Camarena de la Sierra
– Pico Javalambre – Pico del Buitre
Como el Ave Fenix, resucitaras de entre tus cenizas, para ser de nuevo tu…
Anónimo
Once
meses han pasado, ahí es nada, desde la
última ruta subida por Roda i Pedal a esta bitácora.
Y
no es que el grupo se haya cansado de pedalear o que se encuentre en vías de disolución, nada
de eso, pues todos los sábados las rodadas por nuestro territorio biker siguen
estando ahí, pero… , el pero podría ser, de hecho lo es, tan extenso que el que
está escribiendo esta crónica lleva más de un año intentando plasmarlo por
escrito, aunque soy tan incapaz como ahora mismo.
Muchas
son las explicaciones posibles a un "pero" que son muchos los "peros"…, un compendio
de ideas que me aclaren la situación y de paso me permitan explicarla a los
demás, pero no puedo, no sé, no lo comprendo… así que nos centraremos casi
exclusivamente en la ruta que es lo que importa a los que desde fuera del grupo
leéis estas crónicas.
Si en los últimos años, el mayor
enemigo para mi, eran los horarios de
trabajo de quien escribe (Kike), el año pasado se sumó a ello la crisis
personal que no ha hecho más que crecer y crecer y que no acompañaba para nada en las ganas de acumular kilómetros
en las piernas. A todo esto sumémosle la
caída a finales del año pasado y el parón forzoso que trajo consigo, un
“poquito” de sobrepeso para amenizar los días sin pedales, y tenemos un cóctel
explosivo del que se podría extraer que estar haciendo hoy esta ruta es un
verdadero milagro. Pero aquí estamos de nuevo,
para contar una ruta que nos hará tocar el cielo de nuestras rutas
soñadas, una ruta que me llevará del infierno más personal a la cumbre de todas
nuestras montañas, pues Javalambre, por
su proximidad a Valencia, la
consideramos una de las nuestras, y por fin, ya tocaba.
Así
que el viernes por la tarde salimos con el 10 metros, el mismo vehículo que ya alquilamos el año pasado
y que tanto juego nos ofreció, volvíamos pues a repetir experiencia.
Las
cerca de dos horas hasta el hotel en el pueblo de Camarena de la Sierra nos
deja el tiempo justo a la llegada, de
meternos unas birritas entre pecho y espalda antes de bajar a cenar una vez
acomodados en las habitaciones. Estupenda cena que sigue regada con más
cervecitas antes del rutinario paseo y los cacharritos de rigor de todo finde
biker que se precie.
La ruta
Durante
el desayuno, acabamos de despejar las
dudas si es que aún las había, sobre el atuendo más conveniente, es decir, ir
de corto o de largo. La fresca temperatura a pie de hotel, augura todavía
algunos grados menos en la cumbre, razón que con un poco de viento nos podría
crear algún problemilla a más de 2000 metros de altitud, sudando y preparados
para bajar a altas velocidades; así pues, lo mejor será pasar algo de calor en
la subida.
Iniciamos
sin dilación el ataque a los 16 kilómetros de subida ininterrumpida que nos
quedan por delante, subida que con un porcentaje entorno al 6% de media, no nos
asusta, pero en lo que a mi respecta, si
que me da algo de respeto, aunque solo sea porque, en un intento de expiación,
voy a subir 15 kilos más que el año pasado.
La
subida nos la tomamos con calma y vamos disfrutando del paisaje como de
costumbre: el río Camarena a nuestra derecha, luego una fuente, luego el desvío
a la derecha hacia el Balneario (que es por donde volveremos) ahora seguiremos
la carretera que pronto empieza a virar hacia el este y se encañona junto al
arroyo a los pies de la montaña.
El
otoño apenas empieza a asomarse tímidamente en estos valles, pues los amarillos
y rojos característicos de la hojarasca son casi imperceptibles, pero
dependiendo de la climatología a estas altitudes, el invierno podría
desplomarse sin previo aviso. Pasamos junto al campamento y la carretera gira
1800 para cogerse a la falda de la montaña, y vamos tomando altitud
entre una inmensa pinada que riega de
aromas el aire que ávidos respiramos ante el esfuerzo realizado.
