Tiempo de verano, tiempo de pedalear y disfrutar del aire libre… pero con este Sol abrasador algunos tienden más a meterse bajo la sombra que a pedalear por esos caminos que tanto nos gustan. Solución: pedalear a la luz de la Luna y darse un buen y fresquito “baño selenita” sin ese castigo y calor que nos brinda la plena luz del día.
Con estas consignas y con la ilusión renovada un año más, de realizar la ruta nocturna, y aún a pesar de que alguno de los miembros del grupo no pusiera a priori mucho entusiasmo en esta edición, planificamos la rodada con algunas alternativas para darle un nuevo aliciente si cabe. Al final las alternativas, con sus pros y sus contras, fueron quedándose por el camino y recurrimos a una ruta fácil. Fácil en cuanto al hecho de un voto seguro por parte de todos, fácil de pedalear, fácil de encontrar en ella un aliciente, sin nada nuevo ni extraordinario, sin sorpresas, vamos, que alguien podría pensar que es lo de siempre…., si, si, lo de siempre pero con el aliciente de la nocturnidad. Ciertamente la ruta nos resulta fácil por su simpleza, pero en este caso su rutina nos hace disfrutar de otras cosas sin tener que fijarnos en el camino, pues al fin y al cabo ésta, la nocturna, es una ruta de simples y meras sensaciones, y si esto nos funciona por fácil que nos parezca ¡para qué cambiarlo!
Bien, pues todo el grupo al completo en la base y con las pilas cargadas (tanto las naturales como las artificiales) para esta nueva aventura, cambiamos los habituales cristales solares por los fotosensibles y nos ponemos a pedalear poco después de las 20.00 h. Vamos persiguiendo al Sol en su meteórica carrera por el firmamento hacia su ocaso. En los primeros minutos todavía nos castiga los ojos con su mortecina inclinación sobre el horizonte oeste mientras comprobamos que la piel no sufrirá hoy su caluroso rigor. La primera subida hacia el polideportivo de Manises deja claro que hoy, quien escribe estas líneas no va muy fino, tocará pues apretar los dientes y sufrir; la pesadez en las piernas me hace cuestionarme algunas, por no decir todas, las rutas que tengo en mente, pero como los demás sigo pedaleando entre el grupo mientras vamos rememorando nuevos triunfos de la armada invencible en que se ha convertido nuestro deporte en los últimos tiempos.
Rodamos tranquilos pero a buen ritmo, repasando a la par el variado panorama deportivo que la semana nos ha deparado, cuando de repente observamos que ya estamos rodeando la Muntanyeta, que el horizonte Sur nos muestra los picos de El Montcabrér, El Montdúver o La Serra de les Rabosses en un lugar inverosímil sin tratarse de una isla, es lo que hace la curvatura del golfo de Valencia. Bajamos hacia Loriguilla como un tiro, igual que siempre, empecinados esta vez en perseguir la celestial esfera incandescente sabiendo que no la alcanzaremos nunca pero con la certeza que nos dejará más cerca de nuestro destino si así lo hacemos. Este lo encontramos en el cruce del Mas de Pozalet donde por fin dejaremos de ser perseguidores de la bola brillante y marcaremos nosotros, por fin, el camino.
El Altico de los Pinos, recorta en silueta contra la puesta de Sol que deja esa luz que todo lo cambia. Cada nuevo repecho es un suplicio para mis piernas, y el de la cantera no va a ser menos. Llegados a este punto es el momento de activar las luces traseras y así, hacernos visibles en un paisaje cada vez más difuso. Empieza la subida y por lo tanto la tortura...
El tramo de asfalto por la urbanización me resulta matador, pero llegados a su fin y al entrar en terreno biker decido echar el resto y jugármelo todo a una carta. Me impongo el ritmo de subida habitual del grupo como si fuera bien; por un momento engaño a las piernas y estas creen que van bien, pero el camelo me durará hasta mediada la subida, en ese momento la burbuja se rompe y deja ver que dentro no hay nada, que no tengo fuerzas para seguir al resto de mis compañeros. Me voy descolgando poco a poco hasta mi llegada a la Luz cuando ellos ya están medio descansados. En este momento la prudencia aconseja poner en marcha las luces delanteras para hacernos más visibles en la bajada y nos tiramos en busca de la pinada junto a la Bassa Barreta que será nuestro lugar de avituallamiento. Nos dirigimos a los bancos por el camino adaptado, no al lago. Acordamos arriba el orden de bajada en función de la velocidad que cada uno desea alcanzar y en consecuencia, los riesgos que cada uno pretende asumir. A pesar de la creciente oscuridad, todavía se ve bastante bien el camino de bajada y eso anima a lanzar la bicicleta después de las controladas frenadas de corrección antes de entrar en las curvas. Los baches es lo que más hará que bajemos la velocidad; si perdemos el faro a esta velocidad, el regreso completamente de noche podría tornarse complicado.
