Un
año más acudimos puntuales a nuestra cita con el finde biker, ese pequeño
espacio de tiempo que a lo largo del año compartimos con nuestras parejas y
amigos, todos juntos en algún entrañable y desde este momento inolvidable
rincón de la geografía valenciana y, en las últimas salidas, en provincias
cercanas.
Venía
este año el evento con más carga emocional que en otras ocasiones para quien
escribe, y también para el resto del grupo por ser partícipes de dichas cargas,
aunque por supuesto no se le hace ascos a este importante evento anual, si es
cierto que lo afrontaba con una cierta pasividad y falta de la euforia de otros
años. Pero vamos a lo que interesa que si no esto se enfría.
El
añorado grandote y por primera vez en un finde biker ya no estaba con nosotros,
por lo que la logística del viaje nos ha
obligado a alquilar un vehículo “ ad-hoc” que ha sido una de las principales
distracciones, convirtiéndose en el tema de conversación y bromas, tanto en los
días previos como a lo largo del finde.
El
“10 metros”, como lo hemos bautizado, y nadie me convencerá de lo contrario,
tenía cabida para las 3 parejas, las 3 burricas y todo el equipaje; la
francesita entre las dos yanquis podía deparar una canadiense después de tantas
horas de estar tan juntitas rueda con rueda e intercalar pedales… dejemos ahí
el tema, no más charcos. Pues allá que
vamos todos contentos y felices en el monstruo al que voy domando poco a poco
de camino a la Serranía de Cuenca. Menos animados en el viaje que en otras
ocasiones, también contribuye un poco a ese amuermamiento que he ido sintiendo
a lo largo de estos días, y me perdonaran los compañeros que vuelva una y otra
vez a insinuar el tema para una mejor comprensión de las cosas.
Llegamos
al estupendo hotel que tenemos reservado en Villalba de la Sierra y tras
acomodarnos, se hace urgente meter combustible en el cuerpo antes de cenar y
tener una primera ronda de cacharrito y cerveza a gogó, con las bromas
pertinentes, antes de irnos a dormir con el gusanillo de “la ruta que nos
espera”. Y aquí está el sábado por la mañana dispuesto a dictar sentencia.
La ruta
El
día despejado, sin viento y con una temperatura que condensa el aire que exhalamos
al hablar, eso lo dice todo. Por supuesto de largo. Iniciamos la ruta con una
breve y tempranera discusión por las pilas del GPS y, tras cambiarlas,
mantenemos todo el trayecto hasta Las Majadas con el “treki” apagado para
ahorrar batería, pues las pilas de la
cámara también están muertas, vamos bien…, ya solo falta que pinchemos mi rueda trasera
que está sin tubeless y voy con cámara,
y aunque todos llevamos una de repuesto, con el tiempo que llevan ahí
guardadas igual están pasadas o pinchadas o podridas, vete tú a saber.
Continuando
con la ruta, al menos en este tramo no hay pérdida posible, carretera siempre
hacia arriba, si no sube no es la correcta.
El inicio pronto nos deja dos improntas:
por una parte los preciosos paisajes de la vega del río con los chopos pintando
en amarillo, y por otro el calor que se acrecienta a cada pedalada hacia
arriba. La subida es constante y aburrida por asfalto, pero la falta de rampas
fuertes nos hace coger un ritmito cuartelero que en algún momento nos hará
pedir un poco de tregua para recuperar pulsaciones y algo de fuelle. La subida
también va sirviendo de terapia anti estrés de esa que nos procuramos nosotros
mismos a falta de alguien mejor con quien hablar, bueno, mejor dicho a falta de
profesionales con los que hablar, mejor imposible. Así llegamos a la conclusión
de la paradoja entre la vida y una ruta ciclista… en fin. Y es que nos
conocemos tanto que tenemos hasta los mismos pensamientos, como en la cena de
anoche con el temita de la fuente de migas que tanta gracia nos hizo a Luis y a
mí.
Seguimos
subiendo, seguimos sufriendo y sudando, aburridos de tanto negro asfalto hasta
que los buitres irrumpen en nuestro campo de visión.