Hacia
la derecha se van abriendo postales de montañas lejanas, de picos entre nubes,
de azules desdibujados entre brumas que amenazan algunas gotas a primeras horas
de la tarde. Por mi parte voy subiendo a mi ritmo, quedándome atrás cada pocos
metros, no porque mis compañeros aceleren, sino porque no puedo aguantar su constante e
invariable ritmo.
No
me asusta la subida, ya se acabará, la subiré toda y lo sé, lo que no sé es
cuánto me costará. Mientras subimos, nos encontramos con algunos buscadores de rebollones
que parecen adelantarse a la temporada. Al poco, un ciclista de carretera que
nos adelanta con un ritmo frenético, pero eso si, solo en equipo ya pesa 15
kilos menos que nosotros, así que yo subo 30 más que él y los compañeros me
tienen que ir esperando. Entre tanto sigue la subida y seguimos hablando de
todo un poco, haciendo terapia de grupo o buscando soluciones mágicas a los
problemas que nos acechan (qué bueno
sería encontrar un hada de los bosques…). Al fin llegamos al enlace con la
carretera que sube desde la autovía sin pasar por Camarena, y poco después, llegamos al parking de la estación de esquí. En
este punto acaba la carretera de asfalto y el resto del camino, que parece ser
que alguna vez estuvo igualmente revestido de alquitrán, pero que ahora es ya
de tierra.
Poco
después y de camino en busca de la cota más alta, pasamos junto a un par de
balsas que alimentan los cañones de nieve artificial, y nos percatamos del enorme impacto
paisajístico que deja una estación pequeña como esta en la montaña, lo que nos
obliga a pensar qué será de las grandes estaciones, que incluso fueran de la
temporada de nieve, son aprovechadas para el ocio y la práctica de otras
actividades deportivas como es el descenso en mountain bike.
Una
rampa durilla pero fácilmente atacable, nos deja bajo las enormes antenas y unas
curiosas construcciones a modo de refugios, aunque este no es nuestro objetivo
el cual está algo más arriba y por tanto, seguimos adelante.
Por
fin ya vemos la cumbre del Pico Javalambre, el cerro amesetado denominado "La Chaparrosa" , lugar donde está situado el vértice geodésico que marca la
cota máxima de todas las cumbres coronadas por Roda i Pedal, el techo, 2020m. snm. el cielo ya se
vislumbra, el Ave Fenix que resurge de
las cenizas y vuela a lo más alto, lo pedalea, lo sufre y lo consigue.
Llegados
a la cima, juntamos por fin nuestras manos al grito del grupo y nos preparamos
para las fotos de rigor, para admirar el paisaje tachonado de sabinas rastreras
que como lágrimas verdes decoran un paisaje llorado por los dioses, por el
fénix, por los numerosos buitres que sobrevuelan majestuosos estas crestas.
Nos
cobijamos rápidos tras el muro de la hornacina, monumento dedicado a la Virgen de las Nieves situado junto al vértice geodésico, para protegernos del ligero
viento que nos enfría por la sudada que llevamos encima. No hay más que mirar en su interior para
apreciar la huella de algún bárbaro al que seguramente le molestaba la imagen de la Virgen, que por los restos presentes, albergó en algún momento la pequeña hornacina, en
fin…, sin comentarios.
Mientras
almorzamos divisamos cumbres y les ponemos nombres intentando hacerlas coincidir
con la realidad. El drástico cambio de punto de vista nos confunde un poco y
nos muestra cimas que nunca antes hemos visto.