En un suspiro llegamos a nuestro destino final con la emoción de haber podido disfrutar plenamente de esta bajada entre las sombras, sin olvidar que el año pasado nos dejó un susto para el recuerdo. Este año se ha portado mejor y la experiencia ha jugado su baza al evitar despistes innecesarios y con ello aplicar una dosis extra de atención y prudencia (dentro de la locura, claro está……risas…..)
Silencio. Eso es lo que encontramos a nuestra llegada en el claro de luz donde están los bancos en los que degustamos la cena. Solo el incansable “ric,ric, ric” de los grillos rompen el encanto del hechizo nocturno bajo las ramas de los pinos. La soledad del camino se prolongará también a este momento de descanso y no veremos ni oiremos nada ni a nadie durante toda nuestra estancia en el paraje, como a priori es normal a estas horas y en estos lares, (aunque damos fe que no siempre ha sido así), pero es que tampoco escuchamos ladridos de perros a lo lejos que interrumpan nuestra paz, el momento resulta simplemente magnifico.
Sentados en los bancos (o lo que queda de ellos), devoramos los bocatas mientras esperamos con creciente expectación la salida de la Luna llena, que poco a poco va filtrando como por encanto, un haz de luz por el único hueco entre los árboles que llegará directamente hasta nosotros.
Quizá estos “árboles lunares” sean los que nos hagan esto guiño esta noche especial. http://ciencia.nasa.gov/headlines/y2002/13aug_moontrees.htm
Hoy, el café irá tocadito (todo un lujo) como colofón a esta noche de marcha tan especial y entre amigos que aún está tan solo a medias. Tras la charla y las bromas sobre “los Albertos”, nos ponemos otra vez en movimiento bajando hacia la laguna, dejándola atrás a buena velocidad teniendo en cuenta la escasa visibilidad de la que disponemos.
Hacemos la bajada rápida y agrupados con la finalidad de que las luces de los faros se solapen unas con otras y creen un haz común que nos muestre mejor el camino. La Luna llena y la memoria pondrán el resto para trazar por donde toca. Ya en el camino de Les Plantaes hacia Riba Roja, apagaremos por un instante las luces para comprobar que bajando el ritmo y con cuidado podríamos circular perfectamente sin salirnos del camino. Pero no es ese nuestro plan y la seguridad prima sobre cualquier emoción alternativa.
Llegamos rápidamente a la bajada de Escoto y rodamos casi tan rápido como cuando lo hacemos de día. Luego atravesamos el pueblo para llegar al “riíto ese”, territorio river o “terriver”, pues con la luz del Sol, entre el polvo y la aglomeración, nos resulta terrible de ciclar, pero a estas horas todo es diferente. A la agradable temperatura de toda la ruta se une ahora un elemento inesperado. Fresquito. La sensación térmica disminuye hasta hacer notar en la piel el frescor que emana del río. Su agradable caricia nos hará olvidarnos por momentos de que nos estamos rebozando en polvo blanco. La luz del faro centellea efímeramente en el reflejo de los minúsculos corpúsculos de polvo que flotan entre la rueda trasera del grupo y yo que voy detrás. Los aromas a hinojos y jazmines, a agua dulce y a mil y una plantas aromáticas que encontraremos a nuestro paso por el camino, junto con el sonido del agua corriente abajo, nos acompañará de vuelta hasta la base, esta vegetación henchida de agua y frescor nocturno irá amortiguando otros sonidos mucho más artificiales que podrían empañar esta, hasta ahora, perfecta velada.
Otra vez las aves que dormitaban en el camino como el año pasado, apurarán hasta el último momento para levantar el vuelo. Pararemos en algunos puentes para ver la Luna asomada a las rotas aguas del Turia y veremos no una Luna llena sino miríadas de pequeñas lunas bañándose en las aguas de nuestro río, tal vez por eso la llamamos “Luna de Valencia”. Lástima que esto se acabe, ahora que empezaba a sentirme bien. La pena de todo es que esta noche la “nikoleta” se ha quedado olvidada en casa y no podremos rememorar gráficamente algunos de estos momentos que describimos. Lo que dé de sí la cámara del móvil será todo el recuerdo fotográfico que guardaremos de esta rodada que acabará en el “RC”, como no, a golpe de cerveza, no sin antes inmortalizarnos entre risas tan blancos como hemos llegado.