Preciosos bicharracos si
es que algo así puede ser bonito, pero sí, lo son. Inmensos, impresionantes, majestuosos
en su suave planear. Vamos tomando nota mental de la subida, de estos
interminables 14 kilómetros de carretera que tendremos que repetir de bajada y
en la que juramos no dar ni una sola pedalada, si podemos evitarlo. Mientras tanto, vamos disfrutando de la
conversación y de las enormes pinadas que nos rodean, las cuales aportan su
característico aroma, más intenso bajo la sombra y la humedad que aún se
destila de la noche recién disipada. Durante el ascenso, nos adelantan muchos
coches que veremos parados más arriba en los caminos para buscar las preciadas
setas, pero nosotros a lo nuestro que es dar pedales hasta una imponente bajada
de poco más de un kilómetro que nos deja en el corazón del pueblo de Las Majadas. Aquí entre el “Treki y la Martita” nos guiarán
en el periplo por el interior de la serranía, por los bosques casi infinitos que
aquí aún se conservan más o menos intactos.
Dejado
el asfalto empezamos a ver los efectos de las últimas lluvias en esta zona,
allí en Valencia no llueve ni con los grifos abiertos. Esto, además de algún
charco en el camino y el consiguiente barro, deja unas postales inolvidables en
las “retinas”, que almacenan terabytes de información para guardar cada una en
sus respectivos discos duros. Y los aromas, deliciosas fragancias que saturan
nuestros sentidos. Enormes pinos se elevan rectos hacia este cielo azul que hoy
nos acompaña. Bordeamos la muela por la parte norte, y en nuestro lento periplo
hacia el este y el sur, contemplaremos
los extensos pinares y los verdes prados salpicados de miríadas de lágrimas de
vida.
En contraluz con el sol el espectáculo visual está garantizado y nos hará
sacar la cámara para intentar capturar ese fugaz instante que la memoria,
perezosa, no será capaz de retener intacta con el paso del tiempo.
Esperamos
inminente la subida que nos lleve al cielo de nuestra ruta, pero ese instante
se resiste más de lo esperado y hacemos, tardía, la parada del almuerzo en un
prado al abrigo de la arboleda, donde no hay ni una piedra que nos pueda servir
de asiento por raro que parezca.
Cae el bocata y la cerveza como por ensalmo
para dejar un poco mejor repartidos los pesos y los equilibrios, a la vez que
también para saciar un hambre que ya hace rato iba insinuándose de forma más
que insistente. Otra vez los buitres nos sobrevuelan viendo como nos cebamos y
buscando la presa más fácil del grupo, seguro que por arriba nos esperarán otra
vez.
Nos ponemos nuevamente en marcha con el camino desdibujado en algunos
tramos o completamente anegado y enfangado en otros, motivo que nos obliga a
ciclar por encima del prado siguiendo un rumbo que no un camino. Poco a poco la
subida va tomando forma hasta un pronunciado giro a la derecha que nos mete
totalmente campo a través hacia una montaña que parece no tener salida. Si la
tiene, bajo los árboles y por un viejo camino que alguna vez perteneció a un
barranco. A mitad de la subida el insoportable calor me obliga a quitarme la
chaqueta y seguir en manga corta, curiosa circunstancia que será aprovechada
por mis compañeros para sacarle punta y tenerme en jaque el resto de la ruta y,
por qué no decirlo, del viaje. El
“camino” roto nos obliga a tirar de potencia y de técnica salvando algunas
pronunciadas roderas hechas por la fuerza del agua. Arriba otro giro a la
izquierda y ya más o menos en llano encontramos otro viejo camino embarrado en
ciertos tramos y con más ruido que nueces en la mayor parte de él. Todo el
barro que nos amenazaba en algunos de estos tramos se ha quedado solo en eso,
amenaza, pero por hablar, allí asoma “Murphy” para dictar su ley y condenarnos
a pasar un tramo de 2 metros que haría la delicia de los amantes de este
“soliquidoelemento” llamado barro, fango o “cagoenlaputacomomadejaolasruedas”
que nos pone un puntito de agresividad y de mosqueo que no tiene precio.
Enlazamos
con una pista en mucho mejor estado y la tomamos a la izquierda. Poco después
aparece, en medio de una recta, una vigorosa y altiva figura en medio del
camino.
No, no es el hada esa que siempre esperamos encontrarnos en medio del
bosque en una ruta, es un ciervo, parado en el camino y… sorpresa, otro más
pequeño aparece para cruzar el camino y ambos desaparecen entre la frondosa
protección vegetal. La estampa nos cautiva e impresiona sobremanera, hemos
intentado capturar la furtiva imagen pero la distancia y un pequeño movimiento
al final puede que nos haya arruinado el momento. Con esta alegría danzando en
nuestro interior llegamos a un cruce de caminos para seguir casi recto, un
izquierda derecha rapidísimo y otra vez nos vemos inmersos en medio de la
pinada.