Aun
así, ahí están: El Penyagolosa, el alto de Pina, la sierra Espadán o el
desierto de las Palmas, esa es nuestra duda. Y por supuesto el pico Buitre,
inconfundible con sus gigantescas cúpulas astronómicas coronando la cima y por
los buitres que lo sobrevuelan. Ante él, un hermoso valle con toros campando a sus
anchas por el verde y lejano prado. Y las montañas, desnudas de árboles,
muestran las heridas que cada año les infringe el despiadado invierno que las
azota sin piedad.
Tras las fotos de rigor y la recogida de nuestra “piedrecita verticial” (la número 40 de las 41), cabría destacar una de ellas, la foto que cariñosamente bautizamos con el nombre de .., (bueno, el nombre queda reservado para los que estuvimos allí, sentimos no poder compartirlo...), imagen que nos hizo pasar un buen rato y echar unas buenas risas que ya nunca olvidaremos, por eso la incluiremos tras la del vértice y de esa forma, seguro que al menos nosotros, siempre nos vamos a reír del momento cuando la veamos.
Pasado el cachondeíto de la toma de imágenes, nos ponemos de nuevo en marcha calmado ya nuestro estómago y por lo tanto, con las fuerzas recuperadas para marchar en busca de nuestra siguiente cumbre, que no es más que el Pico del Buitre, que destaca a lo lejos, llamando con fuerza nuestra atención.
Tras las fotos de rigor y la recogida de nuestra “piedrecita verticial” (la número 40 de las 41), cabría destacar una de ellas, la foto que cariñosamente bautizamos con el nombre de .., (bueno, el nombre queda reservado para los que estuvimos allí, sentimos no poder compartirlo...), imagen que nos hizo pasar un buen rato y echar unas buenas risas que ya nunca olvidaremos, por eso la incluiremos tras la del vértice y de esa forma, seguro que al menos nosotros, siempre nos vamos a reír del momento cuando la veamos.
Pasado el cachondeíto de la toma de imágenes, nos ponemos de nuevo en marcha calmado ya nuestro estómago y por lo tanto, con las fuerzas recuperadas para marchar en busca de nuestra siguiente cumbre, que no es más que el Pico del Buitre, que destaca a lo lejos, llamando con fuerza nuestra atención.
El
valle y los toros pastando tranquilos en lontananza, pronto dejan de ser visibles a nuestra izquierda y aparece a
nuestro paso, el camino que nos desviará
a la izquierda y que nos llevará hasta la cima de los los observatorios. Un
repecho nos dejará ante una bajada que se adentra en un valle y justo allí, atónitos,
observamos un camino con una subida que se muestra criminal, y que nos deja sin palabras solo de pensar en
subirla, pero afortunadamente y a la vista de lo que nos dice el GPS, pronto
entendemos que no tenemos que ciclarla, ya que ésta es parte del camino que baja hacia el nacimiento del
río Arcos. Esa parte del track es un track alternativo, pues la ruta que seguimos es, cómo no, del
amigo Pitarque, casi siempre tan fiable (jeje…) en sus rutas. ¡¡¡ Ufff !!! de
la que nos hemos librado
Según
los mapas, había una zona del track original que no tenía camino, así que
buscamos una alternativa y de paso, miramos este track que llegaba hasta la
cumbre que ahora buscamos conquistar. Esta alternativa también presentaba
perdidas de caminos además de una subida importante hasta enlazar con el otro
track. De todas formas vemos que el sendero sigue subiendo al otro lado del
valle con algo más de zigzag y por tanto, con algo menos de pendiente. Ya en
esta bajada, en realidad, desde que tomamos este camino, el firme nos avisa de
lo que encontraremos después, solo que no sabemos leerlo.
La
bajada, con mucha piedra visiblemente meteorizada por las duras condiciones
meteorológicas que en la mayor parte del año sufre del lugar, nos hace estar más
que alerta en todo momento, así que imaginar pues con un problema en el freno
delantero que lleva el compañero…; tras
este valle otro valle más amable, nos dejará a los pies de la cumbre, cima que
aunque todavía se muestra lejana, su visión nos da el ánimo suficiente coimo para
querer llegar cuanto antes.