Esto ha sido todo por hoy, otra rodada nocturna que con sus particulares detalles y sensaciones siempre diferentes a las ya vividas, nos dará sin duda pié para una nueva propuesta el próximo verano. Que así sea.
Con estas consignas y con la ilusión renovada un año más, de realizar la ruta nocturna, y aún a pesar de que alguno de los miembros del grupo no pusiera a priori mucho entusiasmo en esta edición, planificamos la rodada con algunas alternativas para darle un nuevo aliciente si cabe. Al final las alternativas, con sus pros y sus contras, fueron quedándose por el camino y recurrimos a una ruta fácil. Fácil en cuanto al hecho de un voto seguro por parte de todos, fácil de pedalear, fácil de encontrar en ella un aliciente, sin nada nuevo ni extraordinario, sin sorpresas, vamos, que alguien podría pensar que es lo de siempre…., si, si, lo de siempre pero con el aliciente de la nocturnidad. Ciertamente la ruta nos resulta fácil por su simpleza, pero en este caso su rutina nos hace disfrutar de otras cosas sin tener que fijarnos en el camino, pues al fin y al cabo ésta, la nocturna, es una ruta de simples y meras sensaciones, y si esto nos funciona por fácil que nos parezca ¡para qué cambiarlo!
Bien, pues todo el grupo al completo en la base y con las pilas cargadas (tanto las naturales como las artificiales) para esta nueva aventura, cambiamos los habituales cristales solares por los fotosensibles y nos ponemos a pedalear poco después de las 20.00 h. Vamos persiguiendo al Sol en su meteórica carrera por el firmamento hacia su ocaso. En los primeros minutos todavía nos castiga los ojos con su mortecina inclinación sobre el horizonte oeste mientras comprobamos que la piel no sufrirá hoy su caluroso rigor. La primera subida hacia el polideportivo de Manises deja claro que hoy, quien escribe estas líneas no va muy fino, tocará pues apretar los dientes y sufrir; la pesadez en las piernas me hace cuestionarme algunas, por no decir todas, las rutas que tengo en mente, pero como los demás sigo pedaleando entre el grupo mientras vamos rememorando nuevos triunfos de la armada invencible en que se ha convertido nuestro deporte en los últimos tiempos.
Rodamos tranquilos pero a buen ritmo, repasando a la par el variado panorama deportivo que la semana nos ha deparado, cuando de repente observamos que ya estamos rodeando la Muntanyeta, que el horizonte Sur nos muestra los picos de El Montcabrér, El Montdúver o La Serra de les Rabosses en un lugar inverosímil sin tratarse de una isla, es lo que hace la curvatura del golfo de Valencia. Bajamos hacia Loriguilla como un tiro, igual que siempre, empecinados esta vez en perseguir la celestial esfera incandescente sabiendo que no la alcanzaremos nunca pero con la certeza que nos dejará más cerca de nuestro destino si así lo hacemos. Este lo encontramos en el cruce del Mas de Pozalet donde por fin dejaremos de ser perseguidores de la bola brillante y marcaremos nosotros, por fin, el camino.
El Altico de los Pinos, recorta en silueta contra la puesta de Sol que deja esa luz que todo lo cambia. Cada nuevo repecho es un suplicio para mis piernas, y el de la cantera no va a ser menos. Llegados a este punto es el momento de activar las luces traseras y así, hacernos visibles en un paisaje cada vez más difuso. Empieza la subida y por lo tanto la tortura...
El tramo de asfalto por la urbanización me resulta matador, pero llegados a su fin y al entrar en terreno biker decido echar el resto y jugármelo todo a una carta. Me impongo el ritmo de subida habitual del grupo como si fuera bien; por un momento engaño a las piernas y estas creen que van bien, pero el camelo me durará hasta mediada la subida, en ese momento la burbuja se rompe y deja ver que dentro no hay nada, que no tengo fuerzas para seguir al resto de mis compañeros. Me voy descolgando poco a poco hasta mi llegada a la Luz cuando ellos ya están medio descansados. En este momento la prudencia aconseja poner en marcha las luces delanteras para hacernos más visibles en la bajada y nos tiramos en busca de la pinada junto a la Bassa Barreta que será nuestro lugar de avituallamiento. Nos dirigimos a los bancos por el camino adaptado, no al lago. Acordamos arriba el orden de bajada en función de la velocidad que cada uno desea alcanzar y en consecuencia, los riesgos que cada uno pretende asumir. A pesar de la creciente oscuridad, todavía se ve bastante bien el camino de bajada y eso anima a lanzar la bicicleta después de las controladas frenadas de corrección antes de entrar en las curvas. Los baches es lo que más hará que bajemos la velocidad; si perdemos el faro a esta velocidad, el regreso completamente de noche podría tornarse complicado.