Encontramos algunas curiosas formaciones rocosas que nos anticipa el espectáculo
de Los Callejones de Las Majadas y que nos servirán de marco para alguna foto
de grupo. Tras la foto estamos ansiosos por iniciar la rápida bajada que
intuimos hacia los precipicios que dominan Uña y la preciosa laguna que hay
junto al pueblo.
Así pues,
iniciamos poco a poco la bajada, pero de rápida no tiene nada. Al poco
nos damos cuenta de lo que nos espera y rezamos para que el tramo sea corto,
pero ni lo uno ni lo otro, nos acabamos de meter en una trampa. El “camino”
comparte espacio con un barranco, y ya sabemos que es lo que estaba antes. Las
piedras alfombran el firme y aunque sea de “bajada” no paramos de tirar de
potencia para salvar los pedruscos o los badenes que forma el paso de agua
cuando la hay, menos mal que está todo seco.
Aún
así, el control sobre la bicicleta es el justo para dirigirla hacia donde
queremos, luego es la suerte quien decide la trazada, el que cojas una piedra o
la de al lado, y que la que pilles se mueva menos que la otra para tener una
mejor estabilidad y un mejor punto de apoyo para asaltar el siguiente
obstáculo. Solo los innumerables ciervos que corren junto a nosotros por las
laderas, y que cruzan el camino frente a nuestra atónita mirada, nos hacen
apartar los ojos del camino en un acto reflejo por captar esos momentos tan
efímeros que la naturaleza en contadas ocasiones nos ofrece, aunque son
momentos que una vez volvemos la vista al suelo no sabemos con qué nos vamos a
encontrar… o sí, y es que la vida, a veces, es una puta mierda.
Cada parada
para una foto o cualquier otra circunstancia es un respiro que tomamos como una
bendición y con una mirada interrogante a los compañeros preguntando si falta
mucho. Esta nueva modalidad de "bike-ranquismo" que estamos probando hoy no nos está gustando demasiado, pero ya que estamos metidos vamos a llegar hasta el final.
Los
improperios y demás maldiciones, tacos y juramentos ya hace rato que los hemos
agotado. Este tramo de unos 7 kilómetros entendemos que es “ciclable” si tienes
una experiencia encima de la bici, una técnica razonable y una buena forma
física para afrontar el duro esfuerzo al que este tramo nos somete, si no es
así es un pequeño suicidio pues el tramo no da, no solo ni un segundo de
respiro sino que además consume más energía que la propia subida. En fin, cada uno que juzgue la dificultad sobre sus
propias piernas y brazos, pero visto lo visto casi nos habría convenido iniciar
la subida en Uña y hacer un tramo de unos 400 metros no ciclables hasta arriba
del Escalerón y allí enlazar con el camino, dar la vuelta hacia Las Majadas y
en la cara este de la muela bajar por asfalto hasta la presa, que era una de
las variantes estudiadas, pero al final descartada por el tramo de empujar la
bici cuesta arriba.
En
este caso las siempre fiables rutas de Pitarque no nos han convencido del todo,
por no decir que en este caso “nos la ha clavado hasta el fondo”.
Salimos del
barranco para toparnos de frente con una de las postales más espectaculares que
hemos visto en todas nuestras rutas. La laguna de Uña con su cinturón de
árboles amarillos tomados al asalto por el inminente otoño que no deja de
anunciarse pero que se retrasa semana tras semana. Este centro fotográfico está
perfectamente enmarcado por la grandiosidad que otorgan los tremendos cortados
a un lado y otro, caídas verticales de más de un centenar de metros y que,
perfiladas en las rocas desnudas, muestran una intensidad apabullante cincelada
a golpe de viento, agua y tiempo.
Aunque
hacia arriba el espectáculo sigue: los buitres sobrevuelan todo y se adueñan de
un paisaje cada vez más grandioso conforme más detalles somos capaces de
captar. Nos emborrachamos de paisaje, de sensaciones, de emociones encajadas en
los resquicios que el cansancio va dejando conforme vamos recuperando las
pulsaciones y destensando los músculos. Miramos con avidez y fotografiamos todo
a nuestro alrededor.
No podía faltar una foto de grupo en un lugar tan grandioso
como este, nos hubiera gustado que estuviera aquí Carlos para hacer de este
sitio algo aún más especial con todo el grupo al completo. Bordeamos el
acantilado por el camino de la Raya y vamos asomándonos a distintos miradores
para obtener nuevas panorámicas que nos impresionan tanto como las anteriores.
Los toboganes del camino por los que pasamos también nos los llevaremos de
recuerdo.