Una
vista espectacular de este paisaje semi desértico, tan árido y rudo como
cautivador. nos llevará por fin arriba, al paraje denominado " la Loma Alta" la parte más elevada del Cerro del Buitre, justo donde se sitúa el vértice geodésico. El último esfuerzo para coronarlo nos da el
puntito de haber conseguido nuestro segundo premio del día, otro vértice, otra “piedrecita verticial” para la cole,
otra foto de grupo y la satisfacción propia del esfuerzo que nos ha traído
hasta aquí.
Observamos
el paisaje con avidez, pero la avería en la bici de Luis nos sigue preocupando y se impone
más sobre la conveniencia o no de
seguir uno u otro camino, más que de estar por la labor de sobar el paisaje
con la mirada como siempre solemos hacer.
De cualquier forma, exploramos el solitario lugar y damos buena cuenta de
lo espectacular del complejo astronómico, el cual parece estar en vías de un
definitivo acicalamiento exterior a tenor de las obras que al parecer se están
efectuando.
Contemplada
pues la zona, ya hemos visto desde aquí, la bajada tan pronunciada que tendríamos que
hacer para llegar hasta el río Arcos, por lo que la subida al otro lado no
parece quedarse atrás en cuanto a desnivel. Al final, optamos por deshacer el
camino hasta el desvío y seguir el track de Pitarque.
Iniciamos
pues el retorno para comprobar que todo este camino es una pequeña locura. El
firme está mucho más roto de lo que parecía, las subidas son más intensas y las
bajadas no se dejan disfrutar de tanta piedra astillada que dificulta el agarre
y te hace temer una caída inminente a cada metro que ciclamos . Al final , los
13 kilómetros que añadimos de ida y vuelta nos dejan un desnivel acumulado casi
igual a la otra subida, quizá no nos hayamos ahorrado nada o muy poco, quizá en la bajada hayamos salido perdiendo,
en fin, nunca se sabe.
Desvío
y seguimos ruta, ahora a la izquierda, siguiendo un cartel que reza, solitario
y solemne , “Arcos de las Salinas”. Un repecho más y ganamos la bajada. Al
momento sabemos que no solo no hemos ganado nada, sino que aquí metidos pagaríamos por un
traslado de camino. Nos vemos casi inmersos en un barranco similar al del año pasado en la ruta
de Uña. La machaca que plaga por doquier
el camino, nos hace temer un patinazo del tren delantero en cualquier momento,
pues al tener que ir frenando continuamente, le cortamos la inercia que nos puede salvar de
una caída. Así bajamos los casi 5 kilómetros de pista del infierno, poco
después, llegamos a un cruce de caminos: por la izquierda sube el camino
alternativo que no cogimos, hacia la derecha sube el que tenemos que seguir.
Este
también es el tramo donde no se veía sendero en los mapas. El camino es una
pista ancha y en buenas condiciones, por fin…, en cambio la otra opción en el mapa es un camino viejo y abandonado que pasa
junto a los corrales del Tayuelo, tan viejos y abandonados como él mismo. Visto de otro modo: y tras una cómoda aunque
aburrida subida por asfalto, nos habíamos acostumbrado a un rodar fino y suave
que nos había puesto un punto de sibaritismo en el cuerpo, por lo que un poco
de polvo y piedra nos ha devuelto a la realidad de este nuestro deporte, que de
haber estado en mejores condiciones hubiera sido todo un lujo, pero también es
cierto que nuestra forma de disfrutar de la bici no son las bajadas imposibles,
técnicas, trialeras ni con un riesgo excesivo, llámanos aburridos, pero
nosotros estamos más por el paisaje y la compañía, rodar en grupo y poder
charlar y gastarnos bromas dialécticas a medida que vamos ciclando.
Iniciamos
poco después la subida que nos dejará ver el pequeño valle donde se asientan
los viejos y derruidos corrales y nos
encontramos con alguna rampa que aunque exigente, no nos llega a marear.