En un suspiro llegamos a nuestro destino final con la emoción de haber podido disfrutar plenamente de esta bajada entre las sombras, sin olvidar que el año pasado nos dejó un susto para el recuerdo. Este año se ha portado mejor y la experiencia ha jugado su baza al evitar despistes innecesarios y con ello aplicar una dosis extra de atención y prudencia (dentro de la locura, claro está……risas…..)
Silencio. Eso es lo que encontramos a nuestra llegada en el claro de luz donde están los bancos en los que degustamos la cena. Solo el incansable “ric,ric, ric” de los grillos rompen el encanto del hechizo nocturno bajo las ramas de los pinos. La soledad del camino se prolongará también a este momento de descanso y no veremos ni oiremos nada ni a nadie durante toda nuestra estancia en el paraje, como a priori es normal a estas horas y en estos lares, (aunque damos fe que no siempre ha sido así), pero es que tampoco escuchamos ladridos de perros a lo lejos que interrumpan nuestra paz, el momento resulta simplemente magnifico.
Sentados en los bancos (o lo que queda de ellos), devoramos los bocatas mientras esperamos con creciente expectación la salida de la Luna llena, que poco a poco va filtrando como por encanto, un haz de luz por el único hueco entre los árboles que llegará directamente hasta nosotros.
Quizá estos “árboles lunares” sean los que nos hagan esto guiño esta noche especial. http://ciencia.nasa.gov/headlines/y2002/13aug_moontrees.htm
Hoy, el café irá tocadito (todo un lujo) como colofón a esta noche de marcha tan especial y entre amigos que aún está tan solo a medias. Tras la charla y las bromas sobre “los Albertos”, nos ponemos otra vez en movimiento bajando hacia la laguna, dejándola atrás a buena velocidad teniendo en cuenta la escasa visibilidad de la que disponemos.
Hacemos la bajada rápida y agrupados con la finalidad de que las luces de los faros se solapen unas con otras y creen un haz común que nos muestre mejor el camino. La Luna llena y la memoria pondrán el resto para trazar por donde toca. Ya en el camino de Les Plantaes hacia Riba Roja, apagaremos por un instante las luces para comprobar que bajando el ritmo y con cuidado podríamos circular perfectamente sin salirnos del camino. Pero no es ese nuestro plan y la seguridad prima sobre cualquier emoción alternativa.
Llegamos rápidamente a la bajada de Escoto y rodamos casi tan rápido como cuando lo hacemos de día. Luego atravesamos el pueblo para llegar al “riíto ese”, territorio river o “terriver”, pues con la luz del Sol, entre el polvo y la aglomeración, nos resulta terrible de ciclar, pero a estas horas todo es diferente. A la agradable temperatura de toda la ruta se une ahora un elemento inesperado. Fresquito. La sensación térmica disminuye hasta hacer notar en la piel el frescor que emana del río. Su agradable caricia nos hará olvidarnos por momentos de que nos estamos rebozando en polvo blanco. La luz del faro centellea efímeramente en el reflejo de los minúsculos corpúsculos de polvo que flotan entre la rueda trasera del grupo y yo que voy detrás. Los aromas a hinojos y jazmines, a agua dulce y a mil y una plantas aromáticas que encontraremos a nuestro paso por el camino, junto con el sonido del agua corriente abajo, nos acompañará de vuelta hasta la base, esta vegetación henchida de agua y frescor nocturno irá amortiguando otros sonidos mucho más artificiales que podrían empañar esta, hasta ahora, perfecta velada.
Otra vez las aves que dormitaban en el camino como el año pasado, apurarán hasta el último momento para levantar el vuelo. Pararemos en algunos puentes para ver la Luna asomada a las rotas aguas del Turia y veremos no una Luna llena sino miríadas de pequeñas lunas bañándose en las aguas de nuestro río, tal vez por eso la llamamos “Luna de Valencia”. Lástima que esto se acabe, ahora que empezaba a sentirme bien. La pena de todo es que esta noche la “nikoleta” se ha quedado olvidada en casa y no podremos rememorar gráficamente algunos de estos momentos que describimos. Lo que dé de sí la cámara del móvil será todo el recuerdo fotográfico que guardaremos de esta rodada que acabará en el “RC”, como no, a golpe de cerveza, no sin antes inmortalizarnos entre risas tan blancos como hemos llegado.
Esto ha sido todo por hoy, otra rodada nocturna que con sus particulares detalles y sensaciones siempre diferentes a las ya vividas, nos dará sin duda pié para una nueva propuesta el próximo verano. Que así sea.
Track en Rutes de Roda i Pedal