Llegamos por fin a un mirador que nos ofrece la última vista de la
laguna y el pueblo, a partir de aquí el giro hacia el norte nos alejará de la
laguna y nos hará transitar junto al barranco de la Madera y luego junto al del
Molinillo formando un inmenso cortado que delimita la vertiente oeste de la
muela. Este tránsito nos dejará alguna postal lejana del Júcar al encuentro del
Ventano del Diablo, que no veremos por bien poco pero que situamos en las
montañas lejanas que cierran el valle. En algunos momentos el cielo es una nube
negra de tantos buitres como nos sobrevuelan. Y así afrontamos la última subida
del día, aunque decir esto siempre es aventurado.
Junto
al camino que se adentra a uno de los miradores, y bajo unos hermosos árboles,
decidimos hacer la parada para comer el segundo de los bocatas que llevamos en
el zurrón. El cansancio es tal que las fuerzas flaquean y gritan con ganas la
necesidad de algo de gasolina. Tras la comida, que es lo más inminente, y
viendo la hora que es, decidimos pasar de este mirador y seguir hasta el
siguiente que está junto al camino y no hay que desviarse, en él podremos
apreciar con la misma claridad la profundidad del cañón y el soberbio
espectáculo visual que se abre ante nosotros. Siguiente objetivo Los Callejones
de Las Majadas. Una especie de ciudad encantada al más puro estilo conquense.
Llegamos junto con otro gran grupo de personas que se disponen a pasear por
esta ciudad de piedra. Este hecho hace que el moverse con las bicis entre tanta
gente sea complicado y algo molesto para todos, como además no vamos muy bien
de tiempo, pues aún nos quedan por bajar los 14 kilómetros de carretera,
decidimos hacernos un par de fotos con las rocas quizá más representativas del
entorno y que están más próximas a la zona de aparcamiento y acceso al lugar.
De aquí nos dirigimos otra vez al pueblo para cerrar el círculo e iniciar la
subida de la carretera que nos dejará la pista libre para un descenso épico.
Este sí rápido, divertido y seguro por asfalto. Velocidades punta de 60 kilómetros
por hora, nos hacen tener todos los sentidos alerta y tocar con tacto de seda
las manetas de los frenos lo justo para quitarle la aceleración de sobra a la
bici sin matarle la alegría con la que toma cada curva. Llegamos al hotel con
la tensión en el cuello de aguantar en una posición aerodinámica y en las manos
de tanto frenar, pero con un subidón de adrenalina que nos pinta la cara de los
colores y olores de la felicidad que hemos sentido en estos largos e
inolvidables 80 kilómetros de maravillosa ruta, una gozada.
Tras
la ruta el encuentro con las chicas. A falta de un espacio mejor, utilizamos la
enorme furgoneta como lugar de reunión y allí desmenuzamos los pormenores de
las rutas, la nuestra y la de ellas bajo los atentos cuidados que nos brindan
las cervezas fresquitas que salen casi sin descanso de la neverita rodapedalera.
Un
poco más tarde y tras la reconfortante ducha, la cena sigue siendo un aluvión
de anécdotas en el que seguimos desgranando detalles y situaciones que ponen
más de una risa en la mesa antes de retirarnos para seguir haciendo agujero en
la nevera.
Domingo
Desayunamos
con la tristeza de tener que dejar el hotel e iniciar la última parte de este
finde, y nos dirigimos al Ventano del Diablo que nos viene de camino hacia Uña.
El
Ventano es un gran balcón abierto al cañón del Júcar y con unas vistas
soberbias sobre él y sobre las cuevas al otro lado del río. Es toda una sensación
asomarse a este impresionante mirador que nos dejará hipnotizados ante su
curiosa ubicación.
Luego llegamos a Uña para disfrutar de un recorrido junto a la bella laguna que ayer veíamos a vista de buitre y que hoy gozaremos a ras del suelo. El espectacular colorido de La Otoñada que pasea su manto de color por todos los rincones de este espacio natural de tan singular belleza nos hará deleitarnos en estas horas finales de otro magnífico fin de semana en la mejor compañía posible.
En fin, este es el breve relato de lo mucho y bueno que ha dado este inolvidable Finde Biker 2014. Hasta pronto.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8189225
Luego llegamos a Uña para disfrutar de un recorrido junto a la bella laguna que ayer veíamos a vista de buitre y que hoy gozaremos a ras del suelo. El espectacular colorido de La Otoñada que pasea su manto de color por todos los rincones de este espacio natural de tan singular belleza nos hará deleitarnos en estas horas finales de otro magnífico fin de semana en la mejor compañía posible.
En fin, este es el breve relato de lo mucho y bueno que ha dado este inolvidable Finde Biker 2014. Hasta pronto.
Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8189225