domingo, 21 de marzo de 2010

Crónica de “el polvorín”

"La vida es una guerra sin tregua, y morimos con las armas en la mano". Arthur Schopenhauer
Bueno pues esta semana tocaba la ruta corta que no hicimos la semana pasada, pero al final, como no hubo excesivas prisas para irse a hora de comer, decidimos alargarla un poco y hacer una ruta de kilometraje casi normal, eso sí, con cambios de última hora sobre la marcha.
Teníamos prevista la visita al antiguo acuartelamiento de artillería de Ribarroja, conocido por estos lares como “el polvorín”, que por esas extrañas cosas de la cercanía siempre habíamos relacionado con la base militar de Manises en el aeropuerto. El caso es que hace unos meses me acerque en solitario a investigar el camino de acceso y ya hice una primera incursión por la zona. Hoy íbamos todo el equipo a conocer el lugar más a fondo.
Llevábamos linternas para poder inspeccionar los túneles que se adentran en la montaña y así hacer la visita más interesante. Estrenábamos rodada en la recién iniciada primavera, por más que algunos llevaran más de una semana diciendo aquello de “ya es primavera…”, pues no, todavía no lo era hasta ayer, vamos que igual que antes no… ahora si; y a empezado igual que se fue el invierno, lloviendo.
Hoy nos hemos despertado con un cielo plomizo que nos daba los buenos días cargado de humedad y alguna gotita dispersa, pero la previsión apuntaba que no iba a pasar de ahí y como cada vez afinamos más, no había que preocuparse demasiado pues había garantías de que así iba a ser. Con eso, nos ponemos en camino hacia La Mallá como si fuéramos hacia la Muntanyeta, pero en el camino antes de llegar a las canteras, en ese chalet que tiene una torre como de un castillo, giramos a la derecha para ir por medio de la urbanización, cruzar la carretera y enfilar derecho hacia el polvorín que ya lo tenemos de frente.
Una pequeña senda junto a un chalet al otro lado de un puente nos dejará delante del barranco de la Carrasa, lo tendremos que cruzar para entrar en el recinto, por un tramo roto de la verja que otorga pleno acceso al antiguo acuartelamiento militar, ahora totalmente abandonado, y que se utiliza de vez en cuando para hacer simulacros de incendio en túneles y galerías a distinta profundidad, entre otras cosas.

Entramos atravesando lateralmente una pista de deportes que seguro ha vivido tiempos mejores, al igual que todo el conjunto de edificios que están en estado ruinoso. Bueno lo de vivir tiempos mejores es por aquello del estado de conservación, no por otra cosa. Ahora mismo solo quedan en pie las paredes y techos, y no en todos los casos, por quitar han arrancado hasta los cables de la luz, puertas, ventanas y hasta los marcos.
Tremendo el grado de vandalismo al que llega la gente, que digo yo: si al menos fuera para aprovecharlo aún tendría un pase, y hago este comentario sin intención de justificar el hecho, pero romper por romper estaréis con nosotros que es de bárbaros, en fin...

Las pintadas y grafitis son una constante en todas y cada una de las paredes, muros y hasta piedras del recinto. Nos acercamos a una de las entradas de los túneles y vamos hacia la puerta.
Las linternas preparadas para iluminar la pesada oscuridad que emana del pasadizo una vez sorteada la entrada en forma de zigzag. La negra caverna se adueña de nuestras pupilas dilatadas al máximo y, aún así, ciegas de una oscuridad tan densa que parece una cortina puesta ante nuestros ojos incapaces de encontrar profundidad o volumen a tanta pesadez. Es una oscuridad tan claustrofóbica que atenaza con fuerza los sentidos del miedo más recóndito “aberronchado” en los recuerdos de la niñez.Los haces de las linternas cortan la espesa negrura y conseguimos ver el suelo unos metros más allá. Elevamos la luz viendo como esta se va perdiendo en la distancia y pensamos que no hay final, lástima que desconociésemos la enormidad de la galería pues hubiésemos traído las linternas de “pofesioná” para escudriñar mejor el recinto. Por fin parece que topamos a lo lejos, incapaces de calcular la distancia, con un muro (o algo así) que cierra el paso al fondo. Por el eco pensamos que tiene salida y creemos que debe estar comunicado con las otras galerías pero no lo podemos asegurar por lo que podemos ver. La altura no es tan considerable como esperábamos en este espacio abovedado.
Una pequeña puerta se abre en las paredes a cada lado del túnel que por lo estrecho creemos que es un armario, pero al asomar la cabeza nos encontramos con un pasadizo que recorre toda la longitud del túnel por un espacio estrechísimo y alargado por el que una persona solo podría moverse de lado. Al final decidimos no internarnos hasta el final y nos quedamos con las ganas de saber si se comunican o no todas las galerías. Eso si, esta galería está más limpia por dentro que por fuera. Aquí poco hay que romper, pero al menos tampoco hay demasiadas pintadas, ni trastos, ni basura, cosa rara. Volvemos a la luz solar. Por muy difusa y tapada por las nubes que esté sabemos que está ahí, que alivio produce su reconfortante caricia.

Recorremos el camino entre la montaña horadada y el enorme muro de protección que hay delante y que servía de primera barrera de seguridad tanto de un posible ataque exterior como de una posible explosión del polvorín que posiblemente pararía la primera gran eyección de material.
Seguro que la decoración de esta pantalla sería muy distinta en otros tiempos.
Llegados al final hemos podido contar 8 galerías, pero hay otra al otro lado. Allí se abre una plazoleta que permite mirar hacia arriba y ver los respiraderos en lo alto de la montaña así como las garitas de vigilancia.
Vemos otros edificios de servicios, entre ellos el que fue laboratorio y el antiguo taller.

Seguimos junto al barranco y llegamos a otros dos hangares protegidos por muros y coronados por garitas, “dices tú de mili”. Fotos y más fotos mientras intentamos ponernos en la piel de quien estuviera destinado a estas dependencias, hace ya unos años abandonadas. Luego regresamos hacia la entrada para encontrar a la izquierda el camino de subida a la torreta de vigilancia que era como un faro cada vez que mirábamos hacia aquí arriba y que es nuestro destino cumbre de hoy.
Iniciamos la subida por un camino asfaltado y cubierto de pinocha y gravilla; varios pinos de gran tamaño cubren de sombra el camino y las que fueron casas de los oficiales, (suponemos), a ambos lados del camino.
De repente la rampa se endurece de forma brutal. Aún rodamos sobre las hojas caducas de los pinos y esto nos hace perder agarre sobre el asfalto. Nos volcamos sobre el manillar subiendo todo el desarrollo y empezamos a ritmo de molinillo, pronto no será suficiente y la dureza de la rampa ralentizará la cadencia, las pulsaciones por las nubes y la respiración alterada. Menos mal que la rampa es corta que si no… Llegamos a la parte más alta, a la izquierda hay otra garita que se adentra unos metros en la montaña, aquí es donde tendremos que dejar las bicis para subir a la torreta principal, pero antes vamos a llegar al final de este camino para ver las vistas y luego regresaremos hasta aquí. Hay una pequeña vaguada, el impulso de la bajada casi nos hace subir gratis el otro lado, allí el camino dibuja un circulo y vuelve sobre sí mismo, de esta manera no tuvieron que ampliar el camino para que los vehículos pudieran subir y bajar sin tener que hacer maniobra.
Dejamos las bicis apoyadas sobre los romeros o los tomillos en flor y subimos andando la montaña. Unos escalones al principio y luego campo a través nos conduce hacia un pozo a mano derecha de la garita. El agujero está rodeado de alambre de espino tipo guerrilla. Esto disuade un poco de acercarse alegremente hasta allí. Si lo haces con precaución la vista del precipicio te hace ser aún más precavido. Es inevitable querer calcular la profundidad, así que emulando a Galileo Galilei allá va la piedra; contamos.. 1,2,3 segundos antes de percibir el sonido de que ha tocado fondo, por lo que aplicando la fórmula matemática de rigor, el cálculo a groso modo nos dice que hay entre 40-50 metros de profundidad.

Salimos de entre los pinchos con mucho cuidado de no clavarnos o arañarnos con ninguno, no sea que la ruta acabe en el hospital con una antitetánica en el culo. Seguimos hacia arriba entre las aromáticas plantas que expelen su fragancia cuando las pisamos o rozamos, hacia una plataforma de cemento en medio de la montaña, suponemos que para impermeabilizar el techo de la misma y no dejar “goteras” hacia las galerías inferiores. Por fin estamos junto a la torreta. Ya nunca más la volveremos a ver como antes. Por fin sabremos hasta donde llega la luz de este, antes nuestro faro. O al menos lo intuiremos, pues la atmosfera cargada de humedad es una cortina que vela nuestra visión en lontananza. Les Rodanes, La Calderona o Cumbres de Calicanto son casi trémulos fantasmas que se adivinan en la lejanía. Más allá es imposible ver nada, por lo que nuestra feroz curiosidad por descubrir rincones lejanos queda para otro día. Lo que si podemos ver con claridad son las enormes heridas abiertas en la tierra en forma de canteras. Riba Roja tiene el dudoso honor de contar con hasta 5 canteras en su término municipal, 1 basurero (por fortuna ya clausurado) y una especulación urbanística en toda regla para cargarse un paraje cercano a otro parque natural municipal estrechamente unido al parque fluvial del Turia. ¿Quién da más? No me extraña que se bromeara con eso de que “este pueblo es un polvorín” pues esta base, también esta en el término municipal de Riba Roja. Pero ahora no nos detendremos en eso. Nos consuela recordar las excelsas panorámicas que disfrutamos desde lo alto de los Carasoles el día que subimos hasta el V.G. con una visibilidad envidiable. Las vistas son muy similares tal como comprobé el día que descubrí este lugar y que gozaba de una atmosfera limpia. Hacemos las fotos de rigor y empezamos a bajar pues las ganas de almorzar aprietan de lo lindo (aunque a unos más que a otros).

Bajamos con la precaución de saber que hay gravilla y pinocha en la carretera y que con la pronunciada pendiente nos puede jugar una mala pasada. Junto a la cerrada puerta de entrada hay una de esas rejas horizontales de pinchos para impedir el paso de vehículos no autorizados que asusta solo de verla; tremendos dientes de sierra que parecen tiburones puestos en fila para una revisión dental. Lo tardío de la hora hace que tengamos que cambiar de planes: la subida a la Muntanyeta la dejamos para otra ocasión, puesto que ya conocemos sus bondades y quedarnos solo aquí sería recortar demasiado la ruta, y al final no hay necesidad de ello, cuestión por la que coincidimos que lo mejor será seguir camino y llegar hasta la Bassa Barreta para almorzar allí, eso sí, recortando camino por un viejo tramo conocido para que no se nos haga muy tarde.Nos ponemos en marcha y esta vez en lugar de huir del camino de la Baseta Blanca recortaremos por allí aun a pesar de los asquerosos charcos que emanan de la montaña de basura soterrada bajo otra montaña de tierra. Llegados allí nos encontramos con la sorpresa de que el camino está asfaltado. Bueno para pasar por allí y malo porque es una mancha más de alquitrán en la dañada piel del planeta. Los caminos de monte y tierra cada vez son más escasos. Ya puestos veamos el lado bueno de este desastre: rodamos todo el tramo sin preocuparnos de los charcos que se hacían antes en este camino lleno de agujeros y baches, hoy, el caldo color coca-cola rebosa en la cuneta de la montaña y fluye desbordado por encima del asfalto hacia el otro lado, pero, como se pasa rápido y no metes toda la rueda en él pues mucho mejor. Aun así preferíamos los baches, pero no no no…, ¡solo vamos a ver el lado positivo de las cosas! ¡solo vamos a ver…!
Seguimos adelante y nos cruzamos con una comitiva de cazadores que por fortuna no nos confunden con una de sus presas. Continuamos por el camí del pouet tapat para girar un poco más adelante a la derecha y bajar al camino de Cheste, ya en obras, que pronto será también pasto del negro asfalto. Giramos a la derecha después de esta divertida bajada y enseguida entramos a mano izquierda al camino de Porxinos. El camino va picando hacia arriba hasta que el giro a la izquierda ya en plenas Rodanes nos diga la verdadera dimensión de una subida que, no por más conocida deja de maravillarnos con su contundente constancia. Subimos bastante a tren todos juntos y luego nos dejamos caer en una bajada tan trepidante como siempre, para llegar al área recreativa y ciclar el camino entre los pinos hasta los bancos. Apuntar a colación con lo de bancos, que esperamos verlos a la próxima, ya que observamos que la zona ha sufrido también la visita de los bándalos que se han llevado entre otras cosas, el tronco a modo de mesa que había entre los bancos de madera, además de haber destrozado parte de la cartelería explicativa de la flora del lugar y algún que otro destrozo sin sentido, en fin…., sin comentarios. (me cauentoloquesemenea en como pillemos a uno de esos salvajes mascachapas, mamelucos atontolinaos…, -- pausa -- inspirar… expirar.. inspirar… expirar…, perdón pero es que ver el salvajismo estúpido y sin sentido por estos lugares que aún estando apartados y en plena naturaleza sufren estos incomprensibles ataques nos pone a 100).

Protegidos por la bóveda arbórea y evadiendo los pensamientos negativos comentados nos sentimos a salvo en medio de un entorno que respetamos y amamos profundamente. Estos bosques los hemos “mamado” desde críos y son como nuestra casa.Aprovechamos el rato del almuerzo para charlar sobre las excursiones de estos días de fallas lejos de Valencia para unos y de cómo han vivido (o mejor dicho, soportado) la ruidosa fiesta los que no han tenido la suerte de poder huir por unos días de nuestra querida Valencia. Otra vez en marcha volvemos por los viejos caminos antes del parque fluvial del Turia. Cada vez concedemos más valor a estos caminos que nos permitieron llegar a nuestras veneradas montañas desde Manises. Cada vez disfrutamos más en ellos con la diversión que proporcionan los tramos técnicos o complicados con los que hacer algo más que simplemente dar pedales. Cada vez los buscamos más, encontrando la tranquilidad y la soledad que no ofrece el camino del “riíto ese”, el cual sin dejar de ser una maravilla, cada vez estamos más convencidos de que no es para nosotros. Viene a ser algo así como las Fallas, esta bien la fiesta siempre y cuando nosotros podamos alejarnos de ella y buscar la paz que es nuestra profunda aliada. Hasta la próxima.


Track en Rutes de Roda i Pedal