Tras
una curva de herradura la cosa se recrudece un puntito y ya empezamos a tener
la sensación de que esto no para de subir. Es lo que pasa cuando tras muchas
subidas, las bajadas no te han dejado
disfrutar de la velocidad del viento en la cara, de las sensaciones fuertes y
del subidón de adrenalina que te atiza sin contemplaciones toda buena bajada,
un pequeño lío pero se entiende, ¿no? . Al
fin remontamos esta subida y quedamos a merced del paisaje del alto del Collado
Buey. Por fin tocamos pista conocida y esta empieza a picar hacia abajo con las
sabinas abrazadas al suelo como verdes islas tropicales. Pronto nos adentramos
bajo la cubierta del bosque.
Transitamos la altiplanicie hasta llegar al barranco de La Saladilla, espectacular con sus gigantescas rocas medio suspendidas en el aire, otro repecho y ya por fin, el Collado Buey, la señal, el desvío a la izquierda hacia el Calderón y nuestro camino al frente, que ya de una vez parece que tiende a bajar.
Vamos
cogiendo velocidad por esta pista ancha
y en perfectas condiciones, toda una novedad en el día de hoy; es un tramo casi recto que nos acelera con un
perfumado viento en la cara. Los pinos y la humedad de una tierra fresca y cubierta
de pinocha, saturan el aire de olores terrosos, viejos, ya casi desconocidos
para los urbanitas que solo olemos en nuestras ciudades a orines de perro por
doquier, ¡que tontos somos los humanos ¡ . Una curva de herradura nos devuelve
a la realidad obligándonos a frenar de lo lindo, enseguida otra, ambas nos
hacen descartar caminos que siguen de frente internándose en la montaña, que
tentación…, pero seguimos por la pista principal. Pasamos un par de fuentes y
con la velocidad que llevamos pronto llegamos a la conocida zona de Matahombres, lugar elegido
para reponer de nuevo nuestras maltrechas fuerzas tras muchas horas de pedal.
Llegados
a tan plácido lugar, nos cobijamos bajo un inmenso ejemplar de pino rojo que
aloja bajo sus ramas una gran mesa de hormigón con bancos a ambos lados del
mismo componente. Es tiempo para la
comida quien tenga hambre, pues a mí el cansancio no me permite comer, pero al
final y ante la insistencia de mis compañeros me obligo a picotear el bocata
rendido ante los paisajes que llenan mi memoria, ellos si que dan buena cuenta
del avituallamiento que devoran con ansiedad en un abrir y cerrar de ojos mis
compañeros.
Comentamos
entre bocado y bocado, la tremenda
bajada hecha puré por la que hemos descendido y que nos ha cansado más que la
subida, así no hay quien disfrute. Hablamos del título de esta ruta, algo así
como que Roda
i Pedal resurge como el ave fénix de sus cenizas y alcanza la
cumbre: Ave Buitre, los que van a subir
te saludan. (risas…) Es curioso el grado de compenetración; aun por separado
habíamos pensado algo relacionado con cenizas, aves, cumbres, resurgir… o es
que nos conocemos mucho, o esto empieza a ser ya muy preocupante.
Estamos
a escasos 10 kilómetros del fin de ruta y creemos que ya es todo para abajo, “ja”.
Al poco de salir del área de recreo,
nos encontramos con una primera subida suave, luego, junto a unas viejas casas
medio derruidas a orillas del Río Deva nos topamos con otro tramo ya no tan
suave, ¿o serán las ganas de terminar la ruta que todo se ve “parriba” ?; poco después comienza una bajada vertiginosa por
asfalto y con suaves curveos que parecen aumentar la velocidad, pero lo que
aumenta es la sensación de disfrute en cada cambio de trayectoria, la bajada
pasa junto al balneario ya cerrado, y desemboca enseguida en la carretera que
ya tira de nosotros hacia abajo para llevarnos raudos hasta frenar junto al
hotel y dar por terminada otra inolvidable ruta por las montañas, nuestras
montañas, todas ellas.
A
nuestra llegada, el saludo de final de ruta no se hace esperar, y pronto bajan
las chicas con las frías cervezas de las que daremos cuenta antes de la ducha
de rigor mientras nos contamos respectivamente las batallitas del día, recogidos
bajo un porche cubierto de parras ya caducas y regados de pronto, por una suave llovizna que nos recuerda el
principio de otoño en el que esta lugar ya está inmerso, lluvia que dará un
buen empujón a las setas que ya se adivinan entre los bosques; nosotros mejor las saborearemos en el plato. Con
el cansancio acumulado, no quedan ganas ni de acercarse a la zarza, a escasos
metros, a coger unas moras o unos arándanos, que mejor los disfrutaremos en el
plato a mesa puesta.
Previo
a la cena, unas birritas más tras la reconfortante ducha, devolverán
definitivamente el líquido perdido a nuestros deshidratados cuerpos y nos darán
por qué no decirlo, ese puntito que
ayude a amenizar el banquete que se avecina.
Acto seguido y tras la buena mesa,
un paseo hasta la fuente de la plaza nos acomoda el estómago,
callejeamos por la solitaria zona y volvemos junto al lavadero para seguir con
la velocidad crucero, a la ingesta de más cerveza y algún que otro cacharrito, no
vaya a ser que baje el nivel; por Dios,
trata de no bajarlo…
Al
final los 6 packs de de birras han llegado justitos y llorando al final del
finde, un puntito más de calor y hubiésemos tenido un problema…jejeje. El departamento de logística tendrá que
estudiar detenidamente esta circunstancia para futuros findes.
Domingo
Después de un buen desayuno en grupo, nos ponemos en marcha hacia Rubielos de Mora. La
bajada hasta la autovía nos hace tener ganas de volver a pedalear, pues la subida está tachonada de ciclistas con
flacas subiendo hacia la cumbre, no sé si parar y explicarles lo que les queda…
Ya
en Rubielos, paramos en el hotel de montaña el cual tiene muy buena pinta, a reservar mesa para comer, y nos vamos a
hacer la excursión prevista por fuente Narices y el Arco Natural de piedra que
hay por la zona, una pequeña caminata para abrir el apetito de más cerveza. El
fallo es que tras pasar por Nogueruelas nos damos cuenta del error; no era
subiendo desde Rubielos de Mora sino desde Mora de Rubielos. Enmendar el error nos costaría al menos una
hora de coche entre ida y vuelta, cuestión que tras valorarla, nos hace optar
por pasear por las estrechas calles de Rubielos de Mora y disfrutar de su
tranquilidad, de su arquitectura y de la limpieza de sus calles comparada con
las de nuestras ciudades, sobre todo Riba Roja del Turia que parece el pipican
del mundo.
Para
iniciar este paseo con buen pie después del error, hemos tenido la suerte de
ver un hermoso cervatillo cruzar ante nosotros y perderse en el bosque tras
remontar, como si tal cosa, un pronunciado terraplén que nosotros a pie aún
estaríamos subiendo. Ha sido un hermoso regalo de la casualidad.
Tras
la buenísima comida, nos aberronchamos en la terraza del hotel contemplando la
suave y constante lluvia que no tiene pinta de parar, así que después de varios
cafelitos, nos ponemos en marcha de
vuelta a casa, no hay más remedio.
Teruel
nos despide con una granizada de las que hacen época, la cual afortunadamente no la sufrimos en marcha,
pero aún llegamos a observar un paisaje blanco que contrasta con la roja tierra
y los verdes trozos de bosque que sobreviven junto a la autovía. Solo dejará de
llover para que podamos descargar la furgoneta, poniendo así un punto y final
de ruta distinto al de otros findes bikers.
El
recuerdo, las fotos y esta crónica, quedarán aquí para que nunca lo olvidemos.
Ya estamos planificando el próximo finde biker de Roda i Pedal para el 2016.