, ahora con un overbooking considerable. Los últimos rayos de un Sol poniente nos amonestan por haber apurado tanto la hora, hemos medido al milímetro, de haber hecho la visita al monasterio o al nevero, estaríamos llegando entre dos luces.
Paramos junto al coche y aún sin descabalgar, una sonrisa se dibuja en nuestros rostros, por lo que juntamos nuestras manos en un saludo de camaradería y felicitación ante otro gran reto superado, aún con las emociones a flor de piel recordando la tremenda bajada que hemos hecho y que, a pesar del susto, tan solo hemos tardado 18 minutos en bajar desde la ermita hasta aquí. Levantamos la cabeza para ver el pico Remedio allá a lo lejos, increíble pero cierto.
A sido otra de esas rutas memorables, de las que hacen afición y de las que en buena compañía, saben mejor.
A sido otra de esas rutas memorables, de las que hacen afición y de las que en buena compañía, saben mejor.
Track en Rutes de Roda i Pedal