jueves, 8 de noviembre de 2007

Ruta Sant Miquèl - Lliria (27/10/2007)

Una muesca más. Y no una cualquiera, no. Es casi imperdonable que hasta ahora no se nos hubiera ocurrido el asalto a esta montaña. Una montaña que por su cercanía geográfica y por ese significado especial que tienen para nosotros los símbolos de la niñez deberíamos haber homenajeado mucho antes. Pero más vale tarde que nunca. Y quizás por esa tardanza la montaña nos "premio" con unas rampas durísimas, terribles desde el comienzo. Nosotros que entre bromas y risas nos las prometíamos muy felices, pues al ser la primera vez de esta ascensión pensábamos cogerla desprevenida y comentábamos que tal vez ni siquiera estuvieran puestas las rampas.... ¡pobres ignorantes! pensó la montaña.

Subir a San Miquel de Lliria es algo mágico, casi místico. Las vistas incomparables que desde aquí abarcan casi toda la provincia de Valencia y, la cercanía a la sierra Calderona junto con (y tal vez esto sea lo más destacado), el recuerdo de cuando nuestros padres nos traían aquí antes de terminar la jornada festiva en el parque de San Vicente, convertían ese día en un conjunto de emociones trascendentales para unos niños que, sin los avances tecnológicos de hoy en día buscábamos aventuras en subir montañas y otear el horizonte, un horizonte tan lejano y lleno de novedades y aventuras que desbordaba nuestra imaginación. Pero vamos a relatar la ruta propiamente dicha. El camino desde Manises sigue el mismo trazado que para ir a "le Montielet" (véase Camino a Benaguacil: http://rodaipedal.blogspot.com/2007/08/crónica-de-las-rutas-desde-manises.html) pero en lugar de ascender seguimos en dirección al Lliria por el ya conocido camino que nos lleva hasta San Vicente, al llegar a Lliria, en la primera calle giramos a la izquierda para adentrarnos en el pueblo y pasar por la plaza del ayuntamiento y por delante de la imponente iglesia de la Asunción, con su suntuosa fachada, seguiremos recto y al poco encontramos las señales que nos conducirán callejeando por el barrio viejo a los pies de la montaña, esta se nos muestra desafiante al salir de una calle con grandes badenes para los coches, los esquivamos y luego nos percatamos que ya no tenemos edificios delante que nos tapen la visión, lo que nos impide ver más allá es la montaña que nos recibe con una colosal rampa de bienvenida que, por más que esperemos descanso no nos lo dará, y nos acompañará sin tregua hasta la cima.Tan dura es que hay que ir zigzagueando a lo ancho de la calzada para evitar que la bici se encabrite pues, con todo el desarrollo y a pesar de que la subida esta asfaltada al pedalear con fuerza la bici tiende a hacer caballitos y estos nos obligarían a parar.
Poco a poco vamos cogiendo cada uno nuestro ritmo y el grupo empieza a disgregarse, intentas seguir a tus compañeros pero la dureza hace que sea imposible y no puedes más que seguir tu propio ritmo, sabes que si te cebas en seguirlos te sacaran de punto y el tío del mazo no debe de andar muy lejos, sabemos de buena tinta que se esconde en las subidas y cuando menos te lo esperas ¡zas! te arrea y la pájara es inevitable, así que con un ojo puesto en la cuneta y el otro mirando de reojo cuando se acaba esto, seguimos pedaleando en busca del cielo. Al final solo llegaremos a los 288m. de altitud pero con las rampas tan empinadas, de haber seguido por unos km. más el cielo no hubiera sido suficiente. Ya tenemos el primer motín abordo y las piernas se niegan a dar pedales y con ello viene aquello de me paro, pero una mirada hacia arriba y te das cuenta de que subir con la bici a cuestas será peor idea que ir encima de ella, así que sacas fuerzas de donde no quedan y tiras "pa lante", el desfallecimiento va haciendo mella y se produce la primera parada en el seno del grupo, todos quisiéramos dar ánimos y decir unas palabras de aliento pero bastante tenemos con boquear el aire que difícilmente hacemos llegar a nuestros pulmones. La subida se va tornando épica a medida que los metros se suceden, no en vano las rampas del 20% se han cebado en nuestras piernas y no conseguimos oxigenarlas bien. El camino serpentea por la montaña agarrándose a su ladera que, cubierta de vegetación y pinos nos impide tener una vista panorámica de los alrededores, tampoco creo que nos pudiéramos entretener en su contemplación pues no nos quedan fuerzas más que para pararnos u obligarnos a seguir, y esto es lo que hacemos.
Todo el desarrollo no es suficiente para hacernos avanzar con un mínimo de ritmo y además el terrible esfuerzo parece que nos quema los pulmones pues, el aire entra con tanta violencia como los latidos nos golpean el pecho. A falta de unos pocos metros para coronar y coincidiendo con la recuperación de nuestro compañero que había parado se produce la segunda parada, luego comentaremos que tan solo nos quedaban 50m. para coronar. Al llegar arriba solo hay tiempo para dejar la bici y caer en el banco pegado a la pared del monasterio para intentar descansar y recuperar el aliento. Estamos exhaustos y con las piernas temblorosas, pero lo hemos logrado. Otra vez la tan repetida frase “esto es una burrada, a ver que hacemos aquí, no lo volveremos a hacer”. Cada cumbre, cada esfuerzo acompañado del mismo comentario, y cada semana buscando un nuevo reto que poder contar. Es nuestro sino. Nuestra particular búsqueda del grial, de nuestro grial.

Tras el almuerzo nos dedicamos a contemplar las excelentes panorámicas que se nos ofrecen. Reconocemos nuestros territorios conquistados en los cuatro puntos cardinales y nuestra satisfacción es enorme al comprobar que todas y cada una de las cumbres cercanas a nuestra base, así como nuestras montañas de toda la vida están marcadas con su correspondiente muesca en el sillín.

Solo comentar de la bajada que las rampas son tan empinadas que en algunos momentos parece que vamos a salir disparados por delante de la bici. Las frenadas brutales se suceden con gran rapidez pues las curvas muy juntas unas de otras nos obligan a ello y no nos dejan coger una velocidad considerable, aun así no están mal los 50 por hora que marcamos. Tras desandar el camino llegamos a Masía de Traver donde los colores del otoño junto con la vida que han dado las últimas lluvias y el azahar que nos acompaña durante todo el camino hacen de este singular paraje junto al río Turia una autentica burbuja de sensaciones donde los colores se mezclan de manera mágica y maravillosa para ofrecernos uno de esos momentos que con tanto cariño atesoramos en el cuaderno de bitácora de Roda i Pedal.