sábado, 30 de enero de 2010

Crónica de un estreno. Ruta de La Patá del Puig.

"Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida ." Mario Benedetti

Un cuento de bicicletas

Mi nombre es “Dilin”, soy la menor de tres hermanas, la última de una estirpe de grandes luchadoras… y ahora estoy sola.


Esta es nuestra historia:

Hace ya unos años que nos “adoptaron”. Tuvimos la suerte de seguir juntas las tres, mis dos hermanas mayores gemelas y yo. Fuimos a parar a un buen lugar, desde el Centro-Este francés al Este español más soleado y cálido. No nos podemos quejar del trato recibido; en nuestra primera semana en tierras extrañas incluso nos dejaron en casa sin trabajar por la lluvia, no permitieron que nos mojáramos y nos llenáramos de barro. La siguiente semana si tuvimos que trabajar, nos pusieron un trabajo fácil mientras nos acostumbrábamos unos a otros.

Recuerdo que, en esa primera salida, tuve un incidente que por un momento me hizo temer lo peor; no sabía como iba a reaccionar mi propietario: rodábamos tranquilamente por un campo, delante teníamos un pequeño montículo de tierra, mis hermanas pasaron sin problemas, nosotros íbamos enganchados y casi sin velocidad intentamos subir, ya casi arriba la inercia no dio para más y me asusté levantando la rueda delantera, con la inexperiencia de ir calado, mi propietario no tuvo tiempo de soltar las calas y cayó al suelo, una caída tonta sin más consecuencias pero, como aún no lo conocía no sabía como iba a reaccionar. El incidente no fue a mayores y quedo en eso, una broma con la reírse de cuando en cuando al recordarla. Poco a poco fueron exigiéndonos más prestaciones acorde con lo que habían pagado por nosotras. Iban conociéndonos mejor y nos exigían que diéramos el máximo. Nosotras estábamos agradecidas por seguir juntas y contentas por como nos trataban; incluso nos limpiaban después de cada día de trabajo; por lo que oíamos a otras compañeras cuando salíamos por el “riíto ese” y las veíamos de lejos, otras no tenían nuestra suerte.

También nos mantenían los componentes en buenas condiciones para que pudiéramos hacer nuestro trabajo en condiciones más que aceptables, así que sin queja ninguna dábamos en cada salida todo lo que teníamos. Bien es cierto que muy pronto una de mis hermanas mayores, Marta, empezó a tener problemas de salud y sus lamentos empezaron a molestar a su dueño. Por más que intentamos calmarla dándole ánimos seguía quejándose. Fueron momentos duros los que vinieron a continuación. Su dueño estaba descontento con ella, más que con ella, lo que quería era que se curara y la llevó a nuestro médico en más de una ocasión. No daban con su enfermedad. Mientras tanto seguíamos con las salidas de los sábados. Cada vez por un sitio distinto.
Después de tanto tiempo encerradas en las cajas y metidas en un almacén, estas excursiones nos daban la vida. Paseamos junto a ríos, embalses e incluso el mar. Subimos toda clase de montañas, desde lomas sin nombre a verdaderos colosos en altitud y porcentajes. Paseamos por arboledas y jardines, y caminos envueltos en vegetación de evocadores aromas.
Tuvimos diversión de la buena en zonas rápidas de toboganes y en bajadas trepidantes que nos exigieron sacar lo mejor de nosotras mismas, incluso a veces llegando hasta el “límite” de nuestras capacidades, y aun así llevándonos el trompazo por ellos. Nos “comimos” piedras y roderas que ni ellos se imaginaban que lo haríamos, sacamos “brillo brillo” a los frenos en situaciones límite contra todo pronostico. Cruzamos ríos y charcos malolientes, pero también cruzamos la noche estrellada y plácida, gozando de sus sonidos amortiguados por la espesura negra e infinita.

Pasamos calor y frío, aguantamos la lluvia y la nieve, el polvo y el barro, el viento y hasta algún que otro incómodo petroleado. Pero mi hermana seguía con sus dolores a juzgar por sus quejidos. Fue llevada incluso a hospitales de máximas garantías en varias ocasiones, y nada, no sabían lo que tenía. En alguna de esas visitas hospitalarias, mientras estaba ingresada, tuvimos que compartir ruta con sustitutas desconocidas de las que no acabábamos de fiarnos, tan “fashion” ellas con sus componentes a la última.

Las rutas iban creciendo en intensidad en todos los sentidos: paisajístico, de carga emocional, de dificultad. Nuestro comportamiento valiente y ejemplar nos valió el reconocimiento de nuestros dueños que empezaron a valorarnos muy positivamente. Con el tiempo comenzaron a hacernos muescas y más muescas en el sillín, tantas hicieron que al final ya no cabían y empezaron con la tija, afortunadamente eran muescas virtuales y no reales, si no, no habrían aguantado las tijas de tantas que había. También nos cargaron con piedras “verticiales” que según decían los mantenían en contacto con las montañas incluso de vuelta en casa. Por mi parte, después de un tiempo cambié mi residencia y ya no vivía con mis hermanas. Eso no hizo que perdiéramos el contacto ya que nos seguíamos viendo todos los sábados. Mi dueño me sacaba también algunos días entre semana así que yo estaba muy contenta. Después mi otra hermana, Raquel, también se puso enferma y empezó a quejarse, con el tiempo también yo caí enferma y los lamentos y quejidos los teníamos indistintamente unas u otras. Pero eso no hizo que dejáramos de salir de ruta.
Marta, la más enferma de las tres, se sometió a un implante de cuadro que durante algún tiempo la curó, pero volvió a recaer aunque no tan grave como antes. Luego se nos unió Oréades, la más nueva pero la mayor, o al menos la más grandota de todas, como también era francesa nos entendíamos perfectamente. La tuvimos que aleccionar sobre lo que le esperaba, pero su dueño, no nos dejaba que le diéramos consejos, siempre que podía se alejaba por dejante de nosotras, el “torito” como le llamaban, siempre iba delante pasando de nosotras.
También nos llevaban de paseo en un carro hecho a medida para nosotras cuatro. Nos ponían detrás del coche y nos llevaban lejos sin cansarnos, al menos eso nos servía para estirar un poco los cables de cambio y calentar discos y neumáticos antes de empezar.

Nos calentaban a base de bien en subidas interminables, pero ellos tampoco se quedaban atrás; trabajaban tanto como nos hacían trabajar a nosotras. Nunca nos exigieron algo que ellos no estuvieran dispuestos a pedalear. Pero los calentones de verdad nos los pegaban bajando. A veces nos metían por sitios difíciles de verdad, y a velocidades que si no estábamos atentas nos harían acabar con el cuadro por los suelos. Y así poco a poco empezamos a oír que nos querían cambiar. Nuestras enfermedades no se curaban definitivamente y por miedo a que nos rompiéramos se plantearon cambiarnos. Yo, que me había hecho mayor de edad con ellos no podía creer que fuéramos a terminar así. Mis hermanas, tan solo un par de tallas mayores que yo y ya se las consideraba “viejunas”. Empezamos a ver en la base; que es la casa de mis hermanas, bueno mejor en el R.C., el rincón de la cerveza como ellos dicen, unas revistas de bicis guarras; allí estaban ellas enseñándolo todo y prometiendo hacerlo todo mejor que nosotras, eran americanas, y claro, el glamour las rodeaba. En poco tiempo pasamos, de ser el no va más a meros instrumentos que utilizar en sus salidas, en cambio las yanquis eran ya las niñitas de sus ojos. Mi dueño creo que me tenía más cariño que los otros a mis hermanas, él no se fijaba tanto en las guarras aquellas allí abiertas de ruedas y con las suspensiones al aire. Quien me iba a decir a mí que aquella foto camino del Ropé iba a ser nuestra última foto juntas.
Así que un viernes de enero de 2010 y con luna llena, vinieron las americanas y les quitaron a mis hermanas sus ganchos en la pared.

Nunca volveríamos a compartir ruta las tres hermanas y la pequeña Oréades, a la que al final habíamos adoptado como hermana pequeña y una más de nosotras. Al principio yo estaba enfadada por haber dejado a Marta y Raquel fuera de juego. Estaba enfadada con sus dueños por haberse desprendido así de mis hermanas, que eran el último vínculo de pedal que corría por mi cuadro y que me quedaba con mis antepasados franceses; y odiaba a las novatas que habían llegado para ocupar su lugar, lo pagarían caro.
Quería meterles cuneta a ellas y a sus satisfechos dueños por aquel desplante. Pero mi dueño me habló mientras me limpiaba las heridas de la última rodada y me hizo comprender que eso era ley de vida para una bicicleta. Mis hermanas, la última vez que estuvimos juntas, me dijeron lo mismo, e incluso me dijeron que ellas no guardaban rencor ni a sus dueños, que las habían querido como a autenticas bicicletas suyas, ni a sus sucesoras, que por lógica, acabarían de la misma manera tarde o temprano; siendo simplemente carne de mercado de segunda mano, o con suerte, bici de sustitución y así seguir en la base por muchos años, eso sí, en el banquillo. En contra de mis deseos me hicieron prometer que mientras siguiera en activo, lo que me hizo pensar el porqué de que yo no hubiera sido sustituida, sería la maestra de aquellas novatas. Que les enseñaría todos y cada uno de los caminos y que las enseñaría a esquivar las peores piedras y roderas, que les abriría camino en las bajadas para que así pudieran disfrutar e integrarse en el grupo lo antes posible. Mis hermanas me llamaban a liderar, junto con la “baby” del grupo, a Roda i Pedal. Ese orgullo y la promesa a mis hermanas me hicieron aceptar el desafío. Aquello iba a ser una lucha de poderes entre las sofisticadas yanquis Dafne y Circe, y las adaptables todo terreno europeas, nadie conocía como nosotras los caminos por donde íbamos a rodar. No sería fácil ponerse al frente del grupo, pero por mis hermanas y por mis cubiertas que lo iba a intentar.

Y llegó el día de ponerse al frente de las máquinas metálicas o “burras”, ya que soy la líder le pongo a “mí” grupo el nombre que quiero, así que derivado de mi propio nombre pues eso, burras. Llegué a la base y vi a mis hermanas casi tiradas en un rincón, sus aposentos estaban ocupados por las yanquis. Casi ni me saludaron, un poco avergonzadas por su estado siguieron cabizbajas, en cambio las nuevas se mostraron altivas desde lo alto de sus ganchos. Oréades si me saludó efusivamente, creí entender que había pasado una mala noche aguantando a aquellas novatas. Si, ya sé lo que me dijeron, pero se me hacía muy difícil tratarlas de forma amigable e intentar que se integraran, dime rencorosa, pero es lo que había. Para hoy se había planificado una ruta facilita para que unos y otras se fueran conociendo e integrando. Facilita, si si, una mariconada diría yo. Pronto quedó claro que las veteranas trabajábamos en grupo e íbamos a dejar bien claro como funcionaba aquello. Hoy la baby casi no se ha ido para adelante a la mínima oportunidad, hoy íbamos biela con biela marcando el territorio. Nada más bajar al “riíto ese” ya estaban ellas diciendo que si cambio muy bien, que si las suspensiones se lo comen todo, que si los frenos progresivos… en fin. Nosotras riéndonos de tanta pijotada y mariconería.
Venga nenas poneros a lo que estamos que tenemos mucho tráfico de frente y a ver si os coméis a alguien. Je je, sacando galones. Pelotones de bikers que casi eran hordas nos venían de frente continuamente, esto es imposible, ¿ya han empezado a planificar el desdoblamiento de este camino? Llegamos al parque de cabecera y a estas alturas, después de haber ido esquivando obstáculos ya hemos hablado unas cuantas veces, parecen majas, un poco pijas pero majas. El jardín del Turia en Valencia tan atestado como siempre, al menos aquí tienes más alternativas de carril por donde ir y el paisaje es algo más ameno. Nosotras no nos quejamos, ya sabemos que al menos esta es la parte divertida de la ruta, se lo decimos a las nuevas y casi podemos ver la cara de espanto que ponen al pensar que hoy no podrán lucirse como ellas creían. El carril bici por la avenida de Aragón hasta llegar al carril bici de la vía Xurra, lo hacemos todo lo rápido que permiten los numerosos cruces y semáforos que encontramos. Luego la vía Augusta, con sus cruces de carreteras y el carril muy estrecho en algunos tramos se hace bastante monótono. El paisaje de huerta es bonito la primera vez que bienes, luego, cuando lo conoces ya no tanto, eso si, cambian los cultivos aunque nos sigue acompañando el fuerte olor a fertilizante. Luis y Salva van flotando como en una nube, ellos dicen que flotan sobre sus “fox float”, que tontos están.
Poco a poco se me va pasando el enfado con ellos y con las novatas, hablándolo con mi hermana adoptiva, ya no tenemos ganas de meterles cuneta, ahora que ya hemos echado unas risas lo que queremos es meterles algunas puyas más y hacerles ver que, aunque las aceptemos, nosotros somos las “abuelas”, como se dice en la mili. Llegamos a la cota del día. La Patá del Puig. La loma se eleva tan solo 55 metros sobre el mar, pero la poca distancia en la que hay que subirlos hace que las rampas sean aceptables. Carlos tampoco nos acompañó cuando vinimos, menos mal que entonces no le quitaron el carnet del club que si no estaría lidiando sola contra las novatas. Como soy la única que conozco la subida, les digo lo que hay sin guardarme nada de información, esto va en serio y el trabajo bien hecho es lo primero. Subimos sin dificultad, no la hay si quien pedalea está acostumbrado a subir montañas. Durante el almuerzo hacemos blanco de nuestras bromas a Dafne… que si vas hecha unos zorros, que mira que si te cae resina del pino, que si tienes una peladura en la pintura, que si te meto bota en el cambio, etc. Ella se lo toma mejor que su dueño, que en algunas ocasiones nos manda A.T.P.C. bueno a ellos, nosotras hablamos más bajito y no nos oyen.
Luego de inmortalizarse todo el grupo junto a la cruz, les hacemos la foto de carnet a las novatas con sus sonrientes dueños allí pasmados sosteniéndolas. Iniciamos la bajada, me pongo al frente y les muestro la trazada. 185s voy a necesitar yo para frenar. Freno como una campeona y sin despeinarme, será que se me pega algo de mi dueño. La bajada del puente del tren también la hago a tope y me marco unos “jump” sintiéndome en plena forma y para divertirme, hoy traía un poco de tensión acumulada y, ahora que ya se me ha pasado, voy a disfrutar un poco de los pequeños placeres que brinda esta rodada. Volvemos por el mismo carril bici por el que hemos venido. Se nos ha hecho un poco tarde, si no igual podríamos haber vuelto por la playa, incluso siendo un poco más largo el camino y con la parte roñosa de las piedras, hubiera sido infinitamente más entretenido y vistoso que este, pero el R.C. espera inquieto a oír el relato de la jornada, y las cervezas estarán saltando en plancha desde la nevera, espero que lleguemos a tiempo de cogerlas en plena caída. Un poco más adelante tenemos el “huy” del estreno:
Dafne empieza a sentirse mal, también son muchas emociones para ella, pobrecita. Se queja del desviador. No es que le duela, es como un roce con el plato pequeño puesto. Allí me tienes a mí a ver si la puedo ayudar… cuanta razón tenían mis hermanas al decirme que no me enfadara con ellas, que estaba predestinada a ser la líder. Debe ser falta de tensión y acople de los componentes, cuando el cable del cambio esté en su sitio seguramente ya no le rozará, mientras tanto le digo que intente tensarlo con la rosca del puño del cambio. Eso no le soluciona la rozadura, podemos ajustarle un poco el tornillo interno del desviador, pero como puede solucionarlo con los otros dos platos prefiere seguir adelante. Conforme nos acercamos a Valencia notamos que el tráfico es más intenso en estas horas del mediodía, así que atentos al cruzar los semáforos.
Luego río hasta el parque de cabecera, desde allí las llevo a nuestro primer camino antes de que estuviera terminado el parque natural del Turia, y por allí a las huertas de Paterna que tan poco tiempo hace rodé con mis hermanas. Llega la hora del “endavant”, aquí les metemos caña a base de bien, ellas aún no saben encontrar el punto de desarrollo justo para este sprint, ya irán aprendiendo. Ya solo nos queda llegar a la base y dejarles tiempo para acicalarse y estar presentables esta noche para su presentación. En fin, después de contaros como me sentía ayer por la noche cuando supe que mis hermanas ya estaban retiradas, he sentido que hoy al volver a salir a rodar, he encontrado nuevas ilusiones y como siempre mucha diversión. A pesar de mis primeros pensamientos, siento que este el principio de una buena y gran amistad, espero que larga, aunque sé que algún día me llegará mi hora, mi dueño me cambiará, como es normal por otra bici más nueva. Pensándolo bien ni me acuerdo de a quien retiré yo en su día.


Track en Rutes de Roda i Pedal